En una edición actualizada de El último peronista (Sudamericana), Walter Curia explica la pelea entre Néstor Kirchner y el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, y cuenta la última etapa del “liderazgo a patadas en el culo” del ex presidente, un estilo de conducción basado en el conflicto y la confrontación, y al que el autor relaciona con el vacío de poder que afectó a la Argentina en la crisis de finales de 2001
Por: Walter Curia
La Ley de Medios Audiovisuales que sustituyó a la de la dictadura, ha sido una de las medidas de espíritu reformista que, con la contribución de otros sectores, impulsó el gobierno de Cristina Kirchner en una declarada búsqueda de desconcentración del negocio mediático. A la luz de la aparición de innumerables medios alineados con el Gobierno y financiados con dineros públicos, que reproducen en los hechos la concentración que se decía cuestionar, la reforma no puede sino ser emparentada con aquella concepción más bien utilitaria que defendía el ex presidente sobre el papel de la prensa –y de los periodistas– en democracia.
El intercambio incluso constructivo de los primeros años que Néstor Kirchner mantuvo con los medios derivó, para entonces, en la “Guerra con Clarín”, una iniciativa que se convirtió casi en una gestión paralela. Todos los esfuerzos del Gobierno –incluso el aparato burocrático de la administración– fueron puestos a su servicio. Uno de los aciertos tácticos del kirchnerismo fue, en ese sentido, estimular el ánimo de revancha en sectores –e individuos– que reclamaban cuentas pendientes con el principal grupo de medios del país. Aunque las alentó, Kirchner pareció por momentos asistir con asombro a estas derivaciones.
Calificadas voces del kirchnerismo aceptan, aún hoy, que la ofensiva contra Clarín proporcionó a Kirchner un enemigo necesario después del revés con los productores agrarios, un enemigo que al mismo tiempo pudiera explicar esa derrota. Esta mirada se ajusta al tipo de construcción política –basada en la incentivación del conflicto y la confrontación– que desarrolló Kirchner a lo largo de su carrera. En el caso Clarín, el grupo representaba para el Gobierno un adversario visible, bien definido, con intereses económicos diversificados y cuya defensa podía ejercer además a diario.
La explicación de esta guerra más escuchada en fuentes del oficialismo, remite a un choque de intereses surgido a raíz de la búsqueda de una posición en el negocio de las telecomunicaciones mediante el ingreso a Telecom Argentina. El conflicto surgió después de que esa empresa inició un proceso de desinversión, tras la fusión en Europa de Telefónica y Telecom Italia, competidoras en el mercado argentino. A través de sucesivas intervenciones de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, el Gobierno buscó forzar el ingreso en Telecom de empresas amigas, con un doble propósito: hacer pie en el negocio de las telecomunicaciones, lo que podría ampliar su influencia en el espectro mediático, e impedir el ingreso en ese mismo mercado del Grupo Clarín.
En una entrevista con el diario de finanzas Financial Times de septiembre de 2010, Héctor Magnetto, CEO del Grupo Clarín, rechazó la idea de que el holding hubiera venido “apoyando” al Gobierno hasta la supuesta ruptura por Telecom. “Nosotros no apoyamos al Gobierno como usted plantea”, respondió Magnetto al periódico británico. “Acompañamos ciertas decisiones que entendimos necesarias para el país, algunas iniciadas antes de Kirchner (…) Luego arrancó un proceso de acumulación de poder con distorsiones que nuestros medios marcaron claramente (…) Respecto a Telecom, nunca fue eje de tensión con el Gobierno. Esa fue una falacia oficial para intentar disfrazar como un tema de negocios su incomodidad con nuestro rol periodístico. Eso no significa que el mercado de las telecomunicaciones sea ajeno a nuestra visión estratégica. De hecho nuestra apuesta al cable va en ese sentido.”
Fuentes del Grupo Clarín sí admitieron haber recibido una oferta oficial para facilitar su ingreso a Telecom en sociedad con empresas aliadas al Gobierno. “Antes nos habían ofrecido otras oportunidades de negocios, como el petróleo. En ambos casos, las rechazamos”, dijeron.
Kirchner logró a la par convertir a Magnetto en una figura de alcance público. Magnetto se recuperaba entonces de una difícil enfermedad y era, fuera de los ambientes políticos y empresarios, un hombre casi desconocido. “¿Adiviná quién vino?”, desafió Kirchner a un ministro en Olivos cinco días antes de la elección de junio de 2009. Magnetto estaba sentado en uno de los sillones de la jefatura de Gabinete de la residencia, según contó ese mismo ministro. Había recibido un llamado de Kirchner con la oferta de una tregua. “Yo no estoy peleado con nadie, el que está peleado sos vos. Nosotros vamos a tener una posición objetiva en la elección”, le respondió Magnetto. El ex presidente repuso, entonces, que avanzaría con el proyecto de Ley de Medios. “Si hago de la ley un eje, la saco.” Lo consiguió.
Kirchner adjudicó a la actuación de los medios del Grupo Clarín la pérdida de entre cuatro y cinco puntos en la derrota en la elección de 2009. A pesar de las violentas descargas públicas en su contra, Kirchner conservó su consideración hacia Magnetto como empresario. En una ocasión, Kirchner recibió en Nueva York la visita del magnate Rupert Murdoch, dueño de News Corp., uno de los principales conglomerados de medios del mundo. “Un tipo fuera de serie. Deberías haber estado: nunca conocí a alguien tan parecido a Magnetto”, le dijo Kirchner a quien esto escribe, al final de ese encuentro. Era septiembre de 2006. Cuatro años más tarde, en septiembre de 2010, y cuando el kirchnerismo había ya encadenado una serie de derrotas decisivas con Clarín, un hombre de acceso a Olivos aseguró haberle escuchado admitir a Kirchner: “Héctor es un gladiador”.
Como en El duelo, de Conrad, Magnetto también pudo reconocer virtudes en su antagonista. Entre los políticos argentinos, “el que tiene las cosas claras lamentablemente es Kirchner –dijo en una ocasión, unos meses antes de la muerte del ex presidente–. Coincido con él: el vacío de poder en el país es de una magnitud de la que no hay conciencia”, agregó.
La colisión entre estos dos hombres había sido un vaticinio de un lúcido empresario en la primera época de Kirchner en el gobierno, y aparece en la descripción que este libro hizo entonces de la relación del ex presidente con el mundo de los negocios que tanto lo fascinaba. Ese empresario afirmaba a finales del año 2004: “Acá el único que lo puede parar a Kirchner es Magnetto”.
La ofensiva del Gobierno contra Clarín pronto multiplicó los blancos: el kirchnerismo le arrebató al Grupo el negocio del fútbol y procuró incluso tomar el control de Papel Prensa, la empresa productora del principal insumo de diario, impugnando la adquisición de la compañía realizada durante la dictadura al Grupo Graiver por un consorcio integrado además por La Nación y La Razón.
No sólo se buscaron debilidades entre sus directivos, sino también entre sus periodistas. El ex presidente no tenía un buen concepto sobre el trabajo del periodista, a menos que el periodista fuera amigo de sus ideas o se encaminara a serlo. “El mejor periodista es el fotógrafo: nunca pregunta”, se le escuchó alguna vez. El mismo día que se abrió en el Congreso el debate por la Ley de Medios,
Kirchner censuró a un periodista de Clarín que le preguntó en una ocasional rueda de prensa en La Plata por el notable incremento de su patrimonio en los últimos años. “Mirá, yo no sé si te mandó Clarín o Magnetto (...) Yo no le pregunto a la Noble qué hace con sus recursos. Pero, como cualquier ciudadano, me someto a la Justicia”, respondió un Kirchner apenas contenido, visiblemente incómodo.
Kirchner desencadenó una crisis frente a cada sucesión, ante cada acechanza a su sistema de poder, cada vez que vio amenazada o debió transferir una porción de poder real. La derrota de junio de 2009 fue saldada hacia adentro con su alejamiento de la jefatura nacional del Partido Justicialista y con una durísima recriminación a los jefes territoriales bonaerenses.
La estrategia para las elecciones presidenciales de 2011 contemplaba el fracaso de 2009. Decidido a regresar a cualquier precio a la presidencia, Kirchner se había declarado dispuesto a ampliar el sistema de alianzas en la provincia –a derecha y a izquierda si era necesario– mediante múltiples ofertas electorales que le traccionaran votos a su candidatura presidencial, lo que ponía en riesgo el dominio territorial de los intendentes y la misma gobernación bonaerense. Kirchner no encontraba la luz y buscaba un cambio de escenario a cualquier precio. Su salud se resintió. Su repliegue a Santa Cruz, que anunció en las últimas semanas casi como una noción de catastro, era una señal difícil de entender, si no se la asociaba con su tendencia a la fuga. La compra de una parcela en el cementerio de Santa Cruz unos días antes de su muerte resulta perturbadora. La amenaza del retiro que tantas veces se le escuchó lanzar entre las paredes de Olivos y aquel cambio de escenario se consumaron finalmente en forma de drama.
Si la llegada de Kirchner a la presidencia fue un albur, su permanencia en la escena política argentina no pudo haber sido casual. Kirchner comprendió el espanto con que la Argentina asistió al vacío de poder en 2001 y se ofreció como hombre fuerte, con el consentimiento de todos los sectores. Ejerció un liderazgo absoluto. En boca de un ministro de Cristina de trato diario, “un liderazgo a patadas en el culo”.
*Periodista, trabaja en el diario Clarín
Fuente: Diario Perfil