miércoles, 28 de mayo de 2025

Una escuela nacida de un sueño colectivo

Nota de opinión del Padre Daniel Siñeriz en el programa Señales, en Aire Libre, Radio Comunitaria
La reciente inauguración de la Escuela Primaria Gobernador Ingeniero Miguel Lifschitz es una buena noticia. Pero más allá del corte de cinta, es justo y necesario contar toda la historia. Porque esta no es solo una obra de gobierno: es el resultado de una lucha larga, constante y profundamente colectiva.

Todo comenzó hace décadas, cuando la realidad del barrio Nuevo Alberdi Oeste era muy distinta. Muchos chicos tenían que cruzar la ruta y la vía del tren para ir a la escuela. Algunos, incluso desde zonas rurales, caminaban hasta 20 cuadras. En esas condiciones, la idea de tener una escuela en el propio barrio no era un lujo, sino una necesidad urgente.

Cuando llegué al barrio en 2005, una mujer llamada María Elena García —que ya no vivía allí pero mantenía un fuerte vínculo— me planteó su preocupación. Junto con Esther Roldán, histórica secretaria del centro de salud, venían gestionando desde hacía un par de décadas la posibilidad de contar con una escuela propia. Ellas fueron las primeras impulsoras de esta causa, mucho antes de que se hablara del tema en los despachos oficiales. Esa fue la primera experiencia de gestión ciudadana, algo fundamental para destacar, ya que incluso el ministro de Educación mencionó en su discurso que esta demanda debió haberse atendido mucho antes, dada la historia y el reclamo sostenido de los vecinos.
Si retrocedemos un poco más, cuando aún funcionaba el ferrocarril, la zona de Nuevo Alberdi Oeste era la más importante del barrio: allí se encontraban la comisaría, la escuela, un club y la estación del tren, que condicionaba todo. Incluso había un cine. Esto ocurrió hace unos 40 o 50 años.

Con el auge del transporte en colectivo, el desarrollo se desplazó hacia el otro lado de la ruta, concentrándose allí toda la actividad.

En 2005 comenzamos a atender esta inquietud relacionada con la escuela, y en 2008, junto con la gente de Giros, realizamos una encuesta visitando hogares para determinar cuántos chicos vivían en la zona. Presentamos esos resultados, que mostraban que entre 700 y 800 niños cruzaban a diario la ruta y las vías para asistir a la escuela del otro lado, confirmando la urgencia de una solución local.

Tras numerosas gestiones y años de trabajo, alrededor de 2018, los vecinos presentaron un reclamo firmado por 1.500 familias solicitando la construcción de la escuela, fortaleciendo aún más la demanda.
Entonces fuimos recibidos por la ministra de Educación de ese momento, Claudia Balagué, quien tomó la decisión política de que la escuela debía construirse. No se sabía aún dónde, pero surgió la posibilidad de un terreno perteneciente al arzobispado, junto a la capilla del barrio. El 5 de febrero de 2019, viajé a Santa Fe por encargo del obispo para firmar el boleto de cesión del terreno a la provincia. Dos días después, hubo un acto con autoridades de todos los niveles: parecía que el sueño finalmente se concretaba.

El terreno donde se construyó la escuela fue adquirido en su momento por las Hermanas Franciscanas Capuchinas del Colegio San Francisco de Asís, de Alberdi. Allí levantaron la planta baja de lo que originalmente habían proyectado como una escuela. Con el tiempo, ese edificio pasó a funcionar como capilla y albergó diversas dependencias destinadas a múltiples funciones. Durante más de veinte años, también operó en ese espacio un aula radial perteneciente a una escuela para adultos de la Provincia. Posteriormente, parte del terreno fue vendido al Estado provincial para la construcción de la nueva escuela.
Sin embargo, con el cambio de gobierno, todo se volvió a frenar. Durante la gestión del gobernador Omar Perotti se licitó la obra, pero surgieron múltiples obstáculos: vandalismo, demoras y una antena de telefonía que debió ser trasladada. No fue fácil. Recién en esta última gestión provincial se reactivó la obra y se concretó.

No fue una escuela cualquiera. En poco tiempo se levantó un edificio modelo, inspirado en discusiones sobre urbanismo en contextos de violencia, tomando como ejemplo a Medellín, donde se planteó que los mejores servicios deben estar en los lugares más vulnerables, no en los barrios acomodados. Ese fue el espíritu de esta obra.
La escuela cuenta con un polideportivo semicubierto con áreas de vestuario, un espacio de huertas, y aulas con aire acondicionado que pueden agruparse de a dos mediante paneles rebatibles, permitiendo adaptarse a distintos usos. También dispone de un comedor amplio y acogedor, una cocina equipada, y una huerta. Un detalle no menor: el edificio está provisto de un techo con paneles solares que no solo abastecen su consumo energético, sino que también inyectan energía a la red. Además, cuenta con calefacción por piso radiante con aporte solar.

Frente al ingreso se encuentra un salón de usos múltiples, con acceso independiente al funcionamiento escolar, pensado también para el uso abierto por parte de la comunidad.

En muchos sentidos, es una obra de arte. Un ejemplo de cómo debe actuar el Estado cuando piensa en grande y con dignidad.
Hoy, los dos edificios vecinos se alzan como mojones que marcan, en la geografía de los sueños, el paso del tiempo y la perseverancia de una comunidad.

Pero repito: esta escuela no fue solo una decisión política. Fue, sobre todo, una conquista de la comunidad. De los vecinos y vecinas que no bajaron los brazos. De las maestras, los chicos, los padres. De quienes soñaron y gestionaron durante años. De quienes nos encargamos de "quitarle el sueño" a Miguel Lifschitz, como solía decir, para que este se hiciera realidad.

En los comunicados oficiales no se mencionó ni a la comunidad ni a quienes llevamos adelante este proceso. Por eso me ocupé de convocar a quienes participaron activamente y no habían sido invitados al acto inaugural. Porque esta historia tiene protagonistas concretos. Y no se trata de figurar: se trata de honrar el esfuerzo colectivo.

Celebro profundamente esta escuela. Pero más celebro el ejemplo que deja: cuando el Estado se articula con una ciudadanía organizada, los sueños se convierten en derechos. Y esa es la lección que no debemos olvidar.
Daniel Siñeriz Griffa 

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