La periodista rosarina Isolda Baraldi murió este viernes por la noche a los 53 años tras una larga enfermedad. Sus restos eran velados en Caramuto y recibirán sepultura este sábado a las 15.30 en el cementerio Parque de la Eternidad.
Isolda Inés Baraldi nació en Rosario el 13 de diciembre de 1956. Vivió en Guaminí (provincia de Buenos Aires), hasta que fue a estudiar Comunicación Social, en la Universidad Nacional de la Plata.
En la actualidad es periodista del diario La Capital, también fue colaboradora de RosarioI12 y de varias revistas locales y de la Capital Federal.
En su adolescencia ganó un concurso nacional de cuentos con un jurado dirigido por Frida Shults de Mantovani, y luego no volvió a participar en certámenes literarios.
La escritura periodística es una de sus tareas cotidianas. La narrativa siempre estuvo presente en su vida y participó en dos libros como colaboradora.También es profesora de TEA, (escuela de periodista por periodistas), sucursal Rosario.
El año pasado presentó en el Centro Cultural Parque de España su libro "Cosa de esas" con relatos y narrativas algunas de ellas publicadas en La Capital y otras en RosarioI12. "Hay sensibilidad sin filtros puesta en cada frase, en cada entrelínea, donde se ve surgir la bronca frente al dolor del otro, frente al propio dolor. Y donde con honestidad busca siempre un poco más", dice Stella Hernández en el prólogo del libro.
Vive en Rosario desde 1985 con su marido y sus dos hijos Federico y Ernesto. El próximo lunes uno de sus trabajos recibirá el Premio Juana Manso que valora la producción de trabajos periodísticos que promueven los derechos de las mujeres y la igualdad de condiciones con los varones.
El jurado decidió otorgar a Isolda este premio en el rubro “Medios Gráficos” por las notas: “Madres adolescentes: El derecho a elegir”, “Madre hay una sola: Privilegios y bemoles de una función única”; “1º de Diciembre, Dia Mundial del Sida: En la vida siempre hay que ir por más”. La distinción será recibida por su familia a las 11 hs. en el Salón Carrasco del Palacio Municipal de Rosario.
Entre amores e Itakas
Por: Isolda Baraldi
Buenos Aires era una fiesta en julio del 78, menos para unos pocos. Para ellos no. El mundial de fútbol tenía a los argentinos enloquecidos, de alegría y patriotismo. Cantaban, bailaban, hacían caravanas de autos. En fin, una fiesta masiva que se repetía en cada ciudad y pueblo de la Argentina. Para unos pocos no. Liderados por un puñado de mujeres con pañuelos blancos que buscaban a sus hijos desaparecidos, cientos de jóvenes se jugaban la vida para denunciar las atrocidades de la dictadura y que de pronto desaparecían sin dejar rastros. Era así, las madres sabían que estaban en manos del Ejército u otras fuerzas de seguridad; sin embargo, todo era silencio y más represión.
La vida era eso, e implicaba una doble vida, porque las reuniones y las pocas acciones de propaganda que se hacían eran clandestinas.
Así se conocieron Inés y Humberto, en un gran bar para intercambiar ideas y periódicos e intentar que la gente tomara conciencia. Menuda y ardua tarea, que ya se había tragado miles de jóvenes estudiantes, obreros y militantes políticos o simplemente a los que querían un país más justo.
Ellos militaban juntos, eran trostkistas y sabían muy poco el uno del otro. En realidad no debían saber nada, por las dudas si alguno "caía" había que preservar al otro. Así que se encontraban en los bares, se pasaban documentos y periódicos en cajas de jabón de lavar o envueltos como para regalo; en fin, en cualquier cosa que disimulara la carga antidictatorial. Es más, ni siquiera sabían sus nombres, pero no importaba. Muchas veces se habían mirado con deseo, con mucho deseo, en medio de los larguísimos encuentros del partido.
Una tarde fría de invierno se juntaron para armar una reunión, en una parada de colectivo. Humberto tenía tres periódicos que entregar y esta vez los tenía en el bolsillo interno de su sobretodo azul. Inés llevaba un papelito con los nombres de las personas que se reunirían en una caja de cigarrillos. Lo suficiente como para encontrar la muerte.
Arreglaron todo en un bar tomando chocolate en lo que entonces era Palermo viejo. Después salieron caminando, la calle estaba oscura y un patrullero bajó la velocidad para comenzar a seguirlos. "Qué lástima, Colores", atinó a decir Humberto cuando vio que la policía bajaba con las itakas en las manos, y a paso firme los arrinconaban contra un muro sin ventanas. Estaban bien vestidos y los separaron casi dos metros para preguntarle a cada uno qué estaban haciendo ahí. Ninguno de los dos había previsto esta situación ese día. Nada podían decir uno del otro, sin embargo casi al unísono y frente a un hotel de alojamiento los dos dijeron que iban al "telo".
Los palparon de armas pero no los revisaron. "Circulen rápido si no quieren problemas", les dijeron y los empujaron con las itakas. Se tomaron de la mano y entraron al edificio.
Lágrimas y abrazos
Una vez adentro se abrazaron fuerte. Habían zafado. Pero seguían abrazados, él comenzó a acariciarla y a ella le caían las lágrimas hasta que la pasión los desbordó, con un sentimiento parecido al terror. Que más tarde se haría tangible. Pero ese día la pasión tenía gusto a triunfo, una pasión llena de ganas de vivir, una pasión sin igual.
Los cuerpos se enredaron una y otra vez. La boca de él la recorrió entera y ella ya no lloraba. Gozaba como jamás lo había hecho en su vida, y notaba que el mismo placer sentía él. Hicieron el amor durante varias horas y se quedaron dormidos hasta el amanecer. Poco después los llamaron y mientras ella se estaba arreglando en el baño, él entró y acurrucó su cabeza en la melena pelirroja y le dijo: "Qué lanas tenés Colores".
Inés supo en ese momento que él había entrado en su cuerpo, su cabeza y su vida para siempre. Se terminaba la soledad y también el frío en el corazón por tantos amigos perdidos. La situación ya no era la misma. Parecía que el mundo en verdad podía ser mejor, menos hostil. La esperanza se renovaba y ya no se separaron más. Siguieron con la resistencia a tanta sangre chorreante; la enfrentaron juntos y decididos.
Ella tenía 22 y él 24. Todavía siguen discutiendo de política. Tal vez crean aún que el mundo puede ser un buen lugar para la humanidad.