En las próximas semanas, con una periodicidad bimestral, Crisis regresa a los kioscos. “La iniciativa fue de Susana Etchegoyen y de Pedro Cazes Camarero, quienes hace varios años comenzaron las tratativas legales para que una nueva época de la revista fuera posible”, dice Mario Antonio Santucho, uno de los editores. “No es una reedición, sino una apuesta que responde a los desafíos del presente”
El colectivo que impulsa Crisis apuesta, según Santucho, a “recuperar algo que la vieja Crisis logró en su momento: cuando el lenguaje se saturaba de formulaciones ideológicas y la dura polarización tendía a reducir la gama de posibilidades, la revista desplegó un variado repertorio de dicciones, indagando la multiplicidad de voces que estaban en ebullición.” Se leerá en la presentación del número 1: “La aventura puede fracasar o puede conducirnos en un sentido innovador. Pero cualquiera sea el resultado, el origen está determinado por una decisión: el ayer es recurso y archivo, no es meta ni medida.”
El primer número se publicó en 1972
La historia de Crisis, la revista que todo lo titulaba en minúscula
Por: Alfredo Grieco y Bavio
Se agotó rápidamente: dicen los libreros que el secreto fue la deliberada opción de fundadores y editores, imprimir una tirada por debajo de la demanda mínima esperada.
Cuando en 1972 se publicó el primer número de la revista Crisis, se agotó rápidamente. Demasiado rápidamente. Los libreros de viejo dicen hoy que esto se debe a que, por una decisión tan deliberada como secreta, sus fundadores y editores habían impreso una tirada por debajo de la demanda mínima esperada. Esta novedad en el negocio de las revistas, casi vanguardista, fue sólo una de las muchas que los 40 números de la publicación aseguraron a un público que ya era fiel desde ese número que muchos no pudieron comprar, pero que muchos más leyeron. Una revista de la izquierda política, con un tono y enfoque decididamente rioplatenses, que debatía ideas, artes visuales y literatura. Al releer la colección con la distancia del presente, tal vez la mayor impresión que produce sea la calidad de la discusión,
y la competencia de la educación histórica y literaria de quienes publican y debaten. Con el tiempo, se ha vuelto menos fechada, y se la lee por sus textos. Más acá del valor que esos textos tienen para representar a una época mítica y mitificada, los ’70, que tienen su fin en marzo de 1976.
Como había ocurrido con otra gran revista argentina que hoy puede releerse por los mismos motivos –Sur, de Victoria Ocampo–, Crisis tenía por detrás a un interesado e interesante mecenas, Federico Vogelius (ver nota aparte), y eso marcó cierta capacidad de acción frente a otras revistas decididamente periodísticas e innovadoras de los ’60, como Primera Plana y como el diario La Opinión que le era contemporáneo, y con
la que lo unían cierta visión no decididamente partidista de los hechos contemporáneos en la llegada del nuevo peronismo al poder en 1973, al que sin embargo acompañaron.
La unidad de los números era más problemática que temática. Era una revista rioplatense (el aporte del uruguayo Eduardo Galeano fue capital), sudamericana y aun latinoamericana, en un país que había sido nacionalista y europeísta, y publicada en una capital cuyo cosmopolitismo había sido construido sobre el olvido de las poblaciones que no fueran blancas. Justamente, Galeano acababa de publicar Las venas abiertas de América Latina, un libro que en muchos aspectos ha envejecido más que la revista misma, pero que era un intento por interpretar a la totalidad continental, sin nacionalismos de patria chica.
Entre las novedades que trajo Crisis para los lectores, se contó una que se ha vuelto tan común que nos impide, retrospectivamente, gozar de la revista como los lectores de entonces. Los títulos en minúsculas, la puesta en página que combinaba la letra apretada y los espacios en blanco, el uso de fichas que acompañaban a los textos, el diseño modular, el obligado blanco y negro, la preferencia por el dibujo sobre la fotografía son usos que se han vuelto costumbres en muchos medios gráficos, aunque sin la elegancia a la vez sistemática y en movimiento que tuvo entonces en Crisis.
Entre las virtudes de contar con un mecenas estuvo la de poder combinar la actualidad más urgente –con una mirada política que faltaba en medios que debían responder a otros intereses, no fatalmente ilegítimos– y una visión del pasado que buscaba, y lograba, ser nueva. Como otra revista argentina, independiente y sin mecenas, Contorno, que debió a ello su corta vida, Crisis ofrecía una relectura y un nuevo canon de la literatura y de las artes nacionales, pero también continentales. De ese modo, alguien como Jorge Asís podía presentar fragmentos del diario de un novelista comunista, el ribereño Enrique Wernicke, mientras que en un número de mayo de 1976 podía publicarse al confesor de Eva Perón, Hernán Benítez, elogiando a un novelista y ensayista jesuita, el padre Leonardo Castellani. El mismo que, al almorzar con Jorge Rafael Videla, había pedido por la vida de Haroldo Conti, escritor y militante desaparecido. También en ese almuerzo, otro novelista, Ernesto Sabato, había callado. Un círculo se cerraba: había sido Sabato quien le había regalado a la revista su nombre, Crisis.
Entrevista a Eduardo Galeano, director editorial
“Fue la revista cultural de mayor difusión en castellano”
Vogelius lo invitó a dirigirla. Los militares uruguayos lo encarcelaron y luego lo expulsaron. Para el autor de Memorias del fuego, la aventura colectiva de Crisis evitó que su exilio fuera sólo un tiempo de penitencia
Cuando llegó a Buenos Aires para dirigir Crisis, el escritor y periodista Eduardo Galeano tenía 33 años y había salido de la cárcel. Su libro Las venas abiertas de América Latina había sido censurado por la dictadura que acababa de instalarse en el Uruguay. El papel de cronista de su tiempo, que había practicado en la revista Marcha, daba sus frutos: los apetecibles y los otros. Su exilio en la Argentina, donde participó de la fundación y editó los 40 números del mensuario que se presentan en la muestra Crisis: un cruce con las artes, fue el primer paso a un desarraigo mayor: en 1975 se instaló en España. No obstante, la memoria de esos años en la redacción de la avenida Pueyrredón al 800 ha permanecido para él intacta.
¿Qué elementos de época impulsaron la creación de Crisis?
La revista fue parte de la espuma de una ola que venía de atrás. Aquella fue una época de mucha energía creativa, y de alguna manera Buenos Aires era el centro de ese renacimiento cultural latinoamericano. Siempre me pareció injusto que se reduzca aquel tiempo fecundo a la pura violencia, al puro bang-bang. Algo de eso había, pero era mucho más que eso.
¿Qué lo decidió a sumarse al proyecto?
Fico Vogelius me ofreció la dirección. Ese proyecto de revista tenía ya un año, y no caminaba. Había empezado siendo algo así como una tentativa de ponernos al día con las novedades culturales de París, Londes, Nueva York... Yo acepté con la condición de hacerla al revés: una obra de creación, no de importación. Y el desafío se lanzó, y funcionó.
Usted le cambió el título. ¿Qué le desagradaba de Krisis, con K? ¿Por qué Ideas, Letras, Artes en la Crisis?
El nombre de la revista fue una herencia del equipo anterior. No me gustaba porque me parecía, y me sigue pareciendo, bastante deprimente. El subtítulo proviene de la necesidad legal de agregar algo a un título que ya había sido registrado.
¿Qué idea de cultura encarnó Crisis?
La revista fue una obra colectiva, congregó gente dispuesta a celebrar la cultura en todas sus expresiones, y no sólo las que figuran en el altar de las bellas letras. Digamos que nos unía la intención de ayudar a la democratización de la cultura, en una región del mundo que desde los tiempos coloniales ha sido obligada a adorar lo que viene de afuera y lo que viene de arriba. Nosotros queríamos escuchar y difundir también las voces que vienen de adentro y de abajo. Voces, no ecos.
¿Qué impacto tuvo en la sociedad en aquel momento? ¿Es cierto que recibían intimidaciones constantes, al punto que usted respondió a una imponiendo un “horario de amenazas”?
Por lo que sé, Crisis fue la revista cultural de más amplia difusión en toda la historia de la lengua castellana. O sea: no nos fue nada mal. Pero cuanto mejor, peor: los enemigos de todo lo que crece y cambia nos tenían entre ojos. Lo del “horario de amenazas” es verdad, fue una bravuconada mía, una noche que me había quedado solo en la revista, trabajando, y el teléfono transmitió uno de aquellos frecuentes mensajes amorosos que nos deseaban la muerte. Dije que el horario de amenazas era de cinco a siete, colgué el teléfono y, cuando me quise levantar, heroico el uruguayo, no pude porque me temblaban las rodillas.
¿Cómo recuerda los meses finales de Crisis?
Al final, era imposible seguir. Ya mandaban los militares y estábamos sometidos a la censura. Aquello era humillante, el poder militar obligaba a callar o a mentir. Y preferimos caer parados, mejor que sobrevivir agachados.
¿En qué medida la experiencia de la revista está unida a su exilio?
Tuve la suerte de participar en esa experiencia, esa aventura compartida, que me regaló la certeza de que el exilio no era solamente un tiempo de penitencia. Yo recuerdo aquellas horas, aquellos años, con dolor y alegría: dolor por los que cayeron en el camino, como mi hermano Haroldo Conti, y alegría porque pude comprobar, lo que luego confirmé en mi exilio español: que poco o nada importan las fronteras del mapa y del tiempo.
Quién fue Federico Vogelius
Un empresario amigo de Jorge Luis Borges
Nació en 1920, en Tres Arroyos. Fue detenido y torturado: la dictadura consideró subversiva a Crisis. Murió en 1986. Descansa en Claromecó
Federico Vogelius estaba en Londres cuando lo citaron funcionarios de la última dictadura. “Vine para hacerme responsable de Crisis”, le dijo a Mona Moncalvillo en una entrevista para Humor. “Me tuvieron 25 meses detenido y me torturaron, porque la consideraron subversiva. Sin embargo, el Consejo de Guerra, después de leerla, dictaminó no hacerme proceso”.
No le reintegraron los bienes por 2 millones de dólares –cuadros, platería y documentación histórica– que se habían llevado los militares cuando entraron a su quinta. En esa casa colonial de San Miguel había prolongado las discusiones que empezaban en la redacción de Crisis, como antes había conversado con Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Láinez y el vizconde de Lascano Tegui en las reuniones de la revista El Mangrullo, de la que fue editor. “Mi larga amistad con el señor Vogelius es uno de los buenos hábitos de mi vida”, dijo Borges, aunque más gracia gastó en el titular que regaló para la entrevista que le hicieron en el número 13 de Crisis: “Yo querría ser el hombre invisible”.
El anfitrión reincidente, el mecenas, había nacido en 1920 en Tres Arroyos. Se había recibido de agrimensor a los 19 años, pero pronto se distinguió por el éxito comercial: una fábrica de tintas. “Después tuve una fábrica de muñecas, otra de verduras deshidratadas, laminación de aluminio, obrajes en San Luis, industria maderera…”, le enumeró a Moncalvillo. Valoraba más su pinacoteca: casi 50 Figari (su artista favorito), Juan Batlle Planas, Luis Felipe Noé, León Ferrari. Su biblioteca, rematada durante la sucesión que siguió a su muerte, llegó a las 25 mil piezas, entre ellas varias únicas.
El 12 de julio de 1979, el diario español El País publicaba la noticia: “Numerosos intelectuales, escritores y editores de todo el mundo han pedido a la Junta Militar que gobierna actualmente Argentina la puesta en libertad de Federico Vogelius, editor-propietario de la prestigiosa revista cultural Crisis, que tiene actualmente 61 años y fue arrestado por su participación en la revista, que ya había dejado de publicarse, y por conservar algunas colecciones de la misma en su domicilio. La revista Crisis ha sido, junto a Plural, dirigida en México por Octavio Paz, una de las voces más inquietas de América Latina durante los primeros años setenta. De publicación mensual, supo esta revista argentina crear una tensión cultural e intelectual, lo que le ayudó a alcanzar en muchos números los 35.000 ejemplares, insólitos en este tipo de publicaciones. Colaboraron en Crisis los más importantes escritores americanos, ofreció importantes estudios socioeconómicos y, a la manera de la española Ciudadano, se convirtió en un órgano defensor del consumidor en Argentina, donde introdujo este tipo de análisis de productos de consumo.”
Eduardo Galeano cree que si Vogelius murió el 11 de abril de 1986, días después de la salida del primer número –el 41, como si nada hubiera pasado– de Crisis reaparecida, fue porque se negó a hacerlo en el plazo estimado por los médicos a la espera de esa reparación. Sus cenizas fueron arrojadas, tal como pidió, al mar de Claromecó, donde había vivido su padre, donde él había pasado veranos y cobijado a perseguidos como su amigo Haroldo Conti.
“Panorama del arte en los ’70”
Por: Alberto Giudici Curador de la muestra Crisis: un cruce con las artes
Crisis fue el producto editorial más emblemático de una época convulsionada. Sus fechas de aparición y de cierre representan también momentos de cambios radicales. Intentó, y logró, revelar que la cultura popular poseía una fuerza genuina, no era un mero eco degradado de la voz del poder. Pronto su aureola se instaló en el efervescente clima de los ’70. La redacción fue un semillero de ideas, cuyo debate se prolongaba en los bares cercanos a la redacción tanto como en la quinta de su creador, Federico Vogelius, en San Miguel.
Las artes plásticas participaron de ese espíritu renovador. Además de las ilustraciones de los uruguayos Hermenegildo Sábat y Kalondi, que formaban parte del staff, Crisis reprodujo obras de Roberto Aizenberg, Carlos Alonso, Jorge de la Vega, Raquel Forner, Oscar Smoje, Carlos Gorriarena. En el número 3, de junio de 1973, se publicó un dibujo que Franco Venturi, integrante del grupo Espartaco, realizó en el buque Granaderos, donde había estado detenido hasta el 26 de mayo de ese año; en 1976, a pocos días del golpe, Venturini fue secuestrado e inauguró la lista ominosa de artistas plásticos desaparecidos.
Además de la colección de los cuarenta números de la revista, la muestra Crisis: un cruce con las artes revela que entre las novedades de aquella aventura se destaca una: en los primeros 20 números se incluyó una serigrafía original distinta de artistas destacados como Leopoldo Presas, Santiago Cogorno o Ricardo Garabito. En el Taller de la Orilla se procesaron cuatro dibujos distintos de Libero Badii para el número 9, y cada ejemplar se publicó acompañado por una de esas serigrafías.
Se estableció así una interrelación que recuperaba una de las grandes tradiciones de la cultura rioplatense. Esas 20 serigrafías, expuestas por primera vez en el orden en que fueron publicadas, ofrecen un panorama de la producción artística de los ’70. A la vez, ubicadas a modo de friso en dos líneas paralelas con los ejemplares de Crisis, interactúan y potencian el significado de una revista que hizo historia.
Fuente: Diario Tiempo Argentino