Sarlo será recordada como una figura fundamental en la crítica cultural y el ensayo argentino. Con una trayectoria marcada por sus reflexiones incisivas, su obra se mantuvo vigente hasta sus últimos días. En una de sus últimas entrevistas, mencionó que su trabajo siempre estuvo guiado por el interrogante y la exploración y que trabajaba en un libro de memorias, reflexionando sobre su experiencia: "Es una autobiografía centrada en el hecho de no entender, que es mi experiencia constitutiva. Uno podría decir que solo me he interesado por aquello que no entiendo, con lo cual también se podría decir que no he terminado de entender nada".
Su legado perdura no solo en sus escritos, sino también en su influencia sobre el pensamiento público y cultural de Argentina y reconocida por libros como Escenas de la vida posmoderna (1994), que resultó ser su primer best seller, y su vasta trayectoria en el campo académico, su partida representa una pérdida irreparable para el mundo cultural. En una de sus últimas declaraciones al medio La Nación, Sarlo reconoció que estaba trabajando en un libro con sus memorias.
Sus trabajos recibieron importantes reconocimientos como el Premio Konex de Platino, el Premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo de la Argentina y del Premio Internacional "Pedro Henríquez Ureña" 2015 otorgado por la República Dominicana.
Sarlo nació el 29 de marzo de 1942 en Buenos Aires. Hija de Saúl Sarlo Sabajanes y de Leocadia Beatriz del Río. Se recibió a los 26 años de licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires.
Estudió literatura en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y comenzó su carrera vinculada al análisis cultural y a la crítica literaria. Fue cofundadora en 1978 de la revista Punto de Vista, una publicación clave en la resistencia intelectual durante la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983).
A lo largo de su trayectoria, publicó libros esenciales como Una modernidad periférica (1988), Escenas de la vida posmoderna (1994) y La pasión y la excepción (2003), donde combina análisis literario, político y cultural. Su obra explora las tensiones entre tradición y modernidad, así como el lugar de la Argentina en un mundo globalizado.
Este martes 17 de diciembre se conoció la muerte de Beatriz Sarlo a los 82 años. La reconocida ensayista, crítica literaria y escritora argentina dejó una huella imborrable en la cultura y el pensamiento del país.
En ese debate, que se convirtió en un hito en el panorama mediático argentino, Sarlo desafió con firmeza a Barone en una discusión sobre el rol de los medios de comunicación y el monopolio que ejerce el Grupo Clarín.
Durante el intercambio, Barone intentó vincularla con el Grupo Clarín. Con una mirada firme y directa, Sarlo respondió: “Conmigo no, Barone. Conmigo no”, una frase que se volvió icónica y que reflejó su independencia intelectual y profesional frente a presiones y especulaciones mediáticas. Sarlo siguió su intervención, recordándole a Barone su pasado como director del diario menemista Extra en los años 90, mientras insistía en sus propios términos: “¡Llamá a alguien de Clarín! Yo soy columnista de La Nación y trabajo tres veces por semana en Radio Mitre. No voy a responder por ese medio. Conmigo no”.
El momento fue presenciado por Ricardo Forster y Gabriel Mariotto, entonces presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), quienes permanecieron en silencio. Este intercambio marcó un momento clave en su relación con los medios y en su perfil como pensadora crítica.
Ese episodio sigue siendo recordado como símbolo de su independencia intelectual y su capacidad para enfrentar los debates más complejos con convicción y claridad.
Chau Bety
Dejo tu obituario para los buitres, así que lo que voy a escribir acá son las postales de un camino que transitamos no juntas, pero sí contemporáneas. No habrá orden ni cronológico ni de importancia. Solo recuerdos que brotan, uno tras otro, y que al evocarlos se van poniendo de pie y formándose en hilera para despedirte con la pompa que merecen las mujeres guerreras. ¿Deberíamos luego revolear los corpiños sobre tu ataúd?
Nunca se me ocurrió preguntártelo.
Te pregunté, sí, qué eras.
Respondiste: "periodista".
Repliqué: Me refiero a qué título tenés…
Respondiste: "Si te digo que soy periodista es porque no tengo ninguno".
No sé si lo dijiste en serio, pero en ese momento no me importó porque la respuesta era demasiado ocurrente; un ace que paraliza y fascina. Aclaremos rápido: eras una buena jugadora de tenis.
Nunca se me ocurrió pedirte una nota sobre la relación tenis-feminismo.
Te pedí, sí, varias notas que aceptabas divertida porque implicaban moverte hacia territorios desconocidos. Recuerdo ahora que tomar el tren Sarmiento hasta Haedo para hacer una postal de la inauguración de Showcenter nos permitió que comiences esa crónica describiendo a la nena que repartía estampitas. O que la nota sobre el conflicto entre travas y vecinos de Palermo te permitiera conocer a Nadia Echazú y a una adolescente Marlene Wayar, a quienes entrevistaste a las cuatro de la mañana. La magistral tríada se completa con un testimonio que debería ser de lectura obligatoria en las Catedrales del Género: tu relato sobre los cinco abortos que te hiciste en clandestinidad y por convicción, algo que hoy no te perdona Clarín en la nota que informa tu muerte de "mujer sola porque no tenía hijos". No estabas sola, obviamente, pero la verdad no es una virtud del machismo.
Foto: Rubén Digilio - Revista Viva
Lo sabías.
Lo sufrías.
A continuación iba a escribir "sin embargo", pero sería un error… Diré mejor:
También, como toda mujer de tu generación, preferías conversar/discutir con varones, quizá porque tus pares generacionales te resultaban aburridas y las que estábamos un escalón debajo, menos interesantes. Nunca lo tomé como un desprecio, sino como un desafío: capturar tu atención era lo que estimulaba mi imaginación para convocarte. Así, urdí Misiones Imposibles que siempre disfrutabas. Ir, por ejemplo, por primera vez (¿y única?) a la Casa Rosada para reunirnos con el secretario de Comercio del inefable Domingo Cavallo con el objetivo de exigir que no apliquen el IVA a las revistas culturales. "Vos andá a la red, yo atajo en el fondo", te dije en un código en el que eras eximia. Logramos un honroso empate: la mitad de la alícuota.
Ya en tiempos de afilar las espadas por el aborto legal te encontré en el Congreso, sola, con la cartera cruzada al pecho y la mirada de quien desconfía de las kiosqueras de género: eso nos unía. Te dije "Es ahora: hay que hacer todo lo que podamos". Respuesta Sarlo: "Y más".
La última vez que hablamos fue para invitarte a firmar en la puerta del Cabildo el petitorio para que el Senado no apruebe la Ley Bases. Me contaste que tenías neumonía. Te noté frágil. Te halagué todo lo que te merecías, intuyendo que quizá era una despedida.
Hoy amanecí con dos noticias: la de tu muerte y la de la compra de Hugo Sigman de la editorial Siglo XXI, la casa editora de tus ensayos. Me enteré también de que el viernes pasado había organizado un besamanos para lucir su nuevo dominio, con la excusa de un cocktail de fin de año. Me resultó oportuna tu partida.
Comprendí entonces que había llegado el día de definir quién era Beatriz Sarlo.
Diré entonces que eras una época.
Esa época en la que las mujeres se atrevieron a construir voz pública y propia con coraje, con argumentos, con injustas consecuencias y sin quejas.
Diré que eras la gorila que tomaba el subte y también la pequeña silueta que escribía como un gigante.
Diré que eras curiosa, inquieta, metódica, laburante.
Diré que la docencia fue tu arma de seducción masiva.
Diré que como toda esa época sos indefinible, por clara, por polémica, por profunda.
Diré que como todo recuerdo eso es algo que nunca perderemos.
Diré que te leeremos.
Hay desinterés por la política, desinterés que la política fomenta
Te quiero hacer una pregunta sobre tu lugar de intelectual. A veces te presentás como periodista…
No, me presentan. Para mí es un honor, es una profesión que respeto y considero central en la modernidad. Hubo un momento definitorio en eso, hace unos 25 años, cuando [Jacobo] Timerman me llamó a su escritorio y con ese tono decidido que tenía, dijo quiero que entres a mi diario.
Yo todavía no había escrito lo que se llama una nota, había escrito cosas que habían sido publicadas en los diarios. Y en ese momento, justamente, se abría la universidad porque había terminado la dictadura. Y yo le dije tengo que volver a la universidad. Estuve varias dictaduras militares, desde el año 66, esperando la vuelta a la universidad. Le dije mire, le agradezco muchísimo, usted sabe lo que yo aprecio La opinión, los diarios que usted ha dirigido y dirige, pero se abre de nuevo la universidad para mí. Y Timerman me dijo no te preocupes, yo le hablo a [Francisco] Delich, que era el rector de la universidad en ese momento [risas]. Pero le dije que yo quería volver a la universidad. Y así fue, volví, hice una gran experiencia, pero siempre seguí con un pie puesto en otro territorio.
¿Hay una voluntad, una decisión, de intervenir en la conversación pública?
Quizás sin darme cuenta uno de los modelos que me inspiraron fue David Viñas, alguien con quien discutí muchísimo, con quien me peleé… Un gran investigador de la literatura argentina. Y un gran escritor con el cual no puedo competir. La prosa en la que se escribe es tan importante como lo que se escribe; se funden. Se unifica la importancia que uno le adjudica a eso que escribe con la manera en que lo escribe. Y eso quizás sea un camino más sencillo para llegar al periodismo. Solamente en los comienzos del estructuralismo formé parte de un grupo donde se escribía en jerga estructuralista, semiológica. Lo abandoné, nunca más volví. Y no es que no sepa semiología. Pero abandoné ese tipo de jerga.
¿Para llegar a otros públicos?
No, para abandonar la jerga. Como a mí no me gustaba cierto tipo de discurso dominado por la jerga, dije no lo quiero hacer yo. Y bueno, eso, con la ayuda de Dios [sonríe] me trajo otros públicos, bienvenidos sean. Fue una vocación que yo no sabía que tenía, una vocación que además debía tener en su momento y también ahora, un sustento político. Es decir, tener un público que desbordara el sector social al cual yo pertenecía.
¿Cómo vive quien dirigió la revista Punto de Vista, un espacio tan ligado a la recuperación democrática, este año de un 40° aniversario poco festivo?
No tengo esperanzas de que un festejo por los 40 años de democracia sea mayor que un festejo por un Mundial de fútbol. Las cuestiones que interesan quizás vayan por otros caminos. Eso marca el desinterés por la política, desinterés que la política fomenta. Porque una política donde hay decenas de caudillos en todas las provincias argentinas más las intendencias de esas provincias, se hace ilegible para quien no es especialista. La política pierde la nitidez con la cual fue vivida en el comienzo de la transición democrática. Lúder-alfonsín: eso tenía una enorme nitidez, al margen de que los más especializados en el día a día político supieran que había decenas de caudillos movilizando para un lado o para el otro. Por otra parte, se podían adivinar los programas. Mientras que los políticos que hoy dicen que quieren que la gente esté muy bien, tranquila y segura, no pueden transmitir programas. Aunque un programa sea algo difícil de transmitir, aunque no todos los votantes vayan a sentarse a leer algo así, no existe. Tenemos un programa [hace un silencio expresivo]… es como si yo te dijera a vos creo que soy muy alta.
Bueno, si te autopercibís alta…
Efectivamente [risas]. Para empezar, uno tiene que pensar que los políticos quizás temen que un programa los lleve a un mayor conflicto político, y como están muy preocupados por ver quién es el puesto cuarto, quinto y séptimo de la lista de una intendencia de 200 mil habitantes, no quieren tener más conflictos.
¿De ahí el creciente sentimiento antipolítico?
Habría que decirlo junto con otra descripción, que es el desinterés que genera la política. Y es un desinterés no solo argentino. Alguna transformación ha sucedido. Quizás la perdida de densidad de las ideologías fuertes que estaban incluidas en los movimientos políticos. Esa pérdida de densidad puede generar pérdida de interés en aquellos a los que les atraería más una política densa y programática. Cuando yo ingresé a la política, por el camino que fuere –ingresé por el peronismo y luego por el marxismo leninismo–, sentía que tenía que conocer los textos fundamentales. Recuerdo con mucha alegría que nos sentábamos Jorge Dotti, [Carlos] Altamirano, yo y alguno más a leer la sección primera de El capital, que es uno de los textos más difíciles. Y para lo cual estábamos equipados no mucho, dado que es una sección de alto carácter filosófico. Y bueno, nos sentábamos, nos agarrábamos la cabeza con las dos manos y arremetíamos. Nos habrá costado un año la sección primera de El capital.
¿Constancia, paciencia y tiempo?
El tiempo para esas cuestiones siempre existe en la medida en que uno tenga la voluntad ideológica y ética de dedicarlo. Mirá, yo estudiaba la sección primera de El capital en un colectivo que me llevaba de Boulogne a Buenos Aires, porque militaba en Boulogne. Era la voluntad de que yo me iba a apropiar de ese texto fundamental del marxismo, un texto del siglo XIX. Esa voluntad no me la quitaba nadie. Estaba la convicción de que un militante político debía estar formado ideológica y casi te diría filosóficamente.
¿Algo difícil de concebir en la subjetividad actual?
Yo no puedo pensarla porque no la conozco, excepto los sonetos que se escriben en Twitter… Me interesan más las manifestaciones de masas. Me significan algo de una sociedad que no conozco. Por eso voy tanto a las manifestaciones.
¿Qué encontrás ahí?
Una percepción muy fuerte de lo que puede ser el horror y la necesidad de la vida cotidiana. Creo que es algo que un intelectual que vive cómodamente, está rodeado de sus libritos y tiene estos diálogos con vos, no percibe si no lo ve materializado. Yo voy sobre todo a las marchas que piden planes sociales, que vienen de los barrios; hay gente que vive colgada de que no se corte el plan social. Y en esas marchas están unas señoritas con unos cuadernos, que los anotan. La gente tiene que ir porque si no, ojo. A las señoritas las vi.
¿Qué te pasa al volver de esas manifestaciones?
En personas como yo la movida hacia la escritura es inmediata, por eso escribí tanto sobre las marchas. Pero por otro lado alguien podría decir: es una cínica, vuelve a su departamento, abre la computadora, ve si está perfecta, va a la cocina, se sirve un whisky… Alguien podría decir ésta es una cínica.
¿Y vos qué decís?
Soy una cínica que está siguiendo esta realidad que me atrae y me conmueve.
Si te conmueve, no sos cínica.
Gracias. Eso dejalo, eh [risas].
Vuelvo sobre un tema, Beatriz: el pueblo quiere saber qué opina Sarlo del CHATGPT.
No lo he pensado. Es un desarrollo que no me causa sorpresa. Pero no he pensado todavía sobre sus consecuencias. No creo que viva para verlas.
Mirá que vienen rápido.
Lo mío también.
¿Hay un esfuerzo por no ser ni apocalíptica ni nostálgica?
La nostalgia es un sentimiento que ignoro. A lo mejor lo experimento y lo reprimo. Sé que tuve épocas mejores en mi vida, sé que mi vida entra en una fase de decadencia por mi edad, pero la nostalgia es un sentimiento que no tengo. Lo que tengo es el recuerdo de la vitalidad que tuvo mi vida en momentos fuertemente políticos o de fuerte organización cultural. Pero nostalgia… ¿volver a eso? No me da el físico.
El día que Beatriz Sarlo recibió la muñeca de la Fundación Eva Perón
La ensayista cuenta este episodio poco conocido de su vida. Y habla también de la corrupción política, 678 y la mesa de Mirtha
Por: Victoria De Masi
Foto: Germán García Adrasti.
¿Cuánto le importa la corrupción a la sociedad?
A las capas medias, le importó poco durante varios años del menemismo. La corrupción kirchnerista tampoco dejó a nadie sin dormir mientras las cosas anduvieron bien. Por otra parte, la corrupción no es simplemente un tema moral, sino que se combina con las condiciones de vida. El treinta por ciento de pobres, seguramente perjudicados por un Estado donde hay corruptos, no piensa su situación en términos morales, sino como verdadera injusticia. Evadir impuestos es una de las formas más estables de la corrupción, y no la practican sólo los políticos.
¿Por qué decidió no irse del país en tiempos de Dictadura?
No podía pensar mi vida fuera de Buenos Aires. Además, me gusta tomar algunos riesgos.
¿Qué objetos la rodean en este momento?
En un estante de la biblioteca, una botella de Coca Cola, dentro de la que coloqué la pluma que me dio la Academia Nacional de Periodismo. Su unión inesperada me gusta mucho. Sobre ese mismo estante, un programa de la Sala Lugones con una foto de un filme de Ozu. Un poco más abajo, la Historia de San Martín, de Bartolomé Mitre, primera edición, que fue de mi padre, y me gusta pensar que es la misma que seguramente estaba en la casa paterna de Borges. En la pared opuesta, un cuadrado de madera blanca, que colgué como imitación casera de Blanco sobre blanco de Malevich. En ángulo, una foto de Facundo de Zuviría, un dibujo de Juan Pablo Renzi, otro de Eduardo Stupía y tres grabados que fueron tapa de la revista Punto de Vista.
¿Dónde está Dios?
Dios reside en esta pregunta y en todas las que se interrogan sobre su existencia.
¿Por qué aceptó la invitación al programa 678?
El gobierno kirchnerista solo recibía al periodismo que lo apoyaba. Me pareció que quienes lo criticábamos debíamos hacer lo contrario y enfrentar posiciones diferentes.
¿Por qué no aceptó la invitación que le ha hecho la producción de Mirtha Legrand para sentarse a su mesa?
No me sentiría muy cómoda escuchando una buena parte de las conversaciones que se mantienen alrededor de esa mesa. "Cada gato por su pared" es una buena definición de pluralismo en ciertas circunstancias. Soy un animal medio solitario, que trata de elegir las paredes sobre las que hace equilibrio.
¿Cuándo algo de la vida cotidiana pasa a ser su objeto de estudio?
Las ciudades fueron siempre espacios de atracción magnética. Soy vagabunda. Los medios, por otra parte, son inevitables. Allí no busco, sino que los temas se me aparecen, como si estuvieran iluminados por un foco.
¿Qué opina de las frases hechas?
Tienen la fuerza de la costumbre; la facilidad de lo conocido; la persistencia de los juicios sencillos y, a veces, exactos; la amabilidad niveladora del lugar donde todos tienen la ilusión de entenderse.
¿Cómo piensa su voto?
La política es una parte importante e intensa de mi vida. He sido militante de la izquierda, y, muy joven, en el peronismo. He estado muy cerca de algunos dirigentes; hablo con muchos de ellos. Mal o bien, escribo sobre política en los diarios. Por lo tanto, conozco y evalúo las cambiantes alternativas muchos meses antes de las elecciones. Antes del domingo electoral, acostumbro hacer pública mi opción, por escrito, en alguna nota. El voto secreto es una protección para los ciudadanos que puedan ser presionados o sometidos a represalias. Pero, en países democráticos, los intelectuales estamos en condiciones de dar a conocer la opción electoral, en lugar de obligar a la gente, que eventualmente nos lea, a hacer conjeturas.
¿Cuál es el mayor riesgo al que se exponen hoy los periodistas?
El estrellato mediático. También la tendencia a convertir la noticia en crónica (esto sucede especialmente con las policiales y de vida cotidiana). De otro riesgo somos responsables quienes escribimos notas de opinión, cuya relevancia es hoy mucho mayor que hace tres décadas, y encierran el peligro de la repetición y el autocentramiento. Por supuesto, estos riesgos tienen como escenario una esfera pública democrática. Quienes viven en Venezuela, Cuba o Nicaragua corren peligros que no tienen que ver con los géneros periodísticos sino con las posiciones políticas.
¿Piedra, papel o tijera?
Son las circunstancias las que definen los instrumentos. En una manifestación masiva, revolear una piedra no es un sacrilegio contra la paz social. Cortar, con un tijeretazo, la lectura de un discurso político insustancial o reiterativo, sintetizarlo críticamente, es ejercer el derecho al juicio de calidad. El papel, de todas maneras, resulta casi siempre más saludable y, a veces, intelectualmente más productivo.
¿A qué le teme?
A mi forma de hablar. A la ironía, que es la nota más fuerte de casi todo lo que digo. A la agresión, cuando la ironía se me vuelve ingobernable.
¿Le hubiese gustado recibir la muñeca que regalaba la Fundación Eva Perón para Reyes?
Recibí la muñeca que regalaba la Fundación para Reyes. Era 1952. Internada en el hospital Pirovano, fui beneficiaria de un incesante desfile de entretenimientos y regalos para las fiestas de fin de año. Mi familia, gorila sin vacilaciones, desaprobaba esos regalos a los que venía adosada una estampilla con la imagen de Eva. Yo, en cambio, la pasé extraordinariamente bien.
¿La política los prefiere "héteros"?
La política prefiere sujetos "normalizados". El votante también. Las convicciones tienden a ser arcaicas. La cuestión no es qué prefieren las eventuales mayorías, sino abrir un espacio liberado de prejuicios para los nuevos sujetos políticos.
¿Para qué "sirve" un intelectual?
¿Para qué sirvió Sarmiento antes de ser presidente, cuando escribió el Facundo? ¿Para que sirvió Alberdi? ¿Para qué sirvió Sartre? ¿Para qué sirvieron Martínez Estrada, Victoria Ocampo o Sebreli? ¿Para qué sirvió José Aricó cuando, en el exilio, continuó su obra de editor y organizador de ideas? Deberíamos jubilar la pregunta, porque la historia de los intelectuales ofrece decenas de respuestas.
¿Cuál es su golpe favorito de tenis?
El revés a una mano de Justine Henin, Sampras y Federer; el revés a dos manos de Djokovic y Nalbandian. El drive de Kuerten, de Nadal y Del Potro. La volea de Tim Henman y los drops de Coria. Demás está decir que todos esos golpes admirados siempre fueron completamente imposibles para mí.
De los cigarrillos del día, ¿cuál es "el especial"?
El primero, después de tomar mate, caminando por la calle hasta la entrada del subterráneo.
¿Después del feminismo, ¿qué?
No hay después del feminismo. Sería como preguntarse: después de la igualdad de derechos, ¿qué? O después de la igualdad racial, ¿qué? Se abrirán nuevas exigencias y habrá que fundamentarlas y defenderlas. La costumbre de encontrar un "post" a todo me suena a necesidad de la historia académica o a la búsqueda de un titular.
¿Un deseo?
Volver a Berlín, siempre. Subir otra vez el Champaquí o caminar por la puna jujeña desde Rinconada a San Juan de Oros.
¿Qué ve cuando mira?
Depende de lo que mire. No miro del mismo modo una película que un objeto, un edificio que una pintura. La mirada se educa. Me pasé décadas tratando de entrenar miradas diferentes. No hay espontaneidad sino trabajo.
Repeticiones
Lo primero que leí el viernes pasado fue sobre la muerte de Mario Wainfeld, columnista de Página 12 a quien yo seguía todos los domingos, siempre por veredas opuestas que no estaban separadas por ninguna grieta. Discutía con lo leído, que me era, sin embargo, indispensable. Wainfeld fue mi interlocutor y ambos sabíamos que nos diferenciaban temas políticos fundamentales... Gran tipo, sin sombra de espíritu competitivo, era un peronista que conocía bien las razones de su adhesión y de sus distancias. Nunca dejé de seguir sus notas y sabía que él hacía lo mismo con las mías. No fuimos amigos sino que a ambos nos atraían los mismos hechos, aunque ese interés en común nos provocara juicios diferentes. Yo quería saber cuál era la opinión de Wainfeld y estaba segura de que a él le sucedía algo parecido. Pensaba en Wainfeld como el peronista ideal para la diferencia ideológica y él me consideraba la antiperonista que conocía al peronismo y lo que allí sucedía. Algo similar a lo que me sucedió con Horacio González. Voy a extrañarlo y ese sentimiento marca este período de mi vida. Nos vamos yendo.
La noticia de la muerte de Wainfeld no clasifica dentro del grupo de novedades sobre las que escribo mis notas de los domingos, que se inclinan por lo directamente político. Su muerte no forma parte de una serie, sino que me afecta en mi historia intelectual, en cuyo acontecer Mario fue siempre un interlocutor abierto o encubierto. Su muerte tampoco forma fila dentro de la serie de sentimientos e impactos repetidos. A Wainfeld lo buscaré en vano el domingo que viene, para enojarme por sus dichos o, con mayor frecuencia, para admirar su capacidad de mantener sus creencias y, al mismo tiempo poder examinarlas sin la ceguera que da el partidismo fanático. Como me sucedía con Horacio González, Mario Wainfeld era una voz que yo escuchaba, incluso para enojarme. La buena fe caracterizó siempre mis relaciones ideológicas con Horacio y Mario.
Mientras tanto, las noticias se repiten o los medios las convierten en repeticiones. Esa es la duda que vuelve todos los días. Primera alternativa para responder si la repetición es un efecto buscado o una realidad. Segunda alternativa, en nuestro país no pasa nada importante, salvo la cotización de divisas y, en consecuencia, todo lo demás es deglutido por la repetición que, incluso, nos acostumbra a los pobres durmiendo sobre el pavimento al costado de unas vías y a las maniobras comerciales o financieras de los ricos o de los aspirantes a pisar sus espacios.
Foto: Telam
"Milei introdujo un discurso bestial"