Por: Leila Guerriero
Matías Rivas, en una foto proporcionada por el autor
Pocas cosas ayudan tanto a salir de la anestesia como un libro poderoso. Enciende el fuego. Trabaja por dentro. Nos induce a pensar por encima de nuestras capacidades. Referencias personales (Seix Barral, 2024), del poeta y editor chileno Matías Rivas, es uno de esos libros. Un sitio al que se acude para beber a mansalva con una sed que no sospechábamos tener. Su estructura fragmentaria destella en reflexiones sobre Nietzsche, los matrimonios largos, la política, el deseo, el cuerpo, la enfermedad, los griegos, los padres, los animales domésticos, el amor, la literatura. Es una prosa que bulle con pasión fría, insolente sin efusividad, incorrecta sin griterío. Rivas es un flaneur de su paisaje interior y, desde allí, contempla lo que está afuera. El libro respira silencio, peligro, introspección. Emplea una primera persona de baja intensidad, desaprensiva. En un fragmento, anota que el poeta Enrique Lihn "despliega una sintaxis del desaliento". La sintaxis de Rivas está nimbada de impasibilidad, no quiere convencer a nadie, parte de un pensamiento fuerte, no usa muletas. Apela a momentos de su vida para conectarlos con reflexiones acerca de otros libros, de los amantes, de la contemporaneidad. En esta obra que podría subrayarse entera, escribe: "¿Qué nos queda de misteriosos? ¿Hay algo nuestro que sólo sepamos nosotros o todo está sujeto a escrutinio? ¿Qué se salva de la policía de la transparencia?". Acerca de su terapia psicoanalítica: "Las fuerzas trágicas del deseo nos derrotan. Escrutar ese fracaso es lo que hago semana a semana". Hace poco fui al banco. La cajera llenaba formularios mientras yo releía este libro. Me hizo firmar algo y me fui, abstraída en lo que acababa de leer. En la calle escuché que alguien gritaba mi nombre. Era la cajera. Había abandonado su puesto y corría hacia mí con el libro de Rivas en la mano. "Te lo dejaste. Me di cuenta de que para vos era un libro importante", dijo. Lo era. Un libro que devuelve la mirada y la voz, el deseo y la vida.
Foto: Carlos Bogni
Fuente: Diario El País