Por Miguel Angel Forte*
El Motorola llegó para un cumpleaños de mamá, allá por los ’60. La tele había sido objeto de un intercambio de un cuadro pintado por papá, Vicente Forte, en un mano a mano con Boris Garfunkel, precisamente el dueño de BGH Motorola. El trueque era un ejemplo de acoplamiento estructural, entre el sistema del arte y el sistema económico, que permitía disfrutar a ambas familias del mundo fascinante de la imagen y de la comunicación. Para mí, el cambio era favorable, yo necesitaba más Rin-Tin-Tin que naturalezas muertas. Pero, a juzgar por los efectos que la TV tenía, según especialistas y maestras, yo ingresaba oficialmente al mundo de los estúpidos, aunque ya había ensayado en casa de mis amigos o en lo de la señora Olga, pionera televidente, que siempre decía: “Ya no hay buenos programas como antes...” (sic). Ahora al fin, con la tele en casa, no abusaría más de la paciencia de los padres de mis amigos que, cuando no estaban sus hijos, comprensivos, me abrían la puerta. Por otra parte, una TV en casa implicaba mayor socialización, porque en la cena se miraba en familia y, al no tenerla, perdía el intercambio del primer recreo del otro día, que giraba en torno del programa de la noche. Había pocas horas de TV, cuando se teorizaba acerca del tiempo de uso, al condenar el exceso.
Yo crecí, era forzoso, como dice la canción de Nacha, pero encuentro observaciones en La ventana que activan el recuerdo de las maestras y el de Olga, verdaderas fundadoras del observatorio de medios, si se acepta con ellas que el sentido induce a comportamientos. Sugiero, en cambio, la siguiente observación contra el fantasma de Althusser. Los medios de comunicación de masas (MCM) son una forma de comunicación que se sitúa en el mismo nivel de operación que la política, el arte, la ciencia, la religión, la economía o el derecho. Esa operación es un tipo de comunicación que da la impresión de ser todos aquellos, pero que debido a la configuración de un código propio transforma a los temas comunes en logro de los MCM. La televisión, por ejemplo, ofrece una teoría de la sociedad disponible y susceptible de ser modificada por los actores involucrados en los acontecimientos, al producirlos y al colaborar con su relato vía los testimonios en video, por ejemplo. La sociedad sabe de sí misma y de su entorno, en gran parte, si no en todo, por los medios, y también, gracias a los MCM, siente que no se puede confiar de la fuente, porque hay sospecha de manipulación. La salida de la paradoja no depende de si se encuentra un maquinador de intrigas en el trasfondo, porque los MCM funcionan de acuerdo con un formato de funcionamiento de la misma sociedad moderna que, aunque descubra la genética y la función de los sistemas, puede permanecer estable. Así es posible para todos utilizar sus comunicaciones como medios de información. Con sólo prender la TV, el mundo aparece visible y transparente, siempre y cuando las comunicaciones improbables resulten exitosas, si la bolilla de la ruleta del control remoto cae en una de las doscientas posibilidades y convierte a la contingencia comunicacional en audiencia. Resulta sin embargo que, ante la limitación teórica para explicar este hecho social, en la perplejidad se recurre a los juicios de valor. Pero no se trata nunca de la representación del mundo tal como es en el momento pues, a cada instante, la estructura a priori de los programas consiste en que necesariamente se debe resaltar la anormalidad social. Las noticias, los reportajes y el entretenimiento describen a la sociedad en la sociedad, en el juego del corrimiento de los límites. Compiten con éxito en la apropiación de sentido con la teoría de la sociedad del sistema del derecho. La comunicación fascina en un juego binario en el que se subraya la ficción sobre lo real, lo erótico sobre la castidad, las destrezas corporales sobre la discapacidad y la aventura contra lo ordinario. En síntesis, jugamos a cada instante con las observaciones de segundo orden, a la manera del teatro renacentista, cuando los medios crean al fin la ilusión trascendental.
*Ex director de la Carrera de Sociología, UBA. Profesor titular UBA, Flacso y UNL.
Fuente: PáginaI12