El Turco, de 63 años, era abogado penalista pero su pasión por el periodismo y el relato con el tiempo pudo más. Comenzó en una agencia de Córdoba y en 1977, en un Talleres 1-River 0, hizo vestuarios y campo de juego para la transmisión de José María Muñoz en "La Oral Deportiva", de Radio Rivadavia. Siguió haciendo conexiones un tiempo, y después le llegó el momento de relatar en un Instituto-San Lorenzo en 1980.
De todas maneras, según consignó el medio "La Voz", ya había tenido su bautismo en los relatos para una radio de Córdoba el 16 de mayo de 1979, en un partido en el que Boca venció a Peñarol de Montevideo 1-0 por la primera fecha de la fase semifinal de la Copa Libertadores de América.
Ese día, en la Bombonera, el riocuartense les dio rienda suelta a sus pulmones para narrar el gol de Armando Capurro, un defensor con escasa llegada al gol, pero que aquella noche venció a Jorge Fossati para darle el triunfo al Xeneize.
"Pude estar al lado de Muñoz, Brizuela y Víctor Hugo y creo que di la talla"
Osvaldo Wehbe repasa las vivencias por las que pasó su vida de relator de fútbol. La Legislatura de la Provincia de Córdoba le entregó un reconocimiento por haber cumplido 40 años realizando esta tarea
El 16 de mayo de 1979, en la Bombonera, Boca Juniors, con gol de Capurro, derrotó a Peñarol de Uruguay 1 a 0 por la Copa Libertadores. Muchos xeneizes festejaron en el centro del país esa victoria, que les llegó por la sintonía de LV16, y asistían al primer gol relatado por Osvaldo Wehbe.
El Turco, que, con el tiempo, se convirtió en uno de los relatores más respetados del país.
"No soy muy protocolar, no sirvo para las formalidades; esto no lo digo como un halago hacia mí, es un problema porque uno muchas veces tiene que estar en determinados lugares y por ahí les esquivo por lo ansioso e impaciente que soy, pero lo tomo con mucha simpatía y respeto hacia la gente de la Legislatura porque fue por voto unánime", resume al ser consultado por las sensaciones que le deja el hecho de que hoy será reconocido en la Legislatura de la Provincia de Córdoba por haber cumplido 40 años en el relato.
"Soy de los que no creen de la manera de hacer política en la Argentina desde siempre, pero no puedo no estar agradecido a nuestros políticos cordobeses que lo han decidido así", agrega.
"Son cuarenta años de la primera transmisión, parece mentira, aunque tampoco digo que parece que fue ayer, era todo más en blanco y negro y sepia", reflexiona ni bien se sienta frente al grabador de Puntal.
"Uno va rememorando en los momentos de solitario, cuando salgo a caminar o a pasear el perro, y se va acordando de momentos increíbles, como haber estado en 11 mundiales, es un orgullo, y haber trabajado con (José María) Muñoz, (Víctor) Brizuela y Víctor Hugo (Morales), que fue la trilogía de capos y creo que di la talla, cumplí. Muñoz me quería mucho, Brizuela fue casi un hermano mayor y Víctor Hugo es mi amigo", repasa con Puntal, momentos antes de dar comienzo a "Pelota de Trapo", su programa diario.
¿Qué es lo que más lo sorprende si mira su carreara desde la vereda de enfrente
Haber aguantado más de 40 años de viajes en colectivo o en auto, una o dos veces a la semana, dos noches arriba de un colectivo y seguir en las tiras diarias y haber tenido, gracias a Dios, la salud para poder hacerlo y una familia que me lo permitiera porque no es fácil convivir con un papá o un esposo que no estuvo casi ningún fin de semana de la vida.
Más allá de haber destacado siempre su elección por quedarse en Río Cuarto, ¿hubo momentos en que lo puso en duda
Me parece que siempre tuve la sensación de que he sido feliz acá, también estuve triste, porque perdí mis padres y mis hermanos jóvenes viviendo acá, pero pasé mi infancia, mi adolescencia, la Escuela 21 de Junio, el Nacional, y cuando me fui a estudiar, trataba de volver casi todos los fines de semana, ya estaba de novio con quien es mi esposa, siempre hubo un hilo conductor. Pero también debo decir que nunca existió un ofertón para decir: "Che loco, me voy porque me voy a salvar laburando cinco años en tal lado. Hubo ofertas o tirar la chance de hacerlo, pero no se dio. Mejor.
¿Cuál fue el relato que más recuerda
Hay distintas cosas, como lo local, el partido cuando Estudiantes clasifica al Nacional ante Belgrano en el Chateau es un hito fundamental para la historia de Estudiantes y el fútbol de Río Cuarto, además mi viejo había muerto hacía poco tras haber sido dirigente de Estudiantes y yo, pese a ser de Municipal por el barrio, tengo con Estudiantes una relación familiar, así que ese partido fue muy especial porque, además, no había televisión y era la única forma que llegaba.
Después he tenido partidos en los mundiales con muchos goles como Bélgica-Rusia en México, Alemania-Holanda en el San Siro con el arbitraje de Loustau. Las transmisiones de Argentina en Brasil, ya siendo yo el relator uno en Cadena 3.
También tuve la fortuna de relatar campeones a los equipos más importantes; por mis amigos, cuando relatás a algún grande campeón, estás pensando en alguien que es hincha. En lo personal haberme dado el gusto de transmitir tres veces campeón a San Lorenzo, si me faltaba era eso.
El Talleres-Belgrano, la final de los penales y el gol de Oste debe haber sido el más difícil porque estaba la cancha dividida en dos y con Brizuela el 90% nos estaba escuchando.
¿Algún jugador del potrero que le hubiese gustado relatar
Me hubiese gustado mucho relatar al Turco Jaluf, que era mi amigo personal, con quien hice la primaria, jugó en Estudiantes, Atenas, Municipal, Deportivo Italiano y en la zona, era un maradonista en Río Cuarto, pero, curiosamente, mis comienzos de relator no coincidieron con algún partido que jugara él. Recuerdo que, haciendo flashes en la tarde de un Atenas-Estudiantes, en la cancha de Atenas, él jugaba para el Albo y, con los handies en medio de un programa, me tocó relatar un gol suyo desde lejos; es un gran recuerdo porque era mi amigo.
Tuve la fortuna de relatar a Diego, Messi, Willinton, Valencia, Bochini y tantos más.
¿El relator al que admiraba de chico
Empecé con Fioravanti, que nos enseñaba a hablar, tenía un gran léxico, una palabra erudita, era un hombre muy educado al que tuve la suerte de conocerlo y de hablar con él de mis relatos para saber qué opinaba y era un caballero. Muñoz era el tipo con el que conectaba Radio Río Cuarto y terminé siendo muy amigo de Juan Carlos Moraleas, un tipo muy claro para relatar. Después estaba el Negro Bulrrich, un personaje al que quería mucho e hizo de los partidos del Ascenso un culto.
¿Cómo se vivía de adentro el Muñoz Victor Hugo
Cuando se produce ese clásico, en el 86 yo estaba con Muñoz, pero cuando Víctor Hugo aparece seduce a una generación de jóvenes, incluyéndome, porque trae algo más que un partido de fútbol, agrega poesía y bajada de línea. Pero entre ellos tenían una muy buena relación porque no tenían nada que ver uno con el otro y Víctor Hugo empieza a subir cuando Muñoz empieza a irse.
¿Cómo ve al Wehbe del futuro
Acá, (señala los estudios de la FM Maradó) el relato es una cuestión física, ahora viajo mucho menos pero relato más partidos gracias a la maravilla de hacerlo por HD, que se ve mejor y es más fidedigno lo que le cuento a la gente que desde la cancha. Me veo acá donde logramos armar un muy buen equipo y donde puedo planificar lo que quiero hacer, y me gusta mucho lo que escribo en Puntal, no porque sea lindo lo que escribo, sino porque me gusta escribir.
Finalmente, recuerda que nunca tuvo la posibilidad de relatar un Estudiantes Atenas, más allá de aquel flash con el gol de su amigo Jaluf. "Ya buscaré uno para saldar esa deuda", se entusiasma.
Por: Diego Borinsky
Su voz identifica, como pocas, al interior profundo, aunque le rehúya al término con razonamientos geográfico-etimológicos, porque "si hay un interior, ¿el exterior cuál es? ¡¿Buenos Aires?!".
Su relato nos trae el sonido de ese particular universo de canchitas peladas y cabinas improvisadas en techos de vestuarios, el fútbol de "tierra adentro", tal la denominación que le resulta más justa y que aplica a repetición.
Osvaldo Alfredo Wehbe, cordobés de 57 años, abogado penalista que un día comprendió que era muy endeble su argumento de postergar una cita judicial con un cliente porque debía ir a relatar un partido de Belgrano (y entonces se fue corriendo a la cancha), mediocampista retacón cultor de buenas artes y de las otras también, ha recibido sin ceremonia en ninguna universidad, ya 35 años después de iniciado su recorrido oficial por diferentes estadios, un rótulo que no le queda nada grande: "El Maestro de Río Cuarto". Maestros, sí, una especie en vías de extinción; en el periodismo, en el fútbol, en la vida.
Hoy, su vozarrón potente y armónico se escucha todos los días por Cadena 3, la radio más federal del país. Si ha peregrinado durante años a bordo de un Renault 4 por caminos inhóspitos para contar las alternativas de tantos partidos, ¿por qué dejaría hoy de subirse a un colectivo en su ciudad natal para hacer 8 horas de ida un sábado y otras 8 de vuelta el domingo, todos los fines de semana, para transmitir qué sucede en el Monumental o en la Bombonera, si no fuera por esa bendita llama interior denominada "vocación"?
Escuchemos, pues, las vivencias y el pensamiento de este artista del micrófono que tuvo, entre otros, el privilegio de haber trabajado con los dos máximos referentes del relato deportivo radiofónico de los últimos 50 años: José María Muñoz y Víctor Hugo Morales.
"Supongo que la vocación nace desde chico porque a los 6 años, en vez de hacer guerritas con mis soldaditos, yo ponía 11 y 11 de cada lado, armaba partidos y los relataba. El arco eran dos pilas Eveready de las gordas, con una piedra sostenía a los arqueros y otra chiquita hacía de pelota. En casa, además, no había tele, teníamos un combinado de esos grandes, entonces el sonido del fútbol penetró mucho en mí a través de la radio", recuerda el Turco, apodo que lo acompaña desde el colegio por el origen sirio-libanés de su apellido, aunque mal puesto "porque los turcos no han sido muy buenos con los sirios y con los libaneses históricamente". Aquellos años bautismales de la narración lo hacen volar en el tiempo hacia el lavadero de la casa familiar. Allí, al fondo, armaba su cuartel general. Allí jugaba, relataba y estudiaba, vigilado por Ermindo Onega, Miguel Brindisi y Nicolino Locche, entre otros, quienes le sonreían desde las láminas de El Gráfico, Sport y Goles. Entre todas ellas, sobresalía su preferida: la del Lobo Fischer.
Papá Alfredo era hincha de Estudiantes de La Plata, y sus dos hermanos mayores repartían preferencias entre River e Independiente. Sin embargo, al pequeño Osvaldo no le iban a dar la posibilidad de elegir. "En la barra de mi hermano Eduardo, que era el más fana de los dos, bien del Rojo, tenían todos 8 o 9 años, yo apenas 2. Eran hinchas de varios clubes. Entonces uno dijo: "Al nene lo hacemos del que salga campeón este año". Estábamos en 1959 y tuvieron suerte, porque salió campeón San Lorenzo y en la barra no había ni uno solo del Cuervo. Así que a mí me regalaron la camiseta y quedé prendado de eso".
Muchos periodistas no quieren decir el cuadro, vos sí…
No creo que la gente sea tonta y que piense que voy a ir a cabecear un centro o cobrar un penal. Además tengo pruebas de enormes derrotas de San Lorenzo donde he gritado los goles de los rivales con mucha fuerza. Nunca me siento hincha de San Lorenzo en un relato salvo en esta Copa Libertadores, ahí sí hubo un cosquilleo en los minutos finales. Y me pasó ya de viejo…
Desde sus comienzos como relator aficionado, el pequeño Osvaldo llenaba cuadernos y cuadernos con estadísticas y formaciones. Su pediatra se sorprendía cuando lo sentaba en la camilla para revisarlo y para divertirse un rato pulsaba una tecla cualquiera (Lanús del 64, Gimnasia del 62), como en aquellas viejas rockolas, y entonces el pibe se mandaba los 11 de corrido. "Cómo será que me quedaron grabados esos equipos y no los actuales", se ríe.
"Mi viejo era un tipo adorable, nunca nos impuso nada, tanto fue así que el día que Estudiantes salió campeón del mundo, él estaba escuchando el partido por una Spika, y yo esperaba el final mirándolo a él. Y cuando Muñoz anunció "Estudiantes campeón del mundo", no gritó "viva el Pincha" ni "la puta madre", ni "campeones carajo", ni nada; sólo apagó la radio, me miró y me hizo un "je", mientras una lágrima le bajaba por la cara, y enseguida se fue a dormir", evoca con nostalgia, la misma que lo invade cuando habla de sus hermanos, fallecidos ambos a los 65 años, demasiado jóvenes.
Sus primeros pesos los ganó ayudando en un mercado. Le pagaban con verduras y carne molida. Será que lo veían algo famélico, porque unos años después, cuando hacía imitaciones y cantaba folklore en las peñas de Córdoba, también cobraba en especias: damajuana y empanadas. Sus cuatro compañeros de habitación, chochos. "Las peñas, en plena dictadura, eran nuestro único resquicio de libertad y aprovechábamos para bajar alguna línea política, disimuladamente", confiesa.
El paso inicial para acercarse al mundo del periodismo lo dio en 1976 al ingresar a la agencia de los hermanos Acosta, una firma que producía programas deportivos. Tenía una tira en Canal 10 y una especia de Fútbol de Primera de Córdoba. Allí arrancó como soldado raso: buscaba fotos y datos en diarios y revistas para acompañar los informes, en un tiempo donde casi no existían filmaciones. Aprovechaba los ratos libres para estudiar y para leer el Guerrin Sportivo o la revista Once, dos tesoros inaccesibles. Y, si era necesario sumar unos pesos, también atendía el teléfono, fregaba pisos y limpiaba baños. Ya estaba en tercer año de abogacía, encaminado en la carrera, y por eso se animó a dar ese salto. "Si me metía en periodismo apenas terminé el colegio, jamás me hubiera recibido de abogado", acepta, y hoy destaca –aún con la toga en el placard- el valor de la formación recibida.
Después de un año y medio haciendo los palotes, se presentó la gran oportunidad. El bautismo, 21 de diciembre de 1977. La agencia tenía vínculos con Radio Rivadavia. Y José María Muñoz viajaba a Córdoba, sin cronista, para transmitir Talleres-River por el Nacional. "¿Te animás a hacer vestuarios?", le preguntaron. No lo pensó dos veces. "Yo me ganaba la vida imitando a Muñoz, a García Blanco, a Víctor Brizuela, a todos, así que me puse el auricular e hice lo que hacía todos los días en las peñas, creo que el tipo se sorprendió", resume, sin dejar de reconocer que cuando subió la escalinata en la vieja cancha de Talleres y se encontró al Gordo Muñoz de espaldas –una institución por esos años- le temblaron bastante las patitas. Talleres ganó 1-0 con gol de Daniel Valencia y seguiría su rumbo exitoso hasta ceder en la increíble final con Independiente, con 3 hombres más.
Ya recibido de abogado, se instaló en su terruño, de donde se movería poco. Siguió colaborando con Rivadavia, pero empezó a ganarse un nombre al recorrer el país con LV 16 Radio Río Cuarto para ponerle voz a esos partidos entrañables de los Regionales. "Hemos tenido suerte. Ibamos en una Ranoleta, hacíamos 800 o 900 kilómetros con el locutor, el comentarista y el técnico, manejando toda la noche, muchos me cargaban y me decían que tenía más kilómetros que los Emiliozzi", revive, poniendo como referencia a Dante y Torcuato, íconos del Turismo de Carretera de los años 50 y 60.
¿Anécdotas?... Podría escribir un libro. La que le viene enseguida a la mente es la que vivió en Alcira Gigena, en su provincia. Jugaba uno de los equipos del pueblo contra otro de "su" Río Cuarto. Los recibieron bárbaro, les dieron de comer masas con chocolate caliente. No había cabina, así que la improvisaron en un camión, puesto de culata contra la cancha. A los 25 minutos ganaba el equipo de Río Cuarto por tres goles. La cortesía, las masas y el chocolate se fueron al diablo. "De golpe, los jugadores empezaron a aparecerme cada vez más chiquitos, la cancha se alejaba, resultó que el tipo del camión se calentó y se lo llevó, se arrancaron los cables, un desastre", sonríe hoy con la escena y enumera alguna que otra proeza más: "He relatado desde arriba de un árbol, en La Rioja, porque no había cabina y se veía mejor desde la rama gruesa que poniendo una mesa al costado de la cancha. O desde el techo del vestuario, en Villa Huidobro. Después, con el tiempo, se fueron haciendo cabinas en todas las canchas".
A España 82, su primer Mundial, viajó por Radio Río Cuarto; Rivadavia lo pidió a préstamo por un partido y terminó relatando 11. Más tarde trabajaría una década en Continental con Víctor Hugo Morales y en Córdoba con Víctor Brizuela hasta llegar a ser la cabeza del equipo de Cadena 3 en la última Copa del Mundo. Hoy, el avance tecnológico le permite conducir todos los días la tira deportiva desde su casa en Río Cuarto, donde le han montado un mini-estudio, con el resto de sus compañeros en Córdoba capital. Sin embargo, suena como si todos estuvieran sentados a la misma mesa.
¿Quién fue el mejor relator?
Víctor Hugo. Por la libertad, por su generosidad, por su valentía. Yo era un poco su brazo armado en Competencia con el tema AFA y esas cosas. Podés compartir o no criterios con él, pero sé que lo hace desde un lugar del alma, y eso se lo discuto a cualquiera. Muñoz se destacaba por su laboriosidad. Víctor Hugo es otra cosa, es el súmmun del comunicador. Y Víctor Brizuela fue el más grande del mal llamado interior: viniendo desde muy abajo creó un imperio periodístico. Durante 40 años, en Córdoba se lo escuchaba sólo a él y a nadie más.
¿Cuál es la clave para un buen relato?
Primero, que te guste el fútbol. Eso es fundamental. No perder la capacidad de asombro, que no te hastíe el tema con la cantidad de partidos que se juegan. Cada relato debe ser un mundo aparte. Y creo que no hay que exagerar, no puede ser que un equipo esté por cruzar la mitad de la cancha y el relator nos diga que hay peligro. El ritmo debe ir de menor a mayor.
¿Cómo cuidás la voz?
De más chico tenía más miedo de quedarme disfónico, tengo mis inconvenientes de resfrío por el aire acondicionado de los ómnibus o del hotel. En un tiempo hice fonoaudiología, pero con los años descubrí que mientras tenga un buen técnico operador que me permita escucharme en un volumen adecuado y no me haga forzar la voz, estoy perfecto.
Y, aunque lo reconozca refunfuñando, cuenta con una herramienta adicional. En noches gélidas, más de una vez ha llevado a los estadios, disimulada en algún pliegue de su generoso cuerpo, una petaquita con whisky. Si no fuera que vuelve en remise, difícilmente pasaría un control de alcoholemia. "No, no es así, al final me la terminan bajando mis compañeros", se defiende, y le regalamos el beneficio de la duda: ya ha dado sobradas muestras de que no necesita estimulantes ni incentivos para relatar como un Maestro.
Nota publicada en la edición de octubre de 2014 de El Gráfico
Mi primera pelota
Por: Osvaldo Wehbe
En casa éramos cinco. Mamá, papá y tres hermanos varones. Encaro por estas horas mi primera Navidad sin los demás. La vida lo quiso así. El destino. Dios.
Como sea, no renuncio a esa agradable sensación de la llegada del Niño Dios a casa.
El arbolito, el pesebre, los regalos, la hora próxima a las 12, cuando el cielo aún nublado, es capaz de reflejar todo o casi todo, lo que queremos y lo que no.
Cuando estábamos los cinco recibí la primera pelota de fútbol. ¡Qué alegría!
Tendría cuatro años, un poco más. Era de cuero número 3. Porque no sé ahora, pero antes la número 5 era la oficial, pero había más chicas numeradas, para los más pequeños, o para los torneos de baby o papi fútbol. Hasta venían algunas con estopa o goma espuma adentro.
Habíamos dejado atrás alguna de trapo, para los recreos en el cole y las Pulpo de goma que picaban hasta el cielo. El Niño Dios me había hecho futbolista, pensaba. Tenía una pelota de cuero.
Era a gajos negros y blancos y venía acompañada por unas medias de jugar, grises con el dobladillo arriba medio azul. Eran preciosas. La pelota y las medias.
Hubo, hay y habrá en mi vida, momentos de regalos inolvidables en el arbolito.
Hay pastito juntado y un poco de agua para los Reyes Magos que hasta alguna vez me trajeron un metegol grande que parecía una cancha de verdad.
Pero aquella noche de la primera pelota fue increíble.
Se la mostraba a mi perro y a mis hermanos, y mis viejos reían por como le pegaba de derecha contra la pared del garaje.
Al otro día el balón ya giraba en el potrero enfrente a casa y detrás de ella iba un petiso que relataba sus intervenciones haciendo jugar en el barrio a Rattín, Onega, Sanfilippo y el que quisiera venir a tirar paredes. Esa mañana atajaron conmigo Roma, Amadeo y un tal Toriani que era arquero de Independiente.
Los amigos se fueron sumando y la pelota dejó de ser nueva y duró hasta que gastamos varias grasas de costeleta de mamá para lustrarla, la cosimos otras tantas a través del zapatero de la vuelta y la salvamos de algún auto cuando se fue furtivamente para la calle luego del rechazo de un Schiavi de aquel tiempo.
Por estos días, el pinito me trae el sabor del amor que me trajo siempre. Para estar con los míos de la casa paterna debo mirar al cielo y para estar más cerca de la alegría recuerdo la primera pelota de cuero. La número tres. La que me trajo el Niño Dios.
Ese tipo bueno al cual homenajeamos sólo de a ratos.
Fuentes: Diario El Puntal, El Gráfico, Agencia TelAm