jueves, 19 de marzo de 2009

Con la nueva ley, nuestra voz y nuestras miradas recuperarán su valor

Por: Marcelo Daniel Chibotta
El proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (ley de Radiodifusión) propuesto por el gobierno, marca algunas definiciones precisas e incontrastables. Veamos algunas: Salda una deuda de la democracia. No puede ser que la ley que rige aún sea la que firmaron Videla y Martínez de Hoz, por ilegítima en su origen, por restrictiva y parcial (a favor de los poderes económicos) y por antiquísima.
Coloca como eje de la misma al ciudadano común y por ello, propone la universalización del acceso a eventos significativos. Así, “el clásico del domingo” podrá ser visto por TV abierta. Atiende al rol que deben cumplir los medios en el contexto educativo, promueve el trabajo de realizadores argentinos y de nuestra industria cultural. Garantiza la libertad de expresión del pueblo argentino en su conjunto y variedad (y no de las empresas o de quienes defienden intereses hasta a veces inconfesables). Preve que un 33% de las frecuencias estén reservadas para instituciones sin fines de lucro, lo que se ha dado en llamar el tercer sector.
Hay más que decir pero prefiero detenerme acá, en este último punto. Los sectores exceptuados de poseer un medio de comunicación ya no lo estarán. Muchas organizaciones y personas que lucharon por más de 20 años desde distintos lugares, encuentran en esta ley su coronación. Una lucha que para los que no tienen voz, la tengan, para que aquellas organizaciones populares que lo deseen, puedan expresarse a través del espacio radioeléctrico que es de todos porque es del Estado. Una lucha que se plantó ante la desigualdad a favor de los poderosos, moralmente inaceptable y que no hace más que adormecer y confundir.
Este proyecto nos saca las vendas de los ojos, la mordaza de la boca y el ruido avieso con el que lograron aturdirnos por años…y que por eso así nos fue. Pero esto seguirá más allá de la sanción definitiva de la ley, puesto que tendremos que reaprender que el valor está en nuestra voz, en nuestras retinas y en nuestros oídos. Así dialogaremos y no gritaremos, distinguiremos profundamente y escucharemos al de al lado, ya no al que pretende atontarnos desde arriba. De esta manera emprenderemos el camino del encuentro y de la construcción, tantas veces declamado, pero tantas otras vulnerado.

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