Por: Heriberto Medina, @bebefuerza
Hace ya dos décadas, en la sala de redacción de un medio local, entre la camaradería y el compañerismo que solo en ese ambiente se puede dar, aprendí una singular definición: La libertad de expresión consiste en que el reportero puede preguntar lo que quiera, el entrevistado responde lo que le viene en gana, el reportero regresa a la redacción y escribe lo que mejor le parece, el editor cabecea a su libre entender y el dueño del periódico publica lo que desea, para que el lector entienda lo que quiera.
Esta jocosa manera de entender la libertad de expresión no se aleja mucho de la realidad, pero la verdad es que si hoy queremos hablar de expresar ideas con libertad, inevitablemente tendremos que remitirnos ese espacio salvaje conocido como Twitter, donde con no más de 140 caracteres, se rompen paradigmas, se difuminan fronteras y se escriben las nuevas reglas del juego de la opinión pública.
Para quien es un novel aprendiz en la red social del pajarito, comenzaremos por describirla como ese ecosistema, ese microambiente donde conviven diversos y raros especímenes de la silvestre fauna cibernética.
No es necesario adentrarse mucho en la espesura de Twitter para darse cuenta que los recién llegados y quienes nunca se adaptaron al clima son representados por un huevo. Otros usuarios son normales, tienen su foto, su perfil y realizan comentarios de lo más triviales pero junto a ellos conviven algunos otros que se podrían considerar como genuinos usuarios y sin embargo son simulaciones, personalidades ficticias generalmente creadas por los “comunity manager” para hacer montón en favor o en contra de tal o cual personaje, causa o idea. Otras simulaciones de distinta naturaleza son las identidades suplantadas que buscan confundir a los seguidores novatos. Pero sin duda alguna la figura más emblemática y distintiva es el troll, un individuo creado con algún pseudónimo y destinado al ataque sistemático, permanente y en ocasiones burdo, (perdón se me olvidaban otros enfermos que se comportan como trolles pero son personas más corrientes que comunes).
En esta selva de personalidades brutales, de predadores y depredadores, se redefinen hoy las reglas, hasta hace unos años claras, y se libra una batalla de censura y poder poco comprensible. En Twitter lo que antes era una masa estúpida y amorfa, fácil de manipular, hoy se ha convertido en una inteligencia colectiva capaz de derrocar gobiernos y resolver problemas.
Los tradicionales censores de la difusión masiva de información encuentran un ambiente poco propicio en Twitter, ¿Cómo pueden comprar con un fajo de billetes a un troll? Antes amenazaban al dueño de un medio para que callara o despidiera periodistas, pero ahora ¿cómo cooptar a alguien de quien ni siquiera saben su nombre o su verdadera ubicación geográfica? ¿Cómo controlar los mensajes que se difunden masiva, contagiosa y virulentamente?
En Twitter se quiebra el monopolio de la difusión masiva de mensajes hasta hace poco tiempo propiedad única de los medios de comunicación, acá un ciudadano x desde la computadora de un ciber café puede tener más de 80 mil seguidores, una cifra mucho mayor que el tiraje de muchos periódicos locales.
En el mar de las opiniones que es Twitter el rigor de la comprobación de los hechos prácticamente desaparece y con todo y eso, se convierte en un medio más rápido y confiable que la anquilosada y tradicional maquinaria informativa.
¿Cómo podrá sobrevivir el periodismo en este nuevo orden? Sin duda alguna lo hará pero sufrirá mutaciones, cambiará para adaptarse al nuevo hábitat y sobrevivir, en tanto eso ocurre, Twitter es hoy por hoy la región más transparente del aire.
Fuente: Vanguardia