Un análisis que surge a partir del cruce que enfrentó, el jueves pasado, a Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales en radio Continental. Los periodistas habían convocado a Ricardo Alfonsín como último entrevistado del ciclo especial que llevó a los candidatos presidenciales que compiten en la edición de mañana. Una reflexión sobre los medios de comunicación y quienes los hacen, el poder y el relato kirchnerista. Una invitación a recuperar el espíritu del oficio periodístico, sin interpretaciones conspirativas ni militancias que pertenecen a otros ámbitos
Por Carlos Ares
Fotografías. Una, emblemática de la dictadura: el general Benjamín Menéndez embiste, cuchillo en mano, contra el fotógrafo Enrique Rosito. Los que tienen cierta edad seguramente ya han revelado la copia en el cuarto oscuro de la memoria vital. Otra, para los de mediana edad: el “capo” Alfredo Yabrán caminando por la playa de Pinamar. Fotografía de José Luis Cabezas. Las nuevas tecnologías han permitido a los más jóvenes ver, además de fotos, imágenes en movimiento del secretario de Estado, Guillermo Moreno, armado, amenazando, golpeando, siempre protegido por matones.
Una palabra vincula los tres casos: poder. Poder. Esto es: control económico, político, personal sobre lo que el otro decide hacer o pensar por sí mismo. Un poder que garantice a quien lo ejerce, lo tiene o lo controla, la impunidad sobre sus bienes y sus actos y, además, los justifique. Por razones ideológicas o místicas (“Dios”, “la patria”, “los humildes”, “el Ser argentino”, “el pueblo”). Del otro lado de la cámara que filma o toma fotografías, en todos los casos, hay gente que trabaja. Rosito logró sobrevivir a Menéndez. Cabezas no tuvo esa suerte: lo obligaron a arrodillarse y lo asesinaron.
Durante la dictadura militar fueron secuestradas, torturadas, asesinadas y desaparecieron miles de personas, 94 de ellas que trabajaban de periodistas o en oficios vinculados a la profesión. Hay testimonios anteriores de persecución y hostigamiento. El general Perón, ya de regreso de su exilio político, “marcó” a la periodista Ana Guzzetti en una conferencia de prensa: “Tómenle los datos”, se exaltó, cuando sólo tenía que responder a lo que le preguntaban sobre si sabía de la existencia de la Triple A, una banda parapolicial. Ana fue torturada y luego clausuraron El Mundo, diario para el que trabajaba.
Y antes, el mismo Perón, en los años 50, ordenando la expropiación del diario La Prensa. Medida que, a su vez, derivó los “avisos clasificados” al entonces recién nacido Clarín y promovió su beneficio económico. La dictadura militar le facilitó luego a Clarín, en sociedad con La Nación, la compra de la fábrica de Papel Prensa y, años más tarde, otros dos presidentes peronistas, Carlos Menem y Néstor Kirchner consolidarían el poder de Clarín que, al parecer, en ese entonces no publicaba noticias falsas ni conspiraba.
Menem anuló el artículo 45 de la ley que impedía a los medios gráficos acceder a los electrónicos. Clarín compró Canal 13, señales de cable en todo el país, los derechos de retransmisión del fútbol y otros medios. Néstor Kirchner aprobó la fusión de Multicanal y Cablevisión y le propuso al Yabrán de Clarín, Héctor Magnetto, ser “los dueños del país”. Pero ya era tarde: Clarín tenía demasiado poder.
Poder. Vale la pena insistir de qué se trata todo esto. Poder. Poder, tal como se entiende cuando se lo define de un modo sencillo, unas líneas más atrás: control económico, político, personal sobre lo que el otro decide hacer o pensar por sí mismo. Un poder que, además, garantice a quien lo ejerce, lo tiene o lo controla la impunidad sobre sus bienes y sus actos y, además, los justifique en el bien común. Por razones ideológicas o místicas. En síntesis: Perón, la dictadura que encabezó Videla, Menem y Kirchner fundaron el poder de Clarin, lo alimentaron y negociaron durante años el reparto.
Pueden verse las fotos de cada momento: el edificio de lo que fue La Prensa, Videla sonriendo a la viuda de Noble, Menem en la fiesta de Clarin, Kirchner reunido con Magnetto. Y otras: Clarín despidiendo a los que se animaron a integrar una comisión gremial interna, Clarín ejerciendo presión económica o política contra funcionarios, empresarios, jueces o dirigentes que no aprobaban sus negocios, censura sobre músicos, actores, intelectuales, escritores o artistas, y amenazas directas. La viuda de Noble, heredera del diario que fundó su marido, demoró años la información sobre cómo había adoptado a sus hijos. Y cuando finalmente lo hizo, mintió. Al juez que la detuvo un par de días lo expulsaron del cargo poco después.
El monopolio Clarín fue el único poder político real que quedó en pie cuando el sistema de partidos hizo su implosión en 2001. El resto eran organizaciones sociales de fuerza bruta, sin conducción. El fracaso en los hechos del pacto que Néstor Kirchner le propuso a Magnetto y el detonante de las retenciones a la soja, la extraordinaria “caja” de dinero y de poder en disputa con los productores agrarios, son los que desatan nuevamente la larvada “guerra sucia” entre esos sombríos poderes y en la que se ven involucrados los periodistas.
La foto, el video y el audio de la disputa callejera entre dos periodistas de años y de peso, como Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales, que a su vez representan a otros, más anónimos, pero tan enfrentados como ellos, resulta –por decirlo con respeto hacia colegas de tanta trayectoria– desoladora a oídos del oyente. No por sus ideas o por lo que decidan pensar, sí porque olvidan para qué están ahí y a quién deben servir. Son portavoces y administradores de un poder modesto pero influyente, el del micrófono. Como otros periodistas, el de la cámara o el del teclado. Y del otro lado hay gente diversa, de intereses distintos, que necesita y espera información honesta y datos contrastados, completos, presentados de forma ecuánime para poder formar su propia opinión. El conjunto contribuirá en suma a la llamada opinión pública que puede luego influir en los comportamientos de funcionarios también públicos, o privados. De tal modo que, por ejemplo, investigar la corrupción, recoger testimonios sobre administraciones fraudulentas, revelar negociados son la parte esencial del trabajo y hacen al funcionamiento sano y pleno del sistema democrático. Los comentarios, opiniones y apuntes al margen quedan luego a criterio y conciencia de cada periodista o de su propio interés económico.
Sin inocencia. La calificación de “guerra sucia” en este análisis no es inocente. Remite a la estrategia que intentaron imponer los comandantes de la dictadura militar para justificar sus actos atroces. Según ellos, fueron impulsados a librar esa batalla por un “ejército subversivo” que atentaba contra el “Ser nacional”. Enemigos, Massera y Firmenich, que también intentaron un pacto. El juicio posterior demostró que, en realidad, las Fuerzas Armadas asaltaron el poder y, con la excusa de una supuesta “guerra” cometieron, desde el Estado, crímenes de lesa humanidad para favorecer la aplicación de un plan económico y de poder sin límites.
Ultimas fotografías. Se ve al ahora candidato a vicegobernador Gabriel Mariotto, conocido por ser el impulsor de la Ley de Medios, recordando, divertido, como si fuera un episodio gracioso, cómo “los muchachos de la Orga” dejaban sus fusiles y pistolas ametralladoras en un cuarto, antes de comenzar las asambleas en la Universidad de Lomas de Zamora, de la que él fue luego rector. Los militantes de aquella época, que reescriben su cobarde pasado para hacerlo “heroico”, los que aún no han hecho ninguna autocrítica sincera y profunda de su responsabilidad política como jefes, operativos o de inteligencia, por haber mandado a cientos de pibes militantes a morir en acciones, ataques o contraofensivas que ellos sabían que serían suicidas, continúan llamando “Orga” a la organización Montoneros. Los restos de ese “sesentismo”, en búsqueda de reescribir la historia para quedar bien en el “relato”, y los “noventistas” con saco de mangas recogidas, como los que usaba el ex ministro del Interior José Luis Manzano en el gobierno de Carlos Menem, se han reciclado ahora en un kirchnerismo combativo contra “la Corpo”. Un enemigo nuevo al que han descubierto en estos últimos tres años y que sirve, como a los militares les sirvió Malvinas, para mantenerse en el control del poder. La historia y la guerra “sucia” se reciclan ahora, sin armas ni muertos a la vista pero con víctimas igualmente fatales, entre “la Orga” pública conducida por los que huyeron a Santa Cruz y se dedicaron a hacer fortuna en el mientras tanto, ya que no había exhorto que presentar a la Justicia ni compañeros a los que defender ahí, y “la Corpo” privada, que tampoco nunca reconoció sus crímenes.
Las víctimas de siempre. El filósofo Tomás Abraham encuadraría esta breve recopilación dentro de la “mentalidad milica” que, dice, predomina históricamente en Argentina. Es posible, es una lectura, una interpretación, pero los años pasan y las víctimas, se sabe, son las de siempre. Los que miran desde abajo.
Entre ellos, los periodistas. Los que sacan fotos, los que escriben, los que investigan, informan, los que responden a su vocación, a su deseo solidario, porque piensan que lo que hacen puede servirle de algo a alguien. Los que no son militantes ni se desgarran el pecho al intentar prenderse la medalla de la independencia. Los que, simple y sencillamente, hacen su trabajo y se ganan la vida, sin manipular, sin ocultar, sin recortar imágenes, sin pretender controlar la cabeza de nadie, sin servir deliberadamente a ningún poder. Los que hacen periodismo, no publicidad o propaganda.
*Director de Taller Escuela Agencia (TEA) y de la revista La Maga
Fuente: Diario Perfil