Por: Joaquín Robles Zabala*
El triunfo de Gustavo Petro es histórico. Ganó como ganan los grandes: contra todos los pronósticos, contra la godarria** más godarria de América Latina, contra los empresarios que se oponían a su llegada a la Casa de Nariño, contra los partidos tradicionales, ese otro cáncer que lleva más de 200 años en el poder y que temía perder su inmensa lista de privilegios. Les ganó a las encuestadoras y sus encuestas amañadas (no hubo una sola que lo diera ganador en la segunda vuelta). Les ganó a los uribistas pura sangre que pregonaban en las redes y medios amigos que el líder de la Colombia Humana “jamás sería presidente de Colombia”. Les ganó a los canales de noticias, cuyo sesgo a la hora de informar fue más que evidente. Se ganó el voto de los indecisos y en las últimas semanas recorrió el país de norte a sur y este a oeste. Habló con campesinos, pescadores, mototaxistas, vendedores ambulantes y madres de familia sin trabajo. Fue una travesía impresionante, una bofetada a una clase dirigente perversa que lleva toda una vida republicana gobernando para los más ricos, que decreta exenciones de impuestos para empresas con capitales gigantescos y grava los alimentos de la canasta básica alimenticia de los más pobres.
Por eso, los dueños del país no ahorraron esfuerzo en hacerlo ver como un monstruo, un monstruo que desaceleraría la economía, espantaría la inversión extranjera y nos regresaría a la Edad de Piedra. “Piensen en un país sin celular, sin moto, sin carro, sin gasolina, sin energía eléctrica, sin mercado y sin trabajo que crearán si votan mal el domingo. Eso sí sería duro”, trinó el exministro de Hacienda y exgerente de Ecopetrol Juan Carlos Echeverry en un intento desesperado por desinformar a los colombianos. “Ingeniero es mejor que guerrillero”, había escrito antes para exaltar la portada de la Revista Semana. “Cualquiera, menos Petro”, fue el caballito de batalla de esa ultraderecha recalcitrante, representada por Álvaro Uribe Vélez y un establecimiento que montó como presidente hace cuatro años a un mamarracho como Iván Duque Márquez. Sin el desastroso gobierno de éste, hay que dejarlo claro, es probable que Gustavo Petro no hubiera podido llegar al palacio de gobierno. El asesinato de casi cien colombianos en las protestas ciudadanas por la Fuerza Pública, el crecimiento acelerado de la pobreza monetaria (21 millones de ciudadanos pasando hambre) y un número amplio en la miseria (siete millones, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística - DANE), fueron apenas la punta de ese iceberg gigantesco que amenazaba con hacer colapsar la institucionalidad del Estado. No es exagerado lo afirmado por una de las hijas de Petro a un medio español en el sentido de que la eventual llegada de Rodolfo Hernández a la Casa de Nariño llevaría al país a una ola de protestas como la se dio el año pasado. La razón es sencilla: detrás del corruptísimo exalcalde de Bucaramanga estaba todo el abanico de corruptos que antes estuvo en la campaña de Federico Gutiérrez, unidos a los partidos políticos que llevaron a Iván Duque al poder.
De manera que no era difícil colegir que un futuro triunfo de Hernández desataría toda la rabia contenido por esa mayoría de colombianos excluidos, abandonados por el Estado, por Dios y todos los santos que se veneran a lo largo ancho de este país del Sagrado Corazón. No era difícil deducir que Hernández, que se vendió ante los ciudadanos como anticorrupto, era, en realidad, un corrupto más, imputado por la Fiscalía por el delito de corrupción. Decir, pues, que el exalcalde de Bucaramanga se quitaría la piel para combatir a un clan mafioso como el de los Char, o el de los Aguilar o el de los Gnecco, era razonar con el corazón.
Para ellos, Gustavo Petro no solo seguía siendo el “guerrillero” del M-19, no solo seguía siendo el amigo de Hugo Chávez y Fidel Castro (aunque estos hubieran muerto), no solo seguía siendo la representación del “castrochavismo”, sino también el denunciante, desde su curul de senador de la República, de las relaciones existentes, pero mil veces negadas, de una gran mayoría de funcionarios del Estado con los grupos narcoparamilitares y militares que asesinaron a miles de jóvenes colombianos indefensos bajo la premisa de que “no estaban recogiendo café”.
Ganó Gustavo Petro, es cierto. Ganó la democracia. Ganaron los “nadie”. Ganaron los habitantes de esas grandes regiones del país abandonadas por el Estado. Ganaron los campesinos que, bajo la lluvia o el sol inclemente, salieron el domingo 19 de junio a cumplir con el deber constitucional del voto. Ganaron los estudiantes a los que Petro les prometió mejorar sus condiciones de estudio y a los que les aseguró que crearía nuevas universidades y nuevos colegios. En fin, ganó Colombia porque no se presentaron mayores incidentes de violencia durante “la fiesta democrática”. No obstante, hay que decirlo, perdió el periodismo. Perdieron credibilidad los grandes canales de noticias. Perdieron por mal informar a los colombianos, por inclinar la balanza de los hechos a favor de los candidatos afines al establecimiento. Noticias Caracol, RCN Noticias y Revista Semana demostraron que lo importante no es la verdad de los acontecimientos, sino la defensa a ultranza de los intereses particulares de los medios.
Por eso, los dueños del país no ahorraron esfuerzo en hacerlo ver como un monstruo, un monstruo que desaceleraría la economía, espantaría la inversión extranjera y nos regresaría a la Edad de Piedra. “Piensen en un país sin celular, sin moto, sin carro, sin gasolina, sin energía eléctrica, sin mercado y sin trabajo que crearán si votan mal el domingo. Eso sí sería duro”, trinó el exministro de Hacienda y exgerente de Ecopetrol Juan Carlos Echeverry en un intento desesperado por desinformar a los colombianos. “Ingeniero es mejor que guerrillero”, había escrito antes para exaltar la portada de la Revista Semana. “Cualquiera, menos Petro”, fue el caballito de batalla de esa ultraderecha recalcitrante, representada por Álvaro Uribe Vélez y un establecimiento que montó como presidente hace cuatro años a un mamarracho como Iván Duque Márquez. Sin el desastroso gobierno de éste, hay que dejarlo claro, es probable que Gustavo Petro no hubiera podido llegar al palacio de gobierno. El asesinato de casi cien colombianos en las protestas ciudadanas por la Fuerza Pública, el crecimiento acelerado de la pobreza monetaria (21 millones de ciudadanos pasando hambre) y un número amplio en la miseria (siete millones, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística - DANE), fueron apenas la punta de ese iceberg gigantesco que amenazaba con hacer colapsar la institucionalidad del Estado. No es exagerado lo afirmado por una de las hijas de Petro a un medio español en el sentido de que la eventual llegada de Rodolfo Hernández a la Casa de Nariño llevaría al país a una ola de protestas como la se dio el año pasado. La razón es sencilla: detrás del corruptísimo exalcalde de Bucaramanga estaba todo el abanico de corruptos que antes estuvo en la campaña de Federico Gutiérrez, unidos a los partidos políticos que llevaron a Iván Duque al poder.
De manera que no era difícil colegir que un futuro triunfo de Hernández desataría toda la rabia contenido por esa mayoría de colombianos excluidos, abandonados por el Estado, por Dios y todos los santos que se veneran a lo largo ancho de este país del Sagrado Corazón. No era difícil deducir que Hernández, que se vendió ante los ciudadanos como anticorrupto, era, en realidad, un corrupto más, imputado por la Fiscalía por el delito de corrupción. Decir, pues, que el exalcalde de Bucaramanga se quitaría la piel para combatir a un clan mafioso como el de los Char, o el de los Aguilar o el de los Gnecco, era razonar con el corazón.
Para ellos, Gustavo Petro no solo seguía siendo el “guerrillero” del M-19, no solo seguía siendo el amigo de Hugo Chávez y Fidel Castro (aunque estos hubieran muerto), no solo seguía siendo la representación del “castrochavismo”, sino también el denunciante, desde su curul de senador de la República, de las relaciones existentes, pero mil veces negadas, de una gran mayoría de funcionarios del Estado con los grupos narcoparamilitares y militares que asesinaron a miles de jóvenes colombianos indefensos bajo la premisa de que “no estaban recogiendo café”.
Ganó Gustavo Petro, es cierto. Ganó la democracia. Ganaron los “nadie”. Ganaron los habitantes de esas grandes regiones del país abandonadas por el Estado. Ganaron los campesinos que, bajo la lluvia o el sol inclemente, salieron el domingo 19 de junio a cumplir con el deber constitucional del voto. Ganaron los estudiantes a los que Petro les prometió mejorar sus condiciones de estudio y a los que les aseguró que crearía nuevas universidades y nuevos colegios. En fin, ganó Colombia porque no se presentaron mayores incidentes de violencia durante “la fiesta democrática”. No obstante, hay que decirlo, perdió el periodismo. Perdieron credibilidad los grandes canales de noticias. Perdieron por mal informar a los colombianos, por inclinar la balanza de los hechos a favor de los candidatos afines al establecimiento. Noticias Caracol, RCN Noticias y Revista Semana demostraron que lo importante no es la verdad de los acontecimientos, sino la defensa a ultranza de los intereses particulares de los medios.
*Profesor universitario y magíster en comunicación
**"La godarria es, según el Diccionario de Americanismos, el conjunto de godos o conservadores. Es decir, aquellos grupos, personas y partidos que veneran el capital, proclaman el lucro como filosofía, combaten la presencia reguladora del Estado, ceden el control de nuestras vidas a los mercados, desconfían de los pobres y los distintos, meten a Dios en la cama y defienden valores de clase, intolerancia, insolidaridad y discriminación", Daniel Samper Pizano
Fuente: Publimetro