sábado, 1 de noviembre de 2008

La vida de Brian I

Tiene 16 años y está detenido por la muerte del ingeniero. De alumno ejemplar a sospechoso de un crimen infame.
Por Tomás Eliaschev
En la villa Puerta de Hierro no hay Halloween. En lugar de historias de aparecidos y calabazas caladas con luces en su interior, hay policías que tumban las puertas de los ranchos haciendo su caza de brujas. Y meten miedo, más que los fantasmas. Los chicos no andan pidiendo caramelos. Si uno no es del lugar, tal vez le reclamen “una monedita”, con más o menos amabilidad según la hora, la actitud y la suerte. A veces sobrevuela un helicóptero policial y algunos se divierten mirándolo. Cuando entra la Bonaerense, mejor meterse dentro de las casas. En las vías del tren, uno de los límites del barrio, se puede ver a chicos extremadamente flacos, con la mirada vacía, a la expectativa de conseguir “algo” para seguir fumando paco. “Los pibes se están muriendo como moscas y nadie hace nada”, dice Gisela, una militante social de la zona.
En estos días, el barrio está conmocionado, como comprobó una serie de recorridas hecha por Veintitrés. Un chico al que muchos vecinos vieron crecer fue detenido en sus narices, acusado de un crimen infame: el asesinato de un hombre indefenso, en su propia casa, después de haber amenazado a su familia, lo es. En los pasillos de Puerta de Hierro no pueden creer que Brian B., de 16 años, haya participado en el asesinato.
Sus amigos y vecinos juran que es inocente. En los potreros y en las canchas, extrañan su gambeta. En la escuela, desde el portero hasta la directora, pasando por sus compañeros, afirman que es muy buen alumno, candidato a ser abanderado a fin de año. Pero Brian es uno de los tres detenidos por el homicidio de Ricardo Barrenechea, que sacudió el debate sobre la “inseguridad”. Fue señalado, según los investigadores, en una rueda de reconocimiento, como uno de los delincuentes que el 21 de octubre a las 6.30 entraron a la casa del ingeniero en San Isidro, robaron joyas y dinero y balearon a su hijo. Habrían encontrado en su poder un mapa de la zona y fotos en su celular en las que aparece con un arma en la mano. “No es ningún perejil”, dicen en la fiscalía de San Isidro, y agregan que tiene antecedentes penales en un juzgado de menores de La Matanza. Además, siempre según la versión oficial, Brian habría declarado que estuvo en la casa de Perú al 700 esa madrugada. Consultado por Veintitrés, el defensor oficial Gualberto Bastrochi no negó ni confirmó la confesión del menor.
La vida de Brian es la historia de uno más de los 8 millones de menores de18 años que, en la Argentina, viven en la pobreza y la marginalidad. Tres de cada diez chicos como él, según datos de Unicef, creen que no van a vivir más allá de los veintipico. Brian se crió en este escenario.
En el corazón de la villa hay un descampado con un par de autos incendiados y pibes aconsumiendo a toda hora. La misma escena, en las vías del tren. Al barrio le dicen “farmacity” o “pacolandia”. Está en una de las zonas más calientes del partido de La Matanza. Del otro lado del Camino de Cintura (conocido también como “la segunda General Paz”) es tierra de nadie, afirman muchos.
Grupos de perros sueltos yendo de acá para allá son una parte permanente del paisaje. Si se recorren los pasillos a la tarde, se ven cientos de niños volviendo del colegio con sus blancos delantales, jóvenes y no tan jóvenes llegando del trabajo y señoras sentadas en las puertas de su casa tomando mate o tereré.
–¿De qué canal son? –pregunta un vecino–. Pongan que el pibe es un perejil, no tiene nada que ver con el crimen del ingeniero. Lo engancharon porque es de la villa. La policía necesita atrapar a alguien y la gente tiene mucho prejuicio con los que vivimos acá.

Un rumor corre por el barrio:
en realidad, la policía pretendía detener a un joven de Ciudad Evita apodado “Kitu”.
Brian nació el 25 de julio de 1992. Salvo de los cuatro a los ocho años, cuando su familia se mudó al barrio El Talita de González Catán, siempre vivió en Puerta de Hierro, de Isidro Casanova, partido de La Matanza. Tiene dos hermanas más grandes y tres hermanos menores. La mayor, Mayra, de 20, vive con su hija a unas pocas casas de él. Con la que le sigue, Leyla, de 17, comparte amistades. Sergio, de 14, y Alan, de 11, son tan futboleros como Brian. El más pequeño, César, de 3, anda con su chupete y una gomera. Extraña mucho a Brian, que lo suele cuidar. Un patrullero de la Bonaerense pasa por la avenida Crovara, uno de los límites de la villa. En brazos de su mamá, Fabiana Romero –que a sus 36 años tiene un embarazo de 4 meses–, el chico señala y balbucea: “Patrullero igual al que llevó a Brian”.
En los parlantes del barrio no sólo suena cumbia: como en muchos de los barrios populares, el reggaetón se fue expandiendo hasta las villas del oeste del conurbano. A Brian le gusta esta mezcla de hip hop, reggae y otros ritmos caribeños: escucha a Daddy Yankee y Tego Calderón, pero sus favoritos son Wisin & Yandel, el dúo puertorriqueño que estuvo a fines de septiembre en el Luna Park. Brian ni soñó con ir a verlos: los 50 pesos de la entrada más barata le resultaban prohibitivos.
Pero la verdadera pasión de Brian es el fútbol. Fanático de Boca (su ídolo máximo es Diego Armando Maradona), no para de jugar en cada momento libre que tiene. Durante la semana, por las mañanas, antes de entrar al colegio, juega partiditos con sus vecinos o contra los chicos del barrio 17 de Marzo, ubicado del otro lado de la vía. Sus amigos son unánimes: Brian juega muy bien a la pelota. “El martes jugamos contra los del 17 y nos ganaron 12 a 8. Es que faltaba Brian, que es el que más corre”, se lamenta un chico de doce años con una remera de la selección y claritos rubios en su cabellera.
Los domingos, Brian se calza la diez con los colores de San Lorenzo, los que usa el Güemes Juniors de Ciudad Evita, un barrio que, visto desde el cielo, copia el perfil de la “abanderada de los humildes”. Al ras del suelo, sin embargo, nadie parece acordarse de ellos.
El Puerta de Hierro no es demasiado grande. El nombre viene de un portón ferroviario en una de las puntas de la villa y también recuerda el lugar de exilio de Juan Domingo Perón en la época en la que las tierras fueron ocupadas. Aguas servidas, basura que nadie recoge y ausencia total de espacios verdes son parte del paisaje.
Una capilla, un comedor piquetero, un puñado de iglesias evangélicas y una biblioteca popular realizan a pulmón trabajo social. Sobran las enfermedades: la tuberculosis y los problemas cutáneos causados por los arroyos tóxicos. El barrio es un triángulo comprendido por las vías del Ferrocarril Belgrano, la avenida Crovara y la calle Colonia. Atrás hay tres cementerios: el de Villegas, el Islámico y el Armenio. La muerte, al alcance de la mano. No hay cifras actualizadas, pero los vecinos calculan que en el barrio viven alrededor de 8.000 personas.
Como a casi todos los chicos de su edad, a Brian le gusta ir al cíber o ver películas en la casa de algún amigo que tenga reproductor de DVD. Elizabeth, encargada del locutorio La City, cuenta: “Es un chico muy respetuoso, jamás tuve ningún problema”. También se divierte con Tinelli. En varias oportunidades, Brian fue hasta la Feria de Mataderos a reírse con los chistes de Luís Alberto “El Chileno” Flores.
Pero la noche anterior al asesinato, afirma su mamá, Brian ni salió de la casa: “No lo dejo ni salir ni a bailar”. Como todos los adolescentes del barrio, varias veces quiso ir a La Base, una disco de San Justo. Pero su madre nunca se lo permitió.
A Brian lo detuvieron el viernes 24, a la una de la mañana, cuando estaba por bañarse. “Entraron y rompieron todo.” Los tres pequeños ambientes de la casa todavía muestran los rastros de los destrozos: durante el allanamiento, los policías arruinaron su viejo placard y tajearon sus raídos sillones. “Apenas dejaron que se ponga un pantalón largo, porque estaba en shorts –sigue–. Se lo llevaron descalzo. Nadie me explicó por qué lo detenían”, recuerda la mamá del muchacho, de enormes ojos celestes. “Es un chico buenísimo, no se merece esto, no entiendo por qué se lo llevaron”, dice, sin aguantar las lágrimas.
Y Brian tampoco para de llorar. “Mamá, los policías me recagaron a trompadas, yo no hice nada”, le dijo por teléfono desde el Centro de Recepción de Menores Pablo Nogués, donde está detenido y pasó una semana sin ver a su familia.
Brian tenía proyectos para su futuro. “De chico, quería ser médico, pero últimamente decía que iba a ser policía. Quería estudiar en la Escuela de Oficiales Ramón Falcón de la Federal. Después de la paliza que le dieron debe haber cambiado de idea”, cuenta Fabiana.
La única “mancha” en la vida de Brian que admite sucedió hace dos meses. “Estaba con algunos amigos, jugando con un perro y un hombre los terminó acusando de robo. Él no hizo nada, pero se agarran de eso para involucrarlo en el crimen del ingeniero”, dice.
Cuando Brian fue detenido por el asesinato del ingeniero, algunos medios de comunicación dijeron que tenía 18 años. “Las maestras nos indignamos: eso es mentira, tiene dieciséis. Y todos los chicos nos dicen que es inocente”, cuenta Laura Romero, preceptora de la Escuela 141, que comparte edificio con la 162, a pocos metros de la villa. A su lado está Nelly Baldano, la docente que envió una carta abierta a los medios criticándolos por buscar a “un asesino” y no “al asesino”. Baldano conoce a Brian y a tres de sus hermanos, que van a esa escuela: “Todos comen en el comedor, son chicos que se portan muy bien”, dijo.
Brian, lo cuentan sus maestros y se ve en las carpetas que su madre muestra con orgullo, es un alumno que suele sacarse nueve o diez, sobre todo en matemática y en plástica. En los últimos días estaba entusiasmado, pintando un mural con motivos gauchescos para decorar la escuela, donde se realizará una peña folclórica.

Fabiana está angustiadísima:
tiene a su hijo detenido, cuatro más que mantener y uno por venir. Su vivienda está en malas condiciones. “Cuando llueve, cae más agua adentro que afuera”, se resigna la mujer. Un tirante sostiene el techo, que parece a punto de caerse. Será difícil reparar los daños que provocó el allanamiento: la mujer es empleada doméstica por horas, vendedora ambulante ocasional de productos para limpieza y “beneficiaria” de un plan Familias de 275 pesos mensuales. Su ex marido, que vive en Ciudad Evita y realiza changas de albañilería, le pasa dinero para los alimentos de sus hijos. Aun así, cuesta llegar a fin de mes.
“A mi hijo lo detuvieron porque creen que sólo por vivir en la villa es delincuente y drogadicto. Y eso no es así. Voy a ir a donde haga falta, a la tele, a todas partes. Con los vecinos que conocen a mi hijo desde que es chico pensamos en cortar Crovara para que venga la prensa y le podamos decir a todo el mundo que mi hijo es inocente”, anuncia.
En 1990, la Argentina ratificó su adhesión a la Convención de los Derechos del Niño, que plantea que el Estado debe garantizar educación, salud, vivienda y una vida digna a todos los menores. No se cumple. Y eso los convierte en víctimas. En Puerta de Hierro, como en tantos otros rincones olvidados del país, estos derechos son papel mojado. Los vecinos de la villa no quieren que la sociedad sólo se acuerde de su existencia por hechos policiales. Y piden que no se olviden de ellos. Buscan que la vida le gane la batalla a la muerte.

Informe: Lucas Cremades y Ana Peré Vignau
Fuente: Revista Veintitrés

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