viernes, 11 de marzo de 2022

Gerardo Rozín 1970 - 2022

El periodista, productor y conductor televisivo Gerardo Rozín falleció a los 51 años de edad como producto de un grave cuadro de salud.

Rozín había abandonado la conducción del programa "La Peña de Morfi" en diciembre pasado, según había develado el canal Telefe, donde se emitía el programa.

En el momento del deceso estaba en su casa, acompañado por su familia.

El periodista padecía un tumor cerebral que se le había detectado hace dos años y se complicó su cuadro en los últimos días de 2021.

Rozín nació el 18 de junio de 1970 en el Hospital Británico de Rosario, en la provincia de Santa Fe. Se interesó en el periodismo desde chico, según contó, cuando a los 12 años hizo junto a un amigo el primer listado de desaparecidos en el colegio. Alternó en medios gráficos, de radio y de televisión; estuvo activo desde 1999 hasta el día de su muerte. Tenía dos hijos: Elena de 7 y Pedro de 18.
Gerardo Rozín protagonista de Tele Payo, en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Rosario
"Fui al Superior de Comercio, soy hijo de la educación pública, hijo de padres separados de la época en la que eso todavía era nota. De hecho, creo que descubrí que era productor de televisión cuando logré un efecto con el hecho de ser hijo de padres separados: ‘¿Por qué no estudió Rozín? No, porque soy hijo de padres separados’. Medio que los conmoví y zafé", recordó en una entrevista.

"A los 12 años ya era fanático de la revista Humor, leía política, tenía una mirada sobre la dictadura. Cambié muchísimas cosas, pero eso no, es una mirada parecida a la que tengo hoy", apuntó. 
Más adelante, contó: "La primera investigación periodística la hice sin saber que quería ser periodista. Empecé el secundario en el 83 y armamos la lista de desaparecidos que después tomó la CoNaDeP y lo incorporó en el libro Nunca más. Me gustaba la política. La publiqué en una revista a la que le pusimos La Gallina Prolija porque el director se acomodaba los huevos todo el tiempo, era un chiste al director de la escuela. Ahí ves, en ese primer laburo, el ADN de un tipo que puede hacer una cosa bien pero también es capaz de arruinarla con un chiste".

"En tercer año de la secundaria entro a Canal 3 de Rosario a ordenar dibujitos en un programa infantil. Después participo con unos amigos en una radio trucha y de ahí paso a una FM". Con 16 años, trabajó como productor de la miniserie "El Corrupto" producida por Hugo Moser en la ciudad, la ficción se grabó en 1986. En el elenco estaban Carlín Calvo, Silvina Rada, Stella Maris Lanzani,  Guillermo Francella, entre otros. "Entendí de qué se trataba ser productor el día que arruiné el final de la miniserie de Hugo Moser. Era una escena de acción al borde del río, un tipo desde arriba del barco se agachaba y sacaba una bolsa de guita que es la que se había buscado durante toda la miniserie, estaba abajo del agua. Se ensayó esto, lo otro, el barco que venía, el auto que corría, y cuando llegó el momento de grabar, hay un boludo que está haciendo fuerza, ¿viste? La bolsa no bajaba, y Moser, re-caliente, abre la bolsa y la habían llenado con madera: “¿Quién fue el pelotudo que armó un botín con una bolsa de madera?”. Todos empezaron a mirar y estaba el nene de 15 años que levantó la mano. Me cagaron a pedos y entendí de qué se trataba ser productor. Ser productor es entender que todo importa; y cuando hay algo que no te importa, estás arruinando todo. Después aprendí, me pasó ahí y no me pasó más. En mil cosas de la vida soy distraído pero ahí no me pasa más, presto atención".
Reconocido hincha de Rosario Central, se destacó como productor. Sus primeros pasos en los medios fueron como cronista en el diario RosarioI12, escribiendo textos publicitarios y más tarde pasó por LT8 y Canal 3 de Rosario. 

¿Seguiste escribiendo todo el tiempo?–, le peguntaron a Rozín. -Sí, todo el tiempo. Es lo único que he hecho siempre. No sé si es lo que mejor hago, pero es algo que siempre supe. Si algo sale mal, algo para escribir voy a encontrar. RosarioI12 es un lugar extraordinario donde aprendí mucho.  Fue la posibilidad de escribir y cumplir un objetivo. El sueño más grande que tenía era trabajar en blanco en un diario, yo quería eso. Mientras lo soñaba existía solo La Capital, después apareció RosarioI12 y me abrió un mundo. Fue el crecimiento profesional más grande de mi vida. Pasar de ser un pibe que estudia a trabajar en un diario importante con periodistas brillantes - contestó.

Luego se fue a Buenos Aires y comenzó siendo editor del diario Perfil, más tarde pasó por el diario La Prensa. Luego llegó la tele: "Gracias por venir", "La pregunta animal", "Morfi..todos a la mesa" y "La Peña de Morfi".
"Yo soy rosarino, soy judío, soy de Central, soy periodista y productor. Y me gusta la música, también. Así que soy eso, que es un montón. Y cuando digo ‘soy rosarino’, digo nací en el lugar que más me gusta de todo el mundo, y viajo inevitablemente a la calle 9 de Julio 1669, séptimo piso, a la casa de mi infancia", Gerado Rozín
Dueño de una particular simpatía como uno de sus plus para entrevistar personalidades, a los que podía llegar a sacar anécdotas con alto contenido afectivo, Rozín se ganó un lugar preponderante en la televisión en las últimas décadas principalmente por una de sus principales virtudes.

Fue productor de programas como "Almorzando con Mirtha Legrand", "Sábado bus", conducido por Nicolás Repetto; "Hora Clave", un programa político conducido por Mariano Grondona y también de "Georgina y Vos", de Georgina Barbarossa. Estuvo a cargo de la programación de Azul TV, antes de que volviera a llamase Canal 9. Además, junto a Beto Casella, estuvo en "La pregunta animal", "Medianoche de un día agitado" y "Todo por el aire".
"Este ambiente está lleno de tipos que quieren ser Tinelli. Algunos con más suerte, otros con menos suerte, a algunos se les nota que quieren ser Tinelli y están lejos de eso. No es mi caso, yo quiero ser como Juan Carlos Mareco. Alguien agregará: “Quedate tranquilo, no tenés cómo carajo ser Tinelli”, y es cierto, pero yo agregaría: “Vos también quedate tranquilo. Tampoco tengo el talento de Mareco”, pero esos modelos funcionan como un faro para mí", Gerardo Rozín
Ya en 2008, estuvo al frente de "23 minutos" en C5N y un año antes, hasta el 2009, formó parte del programa "Tres Poderes" junto a Reynaldo Sietecase y Maximiliano Montenegro. También condujo "Esta noche" en televisión y también "Gracias por venir, gracias por estar", acompañado de Julieta Prandi. De 2015 a 2017, junto a Carina Zampini y luego a Zaira Nara, encabezó el ciclo "Morfi, todos a la mesa". Desde 2016, estuvo al frente de "Morfi Café" y "La peña de Morfi", su último proyecto en TV, con Jesica Cirio.

También se había desempeñado como productor del programa del periodista Mariano Grondona en los ´90 y del "Sábados Bus", conducido por Nicolás Repetto, en el que tenía una participación importante al aire.
"Hasta siempre, Gerardo. Gracias por tantos años juntos. Por tu generosidad y sensibilidad que han dejado una huella eterna en todos nosotros. Gracias por venir, gracias por estar", relata el spot de Telefe recordando momentos destacados de sus programas.
¿La belleza perdida?
Surge un nuevo mito rosarino.

Rozín a Gelblung, anoche por TV: "Fui lindo".

¿Cuándo fuiste lindo, Rozín? Simpático, macanudo, inteligente, ingenioso, buen tipo: sí, te recuerdo con esas cualidades de la época en que las oficinas de RosarioI12 quedaban en la Peatonal Córdoba y, si es para mentirles a los porteños, mintamos, digámosles que por aquel entonces los cronistas de RI12 éramos todos unas bellezas, unos seres infartantes que no nos dedicamos al modelaje o a ser estrellas de cine porque (¡pa' colmo! ¡encima!) nos sobraba inteligencia. Pero según vos, eras lindo antes, en la Facultad: no sé, no te vi, pero reconozcámoslo, las callecitas de Comunicación Social tienen ese no sé qué, ese qué sé yo, ¿viste? que con el airecito refrescante que te viene del río, humectando el cutis juvenil de los estudiantes, cura el acné y ¡húmmm! Haber sabido, me anotaba ahí y no en Bellas Artes, que entre el polvillo de la carbonilla y los diluyentes del óleo te aja, te afea. Rozín, de haber sabido que en tus tiempos de estudiante eras lindo, yo largaba todo y me metía en Comunicación y no en el Traductorado... ¿qué es eso de sentarse todo el día con los diccionarios? Te engorda, te queda el culo amorfo, después no hay canje con gym que te lo pare... Pero este Gelblung, qué cosa, no entiende nada de poesía: decir "fui lindo", más que al terreno de la mentira, nos lanza al de la ficción pura, o mejor dicho al del mito. Es como decirle a alguien: "Yo te quería". ¿Cómo se entiende eso? ¿Qué fuerza (esto último, aclaro, es meramente hipotético y no viene en absoluto al caso) le impide a uno comunicar tales eventos del alma cuando son noticia? ¿EH? ¿Con qué derecho se nos arrebata semejante oportunidad perdida? ¿Y si era verdad?

¿Y si eras lindo y me lo perdí para siempre?

Los pocos que fueron testigos de tu belleza, Rozín, ¿declararán acaso? ¿Guardarán fotos? ¿Querrán mostrárnoslas? Un mito rosarino se ha instalado en los medios. Un sol, una deidad pagana habitó entre nosotros, caminando estas calles... ¡Y no lo vimos a tiempo! ¡Lo que me pierdo por no mirar televisión!
Del blog Existirapenaslevemente de Beatríz Vignoli
"Era un ruso... picante, un osado. Porque con diecinueve años él solito cubría Municipalidad y (el intendente Héctor) Cavallero. Era un tipo muy rápido, muy despierto; hábil, tenaz y muy leal, muy compañero de sus compañeros. Discutía con el editor, no se quedaba callado pero era respetuoso. Y tenía una intención de pertenencia. Él me ofreció que fuera a Buenos Aires a laburar a Canal 9 como gerente de noticias, cuando era productor de (Mariano) Grondona; quiero decir, un tipo generoso, además. Y buen escritor. Un día me llama Lila Ferreyra, la viuda de Rodolfo Walsh, la última mujer de Rodolfo. Ella era la que recibía nuestro material en Buenos Aires. Y me preguntó por Rozín. Me dijo: 'Vos sabés que leo algunas de las crónicas de él y hay cosas que me hacen acordar a Rodolfo'. ¡Para qué se lo conté a Rozín! No entraba en su cuerpo. Estaba feliz", recordó Pablo Feldman, editor de RosarioI12.
"Una de llorar dirías. Pero esta es de llorar en serio. Con rabia. Hiriente.

Si pudieras ver ahora se te irían mucho de los temores. Se te quiere hermano, furiosa y masivamente. Se llenó la tele de vos, de tu voz, de tu historia, de tu amor incondicional por nuestra patria, nuestra Rosario.

Nos dijimos todo, cortando el aire con una tijera, en el orden establecido, comiendo y sintiendo todo como una aventura rara para dos habitantes eternos del patio de nuestro querido Superior. No sé cómo será ahora. No se me ocurre cómo hacer los domingos a la noche sin llamarte, ni sin tu cuidado exigente sobre cada cosa que podamos hacer. Como si te faltara dejarme algo, me enseñaste las pelotas del último tiempo, las que te aseguro jamás había conocido en alguien. Te veo en ese brindis con Dolina, brindando por el amor que es lo contrario a la muerte. Con ese amor, entonces, nos quedamos por acá. Pero sabes muy bien que ya no va a ser lo mismo".
Pablo Javkin, amigo de Gerardo e Intendete de Rosario

De los muchos trabajos que tuve hubo uno en el que intenté ser docente. En ese tránsito conocí un grupo de "alumnos y alumnas", ponele, con quienes luego fuimos compañeros de trabajos y/o amigos. Gerardo Rozin estaba en ese grupo y muchos de sus amigos son hoy los míos. Gente que deja huella, por su capacidad y su forma particular, original, podría decir, de encarar la vida. Escribo esto con mis ojos llenos de lágrimas que no se animan a correr porque una sonrisa las amenaza. Esa que Gerardo siempre lograba arrancarme. Por entonces, y cada vez que me lo cruzaba, siempre me arrancaba esta sonrisa con su humor tan personal. Abrazos a sus amigas y amigos que tanto lo quieren.
Lisy Smiles, Periodista
En su cuenta de Instagram, su coterráneo Fito Páez lo definió como a “un hombre cálido, tierno e inteligente. Emperrado con ponerle música en vivo a un país que la necesitaba y cual Quijote peleando contra los molinos de vientos de la burocracia televisiva ganó ampliamente esa batalla”.

“Obsesivo en su trabajo, se convirtió en uno de los favoritos del gran público por su entrega y pasión. Fue un hombre fuerte de la cultura y el entretenimiento de su tiempo. Hablamos bastante por teléfono en los últimos meses. Había llamado para despedirse. Por supuesto, yo le refuté aquella escena poniendo de manifiesto lo exagerado que era en algunas de sus apreciaciones y cambié de tema quitándole relevancia a su conversación”, recordó el artista en otro tramo de su escrito.

Fito concluyó el texto público indicando que “lo vamos a extrañar muchísimo a este rosarino canalla de corazón que supo conquistar, incluso a lxs inconquistables con su encanto irresistible y su Don de bien”.

Rozín
Por: Reynaldo Sietecase
Cosas que pasan en la redacción de un diario y son difíciles de explicar. Éramos jóvenes e inmortales. Jugábamos a adivinar a quien le tocaría escribir el obituario del otro. Era una amenaza divertida: impunidad para decir cualquier barbaridad, sin que hubiese chance para reclamos. Siempre pensé que sería él a quien le tocaría emprender esa tarea. Era también nuestra humilde manera de reírnos de la muerte. Un chiste. Un ademán de vida.

Que Gerardo Rozín no esté conduciendo su programa de televisión; que no esté produciendo contenidos ahora mismo; que no esté soltando ideas para conmover; que no esté presentando a un músico o explicando la belleza de una canción; me resulta doloroso, absurdo e inadmisible. Lo sé, es más incompresible que no esté abrazado a sus hijos y a su querida. En mi egoísmo me cuesta pensar que ya no tendré a quien consultar sobre cualquier tema vinculado al periodismo (lo llamé ante cada una de mis decisiones profesionales), que ya no charlaremos de política o de literatura, que ya no nos alegraremos o sufriremos juntos con algún partido de Rosario Central. Su muerte es una tremenda pérdida para su familia, sus amigos y amigas, sus colegas. Para todos sus queridos, Gerardo era alguien en quien confiar, un apoyo alegre e incisivo para cualquier aventura. Alguien que no se preocupaba por conformar sino que se dedicaba a confortar.

Su ausencia tendrá un volumen imposible de obviar en la televisión argentina. Son una rareza quienes tienen el don de conjugar humor, sentimientos sinceros e inteligencia en un mismo instante. Gerardo, a lo Mario Kempes, no se cansaba de hacer esos goles que te hacían llorar, reír o cantar frente a una pantalla. Hasta hace poco condujo La Peña de Morfi, un programa de cinco horas en vivo y que se transformó en una maravillosa plataforma cultural. Creo que la industria no le reconoció debidamente esa proeza semanal. Los músicos, en cambio, no paraban de agradecerle no sólo por ese espacio, sino por su manera de comunicar. La condición natural que hace que ocupe, por derecho propio, un lugar en esa mesa imaginaria que comparten Juan Carlos Mareco, Juan Alberto Badía, Jorge Guinzburg y Raúl Becerra, entre otros notables.

Unas horas antes de su último viaje, nos estuvimos riendo juntos, como en casi todos los encuentros que recuerdo. Imagino que quiso evitar una escena patética y, con su habitual lucidez, me permitió una última pirueta fraterna. Le había llevado un libro con los cuentos de fútbol del Negro Fontanarrosa. Se me había ocurrido que podía leerle un rato para entretenerlo ya que estaba con dificultad para ver. Cuando le conté la idea me dijo: “déjate de joder. Contame anécdotas divertidas, seguro tenemos muchas”. Y sí, guardo un aluvión de momentos entrañables y disparatados. Desde cuando lo conocí en la redacción de Rosario/12 en 1990. Era entonces un chico desgarbado de anteojos que, con sus veinte años, nos había deslumbrado con su primera colaboración. Una nota sobre el primer boliche gay de Rosario. Era audaz y escribía bien. Además, se permitía reírse de sí mismo. Cultivaba esa forma refinada de la inteligencia. No tardó en incorporarse al diario y a mi vida. Pero fue lo que llamábamos “el exilio porteño” lo que nos unió definitivamente. Gerardo había llegado unos años antes que yo y se adaptó con más facilidad a la vida en la gran capital.

Su talento lo hizo jugar enseguida en primera: fue productor de Sábado bus conducido por su admirado Nicolás Repetto –allí surgió el segmento “La pregunta animal” que luego devino en su programa de entrevistas–; fue productor de Hora clave, el programa político conducido por Mariano Grondona y de Georgina y vos, de Georgina Barbarossa. Respiraba televisión. Hizo una decena de programas más, siempre con su marca personal. Tenía la cabeza florecida de ideas y proyectos. Y una enorme capacidad para mirar sin prejuicios.

Era, además, un periodista todo terreno. En 2007 ocurrió un milagro inesperado, trabajamos juntos con Maximiliano Montenegro en Tres poderes por América TV, un programa de periodismo político levantado del aire en un inédito acto de censura. Creo que, en parte, disfrutamos de esa caída en desgracia. Los dos sabíamos que sólo en la adversidad se puede comprobar el peso de las convicciones. Ese episodio nos dejó en claro que seguíamos defendiendo las mismas ideas de siempre. Y que se debe decir no ante lo inaceptable, en especial en un sistema de medios en dónde casi todos dicen que sí con entusiasmo.

Gerardo fue el creador de ese espacio que, tiempo después, algunos llamaron “Corea del Centro” y que yo prefiero definir como el espacio donde la ideología y los intereses económicos no se anteponen a la buena práctica periodística. Tras mi primera discusión pública con Jorge Lanata en la entrega de unos Premios Martín Fierro, Jorge me criticó fuerte en su programa de radio y yo estaba amargado. Para mi sorpresa, Gerardo me dijo: “Es lo mejor que te pasó desde que estás en Buenos Aires”. Cuando le dije que no lo entendía, me aclaró: “Ya está 6 7 8 y Jorge es 9 10 11. Si estás convencido quédate en el 8,30. Es un buen lugar para hacer periodismo”. Era además un chiste interno, la radio en la que empecé a trabajar es LT8 de Rosario, ocupa el 8,30 del dial.

Gerardo siempre estuvo interesado por la política. En nuestro último encuentro hablamos de Gabriel Boric y de la enorme expectativa que nos generaba la nueva izquierda chilena. “Sería lindo estar allí, ¿no?”, me dijo. En los últimos meses estuvo trabajando en el guión para una serie sobre la vida de Salvador Allende. Estaba convencido de que libertad y justicia social podían ir de la mano.

Su gran pasión eran las buenas historias. Siempre tenía alguna que podía convertirse en serie o película. Y siempre se detenía en los detalles. Lo importante era saber contar, no importaba qué. Un dato: se está por estrenar una serie que, literalmente, le robaron. Algo que lo amargó en sus últimos meses. Lo dejo aquí porque no quiero distraerme en quienes no lo merecen.

Era desde niño un lector voraz. En 2010 inventó un programa sobre libros junto a Eugenia Zicavo dentro de un ciclo que se llamaba Esta Noche y logró que la literatura tuviese un espacio en un horario central. Admiraba a los escritores y se la pasaba amagando con escribir una novela. Después vendrían los sucesos de Gracias por venir y La Peña en Telefe. En este último ciclo pudo expresar su amor por la música y su lealtad con sus creadores.

Mientras pudo estuvo eligiendo y presentando “Las canciones más lindas del mundo”. Sabía que una vida sin música es un desierto. El último texto que dictó, porque ya no podía escribir, explica el nacimiento de la Trova Rosarina como “un big bang antes del big bang”. Pronto se cumplen 40 años de ese estallido musical. Era también una manera de contar su propia historia a través de las canciones de su vida y hablar de su ciudad. Gerardo amaba a Buenos Aires, pero su lugar en el mundo estaba a orillas del Paraná: “Yo soy rosarino, soy judío, soy de Central, soy periodista y productor –se definía–. Así que soy eso, que es un montón. Y cuando digo ‘soy rosarino’, digo nací en el lugar que más me gusta de todo el mundo, y viajo inevitablemente a la calle 9 de Julio 1669, séptimo piso, a la casa de mi infancia”.

En una de sus canciones favoritas, El Témpano, Adrián Abonizio escribió: “Voy hacia el fuego como la mariposa y no hay rima que rime con vivir”. Y es así, no existe esa rima salvadora. El verso que lo traiga de vuelta.

Sé que lo estoy despidiendo y, a la vez, lo estoy traicionando. Gerardo lo hubiese hecho mucho mejor. Él sabría arrancarles una sonrisa en el final. Como se hace en la buena televisión, después de un momento de intensa emoción hay que cerrar con un toque de humor. Pero no puedo. Siento que todo es muy frágil, muy triste y muy injusto. Y que algunas partidas, irremediablemente, te parten. Cuando logre juntar los pedazos volveré a reírme con él, seguramente, como lo harán ustedes. Lo evocaremos con alegría y con música como Gerardo Rozín merece que se lo recuerde".
Adiós al amigo
Por: Sergio Ciancaglini. La Vaca
"Gracias querido. La información es complicada. Tumor cerebral alojado en la zona del habla y el entendimiento. Y encima con mal aspecto, más allá de la elegancia del bicho. Están analizando secuelas posibles y tiempos. Apenas me dé, te llamo. Los quiero".

El mensaje es de abril de 2021. Gerardo mezclaba el horror, el afecto y hasta el humor, más allá de la elegancia del bicho. El domingo 4 lo había llamado preocupado por la noticia de una supuesta arritmia que le había impedido aparecer en su programa. No contestó.

Al rato sonó el celular. La verdadera historia se armaba con otras palabras: tumor maligno, miedo, angustia, estudios, biopsias, operaciones. Le habían dado la noticia dos días antes, una fecha que fue cualquier cosa menos un viernes santo. Estábamos paseando ese domingo por San Telmo con Claudia (Claudia Acuña, la persona que me soporta desde hace algún tiempo). Quedé en modo arritmia existencial. Claudia agarró el teléfono y dijo las palabras que yo hubiera querido pronunciar. Le habló de fuerza, de que siempre estaríamos a su lado, de amor. Él dijo que lo sabía.

Volvimos a hablar muchas veces: tenía claro que la historia estaba escrita.

Cuestión de tiempo.

Para ese tiempo y hacia afuera el pacto que pidió, casi sin decirlo, fue el silencio.

En plena era pandémica, el bicho no venía de afuera ni se lo combatía lavándose las manos o con vacunas. El bicho de Gerardo era lo suficientemente maligno como para pretender atacar el habla y el entendimiento de alguien que siempre intentó entender, que siempre quiso hablar, que pese a pertenecer a nuestro democrático sindicato de los ensordecidos sabía escuchar con las orejas, los ojos y el alma.  

Nos conocimos en el año 88 del siglo pasado, en Rosario. Él tenía 18 años. Era presidente o motor del centro de estudiantes de la Facultad de periodismo de la ciudad. Me invitó a dar una charla. Yo trabajaba en un diario progresista en el que se maltrataba a demasiada gente. Zarpar de ese ambiente para salir a hacer notas o aceptar invitaciones rosarinas era un truco de desintoxicación que recomendaba en voz baja un duende que andaba por allí llamado Osvaldo Soriano.

Cuando bajé del micro en Rosario estaban Gerardo y un par de sus compañeros del centro. Habían creado una agrupación que se llamaba El Payo, referenciada en un busto de alguien que no se sabía quién era (salvo que este recuerdo sea una especie de sueño posterior). En El Payo no tenían pretensiones pomposas de revolucionar la historia, de creerse la política universitaria, de adjudicarse el descubrimiento del agua tibia, sino de tomarse las cosas con seriedad, humor, y fomentar el periodismo como una pasión que no durase lo que un fósforo. De aquella charla en un aula llena recuerdo lo que comprobé siempre: el entusiasmo, la curiosidad, las miradas y los corazones abiertos que conocí en tantas provincias y que algunas veces me siguen haciendo percibir a Buenos Aires como un pueblo fantasma.  

Gerardo me llevó a recorrer bares, radios, canales, sosteniendo científicamente que "en Rosario están las chicas más lindas del país". Me presentó a su mamá, compartimos la comida porque El Payo no iba a financiarlo todo. Gracias a él conocí Rosario como un viajero, no como un turista. Mi modesto trabajo periodístico en temas relacionados con derechos humanos había sido el punto de encuentro con ese joven engañosamente tímido, que ya a los 12 años se había lanzado a hacer algo asombroso: un relevamiento callejero sobre los desaparecidos en dictadura, consultando a la gente de los barrios, a comerciantes, a las escuelas (dato para quienes creen que el periodismo depende de un título, y no de ingredientes tales como la curiosidad, las ganas, la pasión, y hasta cierta desesperación por contar lo que ocurre).

Gerardo era veloz de la cabeza y de la palabra, irónico, atento, compinche. Ya tenía una perplejidad entre azorada y divertida frente a los acontecimientos que nos propina la irrealidad nacional. Empezó a venir a Buenos Aires, a casa, fue testigo de cómo Claudia y yo intentábamos el oficio de criar a nuestros hijos. Trabajó luego en un diario rosarino, volvió a Buenos Aires, donde se sintió siempre un exiliado, pero con su talento se fue ganando los espacios en la televisión que le dieron fama más que merecida.

Usó un recurso extravagante en esos ámbitos: la inteligencia.

Anduvimos viéndonos un poco a los saltos, entre menemismos, alianzas, kirchnerismos, pero hay amistades que parecen no necesitar del fichaje cotidiano, que tal vez están arraigadas en mecanismos celulares, o de las neuronas, o de las coronarias, fluyendo aunque el contacto no sea permanente. Hoy creo que no siempre hay que dejar que eso ocurra.  

En los últimos años recobramos esa compinchería. Cenas en parrillas insólitas y tangueras, intercambio de mensajes y noticias (me mandaba stickers canallas del matador Mario Kempes y Aldo Pedro Poy con la camiseta de Central). Fue gran impulsor de la primera y maravillosa novela de Claudia, No estás sola, saga que él se proponía convertir en serie televisiva. Y me metió también en un proyecto que para mí fue principalmente la excusa para hacer algo juntos y, como solía decir, aprovechar para reunirnos a chusmear de vez en cuando sobre los medios, el país, la vida y otros enigmas por el estilo.

Supe de sus ideas y de cómo se las robaron en algunos casos esas empresas mediáticas que tantas veces parecen un tumor alojado en la zona del entendimiento. Existe el llamado modelo extractivo (agricultura transgénica, megaminería, petróleo y los etcéteras actualizados de estos últimos 500 y pico de años) pero lo que me contaba Gerardo era un emblema de que la cosa tiende a ir mucho más allá, a toda forma de vida y de relación.

Con la noticia del tumor el correr de los meses trajo bajones y remontadas, pero él ya había entendido todo. Transitó las operaciones, los tratamientos, las quimioterapias. Nunca se puso en víctima.

Como le gustaba decir: cero queja.

Tampoco iba haciendo alarde de sus gestos de generosidad, que tanta gente le reconoce en estos días.

Seguía simplemente haciendo lo suyo, con sus armas de construcción masiva: creatividad, cordialidad, trabajo, convivencia, sensibilidad, mirada crítica, alegría. Y entendimiento. El bicho no lo logró. Antes y después de aquel viernes no santo, Gerardo siempre entendió todo.

En una cena en casa nos pidió que no le mandáramos textos sino audios, porque el tumor le estaba empezando a afectar la vista. Un día me dijo: “Ando medio desorientado cuando camino, pero bien, tengo que ir arreglando todo”.  

Me habló de la gente que lo ayudó, de la que lo contuvo. Su programa se había convertido en hogar, barrio, territorio común de la gente que hace música, espacio de conversaciones y de melodías y de sueños. Fue feliz por volver a hacerlo el año pasado. Fue feliz por poder trabajar.

En uno de esos días difíciles le mandé una foto en la que se lo veía agitando un puño. Debía estar cantando en La Peña del Morfi, pero parecía un agitador de barricada. Contestó riéndose: “A uno no lo dejan ser un judío burgués que quiere hacer televisión tranquilo”. Me contó que su hija Elena, 11 años, también estaba entendiendo todo: "¿pa, te vas a morir?" le había preguntado. Logró hacer un viaje con ella y con Pedro, su hijo mayor. Como organizando la despedida. Cero queja.

Ayer vi el cajón cerrado antes de que se lo llevaran a Rosario, envuelto en una bandera de Central. En estas ocasiones me vuelve un recuerdo.

Hace muchas vidas otra duende, María Elena Walsh, durante una entrevista me planteó un deseo: "Abrir los diarios y que haya muerto un gran hijo de puta, y no la gente buena. No personas queridas y valiosas". En aquel momento me habló de Osvaldo Soriano y de María Herminia Avellaneda. "No quiero desearle la muerte ni voy a matar a nadie. Pero no seamos tan buenitos. Esto es un desequilibrio social muy grande. Y no sé cómo consolarme de tantos ausentes".

Queda dicho Gerardo, sembraste mucho de bueno frente a lo maligno. Una forma de vivir, y hasta una forma de morir llena de un coraje callado, en medio del miedo, construyendo. Pero no hay caso. No me resigno a estos desequilibrios, y no logro aprender cómo consolarme por los ausentes. Eso sí: cero queja. Te abrazo.

El sepelio se extenderá en la sede porteña de la Cochería Caramuto hasta las 15 y mañana sus restos serán inhumados en el Cementerio Israelita de Rosario donde también está su madre.
Noticia en desarrollo

Otras Señales

Quizás también le interese: