El periodista, escritor y docente rosarino Néstor Sappietro murió este miércoles a los 63 años. Se fue una voz singular y profundamente querida de la cultura rosarina, un narrador de historias mínimas y esenciales que encontró en la radio, la escritura, la docencia y la creación audiovisual un territorio propio desde el cual decir el mundo sin alzar la voz, pero sin retroceder un paso.
Néstor Sappietro fue periodista, escritor y realizador audiovisual. Su trayectoria estuvo marcada por una relación profunda con la radio, el periodismo narrativo y la producción cultural independiente, siempre desde una mirada sensible y comprometida con las historias invisibilizadas.
En radio desarrolló gran parte de su obra. Entre 1991 y 1994 condujo y produjo Rebeldes, soñadores y fugitivos, emitido por FM Latina y FM Río. Más tarde fue productor y columnista de Apuntes, programa emitido por LT8 Radio Rosario y Radio Nacional Rosario entre 1997 y 2004, que obtuvo el Martín Fierro al mejor programa periodístico del Interior del país. También fue columnista de Sobre la hora (FM Red TL, 2003–2004) y de Radiohistorias, ciclo que se emite por Radio Universidad Rosario desde 2004, ganador del Martín Fierro 2006 como mejor programa periodístico y del Martín Fierro 2009 como mejor programa documental en radio del Interior.
Su labor periodística incluyó colaboraciones en diversos medios gráficos. Escribió en los periódicos El Puente (Rosario), La Tarde (Victoria, Entre Ríos) y El Eslabón, además de la revista Postales de la ciudad de Alcorta. También integró la Agencia de Noticias Pelota de Trapo desde 2007 y colaboró con la revista Voces de Santa Fe desde 2008. Sus crónicas y notas circularon además en distintos portales y espacios digitales.
Desde 1993 integró el grupo de producciones audiovisuales Octaedro, con el que realizó numerosos documentales periodísticos. Entre ellos se destacan María Soledad, burdel y esperanza, La página final —ganador del Martín Fierro 1993 al mejor trabajo testimonial del Interior del país—, Carasucia, El caso Maders, el poder que mata, Amurado, tango en Rosario, De escuelas y barriletes —mención al mejor video sobre Derechos Humanos en el Festival Latinoamericano de Video—, El Rosario de Galtieri, La resistencia, crónica de una pasión rosarina, Rosario, segundo tiempo, Operación rescate y Liliana y Eduardo… Las luces de la memoria, declarado de interés cultural por la Legislatura de Santa Fe y el Concejo Municipal de Rosario.
En el campo de la escritura, publicó cuadernillos con sus crónicas, presentados en salas de Rosario en 2001, y colaboró en los libros La ciudad goleada I y II y Orgullo portuario, junto al periodista Carlos del Frade. Esa obra dispersa —radial, gráfica, audiovisual— dialoga con sus libros Crónicas de las causas aparentemente perdidas, donde condensó una poética propia: relatos breves, nacidos para ser escuchados, que defienden la dignidad de la vida común y la persistencia de la esperanza.
Néstor Sappietro fue periodista, escritor y realizador audiovisual. Su trayectoria estuvo marcada por una relación profunda con la radio, el periodismo narrativo y la producción cultural independiente, siempre desde una mirada sensible y comprometida con las historias invisibilizadas.
En radio desarrolló gran parte de su obra. Entre 1991 y 1994 condujo y produjo Rebeldes, soñadores y fugitivos, emitido por FM Latina y FM Río. Más tarde fue productor y columnista de Apuntes, programa emitido por LT8 Radio Rosario y Radio Nacional Rosario entre 1997 y 2004, que obtuvo el Martín Fierro al mejor programa periodístico del Interior del país. También fue columnista de Sobre la hora (FM Red TL, 2003–2004) y de Radiohistorias, ciclo que se emite por Radio Universidad Rosario desde 2004, ganador del Martín Fierro 2006 como mejor programa periodístico y del Martín Fierro 2009 como mejor programa documental en radio del Interior.
Su labor periodística incluyó colaboraciones en diversos medios gráficos. Escribió en los periódicos El Puente (Rosario), La Tarde (Victoria, Entre Ríos) y El Eslabón, además de la revista Postales de la ciudad de Alcorta. También integró la Agencia de Noticias Pelota de Trapo desde 2007 y colaboró con la revista Voces de Santa Fe desde 2008. Sus crónicas y notas circularon además en distintos portales y espacios digitales.
Desde 1993 integró el grupo de producciones audiovisuales Octaedro, con el que realizó numerosos documentales periodísticos. Entre ellos se destacan María Soledad, burdel y esperanza, La página final —ganador del Martín Fierro 1993 al mejor trabajo testimonial del Interior del país—, Carasucia, El caso Maders, el poder que mata, Amurado, tango en Rosario, De escuelas y barriletes —mención al mejor video sobre Derechos Humanos en el Festival Latinoamericano de Video—, El Rosario de Galtieri, La resistencia, crónica de una pasión rosarina, Rosario, segundo tiempo, Operación rescate y Liliana y Eduardo… Las luces de la memoria, declarado de interés cultural por la Legislatura de Santa Fe y el Concejo Municipal de Rosario.
En el campo de la escritura, publicó cuadernillos con sus crónicas, presentados en salas de Rosario en 2001, y colaboró en los libros La ciudad goleada I y II y Orgullo portuario, junto al periodista Carlos del Frade. Esa obra dispersa —radial, gráfica, audiovisual— dialoga con sus libros Crónicas de las causas aparentemente perdidas, donde condensó una poética propia: relatos breves, nacidos para ser escuchados, que defienden la dignidad de la vida común y la persistencia de la esperanza.
Sappietro fue, ante todo, un hombre de la escucha. De esa paciencia aprendida en la calle, en los barrios, en los trabajos y en la radio nacieron sus Crónicas de las causas aparentemente perdidas, relatos breves que pusieron en primer plano la dignidad del hombre común, los sueños modestos, las derrotas que no resignan pelea. "Tenía una manera inconfundible de contar: sensible, honesta, sin concesiones, capaz de convertir lo cotidiano en una causa digna de ser defendida", lo definió su amigo Carlos del Frade, con quien compartió proyectos, micrófonos y una ética común.
A mitad de este año, en julio, Sappietro había presentado el segundo volumen de Causas aparentemente perdidas, junto a la reedición del primero. Lo hizo como vivía: rodeado de amigos, con música, lecturas y tiempo compartido. Allí volvió a contar que esas crónicas habían nacido en la radio, pensadas para ser escuchadas antes que leídas, escritas con palabras simples y la medida justa de tres minutos al aire. Una página A4 como límite y como desafío: presentar un personaje, narrar una vida, cerrar una historia sin traicionar su verdad.
Las suyas eran historias de barrio, de bohemia, de pelea cotidiana. Personajes que casi nunca entran en la agenda de los grandes medios, pero que en su prosa encontraban abrigo y nombre. Eternos perdedores, decía, solo en apariencia. Porque mientras se siga luchando, ninguna causa está del todo perdida.
Ganador de cuatro premios Martín Fierro, impulsor del grupo de realización audiovisual Octaedro, asesor legislativo durante la expropiación de la Guido y Spano, Sappietro nunca tuvo un lugar cómodo en los márgenes del sistema mediático. Tal vez por eso encontró su sitio más estable y más hondo en las aulas de las escuelas secundarias, donde ejerció la docencia como otra forma de militancia cultural.
Hijo de un poeta tanguero, heredó del tango esa melancolía digna que atraviesa su escritura. Admirador de Roberto Arlt, de Hamlet Lima Quintana, de los rebeldes con causa, fue también un apasionado del fútbol, de Central, de Los 11 de Azcuénaga, síntesis perfecta de su identidad barrial. Le gustaba decir que el amor era lo mejor que podía pasarnos en esta breve aventura cósmica que es la vida.
Carlos del Frade lo despidió con palabras atravesadas por la bronca y el amor. Lo llamó "el mejor cuentista de las radios rosarinas", un tipo valiente y honesto, más cercano al Polillita Da Silva que al goleador rutilante, cerebral y certero frente al arco. Recordó a sus hijos, Lautaro y Julián, su orgullo mayor; a Claudia, la madre de ellos, acompañándolo hasta el final; a Morita, su última compañera perruna; y a ese Sappietro que pedía explicaciones metafísicas apoyado en la baranda de su balcón, rodeado de plantas.
Estaba escribiendo una novela. Planeaba un viaje a Europa con amigos. Seguía creyendo en la justicia poética, en el peronismo sentimental, en las libretas cósmicas donde las desgracias pudieran equilibrarse con un poco menos de pena. Nada de eso llegó a terminarse. Pero dejó libros, audios, videos, clases, entrevistas y una forma de estar en el mundo que no se archiva.
Sus textos —como sus clases, como sus crónicas radiales— quedan como materiales indispensables para una ciudad que a veces parece olvidar a quienes la narran con honestidad. Difundir su obra es, quizás, una manera concreta de seguir defendiendo esas causas que Sappietro llamó "aparentemente perdidas", pero que siguen respirando en cada lector y oyente que se reconoce en ellas.
No hay preparación posible para la muerte. Pero quedan las palabras dichas, las historias contadas, las mesas compartidas. Y queda la certeza de que, mientras alguien vuelva a abrir una de sus crónicas, Néstor Sappietro seguirá entrando al estudio, al aula o al bar con ese paso tranquilo de los que saben que todavía hay algo para decir.
No hay punto final.
Algunas Causas Aparentemente Perdidas
Descubrimiento del C.A.P.Por: Néstor SappietroEl periodista caminaba sin rumbo en busca de una nota que pudiera conmoverlo. Necesitaba sentir que no todo estaba perdido, que todavía quedaban cosas por hacer..."Todavía quedan cosas por hacer"Le sonaba a frase hecha, a un reflejo de voluntarismo que esta vez no le alcanzaba.Pensando en eso, y también en la ferocidad del invierno que llegaba para recordarle que el agujero de su suela gastada estaba creciendo inexorablemente, se encontró frente a una puerta de chapa que tenía estampada la sigla C.A.P.... Debajo, entre paréntesis, podía leerse: Causas Aparentemente Perdidas...Sin dudarlo, ingresó al lugar... Causas Aparentemente Perdidas...El hombre que había bebido tantas veces el brebaje de la derrota, y tan pocas el de la gloria, supo que lo que hubiera ahí dentro, seguro, tenía que ver con él.Después de atravesar el pasillo se encontró con un tipo de voz aguda, pelo rubio, nariz fina y patilla corta, de chaqueta militar zurcida y botas remendadas. Ese rostro era muy parecido a otro que tantas veces había recortado del "Billiken", cada 20 de junio, en su paso por la escuela primaria, pero no podía ser más que una casualidad.El hombre le preguntó quién era y qué andaba buscando. El periodista se confesó un perdedor de la primera hora.En la libreta de sus días de gloria tenía anotados unos pocos y borrosos apuntes, como por ejemplo: "Hoy Clarisa me miró" "Esta tarde Clarisa agradeció con una sonrisa cuando le presté la goma de borrar"... En ese punto terminan las referencias a Clarisa, lo que hace suponer que la cosa no fue más allá. También se podían encontrar un despeje en el medio del área en un picadito de barrio y otras referencias por el estilo. A la libreta de los días de gloria del periodista le sobraban páginas en blanco. El hombre con cara de prócer traicionado comprendió que esos antecedentes eran suficientes para dejarlo pasar a la sala grande.Allí, el periodista se encontró con una muchedumbre que andaba de un lado para el otro.Un tornero anarquista, un escritor con faltas de ortografía, un gordito que siempre quiso jugar de 9 en el equipo del barrio, un loco con un espejo que solo reflejaba mezquindades, el hombre que creía en el horóscopo, viejas máquinas de escribir, un "canilla" que inventaba los titulares de los diarios... También se encontró con una sala de video donde podía verse al gato Silvestre acorralando a Twity entre dos panes de miga, al Coyote atrapando por fin al correcaminos, al grupo familiar de la serie "Bonanza" resignando "La Ponderosa" en manos de los Siux y los Apaches. Reivindicaciones que los presentes aplaudían al son del bombo de "Tito el esperanzador" que batía su parche como telón de fondo. Tomó nota de todo lo que pudo.La tarde se había ido con la velocidad que tienen los momentos más gratos. El periodista salió del lugar después de haber escuchado historias que no constan en ningún registro oficial. Relatos que tienen que ver con la capacidad de insistir, ésa que tan solo conocen los que pierden una y otra vez, y una y otra vez se levantan con la misma entereza necia y rebelde, aunque Clarisa jamás llegue a estar entre sus brazos, y aunque su gambeta siempre encuentre un pie que la desaire.Mientras se alejaba, no podía dejar de pensar que hay una información que no aparece en los medios masivos ni en los libros de historia, que tal vez los guionistas nos hayan engañado siempre, ocultándonos ese último capítulo en el que los eternos perdedores cambian su suerte. Tal vez el C.A.P. sea ese espacio que existe en la imaginación de cada uno de nosotros donde vive la utopía...Si es así las causas aparentemente perdidas gozan de buena salud aunque les pese a los globalizadores del nuevo orden...Si es así, siempre habrá alguien por ahí postulando la posibilidad de contradecir al viento.Gente necesaria (por Néstor Sappietro)El 15 de septiembre de 1923, nacía en Morón, provincia de Buenos Aires, uno de los tipos necesarios e imprescindibles de nuestra cultura, Hamlet Lima Quintana.Hace ya unos cuantos años, en un lugar de Buenos Aires llamado "Liber Arte" que solía frecuentar el poeta Hamlet Lima Quintana, tuve la maravillosa posibilidad de hacer una nota con él, una charla sin apuro, con todo el tiempo. Allí nos paseamos por unas cuantas vivencias de su vida. Nos habló de su amor por Rosario, que fue el único lugar donde pudo trabajar cuando estaba prohibido y plagado de deudas. Agradecía por esos días al "pelado" Reinoso (con i latina), que alguna vez lo sacó por la puerta de atrás de una peña cuando venía la cana para llevárselo. Contó las anécdotas vividas junto a tipos como Raúl González Tuñón, y esa romántica relación con los ladrones de aquel tiempo. Habló de su pasaje por el periodismo, el trabajo en agencias de noticias, y también como redactor de Clarín, y decía que lo ponían de muy mal humor las formas del periodismo moderno."Los diarios están mal escritos...", sostenía, "... de tanto apelar al poder de síntesis andan empobreciendo las ideas de la gente...".Ante cada inquietud que le planteaba, el poeta respondía con una maravillosa contundencia."El que no es rebelde, que se quede en la cama dispuesto a morir. La rebeldía debe ser una condición humana. La injusticia, el manoseo, la indignidad y la humillación son moneda cotidiana. Por eso, el hombre debe ser rebelde desde que se levanta hasta que se acuesta a dormir... y a lo mejor en el sueño, también se deba ser rebelde...".Así hablaba, escribía y vivía Hamlet.Habían pasado un par de horas y el hombre andaba por su tercera ginebra. Además, solía fumar dos atados de cigarrillo por día. Por eso resultaba sorprendente escucharlo decir que le quitaba la piel al pollo para cuidarse del colesterol.Este hombre, que escribió 23 libros de poemas, cuatro de cuentos y relatos, una biografía de Osvaldo Pugliese y más de cuatrocientas canciones, solo parecía tenerle temor a que le falte tiempo para terminar su obra."La obra no puede parar...", repetía, casi como una obsesión.Mi amigo, el "colo" Belmonte, a quien le tocó recorrer cada pueblo de la provincia de Santa Fe interpretando "La Forestal" junto a Hamlet, se avergonzaba de sentir cansancio, viendo a ese hombre de casi setenta años que subía al colectivo después de cada actuación como si nada.Mostraba la vitalidad de un pibe de veinte, como empecinado en desafiar a la aburrida lógica y al implacable tiempo.La charla terminó con un autorretrato que nos dejó en la mesa como yapa:"...Yace casi feliz y hecho un fantoche,un Hamlet que habitó en Lima Quintana,muere de mucho olvido por las noches,resucita cantando en las mañanas...".Este señor de figura quijotesca no creía en la muerte, de quien decía: "...es una gran farsante...".Y lo avalaba asegurando que: "...Los hombres culminan ciclos, pero la vida no se puede interrumpir, como no se puede interrumpir la primavera...".Quizás, en honor a esas palabras, su obra más reconocida lleva por título Zamba para no morir."...En el hijo se puede volver siempre...", decía Hamlet.Y la obra que alumbró, podemos asegurar, estará condenada por siempre a mojarle la oreja a todos los olvidos.Maestro (por Néstor Sappietro)Decía Julio Cortázar que "las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse como se cansan y se enferman los hombres o los caballos...".Esto sucede con el uso de algunas expresiones que todos conocemos. Por ejemplo: "justicia", "democracia", "pobreza"...Las utilizamos más de una vez sintiendo que estamos cayendo en el abismo del lugar común, donde un eco extraño las repite con distintas voces que las han vaciado de contenido tiempos de mentira y decepción.Esta degradación no alcanza, afortunadamente, a la palabra maestro.Aunque los detractores se empecinan, desde el ultraje diario, nada han logrado hacer.Todavía, el desfalco que ha sufrido nuestro idioma no ha podido con lo que significa para la gente llamar a alguien: "maestro".Es uno de los códigos en común que trasciende las edades, y es un rango que no se otorga a cualquiera.Podríamos mencionar unos cuantos apellidos que llegaron a la categoría de maestro en el deporte, la ciencia, la cultura...Es el título máximo que otorga la voz de la gente: Favaloro, Zitarrosa, Fioravanti, Pugliese, Quinquela, Gardel, Borges, María Elena Walsh, Maradona, Leguisamo...Los jóvenes la usan para darle la más alta jerarquía a sus ídolos: "Es un maestro", dicen, cuando se refieren a Charly García, el Indio Solari, el Flaco Spinetta...No existe una distinción mayor, ni más entrañable.Si convocara desde lo más íntimo a los que me han marcado algún camino de coherencia y de integridad, nombraría entonces a Rodolfo Walsh, Roberto Arlt, Juan Gelman, Osvaldo Soriano, el Mono Ardizzone...Nada mejor se me ocurre que decirles maestros.Así lo llamábamos, también, a don Héctor, el director técnico del equipo de fútbol de "Los once de Azcuénaga".Algo debe suceder, entonces, para que en medio de tanta palabra devaluada, uno diga "maestro" y sienta que hace un homenaje a la virtud.Una virtud que abarca desde el corazón que restauró Favaloro, hasta la seño de la escuela marginal que le entrega al pibito de ojos oscuros una suma y una resta para pelear la dignidad que le corresponde.Huellas (por Néstor Sappietro)Mi viejo escribía tangos.Cuando me preguntan a qué se dedicaba, me gusta decir que escribía letras de tango.Él tuvo una tornería, fue vendedor de repuestos de autos, tuvo un kiosco y otro montón de rebusques.Pero yo digo que escribía letras de tango.En casa había un combinado Ranser que sonaba en el living donde Gardel tenía un lugar de privilegio.Los sábados venía don Julio y miraban Grandes valores del tango.Le gustaba la noche, los asados y andar contra el viento.Canaya y comunista en una familia toda de Ñuls y de Perón.Era, por sobre todo, un tanguero.Yo, en cambio, andaba con rebeldías inútiles.Escuchaba Queen, Los Beatles, Pink Floyd, y despreciaba el bandoneón.Sosteníamos una batalla encarnizada.Una noche me encontró cantando Sui Generis frente al espejo.Me miró con una tristeza infinita y se fue en silencio.Creo que ese día pensó que yo era un caso perdido.Con los años entendí que había cumplido uno de sus sueños.El tiempo no nos alcanzó para muchas cosas.Pero me sobraron huellas para conocerlo.Dejame creer que te llega mi abrazo.Dale, dejame creer.A Emilio Lenski (por Néstor Sappietro)Me tocó conocerlo a Emilio Lenski en los últimos años de su vida y me alcanzó para quererlo y admirarlo por toda la pasión que le ponía a su oficio. Conocí poca gente con tamaña pasión.Tuve la fortuna de hacer junto a él un video en el que Emilio debía representar a un desocupado. Esa mañana fría, que tanto perjudicaba a sus fueyes malheridos, llegó con la taza enlozada para el mate cocido, un overol gastado, una gorra y un atado de Imparciales, porque decía que era el más común en las fábricas.Nadie le había pedido el vestuario, sin embargo se tomó el laburo de prepararlo.Habíamos filmado toda la mañana y parte de la tarde. Nosotros queríamos parar, Emilio no.Llegamos a una fábrica deshabitada, con los vidrios rotos, buscando la escena del hombre al que le destruyeron su lugar de trabajo. Corría mayo de 2001 y se veía venir la debacle que estallaría en diciembre.Bajamos para intentar hacer algunas tomas. Un guardia de seguridad que había en la puerta nos dijo que no podíamos filmar en ese lugar.Emilio había visto todo desde el auto. Cuando llegamos, desanimados, a él le brillaban los ojos. Se le había ocurrido algo."Ustedes solo enciendan la cámara y encuadren el portón de rejas", nos dijo.Le hicimos caso. El portón de rejas había quedado entreabierto y Emilio caminó muy despacio hacia él.El guardia, al ver la situación, se apresuró a cerrarle el portón casi en la cara, gritando: "Les dije que no se puede entrar".Entonces Emilio encendió un cigarrillo. Se quedó mirando hacia adentro los vidrios rotos, el lugar donde alguna vez habían estado los tornos, el ruido de las máquinas, la gente.Tiró el cigarrillo con bronca y tristeza, y salió del encuadre.Caminó hacia el auto y nos preguntó si habíamos filmado todo. Cuando le contestamos que sí, empezó a reírse a carcajadas."Ese otario…", nos dijo, refiriéndose al guardia de seguridad. "Nunca se va a enterar de que trabajó en una película".Emilio había imaginado la escena tal como sucedió y así fue, enterita, en el video.Ese era Emilio: un tipo ingenioso, entrañable, apasionado, tierno.De esos que se hacen extrañar.Porque es inevitable extrañar las mañanas en las que aparecía por el estudio asegurando que estaba fumando menos y se bajaba un atado de Virginia Slim, mientras me regalaba secuencias de la vida de Chaplin, de Discépolo, de Florencio Parravicini o de Homero Manzi.Emilio solía contar que su padre ejerció el oficio de sastre, que le tocó en la vida revestir lo de afuera, y que quizás por eso a él, con su oficio de actor, le tocó revestir lo de adentro.Y la pucha si lo hizo.Más de cinco mil funciones teatrales, videos, radio, grabaciones en CD, docencia, dirección teatral, trabajos comunitarios.Le puso su máscara de actor a grandes obras: El violinista sobre el tejado, Chocá los cinco, Sabés quería decirte, Stéfano, La Forestal, Andrés Eloy Blanco, el Bolívar de la pluma, Bautismo de Arlequín, Pedroni, la espiga y la paloma y Oficio de actor (obra que recibió la mención Estrella de Mar en 1994).Podemos asegurar que se encargó de revestir nuestra parte de adentro como un sastre de almas.También decía Emilio que siempre entendió que su trabajo era un acto de amor y que, a pesar del tiempo —que a veces se encarga de descorazonarnos—, logró preservar su capacidad de dar y jamás logró colmar su capacidad de asombro.Hizo funciones para 35 mil personas y también para 3 espectadores, y estaba orgulloso de eso."No creo en las crisis del teatro", decía. "Creo que las llamadas crisis del teatro son las crisis temporarias del hombre. He sido más tiempo otro que yo mismo, pero eso no me ha apartado de la realidad ni de mi necesidad de ser solidario con la cicatriz ajena".Esta ciudad suele ser mezquina con sus artistas. Emilio fue un tipo que dio mucho más de lo que le devolvieron.Elsie, su gran compañera, escribió para despedirlo —hace hoy 16 años— algo que nos gustaría usar para cerrar esta crónica:"Emilio ya es uno de esos duendes que se escapan por las rendijas de los teatros. Sólo les pido un cariñoso recuerdo para él, que no podía vivir sin ternura".Diego y el sueño de los sin jeta (por Néstor Sappietro)–Pelu, si vas a jugar… después de las cinco, cuando caiga el sol…Eran las dos de la tarde en Villa Fiorito, y la Tota cumplía con el rito maternal de la advertencia.Pelusa contestaba: "Sí, mami, quedate tranquila…", y salía de su casa con el Negro, con el Beto o con quien fuera, para estar a las dos y cuarto dándole a la pelota bajo el rayo del sol.Ese pibe al que las hermanas le juntaban las monedas que costaba el bondi para que pudiera ir a practicar."Mi viejo tenía menos fondo que una cancha de paddle".El que hacía jueguito con cualquier cosa: una naranja, bollitos de papel o trapos."Al que tenía una de cuero en Fiorito lo mirábamos como si fuera un astronauta".El que se pasaba las noches de lluvia corriendo tachitos y gambeteando goteras."Caía más agua adentro que afuera, y éramos ocho durmiendo en una sola pieza".Ese pibe iba a seguir desafiando al sol.Cuando Pelusa empezó a ser el Diego.Cuando de ser el Cebollita que hacía malabares con la pelota en los entretiempos pasó a ser el hombre más conocido de la tierra.Entonces se volvió incontrolable.Su zurda comenzó a jugarle una revancha a la pobreza y uno no sabe bien en qué momento se transformó en una metáfora de la Argentina.En el ’82 un general borracho mandaba a los pibes a morir al sur, y Diego en esos días terminaba expulsado en un Mundial en el que lo cagaron a patadas y al que habíamos ido convencidos de que éramos los mejores del mundo.Después se iba a transformar en un dios napolitano que haría sucumbir, a puro talento, a la Italia del norte rica y poderosa.Era el tiempo de la consagración.El Mundial de México y su obra cumbre.Otra vez desafiando al sol, en el estadio Azteca, cuando media docena de ingleses quedaron desparramados buscando su orgullo en el verde césped.Ese saltito de Diego levantando el puño derecho fue uno de los instantes más felices en la vida de los argentinos.Que el fútbol y la patria no se mezclan es una gilada.Al menos lo fue ese 22 de junio.Maradona empezó a enfrentarse a los poderosos simplemente diciendo lo que pensaba.Lo que uno comenta en la cocina o en el bar.Havelange y Blatter, los dueños del fútbol del mundo, eran descuartizados ante cada micrófono que le ponían a Diego.El Papa tampoco se salvó."Fui al Vaticano y vi los techos de oro. Y después escuché al Papa decir que la Iglesia se preocupaba de los chicos pobres… ¡Pero vendé el techo, fiera, hacé algo!".El poder lo usaba y después le soltaba la mano.Igual que a nosotros.La poesía se siguió escribiendo.Un pase gol a Caniggia, con el tobillo hecho un globo violeta, para eliminar a Brasil.La puteada a los italianos cuando silbaban el himno.El llanto de la eliminación.Y empezaron a pasarle las facturas.Vinieron con los tapones de punta.La droga, la suspensión, la resurrección, la enfermera rubia llevándolo de la mano, la efedrina.Y la historia reciente.Y los programas de la tarde.Y su nombre que siempre vende.Demasiada vida para un solo hombre.Como Pelusa, los argentinos vivimos de la esperanza al desencanto.Nuestra historia está plagada de dealers que nos llenaron de merca las narices.Y otra vez nos tiran el achique.Y otra vez quedamos en off-side.Demasiado verso para un solo país.Más allá de las contradicciones nuestras y las del Diego, desde ese lugar donde residen las causas aparentemente perdidas, seguiremos creyendo obstinadamente en los corazones rebeldes.En los que intentan el caño y la rabona para gambetear de una buena vez al stopper que nos boicotea los sueños.Aunque el árbitro esté comprado.Aunque nos sigan embarrando la cancha.Son las dos de la tarde y en alguna casa de estos parajes del sur Pelusa vuelve a abrir aquella puerta.–Si vas a jugar… después de las cinco, cuando caiga el sol…–Sí, mami, quedate tranquila… quedate tranquila.Las reuniones navideñas que juntaban a la familia en la casa de la abuela tenían una consigna clara, que nuestros mayores desobedecían puntualmente una y otra vez.El abuelo, desde la cabecera, decía:"En la mesa no se habla de política".Nosotros, los pibes, no sentíamos que la medida nos afectara.Nada decía el mandato acerca de tirar cohetes ni cañitas voladoras, entonces lo tomábamos como otra de las cuestiones de adultos que no llegábamos a entender.Sin embargo, a pesar de la voz potente y amenazante del abuelo, entrada la noche, cuando el alcohol incorporaba sus efectos a la velada, la desobediencia empezaba a hacerse sentir.Todos sabíamos que en algún momento, por cualquier cosa que no viniera a cuento, la charla amena se convertiría en una sucesión de frases que nos habíamos aprendido de memoria.Todos los años se discutía lo mismo.No había análisis profundos ni discursos.Solo frases que se disparaban de un lado y del otro y encendían viejos rencores que nunca terminaron de apagarse.—Vos no tenés memoria… ¿te olvidaste de quién nacionalizó los ferrocarriles? ¿Quién fue? Perón fue… Te olvidaste. Lo que pasa es que vos no tenés memoria…El tío de Arroyito, indignado, respondía:—¡Claro que tengo memoria! Sobraba la guita. Les vendíamos hasta el maíz podrido. Con eso compró los ferrocarriles. A los ingleses les vino bárbaro. En un año los tenían que devolver y nosotros se los compramos. No contés la historia por la mitad, que los pibes escuchan y aprenden mal…Entonces saltaba el otro tío:—¡Callate, gorilón! ¿Gracias a quién te compraste una casa? ¿Gracias a quién tenés un oficio? ¡Gorilón! ¡Desagradecido!Y la cosa seguía.Las mismas sentencias.Que a uno lo rajaron de la empresa porque no se puso el brazalete negro.Que se construyeron un montón de escuelas.Que hacían asado con el parquet.Que estadista.Que demagogo.Que nacional y popular.Que fascista.Hasta que el tío de Arroyito se levantaba de la mesa, llamaba a sus pibes, a la tía Ñata, y decía:"Mejor me voy a mi casa, por respeto al abuelo"."Pero sí, tomátelas…", se escuchaba del otro lado, a modo de despedida.Después, la mesa se hacía toda silencio.Aquella mesa terminó de despoblarse con los años.Nosotros fuimos creciendo.Las discusiones políticas pasaron a la clandestinidad.Se trasladaron a mesas más pequeñas.Vinieron días en los que decir lo que pensabas podía costarte mucho más que el enojo del abuelo.Después llegó la democracia.Se exhumaron algunas de las viejas pasiones.Las mesas transitaron tiempos de ilusión, desencanto, esperanza y apatía.Llegué a extrañar las reuniones en la casa de la abuela.Hoy, más allá del lado en el que uno esté —porque siempre se está de algún lado—, vuelvo a escuchar algunas de las frases que amenizaban aquellas reuniones.Me ha tocado estar en mesas donde aparecieron los duendes del tío de Arroyito, la tía Ñata, mi abuelo, mi viejo y los tíos peronistas.Y, a decir verdad, después de la clandestinidad, después del desencanto y después de la indiferencia, uno no puede dejar de celebrar estos días de mesas que habilitan la discusión.Que desafían al silencio.Y aunque por ahí la mesa se vuelva ruido.Y aunque todavía no nos alcancen las nueces.Aunque alguna pata siga estando chueca.Y aunque nos sobren ausencias.Aunque sea por un día, juguemos a creer que los deseos se cumplen.Juguemos a creer en un futuro más justo.Juguemos a creer que la memoria le ganará la pulseada eterna a todos los olvidos.



