Ya hemos ganado muchísimo los argentinos: que el Congreso discuta esto era impensable hasta hace sólo cinco años.
Por: Mempo Giardinelli
Ahora que el proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual se debate por segunda vez en el Congreso (aprobado ya por Diputados), me parece un interesante desafío intentar una reflexión desapasionada. No digo neutral, pero sí serena, ponderada. Intentarlo, al menos.
Puesto que será una de las leyes fundamentales que normarán la República en los próximos años, eso mismo explica la pasión con que se defiende o se ataca el proyecto. Por un lado, tenemos la pésima y reiterada actitud del kirchnerismo de plantear todas sus iniciativas como de vida o muerte, y encima con un horrible manejo de la oportunidad y la comunicación políticas. Por el otro, tenemos que la permanente actitud de oposición a todo lo que sale de la Casa Rosada obstaculiza, antes que facilita, toda posibilidad de discusión seria.
El proyecto que envió el Ejecutivo responde a las expectativas que muchos comunicadores planteamos a lo largo de 25 años de democracia. La legislación de la dictadura, todavía vigente, es hoy un mamarracho jurídico insostenible –de hecho, nadie lo defiende– y no sólo por su origen sino por las sucesivas enmiendas de todos los presidentes, desde Alfonsín al binomio Kirchner, que sólo sirvieron para favorecer los intereses de empresarios amigos del poder de turno.
Pero también es verdad que todavía contiene puntos oscuros que deberán perfeccionarse en bien de la democracia y la información. Y eso que ya fue mejorado en Diputados, a la par de la correcta decisión presidencial de excluir a las telefónicas del negocio.
En ese sentido, está muy bien que la oposición reclame cambios, garantías y seguridades antiautoritarias, y son excelentes las sesiones de estos días en el Senado, donde se expresan todos los puntos de vista, con mucho tiempo de televisación en directo. Es una amplificación de los foros ciudadanos que ya se hicieron en todo el país.
Por eso, más allá de algunas “chicanas” dilatorias, estamos a las puertas de una ley que será fundamental para el mejor ejercicio del derecho a la información. Pienso que así hay que verla: como una oportunidad de ser regidos por una ley que moderniza y que, aun con algunas fallas, es de claro sentido antimonopólico y democratizador.
La libertad de crítica y condena al Gobierno que hay en este país es única, inédita hasta ahora, y eso es buenísimo. Por eso, las comparaciones con Venezuela –por caso– son absurdas, igual que ciertas reacciones de alerta sobre supuestos peligros que correría la libertad de expresión. También es “chicana” reducir todo a una disputa entre un ex presidente y un grupo empresarial.
Hay que confiar en este debate. Hay que estimularlo y estar alertas como sociedad, aunque no de manera paranoica. Es una oportunidad preciosa que tenemos para que esta ley sea sancionada ahora mismo. Éste es un parlamento válido y el argumento de que “mejor esperar al 10 de diciembre” es sospechoso de posibles nuevos cajoneos.
Ya hemos ganado muchísimo los argentinos: que el Congreso discuta esto era impensable hasta hace sólo cinco años. Yo confío en que, a la hora de los votos, algunos sectores opositores, como el radicalismo histórico, van a aprobar esta ley.
Ya habrá tiempo para mejorar lo mejorable. Como una ley que organice la pauta publicitaria oficial, por caso. También Dalmacio Vélez Sársfield hizo un código que tuvo errores, pero al cual después mejoraron cientos de leyes complementarias. Y todavía está vigente.
Este debate es tan importante que puede decirse que asistimos a un final de época. Y no hay parto que no sea doloroso. Pero eso importa poco si el alumbramiento es bueno.
Fuente: La Voz del Interior