Desde que Luiz Inácio Lula da Silva ganó las elecciones de 2002, muchos se han preguntado cómo un ex sindicalista de Pernambuco llegó a la presidencia, en un país de la inmensidad de Brasil, sin el apoyo de los medios de comunicación. Es todo un enigma para los expertos, que ven a Lula como un fenómeno per se, que no se ajusta a las tradicionales teorías según las cuales la prensa conforma la opinión pública
Por: Nazaret Castro
Lula ha sabido marcar una comunicación directa con la población que pasa por encima de los medios de comunicación de masas. Los brasileños —sobre todo los nordestinos— gustan de ese estilo suyo directo, llano, con errores gramaticales pero políticamente certero, que despliega tanto en sus discursos como en su programa Radio-café con el presidente.
La pregunta que se hacen en el Partido de los Trabajadores (PT) es si la mucho menos carismática candidata a suceder a Lula, Dilma Rousseff, actual jefa del Gabinete, podrá emular su hazaña y convertirse en la primera mujer que preside el país sin el apoyo del poder mediático.
El partido confía en que Lula sea capaz de transmitir al menos una parte de su popularidad, que después de dos legislaturas se mantiene en históricos niveles que rondan el 80%.
Las últimas encuestas publicadas conceden un virtual empate técnico entre el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña, José Serra (33,2% en intención de voto) y Dilma (27,8%), que ha escalado siete puntos en sólo tres meses. Lula, que lleva meses dejándose fotografiar al lado de Dilma allá donde va y el mandatario brasileño viaja mucho, hará todo lo posible por profundizar esa tendencia.
Pero, por lo que pueda pasar, Lula no quiere concluir su segundo mandato sin atar algunos cabos.
Y uno de ellos pasa por sentar las bases de una estructura mediática en el país que salga de la situación actual, en la que media docena de grandes empresas, todas ellas de matiz conservador, controlan la información.
Política errática
Hasta el momento, la política de medios de Lula había sido un tanto errática. Durante su primer mandato, entre 2002 y 2006, impulsó la creación de un consejo de ética informativa que no llegó a prosperar; el PT había chocado contra el poderoso lobby de la comunicación. En 2007, Lula designaba ministro de Comunicaciones a Hélio Costa, un ex periodista del grupo mediático Globo, un nombramiento que venía a mandar un mensaje de calma a los intereses empresariales del sector. Sin embargo, paralelamente, el ex obrero metalúrgico iniciaba una nueva estrategia para crear un conglomerado público de medios, la Empresa Brasil de Comunicaciones, al que la Unión Federal destinará en 2010 un presupuesto de unos 250 millones de dólares.
Lula ha abogado públicamente por elaborar un marco legal "más democrático", con un nuevo sistema de distribución de licencias que garantice el "pluralismo" y evite una situación en la que "unos pocos grupos empresariales ejercen el control casi absoluto sobre la producción y divulgación de los contenidos informativos y culturales". Así lo dijo el pasado diciembre en la Conferencia Nacional de la Comunicación promovida por el Gobierno.
Las quejas del sector llegaron de inmediato, con acusaciones contra el Gobierno por "querer maniatar a los medios independientes y nacionalizar las comunicaciones". El ex presidente socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso secundó esta opinión y alertó contra las "tendencias autoritarias" en materia de medios que, en su opinión, "ganan fuerza en Suramérica". Desde la izquierda, por el contrario, hay quien cree que esta es una ocasión histórica para romper un oligopolio que el conformismo social lleva permitiendo durante décadas.
Fútbol, carnaval y telenovelas
Nacida al albor de la dictadura, en tiempos en que el fútbol, el carnaval y las telenovelas eran el pan y circo utilizado por los militares para acallar al pueblo —hay quien dice que sigue siéndolo en la era democrática—, la Red Globo es hoy es el mayor grupo de comunicación de Suramérica y está entre los cinco más importantes del mundo.
Posee la omnipotente TV Globo, que con sus 122 emisoras llega al 99,5% de la población brasileña —lo que no es poco en un país de dimensiones continentales— y se mantiene, año tras año, con audiencias muy por encima de sus competidoras, SBT y Record, a las que sólo les queda competir por el segundo puesto. El grupo es además el mayor productor de contenidos del país y posee el diario más vendido, O Globo, y más de un centenar de emisoras de radio.
En los años ochenta, el entonces presidente José Sarney vetó toda posibilidad de reforma de la estructura de la propiedad mediática en Brasil.
Un cuarto de siglo después, en mayo de 2009, el Tribunal Supremo Federal decidió abolir la Ley de Medios de 1967, que, aprobada en tiempos de la dictadura, legalizaba la censura de ciertos temas y habilitaba para el cierre de publicaciones. Si bien hacía tiempo que la ley no se utilizaba en las grandes urbes, todavía servía a los caciques locales de pueblos pequeños para mantener a raya a los medios locales.
Ley descafeinada
La abolición de la ley, que nadie se atrevió a cuestionar, dejó a los periodistas sin marco legal y brindó a Lula la ocasión perfecta para definir su estrategia mediática. Y el mandatario brasileño parece resuelto a aprovechar la coyuntura para plantarle cara a la todopoderosa Globo, que nunca le fue muy favorable. Aunque parece poco probable —no encaja con el estilo de Lula— que se llegue a una confrontación directa al estilo de los Kirchner frente al Grupo Clarín en Argentina.
Aunque el Ejecutivo lleve al Parlamento una ley, probablemente llegaría descafeinada al final de los trámites en el Congreso. Pero, en la larga campaña de las elecciones presidenciales de 2010, la delicada cuestión de la regulación de los medios es un terreno abonado para la controversia.
Fuente: Diario Público