domingo, 22 de agosto de 2010

Omar Rincon: Espectador crítico de la política televisada

El reconocido crítico de medios habla sobre la nueva relación de las audiencias con los gobernantes, el rol político de los periódicos y la Ley de Comunicación
Por: Fabián Darío Mosquera, fmosquera@telegrafo.com.ec
Es un hombre que bien podría pasar por uno de esos hippies de San Francisco -tantas veces “conjurados” por el cine- que nunca “maduraron” y que entraron a los cincuenta en su ley: el cabello siempre en recreo (aunque, desde luego, ya blanco), las pulseras y, en general, toda la pinta folk, la palabra fresca y desprejuiciada, constantemente presta a darle forma a una lectura social crítica... Decir San Francisco no es, en este caso, una simple metáfora arbitraria: Omar Rincón -nacido en 1961 en Maripí, un pequeño pueblo colombiano del departamento de Boyacá- paladeó profundamente aquella ciudad y sus movimientos de activismo social, en su “viaje iniciático” a los Estados Unidos, a inicios de los noventa... Cosa impensada, la de aquel viaje, si se toma en cuenta que, durante sus años de primera adolescencia, todo parecía indicar que terminaría vistiendo sotana... “Al pueblo llegaron unos señores diciendo: ¿quiere estudiar pa’cura?; y como no había mucho que hacer, pues acepté... Me pasé la primera adolescencia, esa en la que toca aprender a rumbear, a fumar, a enamorar, rezando... Claro, luego me decepcioné de la Iglesia, que predica pero no aplica”, cuenta, con ese humor entre ácido y cálidamente familiar que utiliza para explicarlo todo... Como cuando dice -entre risas- que es el primero de su familia en llegar a la universidad, en salir del pueblo, de tal manera que encarna el típico relato popular latinoamericano de superación...
Ya veinteañero, y estudiando Comunicación en la capital, aplicó, junto con la novia que tenía por aquel entonces, a una beca para viajar a los Estados Unidos. Se la dieron, pero a ella no. La relación quedó allí; había un mundo demasiado tentador para postergarlo. Partió sin muchos preparativos; huérfano de garantías pero apadrinado por su ímpetu de comerse el mundo...
Arribó a California, a la Universidad de Berkeley, y algo hizo click en su cabeza. Entendió, en su experiencia californiana, mucho de la verdadera connotación del término ciudadanía liberal... Sin embargo, y a pesar de la inmediata identificación con las calles de San Francisco y con su gente -que hacía de su voz un puntal de lanza-, luego de un tiempo sintió que era necesario un cambio de aire, y fue radical, de costa a costa: New York, ese mítico monstruo, lo esperaba, con un grupo musical extraordinario en cada bar, con algo pasando siempre... Allí realizó estudios de cine en la New York State University, y luego un Master on Arts en la State University de Albany (“me tuve que ir para allá, a los parajes de invierno, para dedicarme a estudiar... la intensa vida citadina -léase juerga- me estaba distrayendo...”).
Poco después, el territorio gringo le quedó pequeño y, morral al hombro, salió rumbo a Europa. “Estuve en todas partes, mochileando, alojándome en el ‘hotel amigos’... fíjate que fui a parar a Luxemburgo... ¿Quién carajo va a Luxemburgo?... Bueno, pues yo, solo porque me enteré de que un amigo andaba por allá y me podía dar posada...”. De regreso a Colombia -sin un centavo-, se vinculó, como catedrático, con la Universidad Javeriana y -en los últimos años- debido a sus conferencias, libros y artículos publicados en diarios de América Latina, se ha convertido en uno de los analistas de medios (especialmente de televisión) más consultado en el continente. En ese campo ha desarrollado una propuesta de análisis que plantea leer los discursos políticos haciendo uso de los códigos de la espectacularidad, el show y el tono de telenovela, rasgos que caracterizan nuestra oferta televisiva en general.

¿Cómo surgió, en su caso, esta conciliación -hoy bastante en boga- entre los esquemas que sostienen la propuesta televisiva en cuanto a entretenimiento popular, y las herramientas para desmontar los discursos políticos? ¿Cómo se articuló eso concretamente?
En el mundo de la televisión ha habido personas muy brillantes, que fueron mis maestros, y que han trabajado matrices muy importantes... Por ejemplo: Jesús Martín Barbero pensó la telenovela, pero muy seriamente; Germán Rey, la cultura; Aníbal Ford, de Argentina, trabajó exhaustivamente el mundo de las narrativas; Rossana Reguillo, el universo de las violencias, las juventudes en riesgo... Pero me di cuenta de que nadie asumía el mundo de la ética y las estéticas populares como un campo entero susceptible de ser pensado así, como un corpus... Comencé a trabajar en eso, y vi que la telenovela, por ejemplo, es exitosa porque representa la entrada del pueblo a la pantalla, con sus obsesiones, neurosis y sabidurías...
Luego pensé en los realities y en otros formatos televisivos, y al llegar a la política, al mirar las historias de nuestros recientes mandatarios, vi que resultaban mejor explicadas desde el mundo del drama de la telenovela que desde la teoría política... Lo que hice fue poner en práctica una aplicación de nociones que constituían mi bagaje teórico, sobre un nuevo panorama de estudio... a ver qué daba. Me dije: puedo pensar esta circunstancia desde la lógica del entretenimiento, desde estéticas y narrativas distintas...
Los presidentes de América Latina cumplen la hipótesis dramática de la telenovela: hombre puro salva mujer equivocada, es decir, el pueblo... Y allí entra una variable de autoestima, también propia de la narrativa de la telenovela: le dicen al pueblo: eres lindo pueblo; tú sabes amigo; tu forma de hablar me gusta; tu forma de vestir me gusta... Todo un acto de seducción melodramática -sin decirlo, necesariamente, de manera despectiva- … Son presidentes que ya no gobiernan desde la capital, sino desde el campo, y sábados o domingos le dedican al pueblo una oda de amor televisiva.
A partir de allí, me pongo a pensar en qué tipo de democracia puede surgir de todo ello. Una democracia emocional, televisiva...

... Pero está hablando de una discursividad mediática, en el terreno político, que ha molestado a algunos que la encuentran de raigambre populista, pero que no surge por generación espontánea, sino que posee, para poner en marcha esos mecanismos comunicativos populares, una referencia a la que oponerse: el conservadurismo y supuesto sesgo de los medios tradicionales a la hora de elaborar sus mensajes electorales y políticos en general... Acerca del panorama televisivo del Ecuador, por ejemplo, usted ha dicho que los medios convencionales han actuado acartonadamente y sin inventiva en el marco del debate e, incluso, a la hora de confrontar... ¿Podría explicar por qué? ¿Qué debieron haber hecho?...
A ver, todos sabemos que el éxito de la propaganda política televisiva es la provocación, la confrontación. Para gobernar es necesario tener oposición; enemigos... el juego de la propaganda política es claro... El gobierno ecuatoriano, en cuanto a las leyes en discusión, por ejemplo, no hace los spots televisivos para agradar a nadie, sino para que alguien reaccione. Más allá de las mayores o menores explicaciones sobre las implicaciones concretas de una ley, lo importante es el eslogan. Que sea un eslogan provocador... y es allí donde los periódicos caen en la trampa: Correa, la propaganda, el estamento oficial, todos ellos los interpelan, los ponen en entredicho, los provocan, casi que se les burlan; y ellos, en vez de responder, quizás, en el mismo tono, responden serios, solemnes, acartonados, previsibles... No saben responder con provocación, con humor o ironía...
Creo que es necesario un estudio real que dé cuenta de cómo la gente reacciona a la propaganda gubernamental, en términos del primer grado de persuasión: si le gusta o no... Porque se ha dicho que el éxito de la propaganda radica en que quienes la conciben poseen un conocimiento exhaustivo de las audiencias, y yo no creo que sea así... La audiencia está un poco al margen. Es propaganda para provocar a sectores específicos, para que reaccionen y, así, mantenerlos neutralizados.

Sí, pero usted ha dicho también que nos encontramos en presencia de un nuevo tipo de actor político, uno que utiliza las herramientas mediáticas, precisamente, para darle a la audiencia/ciudadanía una nueva forma de incluirse en el debate... Hablando de spots específicos podemos referirnos a aquello de que la prioridad no sea el exhaustivo conocimiento de las audiencias; pero en términos de la relación de hoy entre los líderes políticos y dichas audiencias, las formas de identificación -y usted ha suscrito también esta idea- han cambiado evidentemente. ¿Cuáles son las explicaciones históricas que, desde la comunicación, podemos darle a este fenómeno?
Lo que ocurre es que ha habido una evolución de las formas comunicativas, en relación con la política, que, tanto a nivel conceptual como técnico, es innegable... Si te fijas en cómo se hacía la política a principios del siglo XX, te darás cuenta de que tomaba lugar, sobre todo, en la prensa... No importaba mucho fijarse en el pueblo de manera directa... El que mostrara mejor retórica en la prensa, ganaba. Después llegó la radio, y fue el que mostró mejor oratoria; luego la TV, y los políticos empezaron a parecer presentadores... Luego llegaron las encuestas, y fue el que generara mayor emoción electoral; y hoy, frente a Internet, ante la suma de todas las posibilidades anteriores, frente a toda esta mescolanza, vemos al político que debe tener pleno conocimiento de las formas en que su pueblo actúa, significa e interpreta... He allí el secreto de la identificación que generan esos actores, sean de izquierda o de derecha...
Ante la decepción frente al populismo clásico de los sesenta y el posterior neoliberalismo, aparece este sujeto, que está más allá de la crisis de los partidos, de las teorías conservadoras de la democracia, y que sabe que lo que necesita hacer es conectarse con el pueblo... Son celebridades, y saben detectar en dónde, específicamente, se puede obtener ganancia de ese discurso público...
Déjame referirme al caso ecuatoriano... Es evidente que, aquí, el periodismo, sobre todo televisivo, se acostumbró, desde hace años, a echar al presidente que fuera. Era un periodismo muy irresponsable, porque aparecía cada mañana utilizando el adjetivo más estúpido, más rimbombante, criticando ferozmente pero con investigaciones mediocres... Y los presidentes anteriores a Correa creyeron que había que plegarse a este poder mediático. Lo que Correa –y no solo él, sino Uribe y Chávez- entendió, es que no hay que plegarse, sino volver a los medios parte del problema... asegurar que entre las cosas que se deben cambiar no solamente están los politiqueros, los banqueros, los corruptos, sino también los medios de comunicación... Al hacer eso, como estamos en sociedades sin partidos y sin oposición, dichos medios asumen el rol de esa oposición política; se comen ese cuento, pero en defensa de agendas que son más de libertad de empresa y menos de información... Los medios actúan como quien asume la actitud de: “yo he estado aquí siempre. Tengo la verdad absoluta por el mero hecho de estar aquí”... Y Correa parece contestar: “estos son un enemigo directo, y en mi terreno, en el terreno público, puedo pelear con ellos, y puedo derrotarlos retórica y afectivamente. Y voy a ganar”.

Aquella actitud de derrotar “retórica y afectivamente” es interpretada, por analistas de oposición, como una nueva versión del caudillismo populista, endémico de la cultura política latinoamericana; pero hay, también, pensadores importantes, como el argentino Ernesto Laclau -el ejemplo más recurrente- que han definido el populismo de Chávez, por ejemplo, como propositivo, benigno, si se quiere... Correa se limita a hacer una diferenciación: una cosa es ser populista, en el sentido negativo del término, y otra, popular... ¿Qué opina de la forma en que se está debatiendo este tema en la esfera de la opinión pública? ¿Cómo se relacionan hoy populismo y medios?
Creo que es equivocado cómo se está enfrentando el tema del populismo, o neopopulismo latinoamericano... Se está pensando que los populistas o neopopulistas son, exclusivamente, regentes de una ideología de izquierda, con lo cual se desconoce que se trata de un modelo de hacer política, no de una ideología... Uribe, un derechista, fue tan populista como cualquiera, si con esto nos referimos a ese acercamiento a las significaciones y formas de interpretar del pueblo... Pero los medios tradicionales no se han quejado, para ellos ha sido un excelente gobernante. Y sus códigos fueron, en muchos casos, los mismos que utilizan Chávez o Correa: usar los recursos del Estado para satisfacer directamente a las clases populares... Lo hace Lula con el programa Hambre Cero; Correa con el Bono solidario y Uribe con Familias en Acción...
La diferencia radical de estos muchachos con el populismo clásico latinoamericano es que, a pesar de sus temperamentos a veces intransigentes, de la controversia en torno a su supuesto autoritarismo -y estoy pensando aquí, sobre todo, en Chávez-, no han transgredido totalmente la normalidad institucional y, al margen de esa normalidad, en el plano de la dinámica social más pura, incluso han generado espacios para que se expresen quienes antes no podían... Por lo menos eso se ve en los regímenes de izquierda.
Estamos hablando también de un populismo tecnológico... Sus detractores ven rasgos nocivos en la utilización del pueblo, de las clases populares, para sostener un supuesto show mediático; pero eso es inevitable: antes era imposible montar una transmisión televisiva desde un pueblo de interior; hoy, el avance tecnológico permite lograrlo con facilidad... Podemos disentir con lo que allí ocurre, con lo que se dice; podemos pensar que habrá intervenciones en “la plaza pública mediática” que nos gusten más que otras, pero criticar de lleno la presencia de estas nuevas posibilidades es estéril por ingenuo... No se puede controlar en qué medida las nuevas condiciones de comunicación sobrepasan los viejos límites institucionales del debate político... La relación gobernante-pueblo ya no pasa por los intermediarios legitimadores de antes... Y eso, de alguna manera, y a pesar de los reveses y las críticas que podamos tener, hace que aspectos de la teoría política general también evolucionen... basta fijarse en el sitio donde se encontraba, hace 20 años, el concepto de ciudadanía, y dónde está ahora...

¿Cuál es la necesidad de una ley de comunicación, y cómo cree que se ha llevado el debate a nivel continental, y ecuatoriano en particular?
En este momento, en América Latina, los países que no tengan una ley de medios (o de comunicación, depende de cómo se mire) se verán en la necesidad de tenerla, porque ocurren tres cosas inéditas: 1. Un nuevo contexto tecnológico. Eso no se ha tenido en cuenta. El hecho de que prácticamente cualquier ciudadano pueda, así sea por un momento, volverse comunicador, no estaba prescrito ni en los sueños más extremos... 2. El hecho de que la sociedad va tomando conciencia de que posee derechos (hace diez año casi nadie sentía que tenía derechos que debía hacer respetar), incluido el derecho a la comunicación... 3. La relación entre gobiernos y medios ha entrado en una compleja encrucijada que obliga a replantear las condiciones en que se suscita...
Por eso es que Argentina tiene una ley, Uruguay le está dando forma poco a poco; Colombia está entrando en reformas, México busca lo mismo, así como El Salvador y Bolivia... Es decir, se está convirtiendo en una necesidad...
Existen dos posibilidades para enfocar la ley: mirando hacia adelante, o hacia atrás... Para adelante significa pensar en términos de derecho a la comunicación, de sociedad digital... Legislar para atrás sería obsesionarse con castigar al que supuestamente lo ha hecho mal hasta el momento... En todo caso, independientemente de lo que la ley diga -porque la gente común no tiene ni idea de eso- la publicidad oficial suele hacer ver el asunto como una revancha contra los medios, en vez de ser más propositiva y explícita, porque si te fijas, los puntos de desacuerdo -en esta ley y en las otras- suelen ser pocos, aunque problemáticos... primero, eso de la conformación de la autoridad que regirá las cosas... cuántos miembros tendrá tal o cual sector... es una pelea quizá tonta, porque, sea como sea, esos consejos no funcionan bien en ninguna parte del mundo... siempre funcionan en favor del poder, eso es inevitable. Es un problema de casting: si la gente que eliges es seleccionada por asuntos políticos, se comportará políticamente... Lo segundo es definir qué tipos de controles pueden ponerse en marcha sobre la información... Hay normativas internacionales que indican que ninguno, pero lo que el gobierno sí puede hacer es exigir que los medios trabajen en un manual de estilo, ético y de auto regulación que sea claro, preciso, y en un compromiso para cumplirlo... Está el asunto de la regulación de la publicidad oficial, otra pelea trenzada (es obvio que los gobiernos no quieren que les regulen la publicidad oficial); así como la asignación de frecuencias (es obvio que los medios privados no quieren que se redistribuyan).
A este respecto, podríamos decir algo acerca del caso ecuatoriano: los medios dicen que la intervención del Estado en este asunto responde a su agenda de izquierda, ¡pero ignoran que es un asunto, si quieres, también de gobiernos de derecha! En Colombia están cobrando, por una licencia de 10 años para una gran estación, 100 millones de dólares... la renovación, 50 millones...
La ley siempre tiene oposición: si se promueve por parte de los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina, se dice que se trata de una ley mordaza contra los medios; si, por otra parte, la discusión tiene lugar en Colombia, México, Chile o Perú, la ley tiene oposición de las ONG de Derechos Humanos o de sectores de la ciudadanía, quienes se quejan de que todo sea para los privados... No hay que caer en extremismos y, sobre todo, hay que analizar cada caso de manera singular. Cada país tiene su historia. Ecuador debe concentrarse en escribir la suya.

Foto: Alejandro Reinoso
Fuente: Diario El Telégrafo

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