Por: Gabriela Carchak, @gabycarchak, @GabrielaCarchak
Ese 20 de Octubre vi a la ambulancia partir. Sin saber que ese chico al que se llevaban gravemente herido se iba a convertir en un símbolo de la batalla por un mundo más justo, sin saber que Mariano, iba a ser el emblema de una de las luchas obreras más potentes de Argentina. A los pocos minutos, después que cerré la puerta de la ambulancia pidiendo a gritos que se lo lleven, me enteré saliendo por televisión en vivo, que Mariano Ferreyra había muerto. Y una historia diferente se empezó a escribir en su familia, en el país y en mi propia vida, como profesional y, sobre todo, como persona.
Ellos estaban luchando, cortaban las vías del Ferrocarril Roca dejando varados a miles de pasajeros, y yo, como muchos otros, no entendía la razón. Cuando llegué al lugar, en el que encontraron refugio después de un violento desalojo por parte de una patota, me explicaron: Eran Tercerizados. Los tercerizados son empleados de una empresa x (puede ser limpieza, seguridad, mantenimiento o lo que se le ocurra al dirigente de turno) que hacían el mismo trabajo que los empleados efectivos del ferrocarril, pero que cobraban la 4ta parte del salario. Y entonces? A donde iba la otra parte del dinero que les correspondía? A las empresas contratadas por el ferrocarril, que casualmente, pertenecían al líder sindical o a su esposa, o a su familia, o a su primo o a su tía Marta o al esposo de la prima del amigo del cuñado, pero correspondiera a quien correspondiera, el dinero siempre iba a parar al mismo lugar.
El reclamo era, sin dudas, un pedido justo. Se podía estar de acuerdo con la forma o no, pero la razón era valedera y llevaban, algunos, hasta años, padeciendo esta injusticia que enriquecía a los que debían, paradójicamente, defender los derechos de los trabajadores.
Ese día, fue normal, coberturas diversas, nada que cambiara al mundo, hasta que llegó el llamado “están cortando las vías del Roca, andá para allá”. Desde hace 25 años hago un ejercicio periodístico básico, llamar por teléfono. Los manifestantes me dijeron que ya se habían ido de las vías, “que los habían bajado a piedrazos”, les pregunté en dónde estaban y cambié de rumbo.
Cuando llegué me encontré con mujeres heridas (Elsa Rodriguez), trabajadores indignados, muchos enojados, algunos lloraban, pero todos unidos, todos a la vez y desordenados intentando explicarme lo mismo, querían igualdad de derechos, a igual tarea igual salario.
Los escuché, les di la cámara y el micrófono para que se expresaran, después, en asamblea, decidieron irse y pensar en alguna otra manera de hacer visible su reclamo.
Cuando replegaron las banderas, los carteles y pancartas, enfilaron para la avenida, se estaban yendo, con tranquilidad, paso cansino, como derrotados y con la convicción que sus derechos seguían siendo pisoteados. Y tenían razón
A menos de 3 minutos de su partida, me di vuelta porque escuché un estruendo y gritos, vi venir corriendo con palos y piedras, a lo malón de bárbaros, un grupo de hombres, algunos incluso vestidos de ferroviarios, dispuestos a atacar a “los tercerizados rebeldes”. Con mis compañeros, quedamos en el medio de la calle. Un policía de civil, el único que estaba en el lugar y que vestía remera celeste manga corta me dijo “corran porque nos matan a todos”.
Le hice caso, me escondí en un garaje, pero mis compañeros quedaron imposibilitados de moverse, rodeados y hostigados por un grupo de estos bárbaros. No lo pensé, salí en su defensa. Ingenua de mi, pensé que una mujer podría calmar los ánimos, pues no, al verme, micrófono en mano, se enfurecieron aún más. Nos amenazaron, acorralaron, insultaron y nos “arrearon” hasta la reja de la entrada de Chevallier, cuyos empleados se apiadaron y nos permitieron entrar, mientras que uno de los integrantes de la Unión Ferroviaria se llevaba la mano atrás de su cintura amenazando sacar un arma. Escuchamos ruidos, gritos, estruendo de todo tipo y de repente, el malón corrió hacia el lugar desde donde vino. Pedimos que nos abran.Ese 20 de Octubre vi a la ambulancia partir. Sin saber que ese chico al que se llevaban gravemente herido se iba a convertir en un símbolo de la batalla por un mundo más justo, sin saber que Mariano, iba a ser el emblema de una de las luchas obreras más potentes de Argentina. A los pocos minutos, después que cerré la puerta de la ambulancia pidiendo a gritos que se lo lleven, me enteré saliendo por televisión en vivo, que Mariano Ferreyra había muerto. Y una historia diferente se empezó a escribir en su familia, en el país y en mi propia vida, como profesional y, sobre todo, como persona.
Ellos estaban luchando, cortaban las vías del Ferrocarril Roca dejando varados a miles de pasajeros, y yo, como muchos otros, no entendía la razón. Cuando llegué al lugar, en el que encontraron refugio después de un violento desalojo por parte de una patota, me explicaron: Eran Tercerizados. Los tercerizados son empleados de una empresa x (puede ser limpieza, seguridad, mantenimiento o lo que se le ocurra al dirigente de turno) que hacían el mismo trabajo que los empleados efectivos del ferrocarril, pero que cobraban la 4ta parte del salario. Y entonces? A donde iba la otra parte del dinero que les correspondía? A las empresas contratadas por el ferrocarril, que casualmente, pertenecían al líder sindical o a su esposa, o a su familia, o a su primo o a su tía Marta o al esposo de la prima del amigo del cuñado, pero correspondiera a quien correspondiera, el dinero siempre iba a parar al mismo lugar.
El reclamo era, sin dudas, un pedido justo. Se podía estar de acuerdo con la forma o no, pero la razón era valedera y llevaban, algunos, hasta años, padeciendo esta injusticia que enriquecía a los que debían, paradójicamente, defender los derechos de los trabajadores.
Ese día, fue normal, coberturas diversas, nada que cambiara al mundo, hasta que llegó el llamado “están cortando las vías del Roca, andá para allá”. Desde hace 25 años hago un ejercicio periodístico básico, llamar por teléfono. Los manifestantes me dijeron que ya se habían ido de las vías, “que los habían bajado a piedrazos”, les pregunté en dónde estaban y cambié de rumbo.
Cuando llegué me encontré con mujeres heridas (Elsa Rodriguez), trabajadores indignados, muchos enojados, algunos lloraban, pero todos unidos, todos a la vez y desordenados intentando explicarme lo mismo, querían igualdad de derechos, a igual tarea igual salario.
Los escuché, les di la cámara y el micrófono para que se expresaran, después, en asamblea, decidieron irse y pensar en alguna otra manera de hacer visible su reclamo.
Cuando replegaron las banderas, los carteles y pancartas, enfilaron para la avenida, se estaban yendo, con tranquilidad, paso cansino, como derrotados y con la convicción que sus derechos seguían siendo pisoteados. Y tenían razón
A menos de 3 minutos de su partida, me di vuelta porque escuché un estruendo y gritos, vi venir corriendo con palos y piedras, a lo malón de bárbaros, un grupo de hombres, algunos incluso vestidos de ferroviarios, dispuestos a atacar a “los tercerizados rebeldes”. Con mis compañeros, quedamos en el medio de la calle. Un policía de civil, el único que estaba en el lugar y que vestía remera celeste manga corta me dijo “corran porque nos matan a todos”.
Las víctimas de aquel ataque nos vinieron a buscar desesperados, había heridos de bala, las ambulancias no llegaban, la policía tampoco. Una ambulancia privada, se detuvo y llevó a los heridos al hospital Argerich, entre ellos a Elsa Rodríguez y Mariano Ferreyra. A los pocos minutos y cuando ya estaba al aire en vivo, contando este ataque feroz, cobarde, traidor, y artero entre muchas otras calificaciones que podrían atribuírsele, llegó la peor noticia, Mariano Ferreyra había muerto.
Es conocido todo lo que vino después. El movimiento obrero, las diferentes organizaciones sociales, partidos políticos, dejaron diferencias de lado y salieron a manifestar, pedían Justicia. Esa justicia, implicaba ir mucho más allá que encontrar a quienes apretaron el gatillo, y los asesinos lo sabían.
Haber estado en el lugar indicado en el momento más difícil, hizo que, junto a mis compañeros del equipo de C5N, nos convirtiéramos en testigos clave de una emboscada, testigos imparciales que ayudarían a derribar las mentiras de los violentos y corruptos. De los victimarios de Mariano.
Este es el momento en que este relato se vuelve absolutamente personal.
Me preguntan cada año que significa para mi haber estado ahí, haber cerrado la puerta de la ambulancia que se llevó a Mariano y a Elsa, haber sido amenazada, haber testificado, haber abierto la hendidura para que se pudieran destapar los negociados de Pedraza y compañía.
Concibo al periodismo como un servicio, más allá de ser mi pasión, el haber participado de ese juicio, haber sido la testigo neutral, la incuestionable, la que pudo establecer que a los manifestantes los atacaron por la espalda de una forma vil, despreciable, infame y desigual y que no fue un enfrentamiento, me hace sentir que todo valió la pena. Que si 25 años de periodismo sirvieron una vez para llegar a la justicia, mi misión en la profesión está cumplida.
Haber colaborado para que la muerte de Mariano fuera esclarecida y su familia abrazara la Justicia y que por primera vez en la Argentina, un líder sindical haya sido condenado como autor intelectual de un homicidio, marcando un antes y un después en historia de la burocracia sindical, me recuerda cada día por qué elegí ser periodista. Porque ser periodista es también, ponerse en el lugar del otro, es pasión, servicio y por sobre todas las cosas, es ser ética y humana. Y la pregunta que siempre sigue al relato es “lo volverías a hacer?” la respuesta, es obvia, SI, una y mil veces, a pesar del miedo y las amenazas, porque la sensación que llena el alma después de colaborar para llegar a la verdad, no se iguala con nada.
Fuente: Gabriela Carchak