La derecha paraguaya, tras un espurio “juicio político”, acaba de destituir al presidente Fernando Lugo, quien fue electo democráticamente en el año 2008.
El triunfo electoral de este ex obispo católico acabó con más de seis décadas de gobierno del partido Colorado, lustro que incluye los 35 años de la oprobiosa dictadura militar de Alfredo Strossner, uno de los coordinadores del llamado “Plan Cóndor”. Dicho plan eliminó a miles de opositores a las dictaduras militares que proliferaron en el cono sur del continente durante los años 60s, 70s y 80s.
Apoyado por los sectores progresistas –y en una peligrosa alianza con una parte de la derecha– Lugo rompió con el estilo de gobierno que históricamente favoreció la concentración de la propiedad de la tierra y que estuvo al servicio de las élites oligárquicas paraguayas, pecado que no le perdonaron esos que usufructuaron el estado para su beneficio.
Con mayoría opositora en el congreso y las conspiraciones internas encabezadas por el propio vicepresidente Federico Franco, hicieron de la administración de Lugo un gobierno turbulento. Y hoy, sus opositores y sus antiguos aliados unieron fuerzas para derrocarlo bajo el dudoso argumento de mal desempeño en sus funciones, tras un enfrentamiento entre policías y campesinos sin tierra que dejó el saldo trágico de 17 muertos.
Y esto constituye un golpe de estado a la nueva usanza: sin militares bombardeando la casa presidencial (como contra Salvador Allende en 1973 en Chile) y sin destierro del presidente en paños de dormir hacia un país vecino (como a Manuel Zelaya en el 2009 en Honduras). Este episodio es una nueva victoria para la derecha golpista de América Latina, les falló el golpe mediático en Venezuela en el 2002 y la escaramuza policial en Ecuador hace casi dos años pero hoy se reponen.
En nuestro país, la derecha que no tuvo vergüenza en rendir homenaje al golpista hondureño Roberto Micheletti, amenazó en el 2009 con que iba a “arder Troya” si el actual gobierno tomaba medidas que afectaran sus intereses.
Lo sucedido esta tarde en Paraguay representa un desafío para los gobiernos progresistas de la región y para los pueblos de Nuestra América: unir fuerzas para enfrentar a los sectores dominantes que se niegan a perder sus privilegios y tratan a toda costa de impedir que nuestros países se enrumben por los caminos de la democracia verdadera, la justicia, la equidad y la dignidad humana.
Al envalentonamiento de la derecha golpista que hoy triunfó en Asunción, los pueblos del continente deben responder con más organización, más movilización y más lucha. Los gobiernos democráticos de América Latina deben también presionar, aislando al nuevo gobierno paraguayo e impidiendo que las fuerzas oscurantistas del continente se reagrupen.
Asociación de Radios y Programas Participativos de El Salvador (ARPAS)