lunes, 8 de diciembre de 2025

"Te hice pica": el periodismo que escucha el submundo narco de Rosario

Nahuel Gallotta, periodista e investigador de crimen y narcotráfico, presenta su nuevo libro sobre la Rosario narco. Durante ocho años recorrió barrios, escuchó voces que nunca llegan a los medios y reconstruyó la economía, la violencia y los códigos internos de las bandas locales, acompañado por la mirada del cronista rosarino Sergio Naymark

En Señales recibimos a Nahuel Gallotta, periodista y escritor especializado en crimen y narcotráfico. Tiene 39 años, nació en el barrio porteño de Devoto y es egresado de la Universidad del Salvador. Su trayectoria empezó de manera precaria: repartía pizzas mientras colaboraba en la sección Policiales de Clarín. Desde entonces construyó un recorrido marcado por la investigación en territorio: favelas de Brasil, barrios bajos de Europa, fronteras sudamericanas e incluso la Franja de Gaza. Publica en El País de España y también escribe para medios de Francia, México, Colombia, Chile y Perú. Es autor de Conexión Bogotá, Bandidas y coautor de podcasts "relojeros". Además creó Hampa Tours, una serie de recorridos criminales por Buenos Aires.

Te hice pica: el nuevo libro de Gallotta
Ahora llega a Señales para presentar Te hice pica, su nuevo libro: una inmersión directa en el submundo del narcotráfico rosarino, construida con voces que casi nunca se escuchan —narcos, familias, vecinos—, y que ofrece una mirada sin filtros, un mapa narco contado desde adentro.

Sergio Naymark, voz experta en policiales
Lo acompaña Sergio Naymark, periodista santafesino e hincha de Colón. Llegó a Rosario siendo adolescente, un año antes de terminar el secundario, y aunque rindió mal el ingreso a Comunicación Social, no abandonó el rumbo: estudió un año en Río Cuarto y finalmente se graduó en la UNR, donde hoy también es docente. Comenzó su recorrido profesional en la producción de Evaristo Monti y Nacho Suriani, hasta que en 1993 ingresó al diario La Capital. Allí desarrolló una extensa trayectoria como cronista y llegó a ser jefe de la sección Policiales, levantando una escuela basada en lo que más le apasiona: salir a la calle a ver qué pasa. Integró la comisión directiva del Sindicato de Prensa Rosario, siempre necesita un proyecto en marcha y aún conserva un sueño no cumplido: ser colectivero de línea.

Su labor en La Capital fue reconocida en 2019, cuando integró el equipo premiado por la Asociación de Entidades Periodísticas de Argentina (AdEPA), por la cobertura "Mapa de la violencia en Rosario", distinción que respalda su trayectoria en el periodismo de investigación. Hoy participa del programa como voz experta en policiales y contexto local, ideal para dialogar con Gallotta sobre narcotráfico, violencia urbana y los desafíos del periodismo de calle.

La historia detrás de Te hice pica
El eje de la conversación gira rápidamente hacia Te hice pica. La historia no oficial de la Rosario narco, publicado por Orsai hace apenas un mes. Cuando le preguntan por qué decidió escribirlo, Gallotta responde sin rodeos: dos motores, curiosidad y pasión. "Porque si no hay eso, es muy difícil que un periodista hoy —y te diría que desde los últimos diez años— esté dispuesto a hacer semejante esfuerzo", explica. Le molesta, dice, ese imaginario repetido de que un escritor vive de los libros. "La verdad es que eso, en Argentina, es imposible. Yo siempre viví de mi trabajo en Clarín, y cada pesito que me sobraba lo destinaba a hacer estos viajes".

Con el tiempo, reconoce, se obsesionó con la información, con los testimonios y con el seguimiento cotidiano de sus fuentes. "Los venís escuchando mes a mes, y de un momento para el otro te caen detenidos y los perdiste por completo. O te avisan: 'Che, durante un par de meses voy a estar desaparecido, yo te voy a ubicar'. Y nada, te vas enganchando, enganchando, enganchando". Llegó un momento en que sintió que no podía no hacer ese libro. "A pesar de haber dicho 'no publico más libros'. Así que nada, acá estamos".
Origen del título
Sobre el título —Te hice pica— explica que nació de una práctica delictiva creada a mediados de la década del 2000 por cuatro amigos, entre ellos el Pájaro Cantero. Eran jóvenes que buscaban dejar atrás "La Granada", cruzar la circunvalación, encontrar negocios más grandes y abandonar el cuatrerismo y los delitos menores. "Para comer muchas veces tenían que cazar, que pescar, y después hacer cosas muy absurdas: accidentes tipo carancho, iban a pedir préstamos no bancarios con recibos de sueldo truchos que después nadie devolvía", recuerda.

Un día, uno de ellos planteó una idea novedosa: "Che, ¿y si le empezamos a cobrar a los que venden drogas?" La propuesta incluía "cobrar por seguridad", para que los vendedores "estén todo bien con nosotros, que nos empiecen a pagar". A esa modalidad la llamaron te hice pica. Desde entonces iban transa por transa, diciéndoles: "Che, estás picado, a partir de ahora me vas a tener que empezar a pagar". "Eso es lo que les cambia la economía y el gran paso hacia esta historia triste del narcotráfico en la ciudad", reflexiona Gallotta.

Investigación en Rosario
Su investigación en Rosario comenzó formalmente en 2017, cuando se encontró con Lorena Verdún. Ese encuentro le reveló que había una historia que no estaba contada. Él suele insistir en que el periodismo policial se narra casi siempre desde la versión oficial: expedientes, ministerios, comunicados. "A veces, inconscientemente o no, el Ministerio de Seguridad marca la agenda de las secciones de policiales. Entonces siempre es el poder hablando sobre los protagonistas del crimen, contando lo que quieren contar. No digo que mientan, pero son ellos hablando sobre estas personas".

Lo que a él le interesa es otra cosa: escuchar a quienes nunca son escuchados. "Se supone que nos enseñan en toda escuela de periodismo que hay que escuchar a las dos campanas. Es lo que me gusta hacer y lo que siento que es lo correcto". Además, dice, allí encuentra información que jamás aparecerá en un expediente ni la conocerán jefes policiales o ministros. "Es entendible: desde las fiscalías y las policías que investigan lo único que buscan es la prueba para condenarlos el día de mañana. Y eso no es lo que me interesa contar".

Por eso decidió conocer a esas personas cara a cara y sentarse a escucharlas. Lorena fue su primer contacto. En aquel primer encuentro ella llegó acompañada por otra persona, y a partir de esas dos primeras entrevistas comenzó a abrirse el camino. Allí también apareció Celestina Contreras, la madre de Claudio "Pájaro" Cantero, una figura a la que muchos consideraban inaccesible.

Gallotta cuenta que logró hablar con ella porque lo llevaron hasta su casa; por sí sola, dice, no habría aceptado. "Cele habló conmigo porque me llevaron a hablar con ella. Si es por ella, no habla con nadie". Pero su forma de trabajar genera confianza. "Yo no voy con esto de: '¿Y usted qué tiene para decir de que sus tres hijos son criminales?' Para mí eso no tiene sentido. Eso que se lo pregunten el día del juicio, o que se lo pregunte la justicia".

Él prefirió indagar sobre las infancias, un tono distinto que abrió puertas. Y fue entonces cuando aparecieron historias que lo conmovieron. "Me acuerdo cuando ella me contó que a las doce de la noche, cada día de su cumpleaños, Monchi, Guille y Pájaro se peleaban por ver quién la saludaba primero. Yo eso lo hacía con mis hermanas: cumpleaños de mi mamá y nos poníamos como locos por ver quién iba y la abrazaba primero".

A partir de allí la mujer comenzó a relatar su vida. "Nadie estuvo conmigo —decía—. Yo los crié sola porque el papá estaba en la cárcel y nosotros salíamos a cirujiar. La ropa del más grande le quedaba al más chico e íbamos a los comedores del barrio". Gallotta aclara que, aun así, siempre mantiene la responsabilidad de informar y de explicar la carrera criminal que siguieron los hijos; pero considera imprescindible comprender el origen. Cree, como dice Javier Gómez Santander en la contratapa del libro, que "tenés que conocer el alma de los protagonistas. Si no la conocés, no vas a conocer la historia, porque no la vas a entender".

La otra historia del narcotráfico rosarino
Gallotta recuerda con precisión el momento en que entendió que había otra historia del narcotráfico rosarino que no estaba siendo escuchada ni ocupaba las portadas ni las pantallas de los medios. Fue cuando Lorena Verdún irrumpió en la presentación de un libro y dijo: "Escriben un libro sobre nosotros y no nos preguntan nada, no nos citan, no nos dan la posibilidad de hablar". Para él, lo que planteaba tenía toda la lógica del mundo. Era, en términos estrictos, lo que corresponde al ADN del periodismo: si se habla de alguien, esa persona debería tener la posibilidad de ser escuchada.

El periodista aplica ese criterio no solo con quienes están en el centro del delito, sino también con los funcionarios. "En el libro intenté entrevistar al gobernador Maximiliano Pullaro, por ejemplo. No tuve respuesta. Pero al menos lo intenté, gestioné con su jefe de prensa y mandé mensajes, es lo que corresponde", dice. Por eso, cuando oyó a Verdún denunciar que nadie se había tomado el trabajo de escucharla, decidió que era hora de hacerlo. "Voy a ir a escucharla", pensó. Y al llegar a ese submundo, explica, las historias comenzaron a multiplicarse. "Empezás a escuchar historias y te volvés loco, digamos, ¿no? Porque decís: 'uy, mirá, ya estoy acá, estoy instalado'".
Presentación de "Te hice pica". Gallotta junto a Sergio Naymark y Carlos del Frade

Valor del tiempo y la confianza en la investigación
En ese ambiente —no solo en Rosario, aclara, sino en cualquier parte del mundo— la gente valora que alguien se tome el tiempo de sentarse a tomar un café y escuchar su día a día. Están acostumbrados a ser personajes sobre los cuales otros hablan, no protagonistas con derecho a contar lo propio. También están acostumbrados al prejuicio. "Siempre está el concepto, el que te tira la chicana: 'ah, te cuentan todo porque quieren ser famosos'", relata. Él responde con un dato simple: "La mayoría está con otro nombre o cosas así". No parecen buscar fama, sino ser escuchados.

Gallotta no idealiza su rol: "A mí me gusta hacerlo, tampoco voy a decir que es necesario y todas esas cosas. Me gusta, lo disfruto, y ojalá que a muchos lectores también les guste". Le mencionan que hoy hacer periodismo desde el territorio es algo infrecuente. Es más fácil el escritorio, levantar un teléfono, pedir un contacto y cerrar la nota.

Cuando recuerda cómo llegó a cada fuente, lo resume con una fórmula esencial: siempre por un recomendado. Parece sencillo, dice, pero no lo es. Hubo entrevistados con quienes se reunió una vez para un café y luego desaparecieron por años, fruto de peleas internas entre los propios contactos. Retomó vínculo con alguno recién cuando el libro ya estaba entregado. Con otros, simplemente no logró que quisieran hablar. La clave es la paciencia, estar bien recomendado y plantear desde el primer café quién es uno, qué hizo y qué quiere hacer. En esos primeros minutos, explica, "ellos también te miran, te miden. Por cómo mirás, por cómo caminás, ya saben. Ya saben todo de vos".

Reconocimiento del trabajo previo
Que él trabajara en Clarín ayudó en algunos casos, porque sus textos estaban a mano y podían comprobar cómo escribía. De hecho, el proyecto nació como una serie de notas para el diario. "Entonces, cuando ven el material que vas haciendo, cada vez van confiando más". Con el tiempo, además, acumuló conocimiento de territorios y personas, tras haber investigado a colombianos, pandilleros y distintas organizaciones. Eso también pesa al momento de preguntarse "¿a quién le estoy contando?".

Pero lo fundamental, insiste, es conocer ese mundo. A menudo le sucede que lo citan para entrevistas y descubre que su interlocutor ni siquiera leyó la contratapa del libro. Entonces siente que está perdiendo el tiempo. Con sus fuentes, dice, pasa lo mismo. Cuando perciben que quien está delante no entiende la jerga, no conoce la lógica interna o no se interesa de verdad, se cierran. En cambio, cuando sostienen una charla donde pueden intercambiar experiencias —"más que entrevistas son charlas"—, todo fluye distinto. Si alguien le cuenta una situación y él responde: "Ah, sí, una vez estando en Bogotá, uno me contó esto", el otro nota que está hablando con alguien que lleva años escuchando historias similares.

Trabajo cara a cara y pasión
Hacer ese trabajo cara a cara es su día a día. Por eso, aunque en el mundo de los medios pesa tener un cargo o una firma conocida, en ese submundo eso se desarma enseguida. "Con ellos no. Con este tipo de fuentes no. Lo que pesa es esto de: 'che, otra vez estás acá, qué bueno'. Y eso, la pasión. Ellos valoran eso". La chapa de Clarín se cae, dice, cuando ven la primera nota.

Economía interna de las bandas y límites de publicación
A lo largo del libro, Gallotta reconstruyó también la economía interna de las bandas. Y admite que hubo cosas que no pudo publicar. "Tal vez el presente de alguna banda, o algunos acuerdos que tienen, no se pueden publicar", reconoce. También hay relatos donde los entrevistados ponen límites explícitos: "Yo te cuento las cosas que hago solo, pero no te puedo contar lo que hice con tal persona, porque lo incluye a él". Esas restricciones son habituales.
¿Dónde otros solo ven un sumario, toneladas de coca o un crimen, Nahuel encuentra, además, personajes, y demuestra que no has comprendido nada de la historia si no has entrado hasta el alma de sus protagonistas. Nahuel pone su mirada a la altura de los ojos de su fuente, no más arriba, no más abajo; no sale de la cama para ir a repetir a un sentenciado. Consigue lo que nadie más, que los criminales se cuenten por completo: cómo roban, cómo trafican, cómo celebran o huyen, cómo se corrompen, qué errores no saben dejar de cometer, a quién amaron, qué ambicionan o cómo se llevan con su mamá. Escribe sin azúcar, sin disculpa, sin reproches. Nahuel es un periodista que no da un paso sin sentir pasión. Todo empieza en su mirada. Es una lección sobre cómo alguien tiene que arrojarse al mundo para poder regresar y contarlo después.
Javier Gómez Santander, guionista de La casa de papel
Fútbol y narración de escenas
En el libro, el fútbol ocupa un espacio destacado. El periodista que lo entrevista señala que Gallotta habla mucho de Central y no tanto de Newell's. Para explicarle mejor la lógica del relato, prometió pasarle el libro apenas lo terminara. Entre las historias vinculadas al fútbol, hay una que llama la atención: la de alguien que va a la platea con un Rolex.

Gallotta admite que la escena lo fascinó. "En principio, yo soy futbolero", dice. Además de reconstruir hechos, le gusta contar lo que le va pasando durante el proceso, describir escenas. Lo hizo en sus libros anteriores y quiso mantenerlo aquí. El fútbol era inevitable: "El fútbol es todo acá". Cualquier futbolero, asegura, sueña con estar en un Central–Newell's. Él venía escuchando a una fuente que estaba vinculada al conflicto de la facción sur de la hinchada de Central, y sintió que el comienzo del libro debía ser esa escena. Le propuso a ese muchacho ir juntos a la cancha. Él aceptó.

Y entonces ocurrió lo inesperado: apareció con un Rolex. Gallotta, que es fanático de los relojes, lo había visto otras veces con distintos modelos y solía pedírselos prestados para probárselos. No es un objeto al que uno acceda cualquier día. Ese detalle le pareció cinematográfico y perfecto para abrir la historia. Un guiño a los amantes de la relojería —tema sobre el que ya había trabajado, investigando el robo de relojes de alta gama— y, sobre todo, el tipo de inicio que él busca: "Los comienzos para mí tienen que ser escenas". Esa, en particular, era una escena vivida en carne propia, no solo reconstruida a partir de un relato. Por eso la eligió.

Investigación en otros territorios
En sus recorridos por el país y la región, Gallotta fue descubriendo que tanto paraguayos como bolivianos suelen evitar Rosario. La explicación, cuenta, es simple y contundente. "La antagónica a la que son ellos", dice. Ellos se conciben como comerciantes. En Villa Celina, en La Matanza —"la mini Bolivia", como la llama—, donde hoy está uno de los centros neurálgicos del narcotráfico, muchos traficantes venden ropa, tienen talleres textiles o puestos en ferias.

Uno de los rosarinos que aparece en su libro le contó que no podía creer la escena: un hombre que vende remeras en un puesto, de repente saca de la mochila un par de kilos de cocaína. Esa naturalidad de comerciante de feria lo desconcertaba. Estaba acostumbrado a proveedores "llenos de oro", completamente opuestos al perfil silencioso de Celina. Esa modalidad, aclara Gallotta, se repite también en Buenos Aires, Córdoba y Tucumán. Pero la diferencia esencial —y la razón por la que evitan Rosario— es la violencia. "Eso es lo que hace que ellos eviten desde hace años Rosario", afirma.

Para escribir el libro viajó por múltiples territorios y cruzó fronteras junto a sus fuentes. Lo recuerda como una experiencia "espectacular". Defiende su gusto por incluir relatos que pongan al lector a su lado, viendo lo mismo que él ve y siguiendo el día a día de sus protagonistas. Ciudad del Este, dice, es una ciudad que lo "vuelve loco". Cree que cualquier periodista de policiales debería conocer esos lugares donde "se respira todo", donde nacen los negocios, donde están los puntos neurálgicos del tráfico.

Por eso sintió que debía ir también a Bolivia y cruzar por las chalanas que dejan entrar al país sin ningún registro. Quería describirlo, sentir la adrenalina que mencionan sus fuentes y observar los controles de cerca. En esos cruces, recuerda, Gendarmería lo interrogaba: "Caballero, ¿de dónde viene? ¿Hacia dónde va? ¿A qué se dedica?" Esa tensión le permitió ver en vivo lo que viven los transportistas: si no dudás y no llamás la atención, seguís. Si bajás la mirada o titubeás, te dicen "tirate al costado" y aparece el escáner. "Ahí perdiste".

Para él era necesario vivirlo en carne propia. Son las cosas que, sostiene, uno recuerda para siempre: dónde estuvo y qué vivió.

Gallotta también aborda los límites del trabajo periodístico en territorio.

Experiencias que no están en los expedientes
Ese tipo de experiencias, insiste, no están en los expedientes. "El expediente es muy limitado", explica. Las fiscalías buscan solo lo que sirve para condenar a un imputado. "Yo les preguntaba por la pureza de la cocaína secuestrada y me decían: 'A mí mientras me dé azul, si es 3% o 90% me da igual, yo los imputo de drogas y listo'". Esa perspectiva judicial deja afuera un universo de detalles que a él sí le interesan. "Leo los expedientes, pero eso no es lo central de mi trabajo", aclara. Para él, cada periodista debe elegir su camino: "Para mí hay que ir por otros lados".

Entre esos "otros lados" aparece el fenómeno de los chicos de 13 a 16 años armados, sin estructuras, al frente de búnkers. Sobre eso también encontró respuestas. "En Buenos Aires y en Córdoba los chicos de esa edad quieren ser ladrones", explica. Rosario es la excepción. "Acá es la única plaza donde los pibes quieren ser —no digo narcos— pero sí tirar para los narcos, porque el estatus, el respeto, te lo da eso". En el país, afirma, Buenos Aires sigue siendo "tierra de ladrones", y esa cultura se replica en las cárceles. En federales, sostiene, los ladrones "dinosaurios" condenados a perpetua les hacen la vida imposible a integrantes de los Monos detenidos allí, por la disputa histórica del ladrón contra el narco. Por eso, dice, Rosario es atípico. Lo buscó y lo publicó intentando entender esa singularidad.

La ciudad, además, tiene otro rasgo particular: la irrupción permanente de la policía como actor económico del narcotráfico. "La policía es corrupta en todas las provincias —admite—, pero acá lo que me sorprende es que muchas veces son tus proveedores, ellos son los que te venden la droga". No se trata de un robo ocasional de kilos para revender; es un suministro sostenido. "Eso no lo vi en ningún lado". En Buenos Aires, señala, la corrupción suele implicar cobrar para hacer la vista gorda. "Jamás te va a vender kilos. O alguna vez, ponele, pero no es tu proveedor". En Rosario, sí. Ese circuito alimenta la traición como componente permanente del paisaje. Lo escucha una y otra vez en sus fuentes: "me soltó la mano".

La dinámica es la misma: un policía promete que toda una comisaría está arreglada, o que pertenece a una fuerza federal y garantiza cobertura en Gendarmería o Prefectura. El narco paga. Pero a veces el policía solo pide "una moneda" para sí mismo. "Hay gente que se creía intocable porque estaba pagando y de un día para el otro le patearon la puerta", cuenta. Muchos hoy están presos y dicen: "Che, ¿pero qué pasó? Si yo pagaba y me aseguraban que era invisible". Traiciones. Y también necesidades del sistema: cuando la ciudad está caliente, hay que demostrar resultados. "Constantemente tienen que haber detenidos, allanamientos, mostrarlo". En ese contexto, quien ayer era aliado puede ser enemigo mañana.

Gallotta también habla de sus propios límites como cronista en territorio. Cada periodista, dice, sabe hasta dónde puede llegar. Cuando percibe que le están contando algo que no quiere —o no debe— saber, se frena. "A veces te cuentan cosas al pasar y digo: 'No me lo digas, no lo quiero saber'. Porque si lo saben vos y tu compañero, el día de mañana eso se filtra y voy a estar entre los observados de que 'vos lo sabías'". No quiere conocer domicilios ni lugares íntimos aunque lo inviten. Evita cruzar barreras que lo comprometan.

También existe un límite ético que repite como mantra: no comerse el personaje. No creerse parte del mundo que describe. "Por entrevistar a ellos no soy un criminal más ni un amigo del crimen", afirma. No sale de noche con sus fuentes, no comparte escenas que puedan confundir los roles. Con algunos desarrolló confianza después de años de charlas, conoció detalles de sus vidas, sus mujeres, sus hijos. "Les tomás un aprecio", admite. Pero eso no convierte la relación en amistad. Conoce ejemplos cercanos de colegas que sí se metieron demasiado. Habla del caso de uno que, por entrevistar a estos grupos, terminó entrando en el consumo y desarrolló múltiples problemas. "Eso es comerse el personaje", dice. Él nunca consumió y no piensa empezar: "Sería un nenazo, como se dice ahora". Quizás lo define de la forma más clara posible: "No comerte el personaje. Yo soy un periodista ahí".

Hace ocho años que Nahuel Gallotta viene a Rosario, y en ese tiempo ha recorrido sus calles, sus barrios y sus historias, enfocándose en la violencia, el crimen y el narcotráfico que atraviesan la ciudad. Al hacer un balance de lo que ha descubierto, Gallotta confiesa que lo que más lo sorprendió es que Rosario es la única ciudad donde todo el que vende droga tiene que pagar para poder hacerlo, y no a la policía. "Eso es lo que me sorprende por sobre todas las cosas", dice. Además, sostiene que aquí el estatus lo tiene el narco y no el ladrón. Esa constatación fue la que lo llevó a escribir sobre Rosario. Para él, se trata de algo que los expedientes judiciales apenas registran y, por eso, es difícil que se conozca: "La industria de la protección, eso es propio solo de Rosario, de estos barrios, y está instalado acá y en ningún otro lado más".

Gallotta también aborda la implicancia de la policía y del poder político en esta trama. Señala que siempre hay nexos, reuniones y contactos con el poder político, aunque no siempre se puedan comprobar judicialmente. "El poder político siempre es nombrado en las entrevistas. Siempre hay reuniones, siempre hay nexos con el poder político. Bueno, hay cosas que no están comprobadas judicialmente, pero sí que se habla en los cafés y tiene lógica cuando ves que los homicidios bajaron notoriamente y el mensaje oficial es que la causa de esa baja es mayor presencia policial: que en lugar de 30 patrulleros hay 60 y mayor control en las unidades penitenciarias. No sé, a mí como periodista me da por preguntar ¿de verdad es solo eso?. En los cafés se dice otra cosa: que hay acuerdos, que hay pactos. Me consta de una investigación, de una declaración; de hecho, en el libro está, pero no hay mucho más que eso".

Explica que esos acuerdos suelen tener objetivos concretos, como bajar la violencia en las calles: "Existe un grupo que viene y te plantea esto: de hecho, necesitan que bajen las armas, que no haya tiros. Entonces sí, el poder político siempre está. Y yo creo que no solo en Rosario, a nivel nacional siempre hay. Siempre se habla de que, para hacer el negocio más grande de este mundo del narcotráfico, que es la exportación vía buques hacia Europa, siempre se dice que tenés que tener los contactos en el puerto, y que son contactos políticos. Ahí no llega el comisario gordo que te pide una moneda por el búnker. Es como que el negocio de abajo es de los policías y el negocio de arriba es del poder político. O sea, vos tenés que tener contacto con ellos si querés que te salga bien. No porque vos quieras perder cargamentos y regalar, acá llega un punto en el que hay demasiado dinero en juego y nadie lo quiere arriesgar. Nadie va a hacer una inversión de un millón de dólares si no es seguro que va a salir bien, entonces vos tenés que buscar esos contactos que te aseguren que la mercadería va a llegar o que va a bajar en destino y que vos la vas a poder vender".

Mapa de la violencia, un trabajo que pudo molestar al poder
En la charla se le recordó a Sergio Naymark el trabajo que hicieron con el mapa de la violencia, un proyecto que ya no está disponible de manera completa. "La investigación se desarrolló entre 2017 y 2018, durante años de picos de homicidios en la ciudad, y buscaba reflejar la realidad no solo a partir de los números oficiales, sino también de los no oficiales", señaló el colega y sumó: "Eso es otro tema: no son los mismos números los que te ofrecían en aquel momento de parte del Ministerio de Seguridad en cuanto a la cantidad de muertos. Vos te enterabas saliendo a la calle que había más muertos que los que esos números decían. Metiendo esos dos, ese combo de números en un bolillero y los nombres de las personas y los barrios, y tratando de hurgar en los motivos que llevaron a esos homicidios, se trató de armar este mapa lo más fielmente posible. Fue un trabajo en el que participaron todos los compañeros de la sección: nadie quedó excluido. Algunos trabajaban con los números, otros con infografías, otros con trabajo territorial, entrevistas, redacción de texto. Bueno, fue un trabajo grupal y, qué bueno que afortunadamente tuvo su rédito, al menos tener un diplomita, una mención en tu casa diciendo: 'Che, para esto que hicimos, para algo valió'. Y si no está más, bueno".

Naymark también reflexiona sobre la relación entre el periodismo, el poder político y el narcotráfico, señalando que la censura o el control editorial a veces hacen desaparecer trabajos que podrían resultar incómodos. "Recién terminabas de hablar vos conmigo de cómo incide o qué relación puede haber entre el campo narco y el campo político, y en el periodismo pasa lo mismo. Vio, usted sabe de eso: a veces hay cuestiones…", dice Naymark.

El periodista aclara que actualmente se denomina control editorial. "Control editorial es la palabra que se usa ahora. Bueno, hay algunas cuestiones de control editorial que hacen que esos trabajos desaparezcan, cuando las personas que hacen ese control editorial, en el momento en el cual aquel trabajo se hizo, ocupaban otro rol. Entonces son trabajos que pueden molestar", señala el cronista que pasó por la redacción de La Capital, decano de la prensa argentina.

Al escuchar a Gallotta hablar de su producción en Rosario durante estos años, uno siente una mezcla de admiración y cierta envidia. "A veces decís: che, tuvo que venir un tipo de Buenos Aires para explicarnos cómo se hace esto. Después, cuando pensás en frío, decís: no, en realidad no te está enseñando. Nosotros lo hacíamos, no con la profundidad, eso seguro, con la profundidad que le hizo Nahuel, pero uno tenía acceso quizás a las mismas fuentes o a las mismas relaciones y no lo hiciste. Y no lo hacíamos, creo, en gran parte por culpa de uno".

Recuerda Naymark la presentación de un libro y la reacción de Lorena Verdún, que le hizo percibir que había algo que podía investigar: "Vino a la presentación de un libro, ve a Lorena Verdún reaccionar de determinada manera y, a partir de esa reacción, dice: 'Che, tiene razón esta mína, ¿no? A ver, le voy a ir a preguntar por qué'. Y a partir de esa relación, empezar a construir una historia. Yo tuve oportunidades varias veces de hablar con Lorena y, sin embargo, y estuve en la presentación del libro y, sin embargo, a mí como periodista no, no tuve esa cuestión de olfato, decirle: 'Che, claro, tendría que haber ido a preguntarle'. Bueno, esas son las cosas que diferencian, por ahí, el quehacer cotidiano, la sapiencia o el conocimiento de cada uno de nosotros".

Naymark también describe las dificultades que enfrentó al intentar publicar entrevistas con personas ligadas al narcotráfico: "Si yo voy al diario La Capital y le ofrezco una entrevista con Lorena Verdún o con Monchi Cantero o con XX, ¿me la van a publicar? Y lo más probable que no. Yo tuve serios inconvenientes las veces que he podido entrevistar a gente ligada al mundo del hampa, no solo del narcotráfico: llegar a la redacción y chocarte con secretarios o con jefes de redacción que te decían: 'No, no, esto no va. ¿A quién le interesa lo que dice Julio Rodríguez Grantón, el peruano? No, ya está, aparte ya lo publicamos, ya dijimos quién es, qué hace, qué condena tiene. Bueno, pero acá habla él, no habla el expediente'. Que es un poco lo que cuenta Nahuel a partir de su experiencia. Te rebotaban las notas, entonces te la rebotan una, te la rebotan dos, te la rebotan tres a la cuerda. Vos decís: 'No la hago, ¿para qué?'".

Finalmente, Nahuel Gallotta invita a seguir descubriendo la historia no oficial del narcotráfico en Rosario. Su libro se consigue a través de la tienda de Orsai y en Homo Sapiens, Sarmiento 839. A través de ocho años de investigación, Gallotta construyó un relato que revela los hilos invisibles del poder, la violencia y el crimen en Rosario, un mapa que no aparece en las estadísticas oficiales pero que palpita con intensidad en los barrios, las calles y las historias de la ciudad.

Escuchá la entrevista completa:

Otras Señales

Quizás también le interese: