viernes, 30 de abril de 2021

Preocupa un periodismo que no tenga ambición de trascender a su grupo

Por: Marcos Methol

Es abogado y periodista, especializado en temas de política internacional, libertad de prensa, tecnología y deportes. Es director del principal diario de circulación nacional, del cual su bisabuelo fue co-fundador. Se nutrió desde niño del periodismo popular de antaño, aunque forma parte de una generación que busca profesionalizar y expandir el alcance de las noticias. En entrevista con La Mañana, Martín Aguirre habló sobre los desafíos de los medios de prensa frente a las crisis y las nuevas plataformas.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos en la redacción del diario?
Venía cuando era muy chico. Mi viejo tenía una oficina justo acá abajo en la redacción. Él salía tardísimo y yo de noche no lo veía por eso lo visitaba junto a mi madre un rato de tarde. Había una parte de la redacción que era muy fabril, con tipos de mameluco, tinta, mugre. La broma con los niños era poner tu nombre en plomo y hacer como un sellito, yo venía a buscar eso. Era un ambiente muy diferente, porque la otra mitad de la redacción eran los periodistas, fumadores, intelectuales.

Mi madre siempre insistió para que yo me metiera en esto, contra la voluntad de mi padre. Cuando yo tenía 12 años empecé junto a un amigo de la infancia y utilizando las fotos del Pocho Hermida a sacar una página de deporte intercolegial en Mundocolor que era el vespertino de El País. Hace poco vi una foto en la que siendo escolar de sexto año aparezco sentado en un salón con la cúpula de venerables de ADIC haciéndoles una entrevista (risas). Después el que hacía todo era mi viejo, lo hacía laburar más. Luego lo que empecé a hacer más en serio, porque ya había dado el examen del First Certificate, era traducir los cables de los servicios del New York Times que venían en inglés.

En 2016 cuando fallece tu padre Martín “El Torta” Aguirre, El País publicó un sentido homenaje con el título “Adiós a una figura del periodismo con un hondo sentimiento popular”. ¿En qué se reflejaba ese sentir popular?
Creo que hay que entender lo que pasa con las distintas generaciones. Mi abuelo era lo más parecido a un Lord inglés. Cuando me quiso hacer socio del Club de Golf, mi padre me lo prohibió. Mi viejo en alguna medida reacciona a esa generación anterior. Era de ir al carnaval, del tango, de la intelectualidad bohemia, el ciclismo, el fútbol, el basquet y con un fanatismo por el peronismo, que era también una reacción al antiperonismo de la generación anterior.

Fue muy allegado también a Wilson Ferreira Aldunate, al que acompañó en el Vapor de la Carrera cuando regresó del exilio. ¿Cómo repercutió eso en el diario?
Era una época donde todavía estaba lejos esto del periodismo profesionalizado. Todos quienes estaban en el periodismo tenían una actitud política muy militante y ostentosa. Mi viejo siempre la tuvo e incluso le generó algunos problemas. Cuando se dieron los episodios de febrero del ‘73 a mi padre le hicieron ruido algunas tapas del diario y pasa a trabajar en Mundocolor. Son cosas que hoy uno trata de explicar a quienes tienen una mirada del diario muy maniquea. Acá son cuatro familias y muchas generaciones. La generación de mi padre y de Diego Beltrán era mucho más dura con lo que estaba pasando con el golpe de Estado, mientras que la generación mayor había sufrido mucho la violencia política de los años ‘60. Hay que recordar que a Washington Beltrán le pusieron una bomba en la casa y para ellos en esa circunstancia no había camino del medio.

Te formaste en la carrera de Derecho y estás vinculado al mundo universitario como profesor de la Universidad de Montevideo en la Facultad de Comunicación, ¿cuánto ha cambiado la formación del periodista comparado con las de antaño?
Siempre digo lo mismo, hay un lado positivo y uno negativo. Las redacciones que yo conocí, antes de que existieran las carreras universitarias de periodismo eran mucho más diversas y plurales de lo que son hoy. Había gente de distintos orígenes y entornos, por ejemplo el que trabajaba en la linotipo o de chofer del diario cuyo hijo entraba como mensajero y se empezaba a formar como periodista. Era más reflejo de la sociedad. Pero también había muchos más burros, gente que no podía escribir ni con los codos, sin ningún tipo de formación.

Hoy en día con los periodistas tenés gente con mayor formación intelectual, pero tremendamente estandarizados, escuchan la misma música, leen los mismos libros y se conocen. Por eso aparece el problema de vivir pendientes de lo que dice su burbuja y no de reflejar los intereses de la sociedad. La crisis de hoy no es solo del modelo de negocios de los medios sino que los periodistas se han alejado de la sensibilidad popular. Y ahora con el teletrabajo y Twitter, peor.

En algunas entrevistas has mencionado la tendencia que existe en el mundo al “periodismo filantrópico”, portales de ONG o importantes capitales que sobre todo se dedican al periodismo de investigación. ¿Está llegando esta modalidad a Uruguay?
Está llegando sí, pero en Uruguay no hay incentivos porque no hay beneficios impositivos. Buena parte del sustento de ese tipo de periodismo, sobre todo en EE.UU. es que se descuentan impuestos por ahí. Yo he recibido acá ofertas de notas de periodistas uruguayos que están en una red financiada desde el exterior y te das cuenta que hay ciertas intenciones atrás de esa nota. No voy a poner en cuestión la calidad periodística, pero claramente son notas que por el tema están en el marco de una agenda que están promoviendo esos grupos. Y los periodistas en esto también han perdido capacidad de crítica.

El problema de las empresas periodísticas en este momento es que como están débiles tenés que transar con cosas que hace veinte años hubiera sido imposible. Y en este mundo también te pasan gato por liebre. Me parece que no todos los jerarcas o responsables de medios tienen muy claro esto.

¿Cuánto pesa la dependencia de los ingresos por la publicidad o de las suscripciones?
Hace una o dos décadas había mucho desnorteo porque ya era un hecho la crisis del modelo de papel tradicional y empezaba la crisis de la publicidad, no teníamos muy claro de qué íbamos a vivir. Ahora sabemos que el que quiera periodismo de calidad va a tener que pagar algo. Toda la vida me formé desconfiado de la publicidad, para mí era como el diablo. Pero la realidad es que, mirado con perspectiva, hoy la publicidad tuvo un efecto positivo en el periodismo porque lo profesionalizó. Generó un incentivo económico muy grande para llegar a la mayor cantidad de gente posible, porque más circulación implica más publicidad.

Hoy en día el peligro que veo es que en la medida que se depende más de la base dura de lectores te podés empezar a convertir en un panfleto. Nosotros tenemos un poco más de 30.000 suscriptores y son sobre todo los que les gusta El País. Aspiro que en algunos años lleguemos a 100.000 por más que les guste menos la línea editorial del diario. En este clima confrontativo que hay tus suscriptores capaz no se ponen muy contentos si le damos una página a Carolina Cosse o a Yamandú Orsi, enseguida algunos te acusan que te vendiste al comunismo internacional. ¿Y qué querés convertirte en una publicación partidaria? Veo en Argentina los informativos del cable por ejemplo, en La Nación con Leuco y Majul o del otro lado C5N, con editoriales furibundas que no dan una imagen realista de lo que está pasando. Eso para mí no es periodismo, no me gusta.

¿Qué pasa con la publicidad estatal? ¿Hacia qué modelo se puede ir?
Ese es todo un tema. Uruguay es un país muy particular. Yo tiendo a ser pro libre mercado pero la realidad es que en un país tan chico necesitamos cuidar nuestra identidad y los medios de comunicación cumplen un rol muy importante. El asunto es cómo hacer que esa publicidad no se convierta en una herramienta de presión política. En los gobiernos pasados vimos, con algunas excepciones, que muchos ministerios usaban criterios absolutamente político-partidarios para distribuir la publicidad oficial.

Me parece más sano que el Estado entienda que se pretende un ecosistema de medios nacionales fuerte, para mantener la identidad nacional. ¿Se está dispuesto a poner plata en eso? ¿Cuánto? Que eso se ponga en una bolsa y se distribuya con determinados criterios. Me parece más honesto. Yo formé parte de un informe que hizo el BID el año pasado donde se contrató una consultora argentino-española que estudió todos los modelos del mundo e hizo una serie de recomendaciones a Uruguay y plantearon generar ese fondo que puede nutrirse de plata del Estado o de repente con el producto de impuestos a las plataformas que ganan publicidad beneficiándose en buena medida de los contenidos que hacemos nosotros.

Entiendo que haces referencia a la situación que por ejemplo se da en Australia con un proyecto de ley de medios que busca gravar a Google y Facebook sobre todo, y que ha generado una repercusión importante. ¿Esto puede llegar a América Latina y Uruguay?
Lo vengo siguiendo minuto a minuto. Es un tema que me obsesiona bastante. En general los países ricos han encontrado desde hace un tiempo que la crisis de los medios tradicionales tiene un impacto en la vida en sociedad en general. En EE.UU. se destruyó la prensa local y hay toda una etapa de la política nacional que queda sin supervisión de los medios. Allí la solución se ha buscado a través del mercado, la regulación de la competencia y con mercados de capitales que permiten que surjan nuevos medios. En Europa es al revés, en Francia el Estado subsidia el papel a los diarios, en Italia hay un crédito a los jóvenes para que gasten en bienes culturales.

Pero nadie había tomado la iniciativa como Australia que fue sentarse con Google y Facebook y decirles que están ganando plata con los contenidos de esa gente y de manera bastante irregular. Se hace una competencia desleal y ganan plata por eso. El Estado dio un plazo para que hagan un arreglo con los medios que sea útil a todos. Si no, un organismo estatal de regulación de competencia va a decir cuánto tienen que pagar. Primero se pusieron muy de punta estas empresas, luego arreglaron y negociaron. Atrás de esto una cantidad de países estaban esperando que Australia fuera el caso testigo, particularmente Canadá y también la Unión Europea.

¿Y Uruguay puede jugar algún rol?
Me he comunicado con alguna gente que sostiene que Uruguay debería dar el paso siguiente. Sería interesante para Europa que Uruguay fuera un segundo caso testigo porque Australia es muy del modelo anglosajón, mientras que nosotros somos más modelo europeo. Es algo que creo va a venir, tarde o temprano. De hecho las plataformas se están acercando en Argentina y Brasil dándoles una plata a los medios por ciertos contenidos, buscando evitar un problema mayor.

Esto tiene que venir desde la política. En el Gobierno hay gente que está afín de apoyarlo pero también sostienen que tiene que ser una iniciativa del Parlamento. El senador Sebastián Da Silva está hablando sobre ello. Creo que tendría que ser algo supra-partidario. Lo que pasa es que hay mucho miedo que a un país como Uruguay nos desconecten de Facebook y Google y te convertís en un país marginal. Pero lo importante es entender que no estamos solos en esto.

Con el propósito de combatir las fake news surgieron iniciativas de verificación de noticias que no dieron resultado. ¿Por dónde apuntar la estrategia contra la desinformación?
El primer proyecto que hubo acá fue el de Verificado, que me parecía un paso interesante pero no es suficiente porque la verificación también tiene un sesgo y una cantidad de información no es verificable cien por ciento. Se entra en una dinámica peligrosa. Yo veía que según el color de a quién estaban haciendo la verificación lo que para algunos era “dudoso” para otros era “falso”. Es complicado.

Creo que eventualmente la sociedad y las personas van a generar anticuerpos propios para pararse frente a la información de otra manera. En lo que he estado trabajando es en lo que en inglés se llama media literacy que es educación en el consumo de medios. La gente debe consumir los medios de manera responsable, desconfiar, buscar la fuente. Los mayores son los que tienen un problema de desfasaje en este momento. Pero también en charlas de liceo vi que los jóvenes están desnorteados y dicen que su principal fuente de información son sus amigos. Lo que tienen más claro ellos es esa posición de descreer de todo, pero tampoco es una postura muy saludable, a alguien le tenés que creer.

¿Qué sucede con la información internacional? ¿Hay interés de los uruguayos por estos temas? ¿Por qué antes aparecían más seguido en las portadas?
Hay distintas cosas acá, es un tema que me apasiona porque además yo empecé trabajando muchos años en Internacional. Nuestras primeras cuatro páginas del diario siempre eran internacionales, salvo los domingos. A veces los domingos metíamos 14 o 16 páginas solo de Internacional. Siempre me preguntaban por qué en Uruguay se le daba tanta importancia a esto, porque en Argentina no era así. Somos un país chico, con poca información de shock, muchos inmigrantes de segunda o tercera generación que mantienen vínculo emocional con sus países de origen y dependemos mucho de lo que pasa afuera; son muchos motivos. El “nuevo uruguayo” famoso de 2002 para acá uno de los problemas que tuvo, si se mira los libros de éxito por ejemplo, fue entrar en un periodo de endogamia y mirarse el ombligo. Y perdimos mucho de esa mirada para afuera.

Sin embargo nosotros tenemos una newsletter de política internacional que hace Carlos Ríos que es la segunda con más suscripciones, la lee mucha gente o sea que hay mucho interés. Yo siempre pensaba que lo primero que iba a morir en un diario digital iba a ser la política internacional porque cuál es la razón de leer sobre las elecciones de España en El País de Uruguay si podés leerlo en El País de Madrid. Sin embargo, la gente lee de Uruguay.

¿Cómo se está dando el vínculo ahora con las agencias internacionales de noticias, en un mundo tan cambiante?
Cuando yo hacía Internacional en el diario tenía 6 o 7 agencias, AP, EFE, AFP, Reuters… y yo entendía cuál era el trasfondo detrás de cada agencia. EFE según el gobierno en España cambiaba mucho, AFP tenía una lógica de centro izquierda, medio caviar… Para los temas de Medio Oriente no usaba mucho EFE porque siempre tenía una postura muy anti Israel. Hoy con la crisis en los medios hemos tenido que recortar agencias, ahora tenemos un tercio que antes. Y las propias agencias se han recortado y muchas veces dependen de corresponsales locales que están más marcados políticamente.

Creo que lo que pasa con el fenómeno Bolsonaro es increíble. Hay una falta de mirada crítica. Nosotros leemos la realidad de lo que pasa en América Latina a través de los ojos de las agencias europeas. En las elecciones en Perú solo se hablaba de Rafael López Aliaga, como un candidato de derecha, católico, que iba primero en las encuestas y lo tildaban de el “Bolsonaro peruano”. Pasó acá con Manini Ríos que lo ponían como el “Bolsonaro uruguayo”. ¿Si Bolsonaro es ultraderecha, Lula es de ultraizquierda? Te dicen que no, pero nadie argumenta. Y así buscan otros Bolsonaros o símil al partido español Vox en cada país de América Latina. Lo mismo con el eje derecha-izquierda, ¿qué explica de la política latinoamericana?

¿Hacia dónde va el periodismo nacional?
Me preocupa que volvamos a ser medios de prensa como eran cuando se fundó el diario. Escribir artículos e irse a batir a duelo. Yo me formé en una época con una ambición de trascender eso, sin renunciar a tu mirada de la realidad. Eso no puede llevarte a convertirte en un panfleto, que la realidad no te importe. Eso es malo para la convivencia democrática.

Hay un fanatismo que generan las redes, que viven un poco de esa confrontación, donde el tibio no mueve la aguja, pero no me hace sentir bien ni creo que sea un discurso constructivo para la sociedad. Me preocupa un periodismo que no tenga ambición de trascender a su grupo. A veces tenés que hacer enojar a tu gente, el periodismo tiene ese rol de ir contra la corriente. Cuando todo el mundo dice que Uruguay era el mejor país en afrontar la pandemia, hay que preguntarse si somos tan buenos. Y ahora si todo el mundo dice que somos un desastre, hay que preguntarse si eso es tan así.
Fuente: La Mañana

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