Análisis y propuestas de Giros luego de los hechos sucedidos en Empalme Graneros que han tomado estado público.
Como ya es de dominio público, la injustificada captura de 4 militantes de la organización Giros y la fuerte violencia psicológica y humillaciones sufridas, ponen al descubierto la crítica situación en la que hoy se encuentra la periferia de nuestra ciudad y los sectores populares que allí habitan. El cotidiano trabajo territorial que venimos desarrollando hace más de cuatro años, y las diferentes luchas que fuimos librando de manera colectiva con los vecinos de los diferentes barrios; las inundaciones, el reclamo por las tierras y por las mejoras en la condiciones de vida de los sectores populares, fueron mostrando las primeras pistas del actual estado de cosas. Se manifiesta así una situación que, a esta altura de la democracia, se vuelve inaceptable. El caso que hoy nos ocupa sale a la luz por tratarse de un ataque directo a “los incluidos”, por ello se hace visible, se ubica en el debate público y genera indignación. Pero esta es la realidad cotidiana de las mayorías de nuestro pueblo.
Así se debelan hoy, dos ciudades. Dos realidades antagónicas que van mucho más allá de los discursos maniqueos de “el centro y los barrios”, de la periferia sucia y los centros bellos. Hablamos aquí de algo mucho más decisivo, más estructural, mucho más grave. En Rosario hay dos ciudades con sus correspondientes ciudadanos. Los ciudadanos de primera, los que todos conocemos, los que tienen derechos y garantías. Los que poseen vivienda, trabajo, justicia, educación, salud. Los que atesoran el derecho a la palabra, a la opinión. Los que pueden reclamar, acudir a los medios masivos, entrevistarse con funcionarios. Y en paralelo, en los bordes, en los márgenes, en la periferia, los ciudadanos de segunda. Los que más que derechos tienen concesiones. Los que para sobrevivir deben luchar cotidianamente. Deben librar una batalla múltiple que incluye desde conseguir agua para el baño y asegurar la próxima comida, hasta defender con uñas y dientes sus ranchos de esperanza. Que intentan zafar de los punteros y la prebenda, de la policía y las extorciones. Sumado a esto, deben dar también, la pelea por la palabra. Por el derecho a decir lo que pasa, a denunciar la injustica y cambiar la realidad, frente a una sociedad que muchas veces los quiere muertos y encarcelados.
Ante esta situación, la clase dirigente, la corporación política, expectante y ajena. Aquellos que, sin distinción partidaria, se rasgan las vestiduras en nombre de la institucionalidad y de la calidad democrática, no quieren ver que ante sus ojos no a todos nos gobierna la misma ley. Que no todos tenemos los mismo derechos, no todos podemos decir que vivimos en democracia.
Si bien nunca es bueno caer en ejemplos específicos, vale a modo de baldazo de realidad y paradigma, un compañero de uno de los barrios donde militamos. Tiene 16 años, nació y se crió en el barrio. El estado se ausentó de su vida y le quitó la posibilidad de vivir dignamente, pero se hizo presente con su cara más cruel para encarcelarlo en más de 15 oportunidades. Todas y cada una de las veces, por averiguación de antecedentes. 16 años, 15 veces preso, ningún delito. La última vez, la excusa fue que lo vieron en un piquete donde reclamaba una vivienda digna.
Que dice la sociedad? Que pide para él? Alguien reconoce en él la disociación de la institucionalidad, la democracia que no es?
Es así que en los territorios, en la periferia, no encontramos todos. Los dignos, los indignos y los indignados. Día a día y cara a cara. Los que la sufren en cotidiano y dan la pelea. Los que a fuerza de represión y de clientelismo imponen su propia ley. Y los que, como nosotros y tantos otros, asumimos como propias esas condiciones, esas injusticas y nos ponemos a la par y codo a codo. La corporación política, de afuera, mira como da sus frutos el premeditado “dejar hacer, dejar pasar”. Mecanismo este, que no sólo desoye una realidad evidente, sino que inclina la balanza a favor de los inmensos intereses económicos que pesan hoy sobre los territorios. La periferia se convirtió en los últimos años en un bien preciado. El último reducto de la marginalidad, donde la sociedad expulso a los “indeseables” es hoy la única tierra disponible para la expansión de la ciudad y vienen por ella.
Por todo ello, por la violenta disputa por la periferia que cristaliza las condiciones históricas en las que viven los sectores populares, es que exigimos que el Estado reconozca de una vez por todas esta situación y demuestre a favor de quién está. Que todos los actores políticos de la ciudad y la provincia se expresen. A qué intereses defienden y hasta dónde están dispuestos a llegar para empezar a achicar esa brecha que indica que unos viven en democracia y otros no. El estado actual de la disputa por la periferia hace indispensable y urgente la intervención decidida del estado municipal y provincial. El gran Rosario va en camino a convertirse en el segundo conurbano de la República Argentina. Desplazando cada vez más hacia afuera, con barrios privados de por medio, a los sectores populares de nuestra ciudad. Denigrando cada vez más a los territorios, dando la tierra fértil para la reproducción de la pobreza, favoreciendo el clientelismo y con la fuerza represiva como control social de lo que ellos mismos generan.
Es así que a partir de ahora llevaremos adelante dos iniciativas para detener lo que parece inminente:
-Declaración por parte del legislativo y el ejecutivo municipal de la “Emergencia Habitacional y disputa por la periferia”
-Derogación por parte del legislativo y ejecutivo provincial de los artículos de la ley orgánica de la policía, como por ejemplo la 10 bis, que avalan, aún hoy en democracia, las capturas ilegitimas.
De esta forma ya estamos poniéndonos en contacto con diferentes organizaciones, movimientos, sindicatos, profesionales, artistas, y ciudadanos en general para sumar voluntades y fuerzas, colectivamente.
Proponemos así al más amplio conjunto del pueblo, los invitamos a construir, defender y llevar adelante estas iniciativas. Pasar de la indignación individual a la dignidad colectiva. A empezar a construir hoy, aquí y ahora, una sociedad distinta. Una sociedad para todos.
Para todos todo.
Giros