Roberto Salvador Trapani nació en 1954 en Carreras, un pueblo del sur de la provincia de Santa Fe donde las historias todavía se cuentan mirando a los ojos y el tiempo se mide por la cercanía entre las personas. Creció entre el trabajo artesanal y el contacto cotidiano con la gente: la talabartería de su padre fue su primer escenario y, sin saberlo, su primera escuela artística. Allí aprendió a escuchar, a observar los gestos mínimos, a percibir el pulso humano detrás de cada relato. Ese ejercicio de escucha marcaría toda su vida.
El cine y la radio fueron para él ventanas tempranas hacia el arte. La música apareció pronto y se quedó para siempre: siendo muy joven integró bandas locales, explorando sonidos, ensayando sin método pero con intuición. No se trataba aún de una vocación definida, sino de un juego serio, de una curiosidad insistente que buscaba forma.
En 1982 llegó a Rosario "después de andar un rato largo", como solía decir, para estudiar Locución. En esa ciudad que empezaba a sacudirse el silencio de la dictadura, Salvador encontró un campo fértil para la experimentación y el encuentro. Se formó en la carrera de Locución, referenciándose con figuras como Susana Tealdi y Quique Pesoa, y muy pronto el teatro irrumpió con fuerza en su vida. De la mano de Mirko Buchín, y luego junto a Norberto Campos, Mario Vidoletti, Sergio D’Angelo y Pepe Jiménez, comenzó un recorrido escénico que abarcó teatro teatral, infantil, callejero y clown, en un contexto artístico vibrante, atravesado por la urgencia expresiva de la posdictadura.
Fue en ese cruce donde Salvador encontró su lenguaje. "No nací para esto", decía con humildad, pero entendió que había hallado una herramienta poderosa para decir sin palabras. La respuesta del público, la posibilidad de comunicar a través del cuerpo, la música, los silencios y el humor, le revelaron un camino. No se trataba de explicar el mundo, sino de abrirlo.
Su trabajo artístico se consolidó en una fusión singular de clown y música, dando forma a lo que él mismo definía como "humor excéntrico musical". Salvador se convirtió en un referente del movimiento de los Excéntricos Musicales del Nuevo Circo, no por adhesión a una estética, sino por la coherencia de una búsqueda: transformar lo cotidiano en asombro, lo descartado en belleza, lo simple en ceremonia.
En 1991 fundó junto a su compañera de vida, la actriz y directora Elena Guillén, el grupo teatral Los Estrellados. El proyecto se centró en la investigación de la técnica del clown y en la construcción de instrumentos no convencionales. Allí nacieron personajes entrañables como Caramelino e Iván Mitrenko, y se afianzó una poética que lo acompañaría hasta el final. Desde entonces, Salvador no dejó de viajar: sus espectáculos se presentaron en teatros y festivales de toda la Argentina, América Latina y Europa.
Como luthier, construía sus propios instrumentos excéntricos a partir de materiales de descarte: griferías, latas, botellas, caracolas, llaves, objetos olvidados que bajo sus manos volvían a cantar. Su dominio del serrucho musical —interpretado con una sensibilidad y afinación extraordinarias— lo volvió mundialmente reconocido. En su taller, además, creaba pequeños autómatas y artefactos sonoros, sosteniendo una ética de trabajo que condensaba en una frase que lo definía: "Intento el esplendor de la ruina".
Ante el estreno de Concierto Estrafalario, Salvador Trapani recordó sus primeros pasos en el teatro: "Tuve la fortuna de tener un primer contacto con el teatro con el maestro Mirko Buchín, que me dio herramientas que todavía uso. Trabajé con mi amigo, el Mago Marzelo, haciendo magia mientras yo hacía payasadas. Así empecé a foguearme: fue acción pura, en jardines de infantes, escuelas, plazas, temporadas en la Costa Atlántica". Destacó que de esos años aprendió la esencia del payaso: lo lúdico, el juego, aquello que hay que garantizar, salvo que la obra tenga un texto y desarrollo más estructurado. "Yo transito más lo musical, la canción, la poesía y algunos juegos de interacción con instrumentos, donde el público participa. En este caso, se alinearon planetas familiares, porque estaba Elena dirigiendo el trabajo. Yo estoy más acostumbrado a salir al ruedo, a la acción brutal, pero acá hubo guion, entradas, salidas y unos diálogos mínimos", explicó.
En el guion, escrito junto a Elena Guillén, reaparece Iván Mitrenko, un clásico personaje de Trapani. Se trata de un músico excéntrico, desesperado ante un grave problema, que invoca a Euterpe, la musa de la música, para que lo ayude. Ella lo asiste, pero no puede enviarle una orquesta completa, solo un músico. Así llega Solfeo, con su piano, y a partir de ahí se desarrolla la historia: el concierto sale adelante gracias a este enviado de los dioses griegos y se arma el Concierto Estrafalario.
A lo largo de su extensa trayectoria creó y participó en innumerables obras, entre ellas Teddy Voldo contra viento y marea (1992), Lavanda (1993), El sexo de los ángeles (1994), Caramelino Allegro Andante (1995), Concierto Desconcierto (1996), Desconcierto Grosso (1997, junto a Esteban Sesso), L’Invention (1999), La Royalle (2002), Concierto Estrafalario, Salvatrap y los Inmejorables, Dios los cría, Re-ciclo, La licuadora y La noche del off. Como director teatral realizó, entre otras, Las Barrenderris y En la red sin red. En los últimos años participó en Vuela alto mamá, producción del Teatro Municipal La Comedia de Rosario, y ¿Qué hago con Gertrudis?, en Microteatro Rosario.
Como músico fue invitado como solista por la Orquesta de Cámara Municipal de Rosario y colaboró en presentaciones y grabaciones con compositores contemporáneos, interpretando obras de Astor Piazzolla, Erik Satie, Heitor Villa-Lobos, Giuseppe Verdi, Antonio Carlos Jobim, entre otros, siempre adaptadas a su instrumentación singular.
Como músico fue invitado como solista por la Orquesta de Cámara Municipal de Rosario y colaboró en presentaciones y grabaciones con compositores contemporáneos, interpretando obras de Astor Piazzolla, Erik Satie, Heitor Villa-Lobos, Giuseppe Verdi, Antonio Carlos Jobim, entre otros, siempre adaptadas a su instrumentación singular.
La docencia fue otra de sus grandes pasiones. Fue profesor nacional de Expresión Corporal, integró la primera promoción de egresados de Locución del ISET Nº18 y se desempeñó allí como docente de Expresión Corporal y Actuación Dramática. En los últimos años dictó el seminario "Humor en movimiento para la comunicación". Su impronta pedagógica, creativa y gozosa lo convirtió en un educador profundamente querido y respetado por colegas y estudiantes.
Salvador Trapani no fue ajeno a su tiempo. Acompañó activamente la lucha por los derechos humanos, colaboró con Abuelas de Plaza de Mayo Rosario, participó de TeatroxlaIdentidad, defendió la educación pública y los humedales. Su humor, lejos de ser evasivo, fue una forma de resistencia, una manera delicada pero firme de intervenir en el mundo.
Desde 2024 atravesaba un linfoma no Hodgkin que lo obligó a frenar su intensa actividad artística. Tras dos ciclos de quimioterapia, el equipo médico recomendó un tratamiento de última generación cuya provisión fue demorada por su obra social, IAPOS. La medicación llegó recién después de un reclamo judicial, cuando su estado de salud ya se había agravado de manera irreversible. La pregunta sobre esa demora —sobre lo que pudo haber sido— queda abierta como una herida colectiva.
Salvador Trapani falleció el sábado 13, a las 23.09, a los 70 años, internado en el Sanatorio Parque, rodeado del amor de su familia, amistades y compañeres. "Peleó como un titán", expresó Elena Guillén, acompañada de sus hijos Juan (en la foto con Salvador) y Augusto.
Las expresiones que siguieron a su deceso no fueron gestos de circunstancia. Fueron, más bien, la confirmación de una vida profundamente enlazada con su tiempo, con su ciudad y con las luchas que eligió acompañar. En cada mensaje apareció no solo el artista extraordinario, sino el hombre íntegro, el compañero generoso, el maestro atento, alguien que supo estar cuando hacía falta estar.
Las palabras de Chiqui González, ex ministra de Cultura de la provincia de Santa Fe, resonaron con especial densidad, como una lectura amorosa y política de su paso por el mundo. No solo por la historia compartida, sino porque supieron nombrar con precisión aquello que Salvador Trapani fue para una generación y para una ciudad. Habló de una partida suave, "con el alma comedida", y de un hombre mágico, capaz de habitar el mundo sin estridencias, con una ética del cuidado y de la belleza que no hacía concesiones. Dijo que lo tuvimos por un tiempo, como se tiene un regalo y no una pertenencia, y que ese tiempo alcanzó para que su asombro, su maravilla y su niñez eterna cambiaran la vida de quienes lo cruzaron.
En ese decir apareció también la dimensión más profunda del artista: la de alguien que no solo producía obras, sino que abría mundos. Chiqui escribió que Salvador estaba ahí para permitir que "el mundo poético nos atravesara", para recordar que el arte no es ornamento sino experiencia transformadora. Lo definió como un hombre tan mágico como generoso, capaz de construir música extraordinaria con las cosas y con las almas del camino. Evocó su ideología sólida, su belleza intacta y sin concesiones, y esa sonrisa que nunca se cerraba del todo, como si siempre estuviera a punto de comenzar un juego.
Tal vez lo más conmovedor de ese mensaje fue la imposibilidad misma del adiós. Chiqui dijo que no podía despedirlo, que estaba afinando el corazón para celebrarlo. Y en esa imagen —tan propia de Salvador— quedó cifrado el modo en que su ausencia empieza a transformarse en presencia colectiva. Porque Trapani, escribió, no se va del todo: pasa a las imágenes compartidas, a las auras de lo noble y exquisito, a los territorios de la levedad. Sigue pasando por la esquina en bicicleta, con Elena, con sus hijos brotando de la ternura, sin pedir perdón por la molestia. Como quien entiende que el arte verdadero no irrumpe: acompaña.
La voz de Jorge Fandermole aportó la mirada de un par, de un músico que reconoció en otro músico una manera amorosa de pasar por el mundo. Lo llamó entrañable amigo y gigantesco artista, celebró su vida y su capacidad de transformar en belleza cualquier cosa a su paso. Habló de asombro, de emoción, de una presencia que se vuelve parte de quienes lo conocieron. En sus palabras apareció también la dimensión barrial, cercana, la del vecino que sabe que hay personas que, aun cuando se van, siguen habitando los gestos cotidianos de una comunidad.
Quique Pesoa se preguntó quién tocará ahora el serrucho Trapani. "Aquí te quedas, en la magia del éter", escribió. Recordó cómo la inoperancia, la malicia y el mercado se interpusieron hasta en la posibilidad de un tratamiento médico, y expresó la impotencia ante lo que pudo haber sido distinto. Pero también destacó lo que queda: su arte, su amor, su pasión y, por supuesto, el serrucho que lo hizo único. "Hasta siempre, Salvador Trapani", cerró con la emoción de quien sabe que se va un gigante.
Desde la ONG ambiental El Paraná NO se toca, lo recordaron como un artista que hacía resplandecer lo cotidiano y que, aun en tiempos turbulentos, lograba hacernos reír. Destacaron su calidad humana, su presencia y su humor, "que es otro modo de revolución y resistencia", y agradecieron haber compartido encuentros en los que su arte brilló, como en las legendarias peñas mojarreras. "Abrazo inmenso a su compañera Elena y a sus hijos. Vuela alto, hasta siempre", escribieron.
Desde el Frente 4 de Abril de AMSAFE Rosario, Salvador fue recordado como maestro y compañero. Abrazaron a su esposa Elena Guillén, a sus hijos, a su familia y a sus amistades, y destacaron a un artista de la ciudad que llevó su conocimiento, su magia y su creatividad por muchos países sin perder nunca la pertenencia. "Para él todos los aplausos", escribieron, nombrando a un ser humano excepcional que entendió la enseñanza como un acto de generosidad y el saber como una práctica colectiva.
Salvador Trapani no fue ajeno a su tiempo. Acompañó activamente la lucha por los derechos humanos, colaboró con Abuelas de Plaza de Mayo Rosario, participó de TeatroxlaIdentidad, defendió la educación pública y los humedales. Su humor, lejos de ser evasivo, fue una forma de resistencia, una manera delicada pero firme de intervenir en el mundo.
Desde 2024 atravesaba un linfoma no Hodgkin que lo obligó a frenar su intensa actividad artística. Tras dos ciclos de quimioterapia, el equipo médico recomendó un tratamiento de última generación cuya provisión fue demorada por su obra social, IAPOS. La medicación llegó recién después de un reclamo judicial, cuando su estado de salud ya se había agravado de manera irreversible. La pregunta sobre esa demora —sobre lo que pudo haber sido— queda abierta como una herida colectiva.
Salvador Trapani falleció el sábado 13, a las 23.09, a los 70 años, internado en el Sanatorio Parque, rodeado del amor de su familia, amistades y compañeres. "Peleó como un titán", expresó Elena Guillén, acompañada de sus hijos Juan (en la foto con Salvador) y Augusto.
Las expresiones que siguieron a su deceso no fueron gestos de circunstancia. Fueron, más bien, la confirmación de una vida profundamente enlazada con su tiempo, con su ciudad y con las luchas que eligió acompañar. En cada mensaje apareció no solo el artista extraordinario, sino el hombre íntegro, el compañero generoso, el maestro atento, alguien que supo estar cuando hacía falta estar.
Las palabras de Chiqui González, ex ministra de Cultura de la provincia de Santa Fe, resonaron con especial densidad, como una lectura amorosa y política de su paso por el mundo. No solo por la historia compartida, sino porque supieron nombrar con precisión aquello que Salvador Trapani fue para una generación y para una ciudad. Habló de una partida suave, "con el alma comedida", y de un hombre mágico, capaz de habitar el mundo sin estridencias, con una ética del cuidado y de la belleza que no hacía concesiones. Dijo que lo tuvimos por un tiempo, como se tiene un regalo y no una pertenencia, y que ese tiempo alcanzó para que su asombro, su maravilla y su niñez eterna cambiaran la vida de quienes lo cruzaron.
En ese decir apareció también la dimensión más profunda del artista: la de alguien que no solo producía obras, sino que abría mundos. Chiqui escribió que Salvador estaba ahí para permitir que "el mundo poético nos atravesara", para recordar que el arte no es ornamento sino experiencia transformadora. Lo definió como un hombre tan mágico como generoso, capaz de construir música extraordinaria con las cosas y con las almas del camino. Evocó su ideología sólida, su belleza intacta y sin concesiones, y esa sonrisa que nunca se cerraba del todo, como si siempre estuviera a punto de comenzar un juego.
Tal vez lo más conmovedor de ese mensaje fue la imposibilidad misma del adiós. Chiqui dijo que no podía despedirlo, que estaba afinando el corazón para celebrarlo. Y en esa imagen —tan propia de Salvador— quedó cifrado el modo en que su ausencia empieza a transformarse en presencia colectiva. Porque Trapani, escribió, no se va del todo: pasa a las imágenes compartidas, a las auras de lo noble y exquisito, a los territorios de la levedad. Sigue pasando por la esquina en bicicleta, con Elena, con sus hijos brotando de la ternura, sin pedir perdón por la molestia. Como quien entiende que el arte verdadero no irrumpe: acompaña.
Salvador Trapani con Andrea Fiorino
Desde Abuelas de Plaza de Mayo Rosario, el reconocimiento tuvo la hondura de los vínculos construidos en el hacer cotidiano. Lo nombraron amigo entrañable de la casa y agradecieron su presencia constante, su sí permanente para acompañar TeatroxlaIdentidad y cada actividad donde el arte podía sumar a la memoria y a la lucha. Hablaron de belleza y de luz compartidas, de un compromiso que no fue ocasional ni declamativo, sino sostenido en el tiempo, entendiendo el arte como una forma activa de acompañamiento y reparación.La voz de Jorge Fandermole aportó la mirada de un par, de un músico que reconoció en otro músico una manera amorosa de pasar por el mundo. Lo llamó entrañable amigo y gigantesco artista, celebró su vida y su capacidad de transformar en belleza cualquier cosa a su paso. Habló de asombro, de emoción, de una presencia que se vuelve parte de quienes lo conocieron. En sus palabras apareció también la dimensión barrial, cercana, la del vecino que sabe que hay personas que, aun cuando se van, siguen habitando los gestos cotidianos de una comunidad.
Quique Pesoa se preguntó quién tocará ahora el serrucho Trapani. "Aquí te quedas, en la magia del éter", escribió. Recordó cómo la inoperancia, la malicia y el mercado se interpusieron hasta en la posibilidad de un tratamiento médico, y expresó la impotencia ante lo que pudo haber sido distinto. Pero también destacó lo que queda: su arte, su amor, su pasión y, por supuesto, el serrucho que lo hizo único. "Hasta siempre, Salvador Trapani", cerró con la emoción de quien sabe que se va un gigante.
Desde la ONG ambiental El Paraná NO se toca, lo recordaron como un artista que hacía resplandecer lo cotidiano y que, aun en tiempos turbulentos, lograba hacernos reír. Destacaron su calidad humana, su presencia y su humor, "que es otro modo de revolución y resistencia", y agradecieron haber compartido encuentros en los que su arte brilló, como en las legendarias peñas mojarreras. "Abrazo inmenso a su compañera Elena y a sus hijos. Vuela alto, hasta siempre", escribieron.
Un amigo, Elías Alarcón, evocó la sensación mágica de subir al "auto volador" de Salvador, un Citroën 3CV, en plenos años 90, cuando apenas tenía seis años, y cómo él contaba que había pasado cerca de la luna. Resaltó la capacidad de Trapani de soñar fuerte aun en la decadencia, y cómo las herramientas más cansadas de trabajar se convertían en melodías y sonidos dulces en sus manos. Agradeció su ejemplo de regenerar lo descartado, su humor, sus marcas y su arte inspirador. "Un lujo haber sido testigo de tu energía en este mundo. Buen viaje, querido Salvador Trapani", concluyó.
Desde el Frente 4 de Abril de AMSAFE Rosario, Salvador fue recordado como maestro y compañero. Abrazaron a su esposa Elena Guillén, a sus hijos, a su familia y a sus amistades, y destacaron a un artista de la ciudad que llevó su conocimiento, su magia y su creatividad por muchos países sin perder nunca la pertenencia. "Para él todos los aplausos", escribieron, nombrando a un ser humano excepcional que entendió la enseñanza como un acto de generosidad y el saber como una práctica colectiva.
A ese entramado se sumaron la Asociación Argentina de Actores y Actrices, y muchas más voces de distintos espacios culturales, colectivos ambientales, organizaciones sociales y educativas. Todas coincidieron en lo mismo, dicho de múltiples maneras: gratitud, admiración, amor. Se habló de su capacidad para hacer resplandecer lo cotidiano, de su humor como forma de resistencia, de su presencia como un regalo. En ese coro plural quedó claro que Salvador Trapani no se va en soledad: se queda en una memoria común, en una ética del hacer, en una manera de estar en el mundo donde el arte, la ternura y el compromiso no se separan.
Cuenta una asistente que en la sala velatoria, mientras se proyectaban imágenes de sus espectáculos, niñas y niños permanecían sentados en el piso, extasiados frente a su trabajo. Esa escena acaso condense mejor que cualquier definición lo que fue Salvador Trapani: un hombre que despertó asombro, que hizo del arte un acto de ternura y que dejó, en cada gesto, una música que todavía sigue sonando.
Cuenta una asistente que en la sala velatoria, mientras se proyectaban imágenes de sus espectáculos, niñas y niños permanecían sentados en el piso, extasiados frente a su trabajo. Esa escena acaso condense mejor que cualquier definición lo que fue Salvador Trapani: un hombre que despertó asombro, que hizo del arte un acto de ternura y que dejó, en cada gesto, una música que todavía sigue sonando.
Se apaga el hombre orquesta,
— Claudio Andrés De Luca (@seniales) December 14, 2025
pero su arte seguirá sonando por siempre.
Descansá en paz, Salvador Trapani. pic.twitter.com/fOt8V79mjp
Fotos: Mamu Beltrame, Salvador Trapani













