jueves, 24 de marzo de 2022

Rosario: Las voces de la (des) información durante el terrorismo de Estado

A 46 años del golpe cívico militar, el diario La Capital, editó un informe especial con palabras de trabajadores y trabajadoras de prensa recordando lo que ocurría en los medios de Rosario en esos momentos dónde: "primaba el miedo, la censura y autocensura, la colaboración y el silencio"
La edición de La Capital del 27 de marzo de 1976
Por: Laura Vilche
Un coronel interventor obligó a renunciar a su cargo de redactor del informativo de LT3 a Armando Cicerchia. En 1980, Jorge Rafael Videla y su esposa Alicia Hartridge visitaron el Museo Histórico Provincial y la periodista Alicia Simeoni no pudo intercambiar pregunta alguna con el dictador. Luis Etcheverry, que ya trabajaba en la sección Espectáculos de La Capital, admite un escenario de miedo y autocensura.

Las anécdotas y recuerdos sobre la (des) información durante el terrorismo de Estado se multiplican también en un anecdotario en primera persona de Enrique "Quique" Pesoa, Oscar Bertone, Ruben "Chacho" Pron y el reportero gráfico Alberto Gentilcore. Y a todos ellos se suma otra voz singular, la de Juan Nóbile, quien desde 2004 integra el Equipo Argentino de Antropología Forense y se sirvió de la información de las agencias del gobierno y de los partes policiales que se replicaban en los medios de la época para años más tarde ubicar con su equipo los restos de personas asesinadas.

Todos reeditan desde su propia historia lo vivido por gran parte del periodismo rosarino durante la última dictadura cívico militar, sensaciones aún en carne viva a 46 años del golpe y en este jueves, Día Nacional por la Memoria la Verdad y la Justicia.

Cada uno de los testimonios de estos periodistas retrotrae inevitablemente al pasado. Otro momento político y económico para todos y otros medios, otras tecnologías y otros lenguajes para el periodismo, pero un mismo recuerdo que marca el inicio del terror: el 24 de marzo de 1976, en que los diarios titularon "Nuevo Gobierno" en letras enormes y La Capital de ese momento, ya centenario y popular, con una tirada de cien mil ejemplares dominicales, no fue la excepción.

El país entraba en sus años más oscuros y sangrientos y el gobierno militar que tomó el poder apeló con maestría a la censura, el silenciamiento o la complicidad para construir un discurso oficial desde los medios de comunicación.

El único documento oficial que remitió al silencio de la prensa argentina nació ese mismo día con el comunicado Nº 19 de la Junta Militar que establecía penas de 10 años de reclusión "al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales".

Tanto la gráfica, como los programas de radio y televisión, fueron el puntal de ese nuevo orden autoritario. Y si bien la edificación ideológica había comenzado un tiempo antes de ese primer comunicado, se instaló a partir de allí una construcción discursiva del régimen plagada de nuevos sentidos.

En la notas, el ocultamiento informativo y deformación de los hechos se impregnaba de una función supuestamente republicana donde cuestiones municipales y administrativas, como el transporte y la limpieza urbana, eran lo principal. Se resaltaba una liturgia castrense, se exacerbaba un discurso disciplinador y se escribían editoriales apologéticas sobre la "refundación de la patria".

Había cohesión nacional cívica, militar y eclesiástica en las coberturas de los grandes hechos históricos. Con esa línea editorial y exitismo se relató el Mundial 78, tanto la visita del Papa como la Guerra de Malvinas, y con ese perfil se enfrentó a la supuesta "campaña antiargentina" que, según el poder de facto, provenía del exterior.

Justamente esa unión de las cúpulas dominantes hará debatir hasta hoy si la dictadura fue sólo "militar", "cívico-militar" o "cívico-militar-eclesial", una categoría que entre otros usaron en estos años el Grupo de Curas en la Opción por los Pobres y "desde siempre" Familiares de Desaparecidos Rosario, según asegura Elida Luna, presidenta del organismo creado en abril de 1977.

"Sumamos el término al hablar de la Iglesia como un Estado aparte con el Papa a la cabeza y con autoridades como el capellán de la policía de Santa Fe, Eugenio Zitelli quien visitaba periódicamente los centros clandestinos y acompañaba las torturas mientras era protegido por el Arzobispado local".
El golpe en ese tiempo aparecía como una consecuencia "inevitable". Las palabras "subversivos" y "enfrentamientos" justificaban toda acción de terrorismo por parte del Estado, las fuerzas armadas se presentaban como "salvadoras" y garantía de orden e integración social, las desapariciones eran una consecuencia no buscada de una supuesta "guerra", no se publican solicitadas de familiares de desaparecidos y los centros clandestinos y de exterminio de la ciudad, la provincia y el país supuestamente no existían.

Pero solo en Rosario, el ex Servicio de Informaciones de la Policía de Santa Fe (SI) funcionó entre 1976 y 1979 en la cara de todos y en pleno centro de la ciudad (Dorrego al 600).

Se estima que allí permaneció secuestrada la mayor cantidad de detenidos-desaparecidos de la región: unas 2 mil personas, algunas de ellas embarazadas, perseguidas y perseguidos por su militancia política, social y estudiantil, fueron secuestradas/os, torturadas/os, violadas y víctimas de desaparición forzada en muchos casos.

Parte de los crímenes cometidos en este lugar han sido juzgados por la Justicia Federal como delitos de lesa humanidad y se impusieron condenas a sus responsables; aún continúan en trámite los juicios por los delitos allí cometidos.

En Rosario no hubo periodistas desaparecidos ni asesinados: sí cesanteados sin derecho al reclamo ni a la defensa laboral en momentos donde la prohibición recaía en la actividad política y gremial y el Sindicato de Prensa, como el resto de los gremios, estaba desarticulado.

Las voces y testimonios de trabajadores de esa época que compila esta nota son de las que hacen memoria sobre una profesión envuelta entre el miedo, la censura y autocensura, la colaboración y el silencio.

Armando Cicerchia: cuando LT3 estuvo bajo el control de las botas
A sus 72 años recuerda cómo el teniente coronel José Candel lo invitó a firmar su renuncia como locutor y redactor del informativo por negarse a cubrir una nota fuera de horario laboral, en la "Cerealista", la decana de las radios de Rosario
Cicerchia fue locutor y redactor del informativo de la estatal LT3, más tarde, fue corrector de La Capital
Por: Laura Vilche
-El teniente coronel está enojado con vos.

-¿Por qué?

-Hijo, porque te negaste a hacer la nota ayer, te salvaste de que te mandara la patota a tu casa.

Así recuerda el diálogo que hace 46 años tuvo este periodista -locutor y redactor del informativo de la estatal LT3, luego corrector en La Capital - gremialista y abogado, Armando Cicerchia. Su interlocutor en la Radio Cerealista LT3 era Gilberto Juchly, mano derecha del teniente coronel José Candel, interventor de decana de las radios de Rosario. La radio bajo el control de las botas.

Cicerchia hace memoria y le cuenta a este diario. Dice que el día anterior había terminado su jornada laboral y quien era su mujer por entonces lo pasó a buscar por la radio para ir juntos al médico. Pero al salir, su jefe a quien recuerda como "un hombre meloso, servil y escurridizo" le dijo que tenía que ir a cubrir la nota de un músico famoso (posiblemente, no recuerda del todo, fue el pianista israelí Ilan Rogoff) que venía a la ciudad.

Quien le dio la orden a Cicerchia provenía de LT8 y había sido premiado con la conducción periodística en LT3 después de toda una vida de servicios a las Fuerzas Armadas, a través del programa Operativo Azul y Blanco dedicado a exaltar la acción militar.

"Un antiguo compañero de la Ocho, Osvaldo Malbrán, quien se atrevió a descalificar las aptitudes de Juchly para el cargo fue suspendido varios días y acabó perdiendo su trabajo. Así se trabajaba en aquel oscuro período", dice Cicerchia antes de volver a la anécdota de hace más de cuatro décadas y contar que se negó a cubrir la nota con el músico.

"Mi turno terminó -le aclaró a Juchly-, no sé ni quien es ese músico, no iré sin saber nada a una nota: ¡andá vos!", le contestó. Por eso al día después el jefe le dio la bienvenida con ese cuento amenazador.

"No sabía si era verdad o era una mentira más del jefe, un hombre alcahuete, rastrero", retrata Cicerchia quien decidió sacarse la voz del intermediario de encima e ir él mismo a hablar con el interventor que entre otras cosas había dictaminado que se prohibían las carcajadas y las improvisaciones al aire, a excepción de los momentos en que había personalidades invitadas y eran abordadas por los profesionales de la casa.

Cicerchia, entonces, subió la escalera de la radio, golpeó la puerta del despacho y escuchó que de adentro le decían con firmeza: "¡pase!".

-Buen día, quiero hablar con usted...

- Pero yo no sé si quiero hablar con usted-le dijo Candel.

- Es que no sé si el jefe le explicó que...

"Me interrumpió y me mostró dos papeles que tenía preparados sobre su escritorio. Los señaló solo con un movimiento de la barbilla", cuenta Cicerchia.

-Mire, usted tiene dos caminos: o renuncia o se ajusta a la ley de prescindibilidad.

Cicerchia renunció.

"Aceptar la ley indicaba que te echaban sin indemnización, no volvías a la repartición pública por cinco años y te marcaban como subersivo. Prefería quedarme sin laburo a pesar que ya tenía a mi primera hija, Maria Laura", asegura.

Pero el hombre que hoy tiene 72 años y recuerda todo con lujo de detalles no quiere que el episodio que vivió en el edificio de Balcarce 840 quede como lo más saliente e importante de esa historia. Cicherchia analiza políticamente esos años de terror por parte del Estado, donde el lenguaje y la tecnología de los medios eran otros, pero su poder casi tan importante como hoy.

El sonido del silencio
Cicerchia dice que los crímenes que se desataron el 24 de marzo de 1976 fueron preanunciados por el accionar de la lopezreguista Triple A durante el breve ciclo isabelino y trajo a la radiodifusión rosarina una devastación y silencio "aún no suficientemente analizados". Así lo escribió para el Museo de la Memoria en 2021 y hoy continúa pensando lo mismo.

Cuando los grupos de tareas comenzaron su labor genocida, existían en Rosario sólo tres emisoras de radio, todas estatales, y apenas despuntaba la era de las FM.

"Y cuando la dictadura cívico-militar irrumpió a sangre y fuego con la excusa de la lucha antisubversiva para instalar su plan neoliberal al servicio de grandes intereses, una de sus primeras acciones fue dominar las radios con el claro propósito de controlar la información: no debían conocerse las violaciones a los derechos humanos que sucedían en las catacumbas del proceso", recuerda.

Tres interventores militares, todos designados por el Ejército, estaban al frente de las radios. Además de Candel, sucesor de Federico Hasenbalg, estaban el mayor ingeniero (R) Rodolfo Pérez, en LT2 Radio Splendid cuyo propietario, Alberto Gollán, tenía relación estrecha con el mayor y Comandante de la Gendarmería y jefe de la Policía de la provincia,Agustín Feced. Y el teniente coronel (R) Jaime Fábregas, encabezó LT8 Radio Rosario. Luego fue sucedido por el coronel (RE) Manuel Segovia. Luego fue sucedido por el coronel (RE) Manuel Segovia, a quien se ve en una nota de octubre de 1979 en una nota, junto al jefedel departamento administrativo, Sergio Fernández Collazo y al director artístico, Jorge Cánepa.
Todos ellos dirigieron el tríptico radial en un contexto de represión de toda resistencia popular. Una de sus primeras medidas fue extender la jornada laboral de seis a siete horas y reducir el descanso semanal de dos días a uno.
"Quienes se cobraban vidas sin juicio previo no iban a detenerse en leyes laborales como el estatuto del periodista profesional o los convenios colectivos de trabajo. El estado de derecho ya no funcionaba, la Junta Militar sustituyó al Poder Ejecutivo, la Comisión de Asesoramiento Legislativo al Congreso y la actividad política y sindical fueron prohibidas. El Poder Judicial se convirtió en un apéndice que negaba hábeas corpus y los abogados que se atrevían a defender a presos políticos y sociales corrían la misma trágica suerte que los desaparecidos", dice Cicerchia quien en la charla con La Capital recordará a su ex compañero de la Facultad de Derecho de laUniversidad Nacional de Rosario, el desaparecido Eduardo Garat.

Este hombre nacido en Venado Tuerto, quien una vez en un acto escolar había oficiado de locutor y migró a Rosario para estudiar ingeniería, cuenta cómo fueron sus primeros pasos en el periodismo.

Tenía 20 años y había empezado a conocer la ciudad, la militancia, vivió el Rosariazo y el Cordobazo. Vivía en pensiones y trabajaba como lavacopas, diez horas, en un cabaret. Lo social le empezaba a interesar, lo político también y no quería estar tras una bacha toda la vida: necesitaba ganar más dinero para poder vivir y estudiar en la facultad.

"Escribía bien, me acordé de esa anécdota adolescente de locutor y fui a la radio dispuesto a decir 'puedo aprender' Trabajaban Evaristo Monti y Raúl Granados, conducían la radio popular y escuchada del momento. Granados me tomó una prueba de lectura de avisos y empecé a trabajar, pero no me pagaban. Me fui a los tres meses.

En el 70 vuelve a la radio. "Le pido trabajo en el informativo a Antonio 'Espectador' Noya. Le confieso que no sé escribir a máquina. Me dió cinco cables para que haga un boletín informativo. Con dos dedos, como escribo hasta hoy, armé algo casi en una hora. Tenía una necesidad voraz de aprender, todo. Me tomó", recuerda.

El plantel informativo de la radio estaba formado por once trabajadores, todos varones a excepción de Sara Blanco la primera locutora y redactora de Rosario. Era hasta ese momento uno de los equipos más comprometidos y profesionales de la época. Es más, dice Cicerchia, que la radio era el medio más informativo y la incipiente programación televisiva era la que entretenía.

"Pero en el 76, la radio fue rápidamente diezmada con cesantías o renuncias forzadas por el temor o la extorsión. Sus integrantes se redujeron en dos años sólo tres con aquella ofensiva, cuyo claro propósito fue silenciar la información para contribuir el siniestro plan, concebido y ejecutado en la clandestinidad, que la historia posterior denominaría –justificadamente– terrorismo de Estado. Los periodistas no estábamos preparados para resistir: teníamos solo una birome, ellos los tanques, las torturas, violaciones, desapariciones y amenazas, los juzgamientos sin derecho a proceso, los asesinatos arrojando genrte de los aviones. Aquella política de lesa humanidad necesitaba de la complicidad mediática que, si no podía conseguirse persuasivamente, era arrancada por métodos menos escrupulosos".

La actividad gremial
Cicerchia, tras su intempestiva renuncia en LT3, se refugió años más tarde en la redacción publicitaria y en el periodismo gráfico a partir de su ingreso en La Capital, época de las viejas linotipos, armadores, tipiadoras y correctores y donde la fuente de información solo era recibidadesde las Fuerzas Armadas y la policía.

"Tras Malvinas, con otros compañeros formamos la Agrupación Rosarina de Trabajadores de Prensa (Artrap) que logró rescatar el sindicato que había quedado formalmente en manos de dos personas", dice Cicerchia, al referirse a Ernani "El Negro" Soto, quien trabajaba como administrativo, y Antonio Do Reis, en la obra social, cuando el Sindicato de Prensa Rosario (SPR) funcionaba en calle Mitre, frente a la actual plaza del Che.

Se recuperó la democracia, Cicerchia militó en favor de la Lista Unidad que ganó las primeras elecciones con el periodista y poeta Hugo Diz a la cabeza. Uno de los primeros pasos de esa dirigencia fue impulsar una nueva ley de radiodifusión. Un propósito que debió esperar un cuarto de siglo para que se retomara como ley de servicios audiovisuales y aun no se terminó de poner en práctica.

No fue la última lucha gremial de Cicerchia. En 2010 tanto LT8 como LT3 y La Capital pertenecían al Grupo Uno Multimedios de Daniel Vila y José Luis Manzano y en solidaridad con los 26 trabajadores despedidos de ambas radios, el 31 de marzo de 2010, los trabajadores de "el decano de la prensa argentina" pararon por completo las tareas en el edificio de calle Sarmiento 763 y en la planta impresora, durante siete días con sus noches.

Cicerchia era secretario, un cargo superior en la Redacción pero en esos días no dudó y fue uno más entre los trabajadores. Otro gesto de lucha colectiva de este periodista que no se rindió ni en dictadura ni en democracia y mantiene la memoria en pie.

Los tiempos más oscuros contados en primera persona
Enrique "Quique" Pessoa, Oscar Bertone, Ruben Pron y Alberto Gentilcore, todos trabajadores de prensa, repasan la historia entre 1976 y 1983. Recuerdos y autocrítica

"Fue cómplice por ignorancia: no me ocupé de nada, fui un boludo"
Enrique "Quique" Pessoa (conductor del programa La mañana Entera en LT8, durante 1978)
"Los argentinos somos negadores y oculteros, no tenemos muy afilado el sentido de la autocrítica, ni como como cuerpo social ni en lo personal, cada uno tiene sus razones para salvar la ropa. Sale más fácil mirar la paja en el que la viga en el propio. Creo que todos los periodistas fuimos un poco cómplices, por omisión o por ignorancia, y aquellos que no lo fueron murieron acribillados o torturados. Trabajando en un medio de comunicación es dificil evadir responsabilidades. Recuerdo mi complicidad por ignorancia: no me ocupaba de nada, fui un boludo. Solamente acataba el listado de músicos prohididos por la dictadura y yo no me rebelaba contra eso, contra la imposibilidad de difundir a Vìctor Heredia o a la Negra Sosa. Los periodistas que estaban alrededor mío no sé si eran todos inocentes o fingían inocencia para no metersesen camisas de once varas. En el año 1978, yo me envolví en una bandera y salí a festejar el Mundial, no estaba crítico con la dictadura. En el año 82, como periodista, locutor y conductor, me comí los amagues de Pepito Gómez Fuentes y creía que íbamso ganando. No quiero evadir responsabilidades y decir 'yo no podìa hablar', en mi caso me metí muy poco y es más fui a algunos festejos que nos invitaban los milicos en el Comando de II Cuerpo de Ejército y no voy a hacer nombres pero me acuerdo de periodistas de nota con los que fuimos. Allí conocí a Gómez Fuentes, después me enteré que festejaban la apertura de una cárcel, había mucho cuenterío. Lo cierto es que estuvimos en una fiesta: eso es indiscutible, innegable. Una noche me acuerdo que un teniente coronel Espingarda, o como carajo se llamaba, tenía un departamento en un edificio sobre Oroño y me invitó como periodista destacado a cenar junto a otros militares. Yo estuve allí y me acuerdo de haber escuchado medio de refilón una pequeña discusión que me quedó grabada de este tipo diciendo, '¿pero cómo que no llegaron los camiones, dónde están los camiones? No me comprometí, por ignorancia. En el 78 protagonicé un programa radial muy escuchado que iba todas las mañanas desde las 7. Allí estaba en contacto con periodistas, le hice un reportaje a Menotti, hablé de la importancia del Mundial, empatrioterado con el fútbol. Claro que también estaban los que sabían cómo eran las cosas y no se metieron para no perder la vida. Yo de desaparecidos y asesinados no sabía nada. Al punto que tuve un amigo con quien empezamos Medicina, el Chavi Argüello, un cuadrazo de Montoneros, que estuvo implicado en el asesinato de algún militar. El sabía que yo no sabía y no me involucró. Pasó una noche a despedirse de mí y mi ex esposa y lo mataron a los pocos días en una encerrona en Córdoba. Para mí fue una muestra de lealtad y verdadera amistad. Con el tiempo me dí cuenta de la enorme mayoría silenciosa que hubo, del colaboracionismo".

"Rubén González Figueredo, me secuestró y me salvé por ser periodista"
Oscar Bertone (ex jefe de Redacción de diario Rosario, entre 1982 y 1983).
"Rápidamente recuerdo tres historia: una graciosa por su desenlace, una trágica y una más, personal. La primera tiene que ver con la nota editorial de los domingos en el diario. Se me había ocurrido publicar las homilías del arzobispo de Santa Fe, Vicente Zaspe, temerario y comprometido con la opción por los pobres. El obispado llamó para levantarlas porque consideran 'descomedido' que en un diario que se llamaba Rosario, con el nombre de la virgen, apareciera el arzobispo de Santa Fe como voz oficial de la Iglesia. El fondo de la cuestión era otro: los santafesinos recién dejaron crear el obispado en el '60 acá en Rosario y había una vieja puja. La segunda anécdota es traumática: en los últimos años de la dictadura empezaba a renacer la Juventud Peronista y vino Osvaldo Cambiasso (N.de la R: ingeniero químico y militante Montonero) a una entrevista por la JP. Cuando le fueron a sacar la foto a los dirigentes le dije: 'Mirá, estás en una situación comprometida, yo te diría que no salgas en la foto'. Me dijo que 'no', que había que 'estimular a los compañeros'. Salió. Con esa imagen los Servicios se dieron cuenta que andaba por Rosario. Al poco tiempo lo secuestraron y tuvimos que publicar la maldita noticia de su secuestro y el de y (Eduardo) Pereyra Rossi en el bar Magnum, de Córdoba y Ovidio Lagos. Y la última historia tiene que ver conmigo y el ex policía de la Unidad Regional II y ex miembro del Servicio de Inteligencia del Ejército, Rubén Darío González Figueredo. El junto con otros dos, me secuestraron en noviembre de 1982 y me salvé por ser periodista. El tipo era un residual del Batallón de Inteligencia de Aníbal Gordon. Eran tan brutos que actuaron con inteligencia de Buenos Aires y no sabían qué yo era jefe de Redacción de un diario, me salvé. El tipo fue encarcelado, entre otros testimonios, por el mío y el de mi ex pareja de aquel momento. (N.de la R: Fue condenado a 25 años de reclusión y se lo declaró reincidente. Pero en 1992 empezaron una serie de reducciones de pena con la que se vio beneficiado, Carlos Reutemann firmó cuatro conmutaciones que le quitaron años de cárcel incluso hubo un error en el expediente. Quienes redactaron el decreto en lugar de escribir que la condena de Figueredo quedaba en '23 años y 4 meses de reclusión', pusieron '… de prisión' y por ese concepto, más benévolo, comenzó a gozar de salidas transitorias y luego salió gracias al 2x1 de 1994). Lo que más bronca me dio es que con la conmutación de penas termino saliendo y después degolló a una chica embarazada a quien dio por muerta pero sobrevivió. El hijo quedó con minusvalía grave de por vida".

"Tomé una foto en la calle y retraté sin querer al represor Carlos Gómez"
Alberto Carlos Gentilcore (reportero gráfico del diario Rosario)
"Era una tarde de final de la democracia, bajé del colectivo en Montevideo entre Buenos Aires y Laprida, con dirección al Parque Urquiza. Como siempre andaba con la cámara en el cuello y tomaba fotos para tener en el archivo del diario, a la gente común. En eso vi a un hombre en una silla de ruedas, tomé la foto en la calle y retraté sin querer al represor Carlos Gómez. Se publicó. Llamó un colectivero desde Córdoba y comentó que a ese mismo hombre que había visto en el diario acababa de verlo bajar del coche que manejaba y que era un represor: Carlos Gómez, de la patota de Feced en el Servicio de Informaciones, un torturador violento y violador. El hombre lo denunció y Gómez terminó preso, pero durante los juicios. Esa foto como mucho del archivo del diario Rosario se perdió cuando se cerró y hay quienes dicen que todo ese material terminó en manos de los servicios de la marina porque alguien ligado al periodismo se los dio. En otra oportunidad, también por azar, pero ya en democracia saqué fotos a una vivienda y vino la policía a detenerme, había tomado la imagen de la puerta de la casa de otro represor de la patota: José Lofiego, el mismo que luego, en 2011, durante el juicio de la causa Díaz Bessone declaró y apuntó a Gómez como un compañero de tareas que había trabajado también en la sección Hurtos".

"Vi el asalto donde acribillaron a un pibe, pero se habló de enfrentamiento"
Ruben "Chacho" Pron (ex redactor en Crónica, El País y Rosario y militante gremial)
"El contexto de época en Rosario no era en los primeros tiempos después del golpe exactamente el mismo que en Buenos Aires, donde las atrocidades de la dictadura cívico-militar empezaban a trascender al periodismo, sin que los grandes medios pudieran reflejarlo. En Rosario no conocí periodistas que hubieran manejado información concreta sobre lo que ocurría en la dictadura, aunque es de suponer que habría quienes tenían referencia de ello por su cercanía con los usurpadores del poder. Pero aun así no hubieran podido siquiera deslizarlo, sujetos como estaban los medios a una sorda censura, a menudo explícita pero generalmente tácita. Los jefes de redacción de entonces, seguramente advertidos por sus superiores, desalentaban con actitud paternal cualquier iniciativa de publicar temas que pudieran contradecir las directivas recibidas y las páginas de los diarios, lo mismo que el periodismo radial y televisivo, reflejaban información inocua limitada al quehacer oficial, los temas vecinales, los accidentes de tránsito, la información sobre cultura y espectáculos permitidos, los chismes y deportes para mantener entretenida a la sociedad ante las tensiones de la represión y el terror. Los periodistas con actividad política en las dictaduras anteriores y la lucha por la recuperación de la democracia éramos gente 'marcada'. En mi caso particular me habían revocado la acreditación ante el Comando del II Cuerpo de Ejército luego de que en un allanamiento al local de ATE Rosario, en 1971 o 72, reclamara ante la autoridad militar por la desaparición de material periodístico que guardaba allí. De mi tarea sindical como delegado en la redacción del diario Crónica, miembro de comisión del Sindicato de Prensa Rosario e integrante de la representación paritaria para la renovación del convenio colectivo de trabajo, también se había tomado nota en mi prontuario. Ya en dictadura, tanto yo como mi esposa éramos objeto de seguimiento y la policía se presentó en casa de mis padres con la fotografía de una mujer preguntando si la reconocían como su nuera, cosa que, naturalmente, ellos negaron. El golpe del 24 de marzo me tomó sin trabajo. El diario Crónica, propiedad de la rama de los "Joaquines" de la familia Lagos desde 1949, había cerrado pocos días antes. Los dueños del vespertino habían ofrecido atender parcialmente nuestros créditos laborales a medida que ingresaran los pagos pendientes de publicidad. Mientras tanto, intentarían vender el diario con los empleados dispuestos a esperar. Pasé un año desempeñando tareas ocasionales hasta que finalmente apareció un grupo inversor local financiado por el presidente del Banco de Intercambio Regional, José Rafael Trozzo, para entonces asociado con el marino Emilio Eduardo Massera, miembro de la Junta Militar que encabezaba el gobierno cívico-militar que disputaba con Jorge Rafael Videla el liderazgo de la dictadura. Así comencé a trabajar en información general del diario El País desde Rosario, también vespertino, que un año después, cuando este grupo inversor adquirió el otro vespertino de la ciudad, La Tribuna, fue convertido en matutino con el nombre de El País en la Noticia. En ese paréntesis de un año comencé a edificar mi casa y desde allí, en Ayacucho y Garay, vi a civiles en el centro de manzana saltando tapiales y asaltar la vivienda, donde acribillaron a Héctor Enrique Quique Moyano, un pibe de 17 años de la Juventud Guevarista quien desde la clandestinidad en que se refugiaba, había ido a visitar a su madre. El parte oficial calificó de 'enfrentamiento' el episodio en que el chico fue muerto y la madre detenida por algunos días. De haber estado trabajando en una redacción, no hubiera podido publicar lo que había visto y oído: el hecho apareció en los medios en una escueta información oficial y ningún periodista vino a recoger testimonios en el barrio".

Alicia Simeoni: la crónica nunca escrita de un encuentro con el diablo
La dirigente del Sindicato de Prensa Rosario entró a trabajar en La Tribuna en el 77, donde se desempeñó como periodista durante los últimos años de la dictadura
Por: Carina Bazzoni

Alicia Simeoni, periodista y secretaria adjunta del Sindicato de Prensa de Rosario, empezó a trabajar en La Tribuna en el 77.

La memoria siempre tiene pliegues, huecos difíciles de llenar. Quizás por eso, Alicia Simeoni no pueda precisar la fecha exacta, ni tampoco la ocasión, de esa recorrida protocolar por el Museo Histórico Provincial Julio Marc que le tocó cubrir cuando recién había ingresado como periodista en el diario La Tribuna.

Pero, a falta de datos de contexto, secretaria adjunta del Sindicato de Prensa Rosario, sí puede precisar con todos los detalles, casi como si la escena ocurriera en cámara lenta, su intento de acercarse al dictador Jorge Rafael Videla para hacerle una pregunta. Recuerda el silencio del hall central del museo del parque Independencia en el momento en que el militar ingresó junto a su esposa, Alicia Hartridge. Recuerda que a la prensa se le había asignado un espacio en uno de los laterales de la sala y recuerda también como se fue colando hasta quedar a menos de un metro de Videla.

"Cuando logré acercarme fui muy formal. Tragué saliva y le dije: Señor presidente. Y él se dio vuelta me dirigió una mirada gélida, como si mirara una basura o un ratón, con esa mirada de malignidad que tenía. Y después miró de soslayo a los milicos que los acompañaban, que rápidamente salieron a mi paso con armas largas y me impidieron seguir avanzando", cuenta Alicia.

-¿Qué le hubieras preguntado?

-Seguramente primero alguna pavada, pero después quería preguntarle donde estaban las personas que secuestraban.

-¿Qué pasó después?

-Algún compañero me tomó del brazo y me sacó del lugar.

-¿Escribiste algo cuando llegaste al diario?

-Seguramente hice una crónica vacía, contando que Videla visitó Rosario; obviamente no puede nombrar nada de lo que me pasó ahí.
El archivo del diario La Capital permite completar el relato. La nota que relata la estadía de Videla en el museo está fechada el 21 de junio de 1980, se titula "El presidente de la Nación visitó el Museo Histórico" y se ajusta a describir el paso de la comitiva por la sala.

Ocho años antes de todo eso, Alicia Simeoni, segunda hija de una familia humilde y estudiante súper aplicada, terminaba el secundario en el Superior de Comercio y tomaba dos decisiones que iban a marcar su vida: vendía una guitarra para inscribirse en la facultad privada de periodismo que funcionaba en el colegio Sagrado Corazón, en Mendoza y Moreno, el único lugar donde estudiar la carrera por esos días y se acercaba a "la Fede", la Federación Juvenil Comunista, a la que se afilió en el 75, después de que una bomba destruyera el local del partido, en la calle Pueyrredón.

El comienzo de la última y la más cruenta de las dictaduras argentinas, irrumpió en su vida como estudiante de nivel superior. "Yo empecé a estudiar periodismo en la primavera camporista. Trabajaba ocho horas y entraba a la facultad, en casa eran años económicamente muy duros, pero para mí eran años de mucho aprendizaje, de conocer un mundo totalmente nuevo", dice.

La alegría tenía fecha de vencimiento. Con la excusa de una asamblea realizada en el instituto, el 7 de junio del 73, Día del Periodista, se decide el cierre de la carrera. Alicia recuerda al hermano que conoció por esos años, el Pato Mauro, y sus compañeros de los años superiores, Víctor Aliprandi, Viviana Della Siega, Viviana Nardoni o Mirta Marengo gestionando la creación de lo que después fue la Escuela de Comunicación Social, el paso por Humanidades, las clases de Eduardo Garat, las lecturas de sociología y política, la voladura del bar Iberia, otro cierre de la carrera y una nueva mudanza a la facultad de Derecho.

El golpe cortó de cuajo toda esa efervescencia. Para Alicia significó la detención de docentes y compañeros, el cierre del comedor estudiantil, el final de las asambleas. "Cuando estuvimos en Derecho, enfrente a lo que era el Comando del Segundo Cuerpo de Ejercito (hoy Museo de la Memoria) recuerdo que entraban los milicos a buscar gente. Son flashes aterrorizadores, tengo la imagen de dos o tres tipos de civil que entraban al aula y de nosotros quietos sin movernos".

Militante, mujer y periodista
En junio del 77, Alicia llegó al edificio de Santa Fe al 900, donde funcionaba el diario La Tribuna con instrucciones precisas.

"Hablá poco, no digas que militás, no digas que estás estudiando periodismo", le había sugerido Coco López, quien la había recomendado para ocupar el puesto de correctora en el vespertino preferido de burreros y quinieleros.

El diario era un mundo casi completamente masculino, en la redacción no había mujeres, sólo la administración contaba con un par de empleadas, y Alicia aún recuerda los gritos de "loooba", cada vez que ingresaba al taller donde se imprimía el diario para entregar las columnas corregidas al linotipista.

"Un día me cansé, me paré en el medio de la imprenta y les grité "Bueno, estoy acá quien quiera venir y decirme algo me lo dice. Lo único que les pido es que no me griten más. Me di media vuelta y me encerré en la oficina de corrección". Después, por unos días, nadie volvió a gritar nada.

De sus primeros años de periodista, Alicia recuerda como que vivía dos vidas paralelas. Una era la de la militancia en la clandestinidad, la de las pintadas sorpresivas y contrarreloj y la de la participación de las escuelas de formación, y la de su oficina de corrección del diario.

"Era una forma de preservación a la que estábamos acostumbrados, de la misma forma que nos acostumbrábamos a caminar en la calle de una manera especial, nunca en la dirección del tránsito, y atentos a gritar nuestros nombres si nos pasaba algo, también nos acostumbrabámos a no exponernos en nuestros trabajos", señala.

En el 78, después del Mundial de Fútbol, empezó a trabajar como cronista en la redacción de La Tribuna. De esos días recuerda tres cosas: la adhesión sin fisuras a la información oficial, los comentarios sobre personal de los servicios que pedían a la dirección del diario las fotos de las movilizaciones que se realizaban sobre los últimos días de la dictadura y la crónica que nunca pudo escribir sobre la visita de Videla.
Muchos años después, ya estando en la conducción del Sindicato de Prensa, alguien le acercó un telegrama reservado del Ejército Argentino pidiendo al director del diario Rosario la nómina de los periodistas que trababan en la publicación "aclarando el puesto o cargo que desempeñan". La nota está fechada el 25 de enero de 1983.

"El miedo que se sentía en la calle, en las redacciones era real. Esas cosas pasaban", repite Alicia.

Varios años después de todo eso, entro a trabajar a RosarioI12, se especializó en temas judiciales, cubrió los juicios a los genocidas, el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, recorrió varios centros clandestinos de detención. Periodista, militante sindical y feminista, escribió sobre todo eso y también sobre temas de género.

"Fue como volver a poner en sintonía esas dos vidas", dice y hace un balance: "Resistimos la dictadura y ganamos la democracia estando en la calle. Muchas veces sentíamos que teníamos un gran vacío en el pecho del miedo que sentíamos, pero pudimos resistir. Y vencimos porque estuvimos en la calle, como estamos ahora en la calle con las mujeres. Resistiendo".

Luis Etcheverry: admitir la autocensura, el miedo y el "no queríamos saber"
El periodista de la sección Espectáculos de La Capital en los tiempos del terrorismo de Estado atendía también una librería céntrica. Ahora, a los 80 años y con más de 40 en este diario, recuerda esa época en la redacción de calle Sarmiento, donde llegó de pantalones cortos
Por: Eugenia Langone
Luis Etcheverry trabajó en La Capital desde enero de 1956 y lo hizo por más de 40 años.
"La censura nos la poníamos nosotros mismos; el miedo". Luis Etcheverry entró a La Capital como cadete y de pantalones cortos; el primer uniforme que se puso fue el de ordenanza de este diario donde su padre ya trabajaba como gráfico y él mismo pasó los siguientes 40 años. Allí, la dictadura cívico militar que comenzó el 24 de marzo de 1976 lo encontró trabajando en la sección Espectáculos y aunque ya era militante del Partido Demócrata Progresista (PDP) e incluso entre 1973 y 1976 ocupó una banca en el Concejo Municipal hasta que la dictadura determinó su cierre, admite que en la redacción "mucho de lo que pasaba no lo queríamos escuchar".

Etcheverry llegó a ser columnista, editorialista y cuando decidió irse ocupaba el puesto de secretario general en la Redacción; sin embargo, ese camino lo comenzó con apenas 14 años, en enero de 1956. Antes había pasado por la cadetería y la administración; terminó el secundario de noche en el Superior de Comercio y recién cuando se decidió por el periodismo, tras el servicio militar, inició de cero su carrera en una redacción desierta de mujeres. Eran los tiempos en el que diario se hacía "todo en caliente" y de noche, algo de lo que él sabía bastante a través de su padre, un obrero de la gráfica con participación sindical, "de izquierda y antiperonista", lo recuerda.

Su militancia en la democracia progresista fue temprana y de hecho, fue el cierre de las instituciones democráticas lo que lo sacó de su banca en el Palacio Vasallo, un lugar que ocupaba desde 1973.

"En paralelo estaba en el diario, nunca me había ido de la Redacción", recuerda ahora a sus lúcidos 80.

En esos primeros tiempos en el diario, trabajó bajo las órdenes de Fernando Chao. No tiene registro de haber recibido directivas o censuras específicas, de cómo hacer o dejar de hacer, aunque aclara: "Es cierto que yo trabajaba en Espectáculos, hablo de esa sección aunque por otra parte existía en toda la redacción una fuerte autocensura y todos nos cuidábamos".

- ¿De qué se cuidaban?

- De no poner cosas raras. Ninguna cosa que pudiera llamar la atención y sobre eso había un consenso generalizado, pero no recuerdo que se haya hecho ningún control sobre la redacción o alguien viniera abiertamente a decir algo.

Por esos años, además del trabajar en La Capital, Etcheverry cambió el segundo trabajo que tenía en el diario vespertino Hoy y se fue como socio a una librería especializada en psicología, que mantuvo por años en la galería La Favorita.

"Siempre me gustaron los libros. Hasta el 76 vendíamos mucho, sobre todo textos políticos, los de Perón se vendían como agua, literatura, best-sellers y sobre todo psicología; nos iba muy bien -relata-. Después del golpe no se vendía nada, ni de Perón, menos de política, quebraron las carreras como psicología y en el 78 cerramos".
La violencia

Etcheverry no recuerda que ningún periodista ni trabajador de La Capital por aquellos años haya sido secuestrado en los operativos ilegales que realizaban los grupos de tareas que operaron durante el terrorismo de Estado; sin embargo, sí tiene el registro en los años previos a la dictadura del asesinato de un cadete que trabajaba para una de las sucursales.

"En la redacción no hubo desaparecidos y es cierto, pero sí pasó lo del chico de apellido Russo", dice en relación al caso de Mario Russo, un joven militante del ERP que trabajaba en tesorería y fue asesinado durante el asalto al Batallón de Arsenales de Fray Luis Beltrán.

"Era cadete en la sucursal de Fisherton del diario y a este muchacho lo mataron en ese asalto. Su papá, también era gráfico y trabajaba en el diario: un hombre muy serio a quien yo no trataba mucho, pero supimos que le entregaron el cuerpo. En el diario no sabíamos de su militancia, solo que de golpe y porrazo, apareció por todos lados que lo habían matado, recién después nos enteramos por el padre de lo que había pasado".
Ya en los años de dictadura, recuerda que la información de personas muertas que llegaba a la Redacción a través de los partes policiales se contaba de a decenas.

"Eso llegaba a través de los partes de la policía y así se publicaban, había muertos todos los días, a orillas de las rutas, en todos lados", dice sin dejar de lado una reflexión que le permiten los más de 40 años de distancia: "Mucho de lo que pasaba no queríamos escuchar, es cierto que al diario nunca llegaron ni escuché que hayan llegado los documentos de la agencia clandestina de Rodolfo Walsh y solo recuerdo una mujer, familiar de una víctima, que posteriormente fue asesinada por la patota de (Agustín) Feced en un procedimiento".

El gremio y la política
Así como el resto de la actividad pública, cultural, periodística y política, la actividad gremial sufrió también los embates de la dictadura y la violencia, y Etcheverry grafica a través de una anécdota ese escenario donde la posibilidad de la protesta estaba absolutamente vedada.

"Al frente del Sindicato de Prensa estaba «El Negro» Soto, ya en el 73 durante la paritaria de ese año habíamos hecho una acción muy eficaz que fue sin exponernos en la calle, ingresar todos los días al diario, meter las páginas en las máquinas de escribir, pero el diario no salía -cuenta-. Había conflicto, venían los inspectores del Ministerio de Trabajo, pero a los 10 días más o menos logramos que nos dieran el aumento de sueldo. Cuando llegó la paritaria del 76, hicimos lo mismo. Lo hicimos un día, pero al siguiente a Soto, a la comisión directiva y a todo el cuerpo de delegados los llamaron al Comando del Ejército y no sabemos en detalle qué les dijeron, pero les dejaron en claro que «por ahora muchachos no hay lugar para ese tipo de medidas» y nunca más las hubo".

Sobre el final de la charla, habla de su participación política y la decisión que ya sobre los 80 tomó la democracia progresista de apoyar la participación de Alberto Natale como intendente de la ciudad; una decisión que él acompañó en el debate interno señalándola como "la llave hacia la apertura democrática".

Aunque no esquiva ese debate, sí es ahí, más que en el periodismo, donde hace ahora su mea culpa: "Yo fui Director de Información Pública de Natale, en ese momento pensé y vi en esas decisión la salida a la democracia, pero debo decir que si hubiera sabido todo lo tremendo que después reveló la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), hubiera tomado otra posición".

Juan Nóbile: noticias falsas que hacen memoria y restituyen identidades
El integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense relata cómo los partes policiales de la "lucha contra la subversión" publicados en los diarios se convirtieron en pieza clave para la identificación de detenidos desaparecidos
Desde 2004, Juan Nóbile integra la Unidad de Búsqueda del Equipo Argentina de Antropología Forense
Por: Eugenia Langone
Para identificar los cuerpos que la última dictadura cívico militar quiso ocultar Juan Nóbile habla con familiares, excava tumbas, sí, pero también lee diarios. Los diarios de todos los días desde el 24 de marzo de 1976 y los primeros meses de 1977 donde se reproduce a rajatabla la versión de las fuerzas armadas y se cuentan de a decenas los muertos en enfrentamientos que luego se revelaron como fusilamientos y ejecuciones ilegales y terminaron con la inhumación de los cuerpos como NN en los cementerios de Rosario y de decenas de localidades santafesinas. Eso que no fue más que un trabajo sistemático de encubrimiento, terminó siendo un eslabón clave en el proceso de investigación para hacer memoria, dar identidades a los cuerpos y restituirlos a quienes los buscaron por décadas, sus familias.

"Durante los primeros años la principal estrategia de la dictadura fue la del simulacro de enfrentamiento, donde los cuerpos quedaban asesinados en la vía pública; ahí actuaba la policía común, que tomaba fotos y huellas dactilares, los cuerpos pasaban a la morgue y eran ingresados como NN a los cementerios con órdenes de inhumación del registro civil", cuenta el integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que desde 2004 trabaja en la restitución de la identidad de los cuerpos de los detenidos desaparecidos y agrega: "Ese proceso burocratizaba y registraba esa desaparición de la que no había registro más que el relato de las familias y esos datos que en la prensa escrita aparecían todos los días como partes policiales, como muestra de la lucha contra la subversión, fueron una pata fundamental para las investigaciones".

"Mi tarea en la Unidad de Búsqueda del equipo es la de exploración, ubicación y excavación de fosas y exhumación de cuerpos", dice para sintetizar su trabajo, pero aclara: "No se puede excavar en cualquier lado".

Llegar a la identificación de un cuerpo y a la restitución de una identidad es el último escalón de un proceso, ¿cómo es el paso a paso y qué elementos se ponen en juego?
El paso a paso lo aprendimos a partir de 1984 con la creación del equipo ante la demanda de los familiares de desaparecidos en dictadura. En la identificación lo esencial primero es armar el universo de las identidades sin cuerpo y que se construye con el relato de los familiares: cuándo desapareció, dónde, cómo, qué edad tenía y qué características físicas. La otra pata son los cuerpos sin identidad y dónde están. Para eso, hay que ver qué dispositivos usó la dictadura para la desaparición sistemática de personas, partir de la hipótesis que no fueron actos individuales, sino un plan sistemático que requirió espacios, acciones, estructuras y dispositivos para desaparecer cuerpos. La dictadura usó diferentes metodologías y lo primero que observamos fue la estadísticas de cuerpos no identificados en los cementerios, donde regularmente se recibían tres o cuatro por año, pero donde desde 1976 ese número creció a más de 180. Eso marcó una primera hipótesis y era que los cuerpos de los desaparecidos estaban en las tumbas NN de los cementerios. Ahora bien, mientras estuvieron detenidos clandestinamente no había burocracia de eso; sin embargo, la estrategia de la dictadura fue la de montar simulacros de enfrentamientos, donde los cuerpos quedaban asesinados en la vía pública. Ahí actuaba la policía común, que tomaba fotos y a veces huellas dactilares, los cuerpos pasaban a la morgue donde un médico firmaba que había sido una muerte violenta y eran ingresados como NN a los cementerios con órdenes de inhumación del registro civil.
Ahí aparecía un primer registro de esa persona...

Claro, se daba en ese paso una primera burocratización del proceso y un registro del desaparecido. Pero además esos enfrentamientos eran publicados en la prensa escrita de esos años, fueron mediatizados porque el objetivo fundamental de los militares desde que asumieron en el 76 fue la lucha contra la subversión, entones si agarrás cualquiera de los diarios te vas a encontrar todos los días páginas y páginas con partes policiales. "Se enfrentaron las fuerzas de seguridad contra miembros de bandas subversivas declaradas ilegalmente, hubo tantos caídos, los restos fueron puestos a disposición del juez tal que interviene en tal causa...". Con eso, analizar la prensa es otra pata fundamental de las investigaciones porque la primera información, la de la identidad sin cuerpo te la dan los familiares, cuando te dan una fecha de desaparición y vos te encontrás tres días después en los diarios con un enfrentamiento donde caen tres personas de características y edades similares, eso te permite perfilar una hipótesis, quizá suave, pero hipótesis al fin.

Y por tu experiencia, en general hay cercanía entre las fechas de desaparición del relato de los familiares y la aparición de las publicaciones de las muertas en presuntos combates.
Hay una cercanía, porque generalmente las personas secuestradas pasaban unos días en el centro clandestino de detención, pero después como forma de deshacerse de los cuerpos aparecía la estrategia de hacer pasar ejecuciones por enfrentamientos. Por eso fue fundamental vincular las identidades sin cuerpos y los relatos de familiares con la prensa y los datos finos que aportaban los partes sobre cuántos eran los caídos, si eran masculinos o femeninos, y todos los detalles. Otro punto eran los libros de cementerio y de la morgue y las órdenes de inhumación del Registro Civil, donde está el número de tumba y sector. Acá, en La Piedad, están los famosos solares 53, 54 y 70 que son tumbas de esos ingresos.

Eso que encubría ejecuciones ilegales en el marco del terrorismo de Estado y buscaba ser propaganda en "la lucha contra la subversión", terminó siendo un elemento esclarecedor...
Para la dictadura esa estrategia tenía varias ventajas fundamentales: justamente la propaganda de que estaban luchando, no tenían que poner en acción la inhumación de los cuerpos y se blanqueaba de algún modo eso que era clandestino porque aunque en algún porcentaje menor un algunos enfrentamientos que fueron reales, mayoritariamente fueron simulacros. Así sucedió en la Masacre de Las Verbenas, en Granadero Baigorria (crimen de diez militantes), y en Margarita Belén (Chaco, donde fueron ejecutados 11 militantes y otros 4 fueron desaparecidos).
¿Qué medios gráficos de la época se relevaron?

Fundamentalmente La Capital, pero también La Opinión que estaba en ese momento, Crónica y La Tribuna. En todos salía tal cual y los partes enviados por las fuerzas armadas, no había elaboración ni comentario. Y eso aparecía todos los días. Durante 1976 y parte de 1977 te encontrás todos los días con tres o cuatro partes diarios.

¿Esa estrategia de la dictadura se replicó en todo el país?
Eso fue así en todo el país y se vio en la prensa de todo el país y fue una parte fundamental porque uno no va a excavar y a buscar cuerpos a cualquier lado, tenés que tener una hipótesis de qué estás buscando.

En estos casos donde las hipótesis se construyen a partir del relato de los familiares y la constatación de estos hechos publicados en los diarios, ¿en qué porcentaje se terminaron confirmando esas identidades?
Cuando hablamos de tumbas NN en cementerios, las coincidencias son altísimas y el trabajo se termina confirmando con las pruebas de ADN a las familias. Más adelante, cuando la dictadura adoptó otras metodologías de desaparición, como en el 77 y 78, cuando con la inminencia del mundial de fútbol ya no se podían publicar enfrentamientos todos los días, la estrategia cambió: el secuestro era clandestino y también la forma en que se deshacían de los cuerpos. Comenzaron las inhumaciones en los mismos centros clandestinos de detención y los vuelos de la muerte.

¿Qué sucede con las fosas encontradas fuera de los cementerios en Santa Fe?
La fosa clandestina que encontramos es la de Campo San Pedro, en Laguna Paiva, donde había un campo de entrenamiento de las Fuerzas Armadas de 500 hectáreas. Ahí la primeras denuncias las hizo la Casa de Derechos Humanos de Santa Fe a partir del relato de un puestero. Más tarde, cuando comenzó la llamada Causa Guerrieri, uno de los imputados, (Eduardo) "El tucu" Constanzo, fue el único que habló y también lo hizo a partir de una serie de notas periodísticas que, aunque más recientes, también relata cómo los últimos detenidos desaparecidos que estaban en La Calamita habían sido trasladados allí en un camión y los habían enterrado. Eso contó y dijo recordarlo bien, incluso dijo que a la última que había ayudado a subir al camión era "a la Cieguita Ravelo" y a su marido. Así lo dijo. Nosotros trabajamos un año ahí y encontramos una fosa cubierta de cal y la primera que identificamos fue la María Ester Ravelo.
Estas notas fueron producidas periodísticamente por Eugenia Langone, Carina Bazzoni y Laura Vilche. El trabajo de archivo lo realizó Marcela Yuvone y las imágenes actuales pertenecen a los reporteron gráficos Sebastián Suarez Meccia, Héctor Río y Silvina Salinas
Fuente: Diario La Capital

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