Por Constanza Moreira *
Entre el jueves 22 y el domingo 25 de mayo se realizó en la ciudad de Montevideo el XIV Foro de San Pablo. Por distintas razones, las principales atracciones aparecieron, no por la potencia intelectual de quienes vinieron a dar conferencias o a participar en debate, sino y sobre todo, por la presencia de políticos y gobernantes.
Entre las primeras atracciones estuvo la visita del flamante presidente electo de Paraguay, Fernando Lugo. "¡Sólo faltaba un cura!", dijo Chávez, refiriéndose a la multifacética gama de mandatarios de izquierda en la región y que incluye sindicalistas, indígenas, curas, militares, ex guerrilleros y ¡mujeres! Junto a Lugo, también fue una atracción el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, quien cerró el evento. Sin embargo, muchas organizaciones de mujeres protestaron contra la participación del mandatario, en especial, en repudio a la derogación de la ley que autorizaba el aborto terapéutico en ese país, un par de semanas antes de las elecciones, junto con la Iglesia y otros partidos, a los efectos de poder capturar los votos de la grey católica en su momento. Y aunque esto pueda parecer "problema de mujeres", lo cierto es que una nutrida parte de las organizaciones que participan en el Foro son organizaciones de mujeres.
¿De qué izquierda hablamos entonces, cuando hablamos de las izquierdas que representan el Foro de San Pablo? La apelación a la tolerancia y pluralismo de un Foro "de todas las izquierdas" no nos inhibe de preguntarnos qué es lo que hay en común, cuando del Foro se trata. Para ello examinemos un poco la historia del Foro de San Pablo.
El Foro de San Pablo se inició, a inicios de los noventa, con la convocatoria del PT a las fuerzas de izquierda en América Latina. Era un momento de resistencia para la izquierda, en medio del embate de los gobiernos conservadores que campeaban en la región, y la hegemonía del pensamiento ortodoxo en materia económica. La idea de proponer alternativas al "neoliberalismo" fue parte de la fuerza de su convocatoria.
Hoy el Foro de San Pablo se plantea diversas cosas, entre las que cuentan tanto objetivos más o menos específicos a nivel nacional (como las políticas de respeto a las minorías, apoyar la transparencia electoral, o la política de derechos humanos), como a nivel internacional (como desarrollar una OEA "paralela", sin participación de Estados Unidos), y objetivos más o menos difusos como "combatir el hambre", "luchar contra el imperialismo", o ir hacia una "integración energética".
Así, lo primero que se plantea en estos términos es el de la unión y consolidación de un bloque de izquierda emergente en América Latina. Esto supone no una agenda comercial, como la que se inició en la época de la integración bajo hegemonía liberal (los noventa), sino una agenda básicamente política.
Sin embargo, las viejas cuestiones, las que dieron origen al Foro de San Pablo, están todavía vigentes y el "giro a la izquierda" en América Latina, aunque le ha dado una fuerza formidable a estos movimientos y a estos gobiernos, no ha conseguido resolverlas en una ecuación común. Y es que post colapso del socialismo real y aún en la crítica al neoliberalismo, la visión de una alternativa al "capitalismo real", deja de ser tan visible. Para algunos, esto es motivo de celebración: las izquierdas han dejado de cuestionar al capitalismo, y por ende, han dejado de ser anti sistema (y en consecuencia, han perdido su histórico "violentismo" y "rupturismo"). Hoy, son izquierdas adaptadas y lo que producen cuando llegan al gobierno es una buena circulación de las élites que "airea" la política, abre la agenda y democratiza el poder.
El escepticismo sobre los populismos y peor aún, sobre la experiencia de la vía al socialismo en Chile, con el gobierno de Allende, llevó algunos a buscar la tercera vía en una clave "socialdemócrata". Una alianza entre trabajo y capital, que domesticara a este último y reivindicara al primero, parecía ser la solución. Quizá la mejor expresión de este intento sea el gobierno de Lula en Brasil. Por otro lado, la pretensión "soberanista" frente al capital extranjero, hizo parte de una agenda que practicaron algunos de los países con recursos energéticos claves, como Bolivia, y como Venezuela. Finalmente, la idea de recuperar un Estado de Bienestar que asegurara el bienestar de las grandes mayorías, desprivatizara los servicios públicos y resolviera la situación de la población en situación de "emergencia social", estuvo en el ideal de muchos (en el caso uruguayo, claramente). Sin embargo, todos estos desafíos están pendientes y dar al capitalismo "por hecho", en el marco de una lucha antiimperialista, soberanista y anti-neoliberalista, no parece tan simple. Es como pensar que el neoliberalismo es una fase "perversa" del capitalismo y no simplemente una fase. Es pensar que puede haber un capitalismo "humano". Y sin duda, hay ejemplos de ello: las virtuosas socialdemocracias de los países nórdicos, por ejemplo.
Sin embargo, las soluciones virtuosas no están a la mano para América Latina. En primer lugar, el capital es cada vez más indomesticable, y al mismo tiempo cada vez más necesario. La concesión de zonas francas en nuestro país para grandes inversiones extranjeras, lo ilustra en forma dramática. El capital, además, es cada vez menos nacional y cada vez más transnacional, de modo que la "domesticación" del empresariado, no está a mano para la mayoría de los países de América Latina.
En segundo lugar, la alianza capital-trabajo, parece cada vez más difícil de ser articulada, y este es un elemento clave en cualquier socialdemocracia. Buena parte del factor "trabajo" está hoy concentrado en actividades informales, que no pueden entrar dentro de ningún espacio de negociación colectiva (como los que caracterizan al pacto capital-trabajo en las socialdemocracias). El aumento estructural de la desocupación en América Latina debilitó al trabajo. Se pasó de luchar por el salario (la vieja lucha), o por los derechos sociales, a luchar simplemente, por tener trabajo. Y con ello los Estados nacionales, preocupados por la generación de empleo, se volvieron más dependientes aún del factor capital.
En tercer lugar, la idea de un futuro industrial autónomo para América Latina, tal como existía en la época de los populismos, parece haberse desvanecido: aquélla vieja ecuación "centro-periferia" se ha profundizado, aunque siguiendo otros rumbos, y los países de América Latina son cada vez más exportadores de materias primas y se enganchan en forma cada vez menos "inteligente" en la división internacional del trabajo.
Frente a esto, las izquierdas tienen varios dilemas que plantearse, y el abanico de las contradicciones presentes en América Latina lo muestra claramente. Mientras Lula defiende la producción de biocombustibles, Fidel Castro (o la FAO) advierten sobre los efectos nefastos que ésta provocará en el precio de los alimentos. Mientras en Uruguay se defienden las inversiones extranjeras como solución a los problemas del desarrollo, en Bolivia se las condena por haber conducido al país al más profundo subdesarrollo. Mientras Brasil defiende el rol del empresariado doméstico en el desarrollo nacional, en Argentina, se libra una lucha contra buena parte del mismo, enriquecido por la soja. La discusión del modelo agrícola no la discusión técnica, sino la política aún está pendiente, en un continente predominantemente agrícola.
Mientras tanto, con alguna excepción, la concentración del ingreso tiende a aumentar y la insatisfacción también. Los gobiernos de izquierda son hijos de la insatisfacción y la izquierda tiene que dar respuesta a esto, mientras trata de cambiar lo que cada vez es más difícil de cambiar. Quizá lo mejor sea airear todas y cada una de las contradicciones que se le plantean a cualquier gobierno de izquierda en este momento, sin desechar ninguna reflexión, ninguna alternativa, y sobre todo, ninguna crítica.
* Politóloga. Universidad de la República, Montevideo, Uruguay.