Las hojas de otoño salen disparadas, el motor empieza a rugir y el olor a combustible impregna la ropa. Todo está listo para una nueva rueda de prensa de Donald Trump, un caótico ritual frente a su helicóptero que le permite difundir su mensaje sin entrar en matices.
El sol está a punto de ponerse en el jardín de la Casa Blanca, y una piña humana espera a que el presidente salga del Despacho Oval.
Hace más de media hora que periodistas, fotógrafos, camarógrafos con escaleras y técnicos con pértigas se amontonan en el mismo rincón, compitiendo por cada centímetro que pueda acercarles al punto donde, previsiblemente, se situará Trump si decide hablar con la prensa antes de dirigirse hacia Misisipi.
Motor en marcha, preguntas sin respuesta
El helicóptero presidencial aguarda con el motor en marcha. El vendaval que levanta al posarse sobre el césped ha despeinado los cuidados tupés de las estrellas de televisión. Huele a gasolinera y la neblina que emana del combustible quemado envuelve al militar clavado junto a la puerta del Marine One.
Por fin aparece Trump. Se acerca a la marabunta y empieza a moverse de un extremo a otro, soltando síes y noes, esquivando algunas preguntas y pronunciando largos discursos en respuesta a otras.
Inmóviles como sardinas en lata, los periodistas solo consiguen escuchar las respuestas que Trump emite cerca de ellos, siempre que no las amortigüe el ruido del motor, que persiste como un taladro y obliga a los reporteros a hacer sus preguntas a gritos.
"Perdón, no les oigo, hay un helicóptero rugiendo aquí detrás", dice Trump en una de estas ruedas de prensa improvisadas. "Un poco más alto, hay mucho ruido", insiste otro día.
La mayoría de las veces, sin embargo, Trump no se queja del estruendo. Para muchos periodistas y expertos en comunicación, es más bien al revés: el caos le permite jugar con ventaja, y por eso las ruedas de prensa frente al helicóptero se han convertido en sus favoritas.
Controlar el mensaje... Y los votos
"La prensa no puede quejarse de falta de acceso, pero él consigue controlar el mensaje e ignorar las preguntas que no quiere responder. Y puede dar respuestas superficiales y rápidas sin decir mucho (o nada) con sustancia", explica a Efe una experta en Comunicación Política de la Universidad de Boston, Tammy Vigil.
Pararse junto al helicóptero "le hace parecer un presidente activo, que siempre está de camino a algo y tiene prisa, pero, aun así, se toma el tiempo de responder preguntas", y al mismo tiempo puede "fingir que no ha escuchado" aquello que no le interesa contestar y "cortar la conferencia de prensa cuando quiera", agrega.
Además, para un mandatario "que se describe como la víctima de una prensa sesgada y partidista", acorralar a los periodistas en una esquina ruidosa es una forma de quedar bien con sus votantes, apunta a Efe un profesor de Comunicación Política en la Universidad de California en Los Ángeles, Tim Groeling.
"No hay duda de que le beneficia que nosotros parezcamos (una masa) indisciplinada y alborotada", opinaba hace poco el corresponsal jefe ante la Casa Blanca de The New York Times, Peter Baker, en declaraciones a la revista Politico.
Mientras, el polvo sigue acumulándose en la sala de prensa de la mansión presidencial, donde la nueva portavoz de Trump, Stephanie Grisham, no ha aparecido ni una vez desde que asumió el cargo en junio.
Trump prefiere ser su propio vocero y Twitter es su herramienta más poderosa, pero al expresentador del programa televisivo "The Apprentice" también le gustan las cámaras y su afición por hablar en el jardín podría tener que ver con la estética: se ha quejado más de una vez de que la iluminación de la Casa Blanca no le favorece.
El caos convertido en rutina
El precedente más citado de las charlas de Trump frente al helicóptero es el de Ronald Reagan (1981-1989), que alguna vez se paraba a hablar con la prensa antes de salir de Washington.
Pero nadie duda de que Trump ha batido un récord con 88 ruedas de prensa junto a su helicóptero desde que llegó al poder en 2017, según un recuento proporcionado a Efe por el corresponsal Mark Knoller de CBS, conocido por sus detallados cómputos presidenciales.
Y aunque muchos periodistas se quejan del caos y de la imposibilidad de hacer preguntas complejas, casi todos coinciden en que interrogar a Trump en esas condiciones es mejor que no poder hacerlo.
"Se te queda la boca abierta cuando (Trump) pasa de largo (hacia el helicóptero) y simplemente nos saluda. Todo el mundo se queda como diciendo '¿No nos va a hablar?", afirmó a Politico el fotógrafo Doug Mills, de The New York Times.
Fuente: Agencia EFE