José Manuel López (izquierda), Ángel Sastre (al fondo) y Antonio Pampliega, en Siria. / Foto: Facebook de Usama Ajjan
Según los primeros datos, entraron en Síria desde el Sur de Turquía el pasado 10 de julio y no se tiene noticia de ellos desde el domingo día 12.En la región donde trabajaban los periodistas cuando se perdió el rastro se libran intensos combates y, por tanto, existen severas restricciones de acceso y comunicaciones.
Desde la FAPE destacamos la labor que realizan muchos periodistas, en condiciones laborales muy precarias, cuyo trabajo evita que exista un apagón informativo en zonas de conflicto.
La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) confía en que las autoridades españolas localicen sanos y salvos a los tres periodistas españoles que llevan varios días desaparecidos en la ciudad siria de Alepo y respalda las gestiones que se están realizando para hallar su paradero.
La APM considera imprescindible la labor de los periodistas en las zonas de guerra y conflicto como única garantía de la difusión de una información veraz y del conocimiento de los horrores de las guerras y los padecimientos de las víctimas.
Los periodistas que cubren los conflictos en los lugares de máximo riesgo son a veces la única fuente fiable para dar testimonio de la crueldad de la guerra, impidiendo con su trabajo que se extienda un manto que oculte los desmanes de las partes en conflicto.
Desde la ONG recuerdan, en un comunicado, que los tres desaparecidos son socios suyos, y piden al Gobierno español que haga todo lo posible por encontrarlos.
Un total de 27 periodistas fueron secuestrados en Siria en 2014, de los que una veintena continuaba retenido a finales de año, en su mayoría informadores locales que se encuentran en poder de los grupos armados, según el Informe Anual 2014 de Reporteros Sin Fronteras (RSF). El último secuestro de informadores españoles en Siria tuvo lugar en 2013, cuando fueron secuestrados Marc Marginedas, de 'El Periódico'; Ricardo García Vilanova, fotorreportero 'freelance', y Javier Espinosa, corresponsal del diario 'El Mundo', los dos últimos por el grupo yihadista Estado Islámico (ISIS), en la provincia de Raqqa.
El 2 de marzo de 2014 fue liberado Marginedas, tras seis meses en cautividad. Ese mismo mes, el día 30, también fueron liberados Espinosa y García Vilanova.
El año pasado, con la publicación de su Informe Anual, RSF denunció que el ISIS había puesto en marcha en Siria una táctica de secuestros y decapitaciones de periodistas, cuyo punto álgido fue la ejecución, grabada en vídeo y difundida por las redes sociales e Internet, de los reporteros estadounidenses James Foley y Steven Sotloff.
De Don Benito a Siria
El periodista extremeño Ángel Sastre lleva seis años recorriendo América Latina como freelance para televisiones y radios nacionales (es corresponsal del diario La Razón de España en Argentina) y esta era la segunda vez que viajaba a Siria para retratar el dolor del conflicto en el país de oriente medio.
En 2010, Sastre recibió el Premio Larra de la Asociación de la Prensa de Madrid para periodistas menores de 30 años y ha cubierto acontecimientos políticos y humanos para medios como la extinta emisora de televisión CNN + (para la que era corresponsal en Sudamérica), Telecinco, Cuatro, Onda Cero, La Razón y El Confidencial. Antes, ejerció como corresponsal en Londres para Antena 3 y Onda Cero, según informaciones de su entorno familiar que explican que en Iberoamérica ha retratado golpes de estado, desastres naturales y violaciones de los derechos humanos en países como Argentina, México, Ecuador, Nicaragua, Venezuela, Brasil, Perú, Chile o Colombia.
En los dos últimos años, su sensibilidad hacia lo que ocurre en Siria e Irak y su preocupación por la crisis humanitaria que vive una zona, con un elevado número de fallecidos, refugiados y desplazados, le llevó a viajar a la zona para retratar ese dolor.
Debe haber un periodista para contarlo
Por: Javier Fernández Arribas/ Director de "Atalayar entre dos orillas"
El compromiso con la información que tiene un periodista le empuja, como la pasión de los amantes, a ir al encuentro de la noticia allí donde se produce. Esta sensación es cursi si se lee o valora fuera de contexto o si nunca se ha sentido la obligación profesional de cumplir con el deber de contar lo que pasa, sea donde sea.
Los que nos hemos dedicado en nuestras distintas etapas profesionales a cubrir guerras y conflictos sabemos lo que significa la pasión que desencadena el estar ahí y contarlo. Hacemos tribu, pertenecemos a la tribu y no podemos perdernos uno u otro conflicto porque es como si nos amputaran algún miembro o como si después tuviéramos vergüenza de volver a hacer nuestro trabajo en otro lugar porque alguien nos echará en cara que faltamos a una cita.
Es muy difícil explicar con palabras lo que siente un profesional que considera su trabajo normal la cobertura de lo que pasa en Siria, Irak, Libia o Yemen. Lo hago porque, seguro, que muchos se estarán preguntando ¿qué hacían en Alepo si sabían que les podían secuestrar? Simplemente, hacer su trabajo. Además, las condiciones de hoy de los llamados «freelance» o autónomos, entre los que me encuentro después de 30 años como asalariado, son penosas y vergonzantes.
Atrás quedaron los días en que los grandes medios invertían en información, en contar lo que pasaba fuera en Irak, en los Balcanes, en los grandes conflictos. Pero llegó la crisis y los recortes afectaron a los presupuestos para coberturas de reportajes sobre el terreno buscando la calidad y la diferenciación en un mundo altamente competitivo y engañoso por las opciones de copiaypega que ofrece internet y para el envío de un profesional de la casa con todas las garantías, seguros, equipo y dinero para cualquier imprevisto.
Ese campo lo fueron cubriendo los «freelance», jóvenes y no tan jóvenes que asumen todos los riesgos para cubrir un conflicto, ganan experiencia y criterio y necesitan ofrecer más calidad para poder vender sus crónicas, reportajes, fotos o videos.
Desde hace años, los grandes medios occidentales, no sólo los españoles, utilizan a personal local, más o menos preparado y capacitado para ir por delante a recopilar el material que después ellos editarán en sus seguros y cómodos despachos y hoteles fuera de peligro. Sí, sí, incluidos los norteamericanos.
Pero para saber lo que pasa siempre tiene que haber un periodista para contarlo, aunque el precio que se pague sea muy alto. Ahora sólo cabe el respeto y toda la discreción posible para que los negociadores los puedan traer a casa lo antes posible.
Fuente: FAPE, La Razón, EFE