domingo, 9 de noviembre de 2025

Cenizas y diamantes: la amistad, la pérdida y la huella de Don Cornelio

El viernes por la noche, en El Cairo, Cine Público, se estrenó Cenizas y Diamantes, el documental sobre Don Cornelio y la Zona que rescata no solo la fuerza de una banda mítica, sino también la historia de quienes la contaron. En una entrevista con Señales, en Aire Libre Radio Comunitaria, su director Ricky Piterbarg habló sobre el proceso de realización, la herencia de su amigo Rolly Rawolf y la presencia permanente de Palo Pandolfo. La película seguirá proyectándose todos los sábados de noviembre a las 20.30, dentro del ciclo Foco Documental
Un proyecto nacido de la amistad
En Cenizas y Diamantes, Ricky Piterbarg retoma el proyecto inconcluso de su amigo Rolly Rawolf para contar la historia de Don Cornelio y la Zona. El documental —hecho de archivos caseros, memorias rotas y afecto persistente— rescata la intensidad de una banda que marcó los ochenta y el espíritu indomable de Palo Pandolfo. Una película sobre la música, la creación y la amistad que sobrevive al paso del tiempo. El documental rescata no solo la intensidad de una banda mítica de los ochenta, sino también la amistad, la pérdida y el legado de quienes la contaron. El título es el mismo de una de las canciones del primer disco del grupo, pero también una síntesis poética de todo lo que encierra la historia: brillo y ceniza, vida y muerte, juventud y despedida.

Rolly Rawolf, el origen de todo
La historia del film empezó con otra persona. Allá por 2011, el director y fanático de la banda Rolly Rawolf comenzó a filmar el regreso de Don Cornelio, cuando Palo Pandolfo reunió a sus antiguos compañeros en un show en San Isidro. Rolly no se limitó a registrar aquel reencuentro: también se encargó de digitalizar viejos VHS y cintas de cassette que habían sobrevivido en cajas guardadas durante décadas. En ese material había ensayos, conciertos, momentos dentro y fuera del estudio, filmaciones en la calle, risas y fragmentos de un tiempo que ya no volvería. Gran parte de esos registros pertenecían al baterista Claudio Fernández, quien, casi sin proponérselo, había sido el archivista de la memoria del grupo.

Tomar la posta
Pero Rolly murió antes de ver concretado el proyecto. Su partida ocurrió justo antes de que llegara el subsidio del INCAA que iba a permitir realizar la película. Fue entonces cuando su amigo Ricky Piterbarg decidió continuar lo que había empezado. "Rolly fue un amigo, y sigue estando en mí —cuenta Ricky—. Hacer esta película fue una manera de seguir teniéndolo. Lo siento cerca cada vez que la veo o la escucho. Escuchar el tráiler, o una voz que lo nombra, me lo trae de vuelta."

La visceralidad de la música
Cuando Rawolf lo convocó, Piterbarg no dudó. Aunque no conocía a Don Cornelio en su momento, sí tenía una conexión fuerte con el universo de Palo Pandolfo: había conocido a Los Visitantes desde su nacimiento. "Organicé el primer recital de Los Visitantes y les hice el sonido —recuerda—. En aquel momento eran un trío, y esos shows me marcaron mucho. Yo tenía unos veinte años y esa música me entró de una manera muy profunda. Así que cuando Rolly me propuso hacer una película sobre esa visceralidad que tenía la música de Palo, me encantó. Yo iba a participar como productor, pero después me tocó continuar su idea, y fue una manera de mantenerlo vivo."

El espíritu desenfrenado
Piterbarg sonríe al recordar a su amigo: "Rolly tenía una risa muy parecida a la de Palo, una risa desenfrenada, y una vida también un poco desenfrenada. En eso se parecían mucho. Y de algún modo, esta película también tiene algo de esa energía: es desbordada, sensible, intensa."
El pulso creativo
En la conversación, el director insiste en que Cenizas y Diamantes es, ante todo, una película sobre la música y sobre quienes se atreven a crear. "Yo estudié música, soy músico, y la música está en cada cosa que hago. Cuando Rolly me mostró el material, me di cuenta de que era algo especial. Vi apenas unos fragmentos y ya sentí una alegría enorme. Me levantaba de la silla, me daban ganas de tocar, de hacer cosas. Siempre fue una fiesta."

El misterio de Don Cornelio
El documental intenta responder —sin resolver del todo— qué tenía Don Cornelio que lo hacía tan distinto de sus contemporáneos. En los años ochenta, compartían escena con Sumo, Los Redondos y Soda Stereo, pero su propuesta era otra. "No se sabe bien qué tenían —dice Ricky—, pero había algo que encantaba y que te atrapaba. Tenían una visceralidad, un desparpajo, una valentía en la creación. El primer disco, producido por Calamaro, fue un discazo: los temas de Palo, el sonido, la energía. Pero después decidieron hacer otra cosa. El segundo disco, Patria o Muerte, no fue el más conocido, pero terminó siendo el más mítico. No le tenían miedo a la aventura creativa. Eso me toca mucho, porque quienes hacemos cine, teatro, música o plástica siempre llegamos a un punto en que nos preguntamos: ¿por dónde estoy yendo? ¿Qué camino elijo? Ellos siguieron su pulsión creativa sin mirar atrás, y eso los hace enormes. Aunque a ese segundo disco no lo quiso escuchar ni la madre de ninguno de ellos, hoy sigue siendo celebrado."

Crudeza y verdad
Esa búsqueda artística, tan poco complaciente, tiene su espejo en la estética del documental. La película está construida a partir del material de archivo original: viejos VHS guardados por Claudio Fernández, deteriorados por el tiempo, pero llenos de vida. "Pensé en arreglarlos, en limpiar el sonido o sacar las rayas —explica Piterbarg—, pero después entendí que no. Eso era Don Cornelio: algo crudo, imperfecto, directo. No hay que mejorar lo que no se puede mejorar. La tecnología tiene límites, y por suerte los tiene. Esa textura forma parte de la verdad del grupo."

Una frescura que sobrevive
El director buscó que la película conservara esa crudeza. "El sonido es el de la camarita, la imagen es la que hay. Es un trabajo muy artesanal, acorde al presupuesto que teníamos, pero también a la esencia de lo que fueron. Esa intimidad, esa frescura, son parte de la magia. En los ochenta nadie tenía una cámara ni sabía cómo manejarla. Los pibes se cagaban de risa con ella, hacían cualquiera, y eso quedó. Por más que todo esté roto, suene áspero o se vea oscuro, hay una frescura, una vitalidad de juventud que se celebra."
La presencia de Palo Pandolfo
Esa celebración convive con la melancolía. Palo Pandolfo, que murió de forma sorpresiva en julio de 2021, es una presencia constante en la película. Aunque nunca aparece como personaje central, todo el film está atravesado por su voz, su energía y su ausencia. "La película siempre fue pensada desde el material de archivo que Rolly había armado —cuenta Piterbarg—, y ahí estaba Palo. Después apareció un elemento que no estaba escrito: un micrófono. Es el micrófono que él usó cuando tocaba con Los Visitantes, y era mío, de cuando yo tenía equipos de sonido. Ese micrófono terminó siendo casi un símbolo. No estaba guionado, simplemente apareció, y de alguna manera, trajo a Palo de vuelta."

Dos pérdidas y una decisión
Sobre su muerte, el director todavía habla con una mezcla de incredulidad y tristeza. "Fue absolutamente sorpresivo para todos. Creo que tuvo un problema cardiológico, pero fue algo que nadie esperaba. Rolly había fallecido apenas unos meses antes, en octubre de 2020, y cuando eso pasó, decidimos seguir adelante con la película. Palo también lo había apoyado, y después de su partida sentimos que había que terminarla sí o sí. Era un modo de rendir homenaje a los dos. Tenemos un autor que está entre los grandes del rock argentino, y esta película es, también, una forma de reivindicarlo."

El tercer disco
Cuando el film estuvo terminado, los músicos de la banda lo vieron por primera vez. Piterbarg recuerda esa función con emoción: "Fue muy fuerte. No sabía cómo iban a reaccionar. Apenas terminó, Alejandro Varela, el guitarrista, se levantó y dijo: 'Esto es como el tercer disco de Don Cornelio'. Me alegró muchísimo. No sé si lo es, pero sí creo que la película funciona como una reivindicación. Es poner a la vista toda esa creación que hicieron, darle un espacio, un tiempo, una mirada."

Una reivindicación y un reencuentro
Cenizas y Diamantes no solo recupera a una banda y a un músico fundamentales, sino también una forma de entender la creación artística y la amistad. En cada fragmento del archivo, en cada testimonio o sonido distorsionado, hay algo que sigue vibrando. "Rolly y Palo eran muy parecidos —dice Ricky—. Los dos tenían esa risa desbordada, ese impulso vital. De algún modo, esta película los junta otra vez. Es su reencuentro final."

Celebración en El Cairo
Piterbarg celebra que el documental forme parte del Foco Documental de El Cairo, Cine Público. "Que la pasen un sábado a las 20:30, en ese horario central, es un lujo. Es un planazo —dice entre risas—. Porque la película tiene algo de eso: es un subidón. Una mezcla de energía, nostalgia y celebración. Cenizas y diamante, como la canción."

Sobre Ricky Piterbarg
Ricky Piterbarg nació en Buenos Aires en 1968 y creció en el barrio de La Boca. Egresado de la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA), su formación musical marcó desde temprano su mirada sobre el arte y el sonido. Su primer contacto con el cine fue en 1993, cuando trabajó como meritorio de sonido en el largometraje Convivencia. Poco después, en 1995, ingresó a la productora Pol-ka, donde se desempeñó como sonidista y asistente de dirección. Desde 2004 trabajó como asistente en una veintena de largometrajes y proyectos audiovisuales, combinando su experiencia en música y cine en una búsqueda creativa que desemboca hoy en Cenizas y Diamantes, su obra más personal y emotiva.

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