Su libro Un diario para el pueblo: Periodismo de izquierda en la historia argentina es el resultado de un minucioso trabajo de investigación sobre La Vanguardia, el periódico socialista que, durante más de 50 años, luchó por darle voz a la clase trabajadora. La obra examina la evolución del diario desde su fundación en 1894 hasta su final, a mediados del siglo XX, cuando el peronismo llegó al poder y clausuró el diario. A través de una mirada crítica y profunda, Buonuome cuenta en Señales, cómo La Vanguardia intentó jugar en la arena de los grandes medios, a pesar de su ideología socialista y sus limitados recursos.
"Este no fue un periódico que pudiera competir con los grandes de la época, como La Nación o La Prensa, pero sin duda dejó una huella importante", explica Buonuome. "A lo largo de las décadas, La Vanguardia intentó representar no solo los intereses económicos y sociales de los trabajadores, sino también los políticos, buscando un lugar dentro del sistema democrático. Esa fue una de sus características distintivas: el esfuerzo por entrar en el juego de los grandes medios sin perder su identidad política".
El surgimiento de La Vanguardia: La larga batalla por la representación del pueblo
La historia de La Vanguardia comienza con la figura de Juan Bautista Justo, un médico y político argentino, que fundó el Partido Socialista y con él, el periódico. El 7 de abril de 1894, Justo y su equipo publicaron el primer número de La Vanguardia, con el objetivo de ser la voz del proletariado en una Argentina marcada por el crecimiento económico, la concentración del poder en manos de las élites y la lucha por la consolidación del sistema democrático. En su editorial inaugural, el diario se declaraba como un periódico socialista, marxista y defensor de la clase trabajadora.
"La idea de La Vanguardia no era simplemente crear un diario, sino crear una herramienta política que pudiera movilizar al pueblo trabajador, darle voz a una clase obrera que estaba siendo explotada, y, al mismo tiempo, articular un discurso que pudiera influir en el panorama político argentino", explica Buonuome. La Vanguardia tenía ambiciones grandiosas, pero, como observa el historiador, no pudo lograr todos sus objetivos. Sin embargo, no puede considerarse una experiencia fallida. A pesar de los obstáculos, el periódico se convirtió en un actor clave de la izquierda argentina.
A lo largo de sus primeras décadas, La Vanguardia luchó por ganar terreno. Como un diario vinculado a una fuerza política emergente, intentaba alcanzar a las masas, pero también competir con los grandes diarios, ya establecidos como instituciones de poder en la sociedad argentina.
Pero el camino no fue sencillo. Como relata Buonuome, el diario pasó por diversas etapas de crisis y adaptación, pero nunca dejó de ser una voz representativa de la izquierda argentina. Su estructura periodística se fue moldeando a medida que se consolidaba el Partido Socialista, y aunque nunca alcanzó el tamaño o el poder de otros diarios de la época, su influencia fue innegable.
La Vanguardia: Un diario que no solo imitaba, sino que competía
Lo que distingue a La Vanguardia, según Buonuome, es su intento de jugar con las mismas reglas que los grandes periódicos burgueses. No se trataba de un medio marginal ni de un diario contracultural, sino de un diario que buscaba ocupar el mismo espacio que La Nación o La Prensa. La Vanguardia no tenía miedo de usar las mismas herramientas periodísticas que los medios de la élite, como la estructura de un periódico comercial, la diagramación, o incluso el tipo de lenguaje.
"Muchos periódicos de izquierda intentaban posicionarse en un lugar contra-hegemónico. Pero La Vanguardia no. La idea de Justo y de los redactores era usar las mismas armas que los periódicos dominantes, no oponerse a ellos desde una posición marginal", dice Buonuome. Esto, sin duda, fue una de las características más complejas de su estrategia: La Vanguardia no solo competía en la arena del periodismo, sino que lo hacía desde una perspectiva socialista que nunca perdió de vista la necesidad de transformar la sociedad a través de la política y la cultura.
El nombre: Una frontera contra el atraso y la civilización
El nombre de La Vanguardia no era casual. En él se condensa la mirada eurocéntrica y civilizatoria que Justo y los fundadores del Partido Socialista tenían sobre el país. Según Buonuome, la elección del nombre tiene una historia personal detrás, relacionada con la infancia de Justo, que creció cerca de la frontera con los pueblos originarios, en la provincia de Buenos Aires. Para Justo, esa frontera representaba la lucha contra el atraso, un atraso que asociaba con las fuerzas conservadoras y autoritarias de la política argentina.
"Justo eligió el nombre de La Vanguardia inspirado en la frontera con el 'indio', que él veía como el punto de lucha contra el atraso, lo que él consideraba el atraso en la política argentina", comenta Buonuome. "Era una postura positivista, evolucionista, eurocéntrica. Justo pensaba que el socialismo debía ser la vanguardia de una lucha civilizatoria. Pero esa visión también tenía contradicciones internas, porque al mismo tiempo, en La Vanguardia se daban espacio a voces que defendían lo popular, lo criollo, lo gaucho, lo que en términos de Justo podía ser visto como 'atrasado'". La tensión entre la mirada civilizadora y la reivindicación de lo popular se convirtió en un tema central de su historia.
La tensión interna: El periodismo profesional vs. el militante
Uno de los aspectos más fascinantes de La Vanguardia es la compleja relación entre los periodistas que componían su redacción. Esta relación no solo estaba definida por la militancia política, sino por las tensiones entre dos concepciones del periodismo que, en muchos casos, no se superponían fácilmente: el periodismo profesional y el periodismo militante. Estas dos posturas no solo definían la línea editorial del diario, sino que también formaban una de las disputas más intensas y de mayor duración dentro de su redacción.
Según Buonuome, al principio los socialistas argentinos adoptaron una visión muy clara sobre lo que debía ser el papel del periodista: un militante más dentro de la causa política. Para ellos, el periodismo no debía ser un trabajo al servicio del mercado, ni un oficio para ganarse la vida. En cambio, los periodistas tenían la misión de construir una conciencia social, de ser parte activa de un proyecto político destinado a transformar la sociedad. "Para los primeros redactores, el periodista era un militante que debía poner su pluma y su voz al servicio de la causa socialista. El periodismo era una herramienta para luchar por los derechos de la clase trabajadora, por la emancipación del pueblo", explica Buonuome.
Esta visión del periodista como militante no era exclusiva de La Vanguardia. Era una característica común en los periódicos de izquierda de la época. La idea de que el periodismo debía ser un acto político, y que quienes lo ejercieran debían estar comprometidos con la causa social, era un principio fundamental para los socialistas de entonces. Los primeros números de La Vanguardia reflejan esa concepción: no se trataba simplemente de informar, sino de educar a la clase trabajadora y motivar su acción política.
Sin embargo, a medida que el diario fue madurando, la situación comenzó a complicarse. La redacción de La Vanguardia comenzó a estar formada por un abanico más amplio de perfiles profesionales: desde los militantes más comprometidos, hasta los periodistas que, si bien compartían las ideas políticas del Partido Socialista, no necesariamente compartían la concepción militante del periodismo. Esta diversidad de perspectivas dio lugar a un debate interno que, como señala Buonuome, fue uno de los puntos más interesantes de la historia del diario.
En un primer momento, los periodistas con formación profesional en el oficio o en la literatura se sintieron incómodos con el enfoque militante del diario. La imagen del periodista militante, dispuesto a sacrificar la objetividad y el profesionalismo en favor de la causa, les resultaba problemática. "Había una división clara: por un lado, estaban los periodistas que se consideraban profesionales, con una formación previa en el oficio y una visión más neutral o técnica del periodismo; por el otro, estaban los que pensaban que el periodista debía estar completamente alineado con la causa, que el periodismo debía ser un acto de militancia política", describe Buonuome.
Uno de los grandes conflictos en este sentido fue la disputa sobre qué tipo de periodistas debían ocupar las posiciones clave en la redacción. Por un lado, estaban los dirigentes del Partido Socialista, que veían en el periodismo una herramienta estratégica para fortalecer la causa y que, por lo tanto, favorecían a los militantes políticos dentro de la redacción. Por otro, los periodistas más formados en el oficio, que reivindicaban la profesionalización del periodismo, no solo como una cuestión técnica, sino también como una garantía de independencia y rigor.
Buonuome relata cómo estos "periodistas profesionales" comenzaron a cuestionar el ascenso de los "zapateros periodistas", una etiqueta que se usaba para referirse a aquellos militantes que, sin tener una formación periodística sólida, lograban subir en la jerarquía del diario por su lealtad al Partido Socialista. Esta división, aunque nunca alcanzó un punto de ruptura total, generaba tensiones constantes. Los periodistas profesionales sentían que estaban siendo desplazados por personas que, aunque comprometidas con la causa, no tenían el mismo dominio de las herramientas del oficio. Además, las exigencias de los militantes, que a menudo ponían la causa política por encima de cualquier otro criterio, chocaban con los estándares del periodismo profesional.
"Los periodistas más experimentados en La Vanguardia no veían con buenos ojos que figuras que no eran periodistas profesionales subieran rápidamente en la jerarquía, solo por su vínculo con el partido", comenta Buonuome. Esto se traducía en una lucha constante por el control editorial y la dirección del diario, ya que muchos de los militantes ascendidos no siempre tenían la formación necesaria para dirigir las secciones o manejar los aspectos más técnicos del periodismo.
El periodismo como herramienta de movilidad social
Pero lo interesante de este fenómeno no es solo la disputa por el poder dentro de la redacción, sino cómo reflejaba una lucha más amplia sobre el concepto de movilidad social y de qué manera los trabajadores intelectuales podían acceder a posiciones de poder en la sociedad. Muchos de los llamados "zapateros periodistas" eran, en realidad, hombres de origen obrero o de clases bajas que, gracias a su militancia en el Partido Socialista, podían acceder a posiciones de prestigio y poder. A través del periodismo, podían pasar de un trabajo manual o humilde a un trabajo intelectual.
Buonuome señala que esta movilidad social fue un tema central en la historia de La Vanguardia. El diario no solo representaba a la clase trabajadora en términos políticos, sino que también actuaba como un espacio en el que los trabajadores podían acceder a un ascenso social. "Muchos de estos periodistas que no tenían formación académica, como Adrián Patroni, por ejemplo, vieron en el periodismo de La Vanguardia una oportunidad para mejorar su posición social. A través de la militancia y el periodismo, podían ascender en la jerarquía social y pasar de un trabajo manual a un trabajo intelectual", explica Buonuome.
Este proceso de ascenso social a través del periodismo también provocaba tensiones. Para algunos periodistas de formación académica, esta movilidad representaba una amenaza a los valores de la profesionalización del oficio. Mientras tanto, para los militantes, se trataba de un paso natural: la lucha por el poder político también implicaba una lucha por el acceso a las herramientas de la cultura y la educación.
La Vanguardia: Un diario que no solo imitaba, sino que competía
Lo que distingue a La Vanguardia, según Buonuome, es su intento de jugar con las mismas reglas que los grandes periódicos burgueses. No se trataba de un medio marginal ni de un diario contracultural, sino de un diario que buscaba ocupar el mismo espacio que La Nación o La Prensa. La Vanguardia no tenía miedo de usar las mismas herramientas periodísticas que los medios de la élite, como la estructura de un periódico comercial, la diagramación, o incluso el tipo de lenguaje.
"Muchos periódicos de izquierda intentaban posicionarse en un lugar contra-hegemónico. Pero La Vanguardia no. La idea de Justo y de los redactores era usar las mismas armas que los periódicos dominantes, no oponerse a ellos desde una posición marginal", dice Buonuome. Esto, sin duda, fue una de las características más complejas de su estrategia: La Vanguardia no solo competía en la arena del periodismo, sino que lo hacía desde una perspectiva socialista que nunca perdió de vista la necesidad de transformar la sociedad a través de la política y la cultura.
Juan Buonoume, autor de "Un Diario para el Pueblo: Periodismo de Izquierda en la Historia Argentina", publicado por Siglo XXI Editores
El nombre de La Vanguardia no era casual. En él se condensa la mirada eurocéntrica y civilizatoria que Justo y los fundadores del Partido Socialista tenían sobre el país. Según Buonuome, la elección del nombre tiene una historia personal detrás, relacionada con la infancia de Justo, que creció cerca de la frontera con los pueblos originarios, en la provincia de Buenos Aires. Para Justo, esa frontera representaba la lucha contra el atraso, un atraso que asociaba con las fuerzas conservadoras y autoritarias de la política argentina.
"Justo eligió el nombre de La Vanguardia inspirado en la frontera con el 'indio', que él veía como el punto de lucha contra el atraso, lo que él consideraba el atraso en la política argentina", comenta Buonuome. "Era una postura positivista, evolucionista, eurocéntrica. Justo pensaba que el socialismo debía ser la vanguardia de una lucha civilizatoria. Pero esa visión también tenía contradicciones internas, porque al mismo tiempo, en La Vanguardia se daban espacio a voces que defendían lo popular, lo criollo, lo gaucho, lo que en términos de Justo podía ser visto como 'atrasado'". La tensión entre la mirada civilizadora y la reivindicación de lo popular se convirtió en un tema central de su historia.
La tensión interna: El periodismo profesional vs. el militante
Uno de los aspectos más fascinantes de La Vanguardia es la compleja relación entre los periodistas que componían su redacción. Esta relación no solo estaba definida por la militancia política, sino por las tensiones entre dos concepciones del periodismo que, en muchos casos, no se superponían fácilmente: el periodismo profesional y el periodismo militante. Estas dos posturas no solo definían la línea editorial del diario, sino que también formaban una de las disputas más intensas y de mayor duración dentro de su redacción.
Según Buonuome, al principio los socialistas argentinos adoptaron una visión muy clara sobre lo que debía ser el papel del periodista: un militante más dentro de la causa política. Para ellos, el periodismo no debía ser un trabajo al servicio del mercado, ni un oficio para ganarse la vida. En cambio, los periodistas tenían la misión de construir una conciencia social, de ser parte activa de un proyecto político destinado a transformar la sociedad. "Para los primeros redactores, el periodista era un militante que debía poner su pluma y su voz al servicio de la causa socialista. El periodismo era una herramienta para luchar por los derechos de la clase trabajadora, por la emancipación del pueblo", explica Buonuome.
Esta visión del periodista como militante no era exclusiva de La Vanguardia. Era una característica común en los periódicos de izquierda de la época. La idea de que el periodismo debía ser un acto político, y que quienes lo ejercieran debían estar comprometidos con la causa social, era un principio fundamental para los socialistas de entonces. Los primeros números de La Vanguardia reflejan esa concepción: no se trataba simplemente de informar, sino de educar a la clase trabajadora y motivar su acción política.
Sin embargo, a medida que el diario fue madurando, la situación comenzó a complicarse. La redacción de La Vanguardia comenzó a estar formada por un abanico más amplio de perfiles profesionales: desde los militantes más comprometidos, hasta los periodistas que, si bien compartían las ideas políticas del Partido Socialista, no necesariamente compartían la concepción militante del periodismo. Esta diversidad de perspectivas dio lugar a un debate interno que, como señala Buonuome, fue uno de los puntos más interesantes de la historia del diario.
En un primer momento, los periodistas con formación profesional en el oficio o en la literatura se sintieron incómodos con el enfoque militante del diario. La imagen del periodista militante, dispuesto a sacrificar la objetividad y el profesionalismo en favor de la causa, les resultaba problemática. "Había una división clara: por un lado, estaban los periodistas que se consideraban profesionales, con una formación previa en el oficio y una visión más neutral o técnica del periodismo; por el otro, estaban los que pensaban que el periodista debía estar completamente alineado con la causa, que el periodismo debía ser un acto de militancia política", describe Buonuome.
Uno de los grandes conflictos en este sentido fue la disputa sobre qué tipo de periodistas debían ocupar las posiciones clave en la redacción. Por un lado, estaban los dirigentes del Partido Socialista, que veían en el periodismo una herramienta estratégica para fortalecer la causa y que, por lo tanto, favorecían a los militantes políticos dentro de la redacción. Por otro, los periodistas más formados en el oficio, que reivindicaban la profesionalización del periodismo, no solo como una cuestión técnica, sino también como una garantía de independencia y rigor.
Buonuome relata cómo estos "periodistas profesionales" comenzaron a cuestionar el ascenso de los "zapateros periodistas", una etiqueta que se usaba para referirse a aquellos militantes que, sin tener una formación periodística sólida, lograban subir en la jerarquía del diario por su lealtad al Partido Socialista. Esta división, aunque nunca alcanzó un punto de ruptura total, generaba tensiones constantes. Los periodistas profesionales sentían que estaban siendo desplazados por personas que, aunque comprometidas con la causa, no tenían el mismo dominio de las herramientas del oficio. Además, las exigencias de los militantes, que a menudo ponían la causa política por encima de cualquier otro criterio, chocaban con los estándares del periodismo profesional.
"Los periodistas más experimentados en La Vanguardia no veían con buenos ojos que figuras que no eran periodistas profesionales subieran rápidamente en la jerarquía, solo por su vínculo con el partido", comenta Buonuome. Esto se traducía en una lucha constante por el control editorial y la dirección del diario, ya que muchos de los militantes ascendidos no siempre tenían la formación necesaria para dirigir las secciones o manejar los aspectos más técnicos del periodismo.
El periodismo como herramienta de movilidad social
Pero lo interesante de este fenómeno no es solo la disputa por el poder dentro de la redacción, sino cómo reflejaba una lucha más amplia sobre el concepto de movilidad social y de qué manera los trabajadores intelectuales podían acceder a posiciones de poder en la sociedad. Muchos de los llamados "zapateros periodistas" eran, en realidad, hombres de origen obrero o de clases bajas que, gracias a su militancia en el Partido Socialista, podían acceder a posiciones de prestigio y poder. A través del periodismo, podían pasar de un trabajo manual o humilde a un trabajo intelectual.
Buonuome señala que esta movilidad social fue un tema central en la historia de La Vanguardia. El diario no solo representaba a la clase trabajadora en términos políticos, sino que también actuaba como un espacio en el que los trabajadores podían acceder a un ascenso social. "Muchos de estos periodistas que no tenían formación académica, como Adrián Patroni, por ejemplo, vieron en el periodismo de La Vanguardia una oportunidad para mejorar su posición social. A través de la militancia y el periodismo, podían ascender en la jerarquía social y pasar de un trabajo manual a un trabajo intelectual", explica Buonuome.
Este proceso de ascenso social a través del periodismo también provocaba tensiones. Para algunos periodistas de formación académica, esta movilidad representaba una amenaza a los valores de la profesionalización del oficio. Mientras tanto, para los militantes, se trataba de un paso natural: la lucha por el poder político también implicaba una lucha por el acceso a las herramientas de la cultura y la educación.
Un cambio en la concepción del periodismo
A lo largo del tiempo, la concepción del periodismo dentro de La Vanguardia cambió. La idea inicial de un periodismo completamente al servicio de la causa, militante y sin distinción entre profesionalismo y militancia, dio paso a una mayor reflexión sobre la necesidad de profesionalizar el periodismo, no solo por razones técnicas, sino también para garantizar la calidad de los contenidos y la independencia editorial.
"Los socialistas empezaron a darse cuenta de que no solo tenían que luchar por la justicia social, sino también por la justicia en el ámbito del periodismo. El periodismo no solo debía ser un medio para expresar ideas, sino también un trabajo intelectual y una forma de resistencia frente al poder", concluye Buonuome. Aunque La Vanguardia mantuvo su esencia militante, sus periodistas comenzaron a ver que la calidad informativa y la independencia editorial eran también una forma de lucha política. De este modo, el periódico no solo luchaba por la justicia social, sino también por un periodismo que fuera una herramienta genuina de transformación.
La publicidad: El mercado en el corazón del Socialismo
Otro de los aspectos más intrigantes de La Vanguardia es su relación con la publicidad. Mientras muchos otros periódicos de izquierda en el mundo rechazaban la presencia de anuncios comerciales, La Vanguardia abrazó la publicidad, aceptando incluso grandes marcas que se relacionaban con los valores de la clase media. "Esto es algo que sorprende. En muchos otros periódicos de izquierda, la publicidad estaba ausente, ya que se veía como una forma de corrupción del mensaje socialista. Pero La Vanguardia aceptó masivamente publicidad comercial. Esto revela cómo el diario, a pesar de sus principios, tuvo que adaptarse a los cambios económicos y sociales", explica Buonuome.
La publicidad no solo incluía productos de consumo básico, sino también artículos de lujo destinados a la clase media. En muchos anuncios, se promovían valores como el ahorro, la familia, la educación y el esfuerzo, valores que estaban empezando a predominar en la Argentina de principios del siglo XX, con el crecimiento de una nueva clase media urbana.
A lo largo del tiempo, la concepción del periodismo dentro de La Vanguardia cambió. La idea inicial de un periodismo completamente al servicio de la causa, militante y sin distinción entre profesionalismo y militancia, dio paso a una mayor reflexión sobre la necesidad de profesionalizar el periodismo, no solo por razones técnicas, sino también para garantizar la calidad de los contenidos y la independencia editorial.
"Los socialistas empezaron a darse cuenta de que no solo tenían que luchar por la justicia social, sino también por la justicia en el ámbito del periodismo. El periodismo no solo debía ser un medio para expresar ideas, sino también un trabajo intelectual y una forma de resistencia frente al poder", concluye Buonuome. Aunque La Vanguardia mantuvo su esencia militante, sus periodistas comenzaron a ver que la calidad informativa y la independencia editorial eran también una forma de lucha política. De este modo, el periódico no solo luchaba por la justicia social, sino también por un periodismo que fuera una herramienta genuina de transformación.
La publicidad: El mercado en el corazón del Socialismo
Otro de los aspectos más intrigantes de La Vanguardia es su relación con la publicidad. Mientras muchos otros periódicos de izquierda en el mundo rechazaban la presencia de anuncios comerciales, La Vanguardia abrazó la publicidad, aceptando incluso grandes marcas que se relacionaban con los valores de la clase media. "Esto es algo que sorprende. En muchos otros periódicos de izquierda, la publicidad estaba ausente, ya que se veía como una forma de corrupción del mensaje socialista. Pero La Vanguardia aceptó masivamente publicidad comercial. Esto revela cómo el diario, a pesar de sus principios, tuvo que adaptarse a los cambios económicos y sociales", explica Buonuome.
La publicidad no solo incluía productos de consumo básico, sino también artículos de lujo destinados a la clase media. En muchos anuncios, se promovían valores como el ahorro, la familia, la educación y el esfuerzo, valores que estaban empezando a predominar en la Argentina de principios del siglo XX, con el crecimiento de una nueva clase media urbana.
La caída: El Peronismo y el fin de una era
El ascenso del peronismo fue un golpe inesperado para La Vanguardia, un diario que había luchado durante décadas para representar a la clase trabajadora y llevar la voz de la izquierda al corazón de la política argentina. La llegada de Juan Domingo Perón al poder en 1946 trajo consigo una reconfiguración total del panorama político y mediático del país, y La Vanguardia, que hasta ese momento había sido un referente de la izquierda socialista, se vio atrapada en la nueva lógica del poder.
"Desde los años 30, ya venían cambiando las condiciones del periodismo argentino. Había una transformación en la relación entre el Estado y los medios. Los socialistas ya veían al Estado como una amenaza, no solo para sus derechos políticos, sino también para la libertad de expresión", explica Buonuome. "Con el peronismo, esa amenaza se convirtió en una realidad palpable. El gobierno de Perón, en su afán por consolidar el poder, comenzó a tomar medidas más agresivas contra los periódicos de izquierda, y La Vanguardia no fue la excepción."
A principios de la década del 50, La Vanguardia sufrió una serie de ataques directos por parte del gobierno peronista. En 1951, el diario fue clausurado, y su redacción pasó a estar bajo una presión constante. Los periodistas del diario ya no solo se enfrentaban a la censura, sino a una amenaza mucho más peligrosa: el riesgo de perder su libertad personal. La intimidación se convirtió en un hecho cotidiano, y a medida que el gobierno de Perón se fortalecía, la represión se intensificaba.
"El peronismo significó el quiebre definitivo para la prensa de izquierda. El Estado se convirtió en el nuevo enemigo, ya no solo las fuerzas del mercado o la prensa burguesa, sino un enemigo que se sentaba en el gobierno", analiza Buonuome. La Vanguardia, que había sobrevivido a otras crisis, esta vez no pudo resistir.
En 1954, después de ser reabierto en una breve etapa, La Vanguardia fue nuevamente clausurado, esta vez de manera definitiva. La persecución incluyó el incendio de la imprenta y la confiscación de los archivos del diario, una de las represalias más brutales contra un medio de comunicación en esa época. Como relata Buonuome, "la clausura de La Vanguardia fue la última fase de una larga agonía que había comenzado con el cambio de los vientos políticos en la década del 30". Aunque el peronismo no fue el único responsable de la caída del diario, fue el factor decisivo en el cierre definitivo de este importante proyecto de la izquierda socialista.
La evolución del conflicto: De la larga batalla a la definición del enemigo
Aunque la historia de La Vanguardia llegó a su fin en la década del 50, el relato de su influencia y la transformación de su rol en la historia argentina no puede entenderse sin tener en cuenta el cambio en la naturaleza de los antagonismos políticos y mediáticos de la época. Durante las décadas anteriores, los socialistas habían enfrentado una batalla cultural compleja, que no solo era política sino también ideológica y mediática. A pesar de sus recursos limitados, La Vanguardia logró ganarse un lugar en la prensa nacional, y su lucha por la representación del pueblo trabajador fue un intento de poner al periodismo al servicio de una transformación social.
Pero el ascenso del peronismo, y las presiones internas de un movimiento obrero cada vez más sindicalizado y confrontado con el poder político, alteraron el panorama en el que La Vanguardia había operado hasta entonces. "A partir de la década del 30, lo que empieza a ocurrir es que los socialistas ya no se ven enfrentados únicamente a la prensa burguesa o a las grandes corporaciones periodísticas", reflexiona Buonuome. "Empiezan a identificar al Estado como un enemigo clave. La lucha por la libertad de prensa, que había sido central para los socialistas, se complejiza cuando el propio Estado se convierte en el principal agente represivo".
Así, lo que comenzó como una confrontación con la prensa hegemónica, las grandes publicaciones de la oligarquía argentina, evolucionó hacia una lucha más directa contra el poder estatal, que se reflejó en el golpe de efecto del peronismo. "El peronismo, al final, no solo selló la desaparición de La Vanguardia, sino que también dejó una marca en la historia de la prensa en Argentina. A partir de ese momento, la prensa de izquierda no pudo operar como antes. La libertad de prensa dejó de ser una garantía", sostiene Buonuome.
El final: La huella de La Vanguardia en la historia del periodismo
Aunque el peronismo clausuró La Vanguardia, el legado del diario no desapareció de inmediato. En su época de esplendor, La Vanguardia fue un diario que, más allá de su ideología, representó un esfuerzo notable por parte de los socialistas para tener una presencia significativa en la lucha por la justicia social, la igualdad y los derechos de la clase trabajadora en un momento de transformación crucial para Argentina.
"La Vanguardia fue un testimonio de lo que podía ser la prensa política en una época donde los medios de comunicación tenían un poder inmenso. Fue un diario que intentó no solo hablarle a la clase obrera, sino también educarla, darle un lenguaje y una herramienta para poder luchar por sus derechos", comenta Buonuome. A lo largo de los años, La Vanguardia se convirtió en un símbolo de la lucha política y cultural que los socialistas libraron durante décadas.
Buonuome concluye: "Lo que muestra La Vanguardia es cómo el periodismo no solo debe ser una fuente de información, sino también una herramienta para cambiar la sociedad. Y ese es el legado más importante que dejó este diario: la idea de que la prensa tiene un rol activo en la construcción de una sociedad más justa."
El ascenso del peronismo fue un golpe inesperado para La Vanguardia, un diario que había luchado durante décadas para representar a la clase trabajadora y llevar la voz de la izquierda al corazón de la política argentina. La llegada de Juan Domingo Perón al poder en 1946 trajo consigo una reconfiguración total del panorama político y mediático del país, y La Vanguardia, que hasta ese momento había sido un referente de la izquierda socialista, se vio atrapada en la nueva lógica del poder.
"Desde los años 30, ya venían cambiando las condiciones del periodismo argentino. Había una transformación en la relación entre el Estado y los medios. Los socialistas ya veían al Estado como una amenaza, no solo para sus derechos políticos, sino también para la libertad de expresión", explica Buonuome. "Con el peronismo, esa amenaza se convirtió en una realidad palpable. El gobierno de Perón, en su afán por consolidar el poder, comenzó a tomar medidas más agresivas contra los periódicos de izquierda, y La Vanguardia no fue la excepción."
A principios de la década del 50, La Vanguardia sufrió una serie de ataques directos por parte del gobierno peronista. En 1951, el diario fue clausurado, y su redacción pasó a estar bajo una presión constante. Los periodistas del diario ya no solo se enfrentaban a la censura, sino a una amenaza mucho más peligrosa: el riesgo de perder su libertad personal. La intimidación se convirtió en un hecho cotidiano, y a medida que el gobierno de Perón se fortalecía, la represión se intensificaba.
"El peronismo significó el quiebre definitivo para la prensa de izquierda. El Estado se convirtió en el nuevo enemigo, ya no solo las fuerzas del mercado o la prensa burguesa, sino un enemigo que se sentaba en el gobierno", analiza Buonuome. La Vanguardia, que había sobrevivido a otras crisis, esta vez no pudo resistir.
En 1954, después de ser reabierto en una breve etapa, La Vanguardia fue nuevamente clausurado, esta vez de manera definitiva. La persecución incluyó el incendio de la imprenta y la confiscación de los archivos del diario, una de las represalias más brutales contra un medio de comunicación en esa época. Como relata Buonuome, "la clausura de La Vanguardia fue la última fase de una larga agonía que había comenzado con el cambio de los vientos políticos en la década del 30". Aunque el peronismo no fue el único responsable de la caída del diario, fue el factor decisivo en el cierre definitivo de este importante proyecto de la izquierda socialista.
La evolución del conflicto: De la larga batalla a la definición del enemigo
Aunque la historia de La Vanguardia llegó a su fin en la década del 50, el relato de su influencia y la transformación de su rol en la historia argentina no puede entenderse sin tener en cuenta el cambio en la naturaleza de los antagonismos políticos y mediáticos de la época. Durante las décadas anteriores, los socialistas habían enfrentado una batalla cultural compleja, que no solo era política sino también ideológica y mediática. A pesar de sus recursos limitados, La Vanguardia logró ganarse un lugar en la prensa nacional, y su lucha por la representación del pueblo trabajador fue un intento de poner al periodismo al servicio de una transformación social.
Pero el ascenso del peronismo, y las presiones internas de un movimiento obrero cada vez más sindicalizado y confrontado con el poder político, alteraron el panorama en el que La Vanguardia había operado hasta entonces. "A partir de la década del 30, lo que empieza a ocurrir es que los socialistas ya no se ven enfrentados únicamente a la prensa burguesa o a las grandes corporaciones periodísticas", reflexiona Buonuome. "Empiezan a identificar al Estado como un enemigo clave. La lucha por la libertad de prensa, que había sido central para los socialistas, se complejiza cuando el propio Estado se convierte en el principal agente represivo".
Así, lo que comenzó como una confrontación con la prensa hegemónica, las grandes publicaciones de la oligarquía argentina, evolucionó hacia una lucha más directa contra el poder estatal, que se reflejó en el golpe de efecto del peronismo. "El peronismo, al final, no solo selló la desaparición de La Vanguardia, sino que también dejó una marca en la historia de la prensa en Argentina. A partir de ese momento, la prensa de izquierda no pudo operar como antes. La libertad de prensa dejó de ser una garantía", sostiene Buonuome.
El final: La huella de La Vanguardia en la historia del periodismo
Aunque el peronismo clausuró La Vanguardia, el legado del diario no desapareció de inmediato. En su época de esplendor, La Vanguardia fue un diario que, más allá de su ideología, representó un esfuerzo notable por parte de los socialistas para tener una presencia significativa en la lucha por la justicia social, la igualdad y los derechos de la clase trabajadora en un momento de transformación crucial para Argentina.
"La Vanguardia fue un testimonio de lo que podía ser la prensa política en una época donde los medios de comunicación tenían un poder inmenso. Fue un diario que intentó no solo hablarle a la clase obrera, sino también educarla, darle un lenguaje y una herramienta para poder luchar por sus derechos", comenta Buonuome. A lo largo de los años, La Vanguardia se convirtió en un símbolo de la lucha política y cultural que los socialistas libraron durante décadas.
Buonuome concluye: "Lo que muestra La Vanguardia es cómo el periodismo no solo debe ser una fuente de información, sino también una herramienta para cambiar la sociedad. Y ese es el legado más importante que dejó este diario: la idea de que la prensa tiene un rol activo en la construcción de una sociedad más justa."




