El año 2010 fue para la prensa estadounidense lo que 2002 fue para la banca uruguaya; mientras el ahora finado Steve Jobs presentaba el I-pad ofreciéndolo -entre otras cosas- como un sustituto de los diarios de papel, las ventas de publicidad (en medios cuyo precio de venta no alcanza para cubrir los costos del papel y la distribución) cayeron un 30% en menos de un año y medio; el multimedio Tribune -propietario de algunos de los periódicos más prestigiosos del país norteño como el Chicago Tribune, el L.A. Times, el Baltimore Sun y el Orlando Sentinel- se declaraba en bancarrota; el Washington Post se veía obligado a cerrar varias de sus corresponsalías en el exterior (además de verse obligado a incluir por primera vez en más de 130 años publicidad en su primera plana); y los rumores sobre un colapso general hicieron tambalear incluso a The New York Times, posiblemente el mayor diario no de EEUU, sino del mundo entero.
Es alrededor de The New York Times y registrado durante ese año nefasto que gira Page One: Inside the New York Times, documental de Andrew Rossi recientemente estrenado en EEUU. Un documental que en apariencia no tendría interés para un espectador que no estuviera particularmente interesado en ese diario o en los procesos de la prensa en general, pero que puede considerarse también como un documento de un cambio profundo en la forma en la que la gente accede a la información.
El New York Times es, como decíamos antes, tal vez el diario más leído e influyente del mundo y su prestigio lo ha convertido además en fuente de buena parte de los diarios mundiales, siendo además legendaria (puesto a elegir, quien esto suscribe no cambiaría una suscripción anual del NYT por la posibilidad de leer de ojito una vez por semana The Guardian, pero son gustos) la disciplina de discusión interna, y estricta confirmación, en relación a cada una de las notas que edita. Sin embargo los periodistas o aspirantes a periodistas, que se acerquen al documental esperando tener acceso a la dinámica interna de funcionamiento del medio pueden salir un poco decepcionados: Page One... se centra casi exclusivamente en un momento y en una fracción de tiempo, pero tal vez un tiempo crucial.
Un hombre, un mundo
Como suele suceder con los procesos metonímicos que hacen humanos los documentales sobre temas generales, Page One… elige centrarse en uno de los cientos de periodistas del NYT, y de dicha elección surge buena parte del interés del documental. Esta figura central es David Carr, un carismático natural, a través de cuya mirada -por momentos melancólica, por momentos algo cínica y por momentos firmemente ética y moral- observamos ese año peligroso para la Dama Gris (como suele conocerse al NYT). Carr es un hallazgo, no sólo por su personalidad e historia personal -se trata de un ex drogadicto que vivió durante décadas todo tipo de experiencias siniestras antes de rehabilitarse y convertirse en un respetado periodista- sino porque también es el columnista de medios del diario. Es decir; uno de esos (al menos en el periodismo deportivo local) denostados “periodista de periodistas”, cuya investigación sobre la quiebra del grupo Tribune atraviesa todo el documental, convirtiéndolo no sólo en una mirada sobre su diario, sino también sobre la prensa en general y sobre las distintas reacciones ante un peligro de extinción bastante evidente.
Inteligentemente, el documental elige no pontificar mucho sobre lo relativo que es el concepto de “información gratis” al que el neo-positivismo informático ha adherido de manera fundamentalista e irreflexiva, sino simplemente exponer los procesos de investigación, recopilación, manejo y responsabilidad, que implica la generación de una nota periodística confiable. Por de pronto, la nota de Carr sobre el grupo Tribune -un artículo que puede consultarse online bajo el nombre de “At Flagging Tribune, Tales of a Bankrupt Cultura”- es filmada en detalle, con el periodista viajando, verificando datos y enfrascado en un trabajo de meses para producir tan sólo una nota. Pero que sea esa nota en particular es muy significativo -más allá del aura de sabio rockero de Carr- ya que la misma se centraba en el intento de renovación periodística impulsado por el nuevo dueño del grupo Tribune -el repulsivo Sam Zell-, intento que pretendía un abandono del estilo periodístico tradicional de medios tan respetados como el L.A. Times o el Chicago Tribune a favor de una comunicación orientada hacia un público más joven e inmediatista. El resultado de las políticas de Zell fue un deterioro inmediato de la calidad de sus diarios, el abandono de miles de lectores y en definitiva la solicitud de quiebra de los mismos.
El futuro llegó hace un rato
Está claro que las simpatías del director caen de alguna forma en el campo del periodismo tradicional, del que el NYT es presentado como el último de los mohicanos, dejando en evidencia los procesos de elaboración -y sus costos económicos- aún imposibles de sustituir por la cultura de opinión rápida que, en definitiva, termina nutriéndose de los mismos contenidos a los que desvaloriza monetariamente. Pero tampoco es un retrato de una estructura inmóvil y arcaica; Rossi tuvo la suerte de que 2010 también fuera el año en el que el NYT -al igual que otros grandes diarios mundiales- realizó su curiosa alianza de difusión de documentos con WikiLeaks, un medio absolutamente nuevo, que a su vez está siendo propuesto como la posible superación del propio formato de diario.
El material de confrontación de un medio como el NYT con WikiLeaks -o como el Huffington Post, hoy en día el mayor portal de noticias de EEUU-, es expuesto en forma fragmentaria (tal vez demasiado) y sin arribar a conclusiones, pero hay un montón de puntas lo suficientemente afiladas como para inquietar no sólo a los periodistas profesionales, sino también al público que de alguna forma todavía confía en los mismos como garantía estable de auténtico conocimiento informativo.
Un cierto sentimiento culposo obliga al documental a incluir escenas sobre momentos muy dudosos de la historia reciente del diario, como la monstruosa "carne podrida" que se comió la periodista Judith Miller, al creerle a una fuente que confirmaba las teorías de la Administración Bush sobre la presencia de Armas de Destrucción Masiva en Irak. La inclusión de esta historia -ya lejana en el tiempo de las acciones que registra el documental- puede ser una suerte de mea culpa acerca de la falibilidad del periódico y su sistema investigativo, pero también funciona como prueba del poder real de las notas generadas en el diario (los artículos de Miller fueron utilizados públicamente por Colin Powell y Condoleezza Rice como corroboración de sus argumentos para invadir Irak). Para compensar también hay referencias a los "papeles del Pentágono", una serie de documentos publicados por el diario en 1971 sobre la Guerra de Vietnam, que contribuyeron al desprestigio del entonces presidente Richard Nixon antes de que el escándalo Watergate (una medalla del Washington Post) terminara obligándolo a renunciar. Inevitablemente hay una cierta nostalgia de esa capacidad de independencia -relativa o auténtica, según con qué vara se la mida- y una cierta sensación de vacío en relación a la capacidad de internet de rellenar ese espacio.
Es difícil concluir si Page One... ilustra la capacidad de supervivencia y la necesidad de existencia de un medio como The New York Times, o simplemente recoge el último momento de vitalidad de un dinosaurio mientras un enorme asteroide está ennegreciendo el cielo. En todo caso plantea varias preguntas que la gente suele olvidar a la hora de consumir información. No da respuestas, pero son buenas preguntas.
Fuente: La Diaria