La actualidad extradeportiva de los dos principales clubes de fútbol de Rosario, Newell’s Old Boys y Rosario Central, no es precisamente auspiciosa ni tampoco ejemplar. Ambas circunstancias, dispares en sus causas aunque similares en sus probables efectos negativos, ameritarían una desapasionada reflexión colectiva de todos sus socios, porque de seguir así puede hasta que esté amenazada la continuidad institucional de clubes cuyas trayectorias y prestigio han excedido los meros alcances del fútbol y forman parte de la gran historia del deporte argentino.
Es llamativa la tenacidad con que Eduardo López se aferra al manejo del poder dentro de Newell’s, donde no hay elecciones desde hace quince años. Severamente cuestionado desde diversos ángulos y por las más diversas razones, no habría cejado en promover la aplicación de todo tipo de artimañas en procura de obstruir la instancia electoral prevista para fines del año en curso.
La Inspección General de Personas Jurídicas dictó la intervención de la junta electoral de ese club y designó un interventor que al poco tiempo terminó por apartarse de esa encomienda por los inconvenientes con los cuales tropezó para concretarla; entre ellos, amenazas. Fue reemplazado en forma interina. Entretanto, y por cuerda separada, ha sido convocada una asamblea, con el objeto de considerar la memoria y el balance general, acto que, al parecer, también significará una traba para ahuyentar toda clase de oposición. El futuro inmediato es, entonces, sombrío e imprevisible.
Entretanto, en Rosario Central los inconvenientes tienen origen en los deficientes desempeños futbolísticos. Pero esa circunstancia deportiva acaba de derivar en que, durante la inauguración de una filial en la localidad de Funes, el presidente de la entidad, Horacio Usandizaga (por otra parte, un reconocido político), pronunció un encendido discurso, mechado de amenazas, insultos y exabruptos, acerca del comportamiento futbolístico y las supuestas pretensiones monetarias del plantel profesional.
Es menester reparar en que la mayor parte de los clubes de fútbol tienen a este deporte como actividad principal (más bien, principalísima), pero son asociaciones civiles sin fines de lucro en las cuales se practican otros deportes y actividades sociales que, más de una vez, benefician a las comunidades próximas. Son propiedad de la masa societaria y no de los dirigentes elegidos por sus consocios para administrarlos observando absoluto respeto por el estatuto que las rige.
Sin embargo, algunos de esos directivos como el caso de López en Newell’s parecen animados por la convicción de que las instituciones son de su exclusiva propiedad y, en consecuencia, actúan en forma desmedida, sin límites y autoritariamente. Desmadres que, incluso, suelen ser tolerados por los organismos de control y las entidades rectoras del deporte. Pero en este caso el exceso verbal ha sido tan llamativo que hasta el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), presidente casi a perpetuidad, Julio Grondona, suele mirar con interesada indiferencia tales manejos, ha solicitado una sanción por el agresivo orador.
Los de Newell’s Old Boys y en menor grado Rosario Central son otros dos casos testigo, propicios para sacudir y conmover la inexplicable resignación de la mayor parte de esas masas societarias, cautivas voluntarias de la irresponsabilidad de sus dirigentes, y de las minúsculas facciones internas que, a cambio de designaciones y prebendas, les otorgan respaldo.
Sólo los socios de cada club, si es que se deciden a salir de su letargo, podrían ponerle remedio, entonces, a esta endemia institucional generalizada que afecta a casi todo nuestro fútbol profesional, lo desmerece en grado sumo y empaña cada vez más un presente que en lo estrictamente deportivo es, por cierto, más auspicioso.
Editorial del Diario La Nación