Nacido el 1 de abril de 1942 en Buenos Aires, creció en un hogar de formación intelectual: su padre era pediatra y su madre, licenciada en Ciencias Naturales. De niño rindió libre el quinto grado en 1953: "Estaba aburrido de la escuela primaria", decía con desparpajo. Su ingreso al Colegio Nacional Mitre se produjo tras un examen calificado con 41 puntos sobre 45. Adolescente lector y cinéfilo, entusiasta del teatro, el jazz y la política, Daniel fue un estudiante brillante pero ajeno a la autocelebración: "Nunca me halagó lo del alumno aventajado", recordaba.
Se interesó inicialmente por la ingeniería, pero al estudiar el plan de estudios, cambió de rumbo y se inscribió en Derecho. Comenzó su carrera universitaria en 1958 y en sólo cuatro años rindió las 25 materias, con 16 sobresalientes, 6 distinguidos y 3 buenos. Paralelamente, fue becario, subdirector y luego director de los Cuadernos del Centro de Derecho y Ciencias Sociales, colaborador de la revista Lecciones y Ensayos y preparador de alumnos. Su método de estudio era riguroso y exhaustivo: "Me interesaba más actuar con soltura frente a los profesores que sacar una nota alta".
Divinsky fue mucho más que un editor. Fue un intelectual autodidacta, curioso y de formación múltiple. En 1967, junto con Ana María "Kuki" Miler, su compañera y socia, fundaron Ediciones de la Flor. La editorial publicó a lo largo de décadas a nombres fundamentales como Quino, Rodolfo Walsh, Roberto Fontanarrosa, Caloi, Maitena, Liniers, Nik, Jorge Ibargüengoitia, Enrique Lihn, Camilo Taufic, y más recientemente, Alberto Montt y Decur. También editó obras teatrales completas de Roberto Cossa, Diana Raznovich, Griselda Gambaro, Eduardo Rovner y Carlos Gorostiza.
Durante la última dictadura militar, Divinsky y Miler estuvieron detenidos cuatro meses y medio y debieron exiliarse en Caracas entre 1978 y 1983. Allí fue director del Departamento de Difusión y Distribución de la Biblioteca Ayacucho y codirector de la colección Libros de Hoy de El Diario de Caracas. Contra todo pronóstico, la editorial siguió funcionando en Argentina gracias a la administración de su suegra, que mantuvo las cuentas en orden, permitió seguir editando libros —a distancia, por carta— y cuidó la estructura hasta su regreso.
"Cuando volvimos y me senté otra vez en mi escritorio, estaban hasta los clips", recordaba con asombro. De la Flor sobrevivió a la cárcel, al exilio, y luego a las múltiples crisis económicas que azotaron al sector editorial argentino. Una de sus fórmulas fue la administración austera, la fidelidad a sus autores y el fortalecimiento del fondo editorial como base económica. "Las editoriales viven del fondo, no de las novedades", decía.
Divinsky tenía un fuerte vínculo personal con los autores que editaba. Quino, con quien trabajó desde 1970, no sólo fue su autor emblemático sino un amigo cercano. "No se le ocurriría irse de esta editorial para Latinoamérica", decía con orgullo. Con Fontanarrosa, la relación fue también de mutua confianza: le confiaba los cortes finales de sus libros. Tras su muerte, un conflicto entre los herederos hizo que sus obras pasaran a otra editorial: "No es una casa para él", se lamentaba.
Tenía un talento especial para descubrir humoristas gráficos. En sus comienzos, seleccionaba por gusto personal: "Si me hacía reír, pensaba que a otros también". Con los años, aprendió a mirar hacia públicos más jóvenes. Apoyó nuevas voces como Liniers, Decur o Montt, a veces incluso contra el criterio del mercado: "Publicamos libros rarísimos que no se vendieron nada, pero me enorgullece haberlo hecho".
Fue, además, un "solapado escritor", como se definía a sí mismo, por su labor artesanal escribiendo solapas y contratapas. Consideraba la solapa como un arte menor pero decisivo: "Tiene que ver más con la pesca que con la literatura", afirmaba. Jamás se autopublicó, aunque había terminado de dictar sus memorias profesionales a la periodista Silvina Friera, que serán publicadas por Libros del Zorzal.
Divinsky también tuvo un vínculo intenso con la cultura chilena. En 1961 conoció a Violeta Parra a través de su hijo Ángel. Violeta lo invitó a su casa, donde lo examinó en la puerta antes de dejarlo pasar: "Me hizo quitar los anteojos, me miró y me dijo: puedes pasar". Años después, organizó en Buenos Aires una exposición de sus arpilleras y editó Toda Violeta Parra, con textos y una biografía de Alfonso Calderón.
Otra historia legendaria fue la publicación de Batman en Chile, la novela de Enrique Lihn, que le llegó desde el exilio. También editó el influyente Periodismo y lucha de clases, de Camilo Taufic. Cuando descubrió una edición pirata en España, escribió indignado a su editor; este respondió enviando un cheque que le permitió a Taufic vivir un tiempo con dignidad.
A lo largo de su vida recibió múltiples distinciones: Premio Konex Mención Especial (2004), jurado de los Premios Konex (2014), reconocimiento del Congreso de la Nación (2007) por su contribución a la cultura, diploma "Al Maestro con Cariño" de TEA, y participó del Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario (2004). En 1997, fue homenajeado en la Feria del Libro de Guadalajara junto a Kuki Miler.
A pesar del paso del tiempo, seguía trabajando diariamente en su editorial, que nunca abandonó su escala humana: apenas doce personas, entre ellos sus dueños, que atendían personalmente a autores y lectores. Para muchos, De la Flor fue la editorial donde pasó su infancia, adolescencia y adultez leyendo a Mafalda, Gaturro o Inodoro Pereyra. Un lugar donde, aún hoy, pervive la memoria del humor y la política latinoamericanos.
Divinsky decía que el matrimonio era "imprescindible, aunque amplía y limita". Comía con refinamiento, veía a Los Picapiedra, soñaba con tener un auto y gastaba su dinero en libros, discos y revistas. Nunca se quejó de su destino: fue un editor que supo leer su época y también escribirla a través de los libros de otros. No necesitó figurar en las tapas: le bastó con escribir las solapas.
Lily su compañera escribió en su perfil de Facebook:
Hola a todos:
No soy Daniel, sino Lili, su esposa. Daniel falleció esta madrugada, en paz, rodeado de amor y profundamente querido.
No habrá velorio; se realizará una cremación íntima. Luego, tal como él lo pidió, sus cenizas serán arrojadas al Río de la Plata. Avisaremos la fecha para que quienes deseen acompañarnos puedan hacerlo.
Gracias por el cariño, las palabras, los libros, las actividades, las complicidades y las risas compartidas.
Sé cuánto los quiso y cuánto disfrutó de tenerlos cerca.Un abrazo muy grande.
La Nueva Belgrano: el sello Divinsky y la radio que fue faro democrático
"Seguramente cuando las autoridades actuales pensaron en Daniel Divinsky para ocupar el cargo de director de Radio Belgrano, estimaron que era merecedor por su condición intelectual. Es, por demócrata y por lo buena persona que es. Divinsky, por su parte, aceptó soñando aún la revolución de las pequeñas cosas, la de hacer en esa emisora, que gozó en otros tiempos de buenos programas y gran audiencia.
Lo real es que en el margen de tolerancia que un director de radio puede tener la injerencia en ese puesto, sobre todo, si se entiende controlar orden administrativo y contestar las eternas llamadas con calorro velas, con mayor injerencia, y ser válvulas (musicales) que no entrenaban en ese sillón. Daniel se metió en estos despojos: que lo hablarán mal o bien (su trabajo), no lo distrae. Él sigue. Como quien no tiene otra misión que la de sembrar, el hombre de Sudamericana –la editorial que fundó hace muchos años y en conjunto ha trajinado y asumido la responsabilidad honorable del funcionario serio, del hombre que no tuvo militancia política como no la tuvo su editorial. Ambos, perseguidos una vez por su línea política, como le pasó con Divinsky. A los 36 años, fue un tipo diferente de todos esos otros argentinos que siguen su suerte o se achican. Por el delito de vender libros fue condenado en ejemplos militares –a procesos arbitrarios–, y en el ’76 debió radicarse en Caracas, tras nuestro enésimo ciclo. Por publicar libros como "Prisionero sin nombre, celda sin número", que muchos se atrevieron a leer, a decir, a recordar. Si la memoria es débil, deben saber los que no sabían, que desde su actividad, Daniel Divinsky, en otro tiempo y sin un peso, ha embellecido hasta la programación de noticias, ha imprimido rigor en los periodísticos, ha enmudecido la antigua cotidianeidad belgraniana y ha hecho de Belgrano una radio distinta. No es poco si pensamos que lo rodea, que debe enfrentar el lastre burocrático", escribió Mona Moncalvillo como presentación de una entrevista a Daniel Divinsky en Revista Humor.
Cuando Daniel Divinsky asumió como interventor de Radio Belgrano (LR3), el 28 de diciembre de 1983, no tenía antecedentes en el mundo de los medios. Era editor, abogado, y una figura cultural reconocida por su trabajo en Ediciones de la Flor, donde había publicado a Quino, Fontanarrosa, Liniers y otros imprescindibles. Pero su llegada a la radio pública marcó un antes y un después en la historia de la comunicación argentina. Con él —y con un equipo plural— nació una emisora pública alternativa, crítica, moderna, que captó el pulso de la democracia recién recuperada.
La conducción de la emisora ya se había delineado: el radical Rubén Zanoni fue nombrado Gerente General, segundo cargo en importancia tras el de director. Junto con Divinsky, Jorge Palacios, Ricardo Horvath y otros referentes, gestaron una experiencia comunicacional inédita, que combinó libertad editorial, innovación estética y una fuerte interacción con las audiencias. La Nueva Belgrano no fue una radio oficialista: fue una radio pública. Y ahí radicó su potencia.
Durante su gestión —que se extendió hasta agosto de 1985— se emitieron ciclos emblemáticos como Sin Anestesia, con Eduardo Aliverti; Sueños de una noche de Belgrano, con Jorge Dorio y Martín Caparrós; y Ciudadanas, el primer programa feminista en una emisora estatal. La grilla incluyó voces de las colectividades exiliadas, espacios para debates culturales, y segmentos donde los oyentes eran protagonistas. Se demostró que una radio estatal podía ser plural, independiente y competitiva, escalando a los primeros puestos de audiencia sin renunciar a su vocación democrática.
La derecha la apodaba con desprecio "Radio Belgrado", por su tono combativo y por abrir micrófono a expresiones marginalizadas durante la dictadura. El momento más dramático de aquella etapa ocurrió el 29 de abril de 1985, cuando un grupo comando hizo detonar cinco bombas en la planta transmisora de Hurlingham. Fue el primer atentado terrorista contra un medio desde el regreso de la democracia. Días después, el 2 de mayo, Aliverti abría su programa con un editorial lapidario: "Señor Presidente, es ésta una especie de breve carta que llega con un poco de retraso. Su palabra al país fue el viernes; el fin de semana no tengo audición; el lunes nos pusieron cinco bombas que impidieron la salida al aire".
Divinsky presentó su renuncia indeclinable el 16 de agosto de 1985, efectiva a fin de ese mes. En su carta al nuevo Secretario de Información Pública, Juan Radonjic, adujo motivos personales. Explicó que siempre había aceptado el cargo como una tarea transitoria, y aclaró que su salida no implicaba ningún distanciamiento con el proyecto político de Alfonsín.
"Seguramente cuando las autoridades actuales pensaron en Daniel Divinsky para ocupar el cargo de director de Radio Belgrano, estimaron que era merecedor por su condición intelectual. Es, por demócrata y por lo buena persona que es. Divinsky, por su parte, aceptó soñando aún la revolución de las pequeñas cosas, la de hacer en esa emisora, que gozó en otros tiempos de buenos programas y gran audiencia.
Lo real es que en el margen de tolerancia que un director de radio puede tener la injerencia en ese puesto, sobre todo, si se entiende controlar orden administrativo y contestar las eternas llamadas con calorro velas, con mayor injerencia, y ser válvulas (musicales) que no entrenaban en ese sillón. Daniel se metió en estos despojos: que lo hablarán mal o bien (su trabajo), no lo distrae. Él sigue. Como quien no tiene otra misión que la de sembrar, el hombre de Sudamericana –la editorial que fundó hace muchos años y en conjunto ha trajinado y asumido la responsabilidad honorable del funcionario serio, del hombre que no tuvo militancia política como no la tuvo su editorial. Ambos, perseguidos una vez por su línea política, como le pasó con Divinsky. A los 36 años, fue un tipo diferente de todos esos otros argentinos que siguen su suerte o se achican. Por el delito de vender libros fue condenado en ejemplos militares –a procesos arbitrarios–, y en el ’76 debió radicarse en Caracas, tras nuestro enésimo ciclo. Por publicar libros como "Prisionero sin nombre, celda sin número", que muchos se atrevieron a leer, a decir, a recordar. Si la memoria es débil, deben saber los que no sabían, que desde su actividad, Daniel Divinsky, en otro tiempo y sin un peso, ha embellecido hasta la programación de noticias, ha imprimido rigor en los periodísticos, ha enmudecido la antigua cotidianeidad belgraniana y ha hecho de Belgrano una radio distinta. No es poco si pensamos que lo rodea, que debe enfrentar el lastre burocrático", escribió Mona Moncalvillo como presentación de una entrevista a Daniel Divinsky en Revista Humor.
Cuando Daniel Divinsky asumió como interventor de Radio Belgrano (LR3), el 28 de diciembre de 1983, no tenía antecedentes en el mundo de los medios. Era editor, abogado, y una figura cultural reconocida por su trabajo en Ediciones de la Flor, donde había publicado a Quino, Fontanarrosa, Liniers y otros imprescindibles. Pero su llegada a la radio pública marcó un antes y un después en la historia de la comunicación argentina. Con él —y con un equipo plural— nació una emisora pública alternativa, crítica, moderna, que captó el pulso de la democracia recién recuperada.
La conducción de la emisora ya se había delineado: el radical Rubén Zanoni fue nombrado Gerente General, segundo cargo en importancia tras el de director. Junto con Divinsky, Jorge Palacios, Ricardo Horvath y otros referentes, gestaron una experiencia comunicacional inédita, que combinó libertad editorial, innovación estética y una fuerte interacción con las audiencias. La Nueva Belgrano no fue una radio oficialista: fue una radio pública. Y ahí radicó su potencia.
Durante su gestión —que se extendió hasta agosto de 1985— se emitieron ciclos emblemáticos como Sin Anestesia, con Eduardo Aliverti; Sueños de una noche de Belgrano, con Jorge Dorio y Martín Caparrós; y Ciudadanas, el primer programa feminista en una emisora estatal. La grilla incluyó voces de las colectividades exiliadas, espacios para debates culturales, y segmentos donde los oyentes eran protagonistas. Se demostró que una radio estatal podía ser plural, independiente y competitiva, escalando a los primeros puestos de audiencia sin renunciar a su vocación democrática.
La derecha la apodaba con desprecio "Radio Belgrado", por su tono combativo y por abrir micrófono a expresiones marginalizadas durante la dictadura. El momento más dramático de aquella etapa ocurrió el 29 de abril de 1985, cuando un grupo comando hizo detonar cinco bombas en la planta transmisora de Hurlingham. Fue el primer atentado terrorista contra un medio desde el regreso de la democracia. Días después, el 2 de mayo, Aliverti abría su programa con un editorial lapidario: "Señor Presidente, es ésta una especie de breve carta que llega con un poco de retraso. Su palabra al país fue el viernes; el fin de semana no tengo audición; el lunes nos pusieron cinco bombas que impidieron la salida al aire".
Divinsky presentó su renuncia indeclinable el 16 de agosto de 1985, efectiva a fin de ese mes. En su carta al nuevo Secretario de Información Pública, Juan Radonjic, adujo motivos personales. Explicó que siempre había aceptado el cargo como una tarea transitoria, y aclaró que su salida no implicaba ningún distanciamiento con el proyecto político de Alfonsín.
Divinsky relató a la Agencia de Noticias de Ciencias de la Comunicación como fue la experiencia de Radio Belgrano: "Totalmente revulsiva, porque había una radio, como en todos los medios, con gente muy atemorizada: nadie quería decir nada, todos temían la autoridad del interventor como si fuera a salir a castigarlos a latigazos. No era mal tipo el que estaba a cargo, dentro de lo que podía ser un militar a cargo de una radio. Lo que decidimos con el equipo que me acompañó, algunos radicales otros independientes, fue designar un gerente periodístico, que fue Jorge Palacios y a Ricardo Horvath, y armar una programación provisoria desde el 11 de diciembre que asumimos, hasta marzo que iba a empezar la programación efectiva. Estuvimos buscando lo mejor que había sido opositor a la dictadura: (Eduardo) Aliverti tenía la mañana con un movilero muy audaz y muy revulsivo que devino en lo que ahora es Jorge Lanata. Después había un programa que se llamaba Nuevos aires que tenía un elenco bastante variado donde había un abogado muy defensor de la dictadura, al que poco tiempo después le pedí la renuncia, estaba Enrique Vázquez, Diego Bonadeo en deportes, Silvia Puente… y mantuvieron ese espacio que fue muy lindo. Después un programa femenino que se llamaba Ciudadana, que hacían Julia Constenla y Marta Merkin. También había un diario de la tarde con varias estrellas del periodismo: Rogelio García Lupo en política nacional, por ejemplo. Le dimos la trasnoche, desde las doce a dos de la mañana, a un programa que nos dio muchas satisfacciones y muchos dolores de cabeza. Se llamaba Sueños de una noche de Belgrano y lo hacían nada menos que Jorge Dorio y Martín Caparrós: un programa totalmente original, con montaje, con sonido temático monográfico. A los pocos programas de Sueños… fue el aniversario de la invasión de Malvinas y lo hicieron un poco satírico al tema, eso motivo que un ex militar hiciera una huelga de hambre en el estudio, tomara la radio, y cosas por el estilo. O sea que… ¡Aventuras no faltaron!"La experiencia de Radio Belgrano bajo su dirección puede leerse como una continuidad del ideario editorial que Divinsky desplegó con Ediciones de la Flor: libertad de expresión, apuesta por las nuevas voces, defensa de los derechos humanos y compromiso con una cultura democrática. Si en papel construyó un sello que desafiaba a los censores, en el aire de la radio sembró una manera distinta de decir, de escuchar, de hacer política con las palabras. Y aunque breve, esa primavera radial dejó huella.
Perfil de Daniel Divinsky por Leila Guerriero
Las ondas expansivas de Mafalda
—Británica… casi.
Falta un minuto para las cuatro de la tarde. La cita era a las cuatro.
—Ya bajo a abrirte.
Daniel Divinsky terminó hace meses de desocupar su casa natal, en el barrio de Villa Crespo, Buenos Aires, donde se crio y vivió hasta los 27. Durante los últimos años ese sitio funcionó como depósito de Ediciones de la Flor, la editorial que él fundó en 1966, donde publicó a lo largo de casi medio siglo a Rodolfo Walsh, Quino, John Berger, Lezama Lima, Roberto Fontanarrosa, Fogwill, entre cientos de otros, y que desde 2105 ya no es suya. La puerta del ascensor se abre en la planta baja de un edificio que está frente al zoológico de Buenos Aires y Divinsky camina hacia la puerta de entrada, jeans, suéter y, ahora que se operó, sin gafas.
—Qué puntualidad.
Su departamento es un dúplex en un piso alto. No parece el lugar donde vive una persona nacida en 1942, sino un sitio habitado por un diseñador de 30 años. Una puerta ventana da al balcón que se derrama con vértigo sobre las copas de los árboles del zoológico. En el rellano de la escalera que lleva al piso superior hay una mesa antigua cubierta por algunos de los libros que trajo de su casa natal.
—Esa mesa era del comedor de la casa de mis viejos. Yo pensé que eran pocas cosas las que tenía que sacar, pero eran 60 cajas. Estaba mi biblioteca juvenil, más la de mis viejos. Voy a vender la casa. Mañana firmo.
—¿No te sacudió revolverlo todo?
—No le tengo cariño retrospectivo. Era una casa introvertida, porque la habitación que daba a la calle era el consultorio médico de mi viejo, entonces estaba cerrada. No, no siento que haya sido una infancia muy feliz.
Sobre la mesa antigua hay un ejemplar de la revista Primera Plana de diciembre de 1962. Allí, el periodista Ramiro de Casasbellas publicó una nota titulada “De Salgari al derecho internacional, Daniel Divinsky, un abogado de 20 años sin iliquidez”. La nota destaca un logro inusual: Divinsky se recibió de abogado a los 20 años, tras haber cursado la carrera en cuatro. El fenómeno se debió, en parte, a que para alcanzar a dos de sus mejores amigos que rindieron un año del secundario libre, Divinsky hizo lo propio y terminó el colegio antes.
“Mi padre me dijo: ‘Allá vos, dejar una profesión universitaria para vender papel impreso…”.
—¿Cómo llegó esa información a Primera Plana?
—Porque resulta que yo militaba en la universidad en el movimiento reformista y ahí estaba Carlos Barbé, que era periodista del diario La Razón, y cuando me gradué hizo un sueltito en La Razón y Ramiro de Casasbellas, que trabajaba en Primera Plana, lo encontró y publicó eso, y ayer, revolviendo, la encontré.
Carlos Barbé que lleva a La Razón que lleva a Ramiro de Casasbellas que lleva a Primera Plana que lleva a la casa de la infancia: Divinsky habla en un aluvión de sintaxis fluida, con voz aguda y casi sin respirar, como si la mente fuera demasiado rápida y él tuviera que sacarse todo ese lenguaje de adentro como si le quemara, y expone todas las relaciones que llevan de una cosa a la otra con rapidez bulímica, usando conectores remilgados de manera irónica —“dicho lo cual”, “asumidas que fueron las consecuencias”—, y transformando respuestas sencillas en alocuciones repletas de nombres propios y fechas exactas. Pero a veces da respuestas cortas después de las cuales se queda callado, como si no tuviera nada más para decir.
—¿Eras obediente a las indicaciones de tus padres?
—Bastante.
Hace silencio y baja el mentón.
—Por temor más que por convicción. Mi viejo era un tipo adusto, de poquísimas palabras.
José Divinsky, su padre, llegó a Argentina desde Odessa siendo un niño, en la primera década del siglo XX, en un camarote de barco de tercera clase de frenética pobreza, pobreza que continuó en la vida que llevó en Buenos Aires donde hizo toda clase de trabajos hasta recibirse de médico cuando, de todos modos, siguió trabajando de sol a sol: dos hospitales en la mañana, un instituto municipal de deporte después de mediodía, su consultorio en la tarde.
—Mi padre hablaba poco de las privaciones que tuvieron que pasar y que se traducían en costumbres que a mí me avergonzaban muchísimo, como pelar una manzana no dejando ni un poquito junto a la cáscara. Cosas de gente que pasó hambre.
—¿Tu madre también era parca?
—No. Hablaba todo lo que mi viejo no hablaba. Totalmente controladora.
—¿Tu relación con ella era buena?
—Era la relación de controlado-controladora. Leía mucho. Seguía varios programas culturales de radio y anotaba los libros que se recomendaban. Cuando mi viejo iba al centro se los compraba, y a mí me compraba policiales. A veces compraba en librerías de segunda mano. Iba a una de Corrientes, cerca de El Aguilucho, que era una casa que vendía aeromodelismo y todo eso, que estaba en Corrientes y Paraná, y se llamaba El Aguilucho por Óscar Gálvez, el famoso piloto de automovilismo, paciente de mi viejo. En realidad, Gálvez…
Le debe su precocidad lectora a una enfermedad renal, nefritis, que lo obligó a permanecer en cama a los cuatro años. Para entretenerlo, sus tías le enseñaron a leer y a los cinco lo hacía de corrido. Estudiaba, leía, jugaba al fútbol en la vereda (aunque sus padres solo le permitían hacer de arquero: no querían que bajara a la calle). El colegio —el primario, el secundario— pasó rápido. Llegó a los 16 con la convicción de estudiar letras.
—Pero mi viejo me dijo: “Tenés que ganarte la vida. ¿Qué vas a hacer con letras, vas a ser profesor toda tu vida?”. Elegí derecho y estudié como un condenado para terminar rápido. Mi gran salida semanal era los sábados. Estudiaba y a eso de las seis iba a las librerías y disquerías de Corrientes y volvía con discos y libros y me quedaba en mi casa.
—Era bastante patético.
Apenas recibido, Divinsky empezó a trabajar de abogado con un socio, Óscar Finkelberg. Mientras, intentó hacer un curso de Sociología, pero en 1966 el Gobierno militar de turno desalojó violentamente las universidades estatales, tomadas por alumnos y profesores en protesta contra el régimen. Los cursos fueron cancelados y Divinsky se quedó sin plan.
—Mi socio dijo: “Pongamos una librería”. Pedimos prestado y conseguimos 300 dólares entre los dos.
Como el dinero no alcanzaba para una librería, se asociaron con Jorge Álvarez, editor independiente que había publicado los primeros libros de Ricardo Piglia, Manuel Puig y varios volúmenes de Mafalda, de Quino. Así fue como la editorial de Divinsky —cuyo nombre fue inspirado por Pirí Lugones, asesora editorial de Álvarez, cuando dijo: “Ah, pero ustedes quieren hacer flor de editorial”— vino al mundo en 1966.
—Y recién a los 27 me fui a vivir solo.
—Hasta los 27 estuviste bajo…
—Bajo la protección o el yugo doméstico de mi familia. Para mi vieja fue dramático que me fuera. Pero para mí fue fantástico. Aparecían Vinicius y Toquinho con Maria Creuza en mi departamentito, cocinando fideos a las tres de la mañana.
Poco después, Jorge Álvarez vendió su parte de la editorial para dedicarse a otros proyectos, y sucedió algo que lo cambió todo: en 1970 Quino quiso contratar a Divinsky como abogado. Álvarez se había atrasado con el pago de los derechos de autor.
—Lo derivamos a un abogado amigo y llegaron a una solución. Y Quino dijo: “Por qué no empiezan con Mafalda en De la Flor?”.
Las ondas expansivas de esa pregunta siguen sintiéndose: los libros de Quino vendieron y venden cientos de miles de ejemplares. Fue ese mismo año cuando Divinsky y Ana María Kuki Miller se encontraron.
Divinsky con Kuki Miller, su hijo, Augusto Roa Bastos y Amelia Nassi. En París, en septiembre de 1977.Mariana Eliano
—Ella había tenido, años antes, una relación con mi socio. Un par de años después murió el padre de ella y fui a su velatorio. Y de ahí salió una invitación para ir al cine, y empezó la historia.
Aún con el éxito de Quino, la editorial estaba en una situación financiera penosa, y Kuki Miller, que había estudiado Economía Política, organizó los números. En 1973 él decidió abandonar la abogacía y dedicarse solo a la editorial. Después se compró una casa.
—El día del golpe en Chile, yo iba con una valija llena de plata a firmar la escritura del departamento donde vivimos con Kuki en República de la India.
Republica de la India es la calle en la que ahora vive, a una cuadra del departamento que habitó hasta separarse, en 2009, y donde aún vive Kuki Miller.
—Me dijo: “Allá vos, dejar una profesión universitaria para vender papel impreso”. Todas las familias felices se parecen, pero las infelices, etcétera, etcétera.
—¿No estás cansado?
—Entre lo de ayer en casa de mis padres y esta conversación, quedé agotadísimo. Pero no me había dado cuenta si no me lo decís.
—/
—¿Quién es? —dice la voz en el portero eléctrico.
—Leila.
—Pero habíamos quedado a las cuatro y media.
—No, a las cuatro.
Divinsky baja del ascensor en la planta baja del edificio y con un tono de reprobación simpática dice:
—Era a las cuatro y media. Como la vez pasada.
—La vez pasada quedamos a las cuatro.
—No, cuatro y media.
Ya en su departamento, mientras sirve agua y café, dice:
—Che, nena, casi te quedás sin entrevistado. El viernes pasado estaba en una casa que heredé de una tía en un country cerca de Ezeiza…
Sigue a eso la explicación de quién era esa tía y de cómo esa casa llegó a él y de por qué decidió no venderla para, finalmente, aterrizar en el viernes pasado cuando, estando en esa casa, se sintió mal y terminó en una clínica donde le diagnosticaron una isquemia temporaria: falta de irrigación temporaria en el cerebro.
—Supongo que los factores orgánicos son evidentes. Pero el miércoles pasado terminé de vaciar la casa, después hablé con vos y el viernes fue la firma de la escritura…
—¿Entonces sí te habrá afectado desocupar la casa?
—No. Más me movilizó el hecho de la plata. Me desagradó ver esa cantidad de pesos. Ahora me voy a gastar la guita lentamente, durante varios años, en vivir y en viajar, y chau.
—/
—Daniel es negador. Es completamente escindido. Eso le permite seguir adelante.
Liliana Szwarcer es pareja de Daniel Divinsky desde hace seis años. El la llama “mi compañera”. Tres décadas atrás, ella trabajaba en una editorial chica. El dueño le indicó que llamara a cinco de las grandes para organizar un estand juntos. En todas la atendieron secretarias. En De la Flor le pasaron con Divinsky.
—Fue una conversación larguísima, y yo me quedé fascinada.
A esa llamada siguió, según dicen ambos, “algo fuerte que no se jugó”.
—Hasta que seis años atrás encuentro un mensaje en mi contestador. Una voz muy risueña que dice: “Hola, Liliana, soy Daniel Divinsky. Te llamo para decirte que me separé”. Nos vimos y arrancamos. Pero no todo fue recoger flores del huerto. No es fácil conocer a Daniel. Los rasgos más evidentes son los del humor y el entusiasmo infantil, arrebatado. Pero las situaciones dolorosas las evade. Una vez cortamos unos días. Y me llamó. Fuimos a un bar, y durante una hora y media hablé y al final le dije: “Por eso es imposible que estemos juntos”. Al salir me dijo: “¿Dónde vamos?”. Le dije: “¿Pero vos entendiste?”. “Sí”. Entonces me di cuenta de que no era que no quisiera entender: no podía porque no escucha.
Los años que duró su pareja con Kuki Miller fueron intensos y, en parte, crueles. Tenían poco más de 30 y un hijo chico cuando ocurrió el golpe militar de marzo de 1976. Perdieron autores y amigos —Walsh, Pirí Lugones, Paco Urondo— víctimas de la dictadura, y muy pronto el viento oscuro de la noche los envolvió también. En febrero de 1977, un decreto los puso a disposición del poder ejecutivo por la publicación de un libro para niños llamado Cinco dedos, en el que los cinco dedos de una mano roja se unían para hacer frente a los de una mano verde que los perseguía. El libro fue acusado de “incitar a la subversión” y los detuvieron cuatro meses y medio. Después se exiliaron en Caracas, mientras en Buenos Aires De la Flor seguía funcionando porque la madre de Kuki manejaba todo siguiendo las instrucciones que su yerno le enviaba por carta. Regresaron en 1983 y le ofrecieron ser director de Radio Belgrano. Su paso por allí hizo época y Kuki, mientras tanto, se ocupó de la editorial. En 1985, Divinsky dejó la radio y se dedicó, tiempo completo, a Ediciones de la Flor, en cuyo catálogo conviven megaventas como Quino, Rodolfo Walsh y Roberto Fontanarrosa con los primeros libros de Maitena, Liniers, Martín Caparrós, obras de Ray Bradbury y Umberto Eco.
—El único criterio para publicar era el gusto. El éxito de los libros de Quino, Fontanarrosa, Walsh permitía apostar a libros inverosímiles, no porque fueran malos, sino porque eran invendibles. Me di todos los gustos.
—¿Y cuál es el gusto de ser editor?
—Exhibicionismo. “Miren qué cosa descubrí que no había descubierto nadie antes”. Jorge Herralde, de Anagrama, siempre dice que el editor reconoce a un autor que era preexistente, no es que lo descubra. Me parece legítimo. Pero uno no puede dejar de presumir de lo que descubrió. Que yo haya buscado y conseguido los derechos de Johnny fue a la guerra, de Dalton Trumbo, y que lo haya traducido Rodolfo Walsh es un orgullo. Y que haya conseguido dos libros de Berger.
Fueron años de buscar derechos, de leer manuscritos. Hoy nada de eso existe. Divinsky y Kuki se separaron en 2009, pero continuaron siendo socios hasta 2015. Y entonces todo terminó. El 15 de septiembre de 2015, él envió un e-mail a la prensa, amigos y conocidos: “El viernes pasado (…) firmé la cesión, a precio irrisorio, de mi parte en Ediciones de la Flor a mi exsocia. (…) La convivencia laboral se había tornado imposible y todo proyecto mío se estrellaba con su enconada negativa”. Seguía contando que el domingo siguiente a la firma del acuerdo se había encontrado “con que vándalos (…) ingresaron el sábado en el edificio (…) y arrasaron con el contenido de mi despacho, vaciando cajones de escritorio y estantes de la biblioteca y ficheros, sustrayendo papeles, documentos (…). Incluso, para despertar sospechas sin duda injustificadas, dejaron papeles manuscritos imitando la letra de Kuki con textos insultantes y amenazadores (…)”.
—Pasamos 39 años juntos. Salvo los cinco últimos, fueron muy buenos. Todo lo que era aceptado con naturalidad, como cierta propensión mía a estar en el centro de la escena, fue complicando todo. Ella fue salvadora económica de la editorial. Era una división del trabajo tácitamente acordada que se cumplió hasta que dejó de cumplirse. Ahora me siento enormemente aliviado. Fue como amputarme algo para conservar la vida del resto del cuerpo.
—Tu hijo no se dedicó a la editorial.
—No, Emilio se dedica a la música. Al contrario. Alguna vez dijo que él tenía una hermana mayor que acaparaba toda la atención de sus padres, que era la editorial.
—¿Y puede tener algo de razón?
—Me es imposible saberlo. Yo sentí que en el tiempo que trabajé en la editorial era, para parafrasear a Evita, la razón de mi vida. Hace cuatro años que no tenemos contacto con Emilio.
—¿Y eso no te dañó?
—Al principio, sí. Después, como a todo, uno se adapta.
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“El gusto de ser editor es el exhibicionismo: ‘Miren qué cosa descubrí antes que nadie”.
La voz de Kuki Miller llega jovial desde el teléfono. Dice que, a pesar de que el sector atraviesa un momento difícil, Ediciones de la Flor publicó 28 títulos en 2016, sin contar reediciones.
—Pero para serte sincera, no la pasé bien los primeros meses. Todos me tomaban examen, un derivado de los dichos públicos, que todos creyeron. Opté por la discreción. De la Flor es producto de que los dos nos potenciamos mutuamente. De quedarse alguien con la editorial, la única que podía mantenerla funcionando era yo. Daniel es muy buen editor, pero es cero práctico. Yo siento que la editorial es como mi hija mayor. Yo tengo un solo hijo, Emilio, pero a la editorial la crie, la cuidé, la hice engordar. Y no la abandono ni la vendo. Con Daniel he vivido lo mejor y lo peor de mi vida. Y me quedan un hijo biológico y una hija putativa maravillosos. No volvería a ser su pareja, pero si no se hubiera ido, seguiría trabajando con él gustosamente. Valoro el trabajo que hemos hecho juntos, aclarando que pienso que no hay uno por arriba del otro, sino potenciado el uno por el otro. Ahora la editorial está en mis manos y funciona porque tiene una dinámica. Si hubiera quedado solo en mis manos, o solo en manos de él, no hubiera sido lo que es. Es el resultado de dos soñadores, dos irreverentes. Era lo que nos unía.
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Según el acuerdo que firmó al ceder su parte, durante tres años Divinsky no puede ejercer ninguna tarea editorial. Tiene un programa de radio, Los libros hablan, y le ofrecieron dirigir la carrera de Edición en la Universidad Nacional de Avellaneda. Llegó hace unos días de la feria del libro de Santiago del Estero, provincia argentina, y da detalles del hotel, del librero que lo invitó. De pronto, se detiene.
—A veces soy detallista en cosas que no son necesarias.
—¿No puede ser una forma de no hablar de lo que importa?
—Sí, sin duda. Ese exceso de detalles es una forma de ocultarse.
—¿Tu madre en qué año falleció?
—Y… en… mmm…
Se lleva la mano a la frente.
—Albino Gómez estaba de embajador en Suecia… Estábamos en la feria de Fráncfort y ella se agravó… pero…
Mi viejo murió… hace 24 años… O sea… 2016 menos… sería… en el 92. Y mi vieja debe haber muerto… en el 88.
—¿Te afectó más la muerte de tu madre o de tu padre?
—Diría que de ninguno de los dos. Pero está mal visto decir esas cosas.
De pronto levanta la vista y la voz se vuelve aguda, entusiasta:
—¡Ay, mirá!
Señala el balcón. Hay un colibrí.
—Qué lindo —dice.
Fotos: Mariana Eliano, Eduardo Hojman
Fuentes: Archivo Señales, Primera Plana, El País Semanal