lunes, 5 de noviembre de 2012

Fuad Jorge Jury, Leonardo Favio 1938 - 2012

El cineasta y cantautor argentino, considerado uno de los más importantes realizadores del cine argentino, falleció este domingo
En septiembre el cantautor y cineasta argentino fue internado en una clínica de Buenos Aires a causa de una neumonía, enfermedad que complicó su estado de salud y le provocó la muerte este domingo.
La actuación le sirvió a Leonardo Favio para marginarse de los conflictos personales. Gracias a la responsabilidad de preparar un pequeño papel para obras de teatro escritas por su mamá, lo que después se conoció en el medio radial y televisivo como ‘extra con parlamento’, logró enderezar el camino después de pasar algunas temporadas en centros de reclusión para delitos menores.
Con la consciencia más madura y mucho más sintonizado con el arte, Leonardo Favio, cuyo verdadero nombre era Fuad Jorge Jury, dejó de protagonizar sus propias historias y empezó a plasmar en los guiones lo que su mente recordaba de su dura infancia o lo que su imaginación era capaz de crear en un momento de suma exigencia.

Nunca sintió como viable la posibilidad de separar el arte de la realidad social, económica y política del continente. Por eso decidió desde el mismo punto de partida, que para mucho expertos está relacionado con los libretos de propuestas audiovisuales como El señor Fernández (1958), El amigo (1960) y Crónica de un niño solo (1964), que sus iniciativas artísticas tendrían de todo menos vacíos en sus contenidos sociales.

Sus vínculos con Juan Domingo Perón marcaron de tal manera sus conceptos artísticos, que en alguna oportunidad le tocó aclarar: “Yo no soy un director peronista, pero soy un peronista que hago cine y eso en algún momento se nota. No planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”. Con sus muestras documentales despertó al máximo la polémica en su país, tanto que le tocó exiliarse y durante varios meses estableció su vivienda en Pereira, Colombia.
Mientras con sus desarrollos audiovisuales ponía a su nación a hablar sobre él, para bien o para mal dependiendo del color de la bandera política, con sus canciones hacía lo posible por potencializar los sentimientos y por hacer que su voz se destacara contando historias románticas, muy vivenciales.

Debutó en el mercado discográfico con el álbum Fuiste mía un verano, con el que obtuvo éxito en toda América Latina. A esa producción discográfica le siguieron otros registros de importante divulgación en todos los países de habla hispana. Leonardo Favio (1969), En España (1970); Vamos a Puerto Rico (1971) y Hola Che (1973) marcaron la ruta hacia convertirse en una de las voces de mayor reconocimiento en la escena romántica de América Latina.
Fue tanta la acogida que tuvieron sus realizaciones musicales, que en todos las naciones, menos en Argentina, empezó a tener más relevancia su propuesta musical que sus creaciones documentales y argumentales. Incluso en la actualidad, no todos sus fanáticos fuera de su país saben que Leonardo Favio es un director de culto y que en todas las encuestas que han hecho para conocer cuál película es la más representativa de Argentina, él siempre aparece liderando los listados.

Algunas complicaciones en su salud lo alejaron de la música hace casi un lustro. Por eso, los últimos trabajos discográficos suyos eran compilaciones o grandes éxitos. En cuanto a sus más recientes creaciones, se destacan Perón, sinfonía del sentimiento (1999) y Aniceto (2008). Leonardo Favio murió en Buenos Aires, después de padecer una neumonía de la que no se pudo recuperar. Ahora, el argentino entra a formar parte del cada día más amplio grupo de leyendas del arte.

El Favio que yo conocí
“…Mi familia no contaba cuentos, sino acontecidos. Recuerdo por ejemplo que mi abuelita Genoveva contaba que una vez… Ella lo contaba como un hecho cierto y a partir de esos relatos yo volaba. Entre eso, las velas, los rosarios y el Cristo, yo me iba armando mi mundo”
Por: Adriana Schettini, aschettini@clarin.com
Fue en noviembre. Exactamente el 30 de noviembre de 1993. Ese día, en el departamento del barrio de Once donde vivía Leonardo Favio, me senté, grabador en mano, en un sillón de mimbre, y me dediqué a preguntar y a escuchar durante largas tardes de numerosos meses. Después de ver esa obra maestra que es "Gatica, el Mono", me sumergí en un estado de gracia que casi no me permitía pensar en otra cosa que no fuera la filmografía de Favio. Quise saber más. Conocer el imaginario de ese artista genial. A eso se sumó mi fascinación por la entrevista como género periodístico: estoy convencida de que algo mágico se produce en el encuentro de dos personas y un grabador. Fui a ver a Favio, le propuse hacer un libro de entrevistas, y le sugerí que lo pensara tranquilo antes de responderme.

"No tengo nada que pensar. Lo hacemos", contestó. Y allí estábamos, pocos días después, el 30 de noviembre de 1993, Leonardo Favio y yo, sentados y listos para dar el primer paso de lo que resultaría una de esas road-movies que terminan hipnotizándote, y no querés llegar a destino por no perderte el placer que causa en el camino.

Consciente del tiempo y la energía que le iba a exigir ese largo recorrido por su vida y su obra, quise que se sintiera libre de plantar bandera a mitad de camino si la mochila se le hacía demasiado pesada.

Recuerdo haberle dicho a Luis Chitarroni, el editor de la entonces editorial Sudamericana, que estaba tan entusiasmado como yo con el proyecto, que no contara con el trabajo hasta que yo pudiera completar la larga serie de entrevistas, por las dudas. Las dudas estuvieron de más. Diez meses después de aquel 30 de noviembre de 1993, las entrevistas para "Pasen y vean. La vida de Favio" estaban terminadas. Y yo, resistiéndome a desalojar el sillón de mimbre desde el que había escuchado a Favio, magistral contador de cuentos, enhebrando palabras para llevarme a pasear por su universo.

Todavía lo puedo ver, desovillando la madeja de los recuerdos, las sensaciones, los olores y los colores, para poner ante mis ojos, con su decir pausado y cálido, un universo singular; pura magia, diría. Fue un viaje al asombro. Yo presenciaba, atónita, el desfile de la desmesura, la genialidad, la picardía y el gigantesco sentido del humor que Favio desplegaba ante cada pregunta.

Cómo le había marcado tal o cual escena a Graciela Borges, la superlativa señorita Plasini de "El dependiente". Cómo habían sido sus días infantiles en Luján de Cuyo, protegido por la tía Berta, entre velas, rosarios y pétalos de rosa. O sus noches internado en el Hogar El Alba, donde, sin sospecharlo, recogía la arcilla para lo que muchos años después sería "Crónica de un niño solo". O la filmación de la majestuosa escena de la muerte de Juan Moreira. O su fuga del Patronato de Menores hacia un destino de gloria. O el general Perón que conoció en Madrid. O el vértigo que sintió en el rascacielos de la popularidad, cuando el éxito de una canción, "Fuiste mía un verano", lo envolvió en el torbellino de la fama y el dinero. O su relación con Leopoldo Torre Nilsson, a quien jamás le escuché nombrar de otro modo que no fuera Babsy. Todo eso me fue contando Favio, entre tazones de mate cocido o café con vainilla.

El Favio que yo conocí fue de los que no distinguen soles ni lunas cuando se entregan a una tarea. Mil veces me llamó por teléfono en horas de la madrugada para contarme algún recuerdo que a la tarde, había escapado de su memoria y que le había llegado, de improviso, en el desvelo. Leonardo se tomó aquel libro de la única forma en que sabía tomarse las cosas: con pasión y prepotencia de trabajo. Aún puedo verlo, junto a la entrañable Graciela Borges, acompañándome en la presentación, que se hizo en la Feria del Libro, donde Favio nos regaló, además de su palabra, un minirecital.

A Favio le debo lo que todos: la obra de un cineasta incomparable. Pero además, le debo que haya abierto su memoria y su corazón para el que fue mi primer libro. Gracias, Leonardo, por la eternidad.
Señor, no sirvo en la batalla
un fusil en mi mano es hierro inútil
y si veo caer sangre, pierdo el habla.
No obstante, y a pesar de que avergüenza
pedir tamaña gloria,
Señor, te lo ruego,
yo quisiera imitarte en tu caída.
Dame el honor de verme muerto a bala
por un encargo de la oligarquía.
Poema de Favio publicado en "Pasen y vean. La vida de Favio"
Belleza, poesía y amor por lo popular, marcas del estilo autodidacta del Favio director
Belleza pictórica, tratamiento poético de la narración, trabajo intenso y minucioso con actores y seres verosímiles, y una profunda raigambre popular, componen el universo íntimo e inigualable que Favio desplegó en sus películas
Favio fue un cineasta autodidacta impulsado por una necesidad vital y aprendió gran parte de lo que sabía en los sets, trabajando como actor a las órdenes de directores experimentados como Leopoldo Torre Nilsson, Fernando Ayala, Daniel Tinayre, Manuel Antín, José Martínez Suárez, René Mugica y Rubén Cavallotti, entre varios otros.
Las magníficas imágenes de sus películas concentran preocupaciones humanas y elecciones estéticas que expresan la mirada del mundo y el imaginario poético de este artista cuya escuela fue la calle y la marginalidad, y también sientan las bases de un estilo, la marca que distinguirá a través del tiempo a un autor de su talla.

Pese a que se ganaba la vida como actor, Favio había filmado en 1958 el mediometraje “El señor Fernández”, que dejó inconcluso, y en 1960, el corto “El amigo”, en el que narraba en tono de fábula fantástica el drama de un niño lustrabotas en un parque de diversiones que soñaba con poder disfrutar de su niñez de igual modo que los niños que van al parque con sus padres.
Esta incipiente incursión de Favio en la dirección -cuyo origen más hondo estaba en la voluntad de impresionar a María Vaner, de quien estaba enamorado, y en la necesidad de deslumbrar a Torre Nilsson, su mayor referente- fue el preludio de un proceso de crecimiento creativo que culminaría con la filmación de “Crónica de un niño solo”, en 1964, y daría inicio a una obra inmensa y admirable.

Ese primer largometraje fue la génesis de una forma genuina y personal de transmitir grandes preocupaciones, amores y emociones a través de pequeños recursos que ayudan a decir mucho con muy poco, como la elección del fuera de campo y el desencuadre, la profundidad de campo, el plano secuencia, la coreografía interna del cuadro y la minuciosidad pictórica del encuadre.

Todas esas elecciones confluyeron en su primera película en una puesta en escena singular, intuitiva, que desarrolla sus complejidades con elementos tan mínimos como eficaces, y que expresan la capacidad de Favio para hacerse fuerte desde sus limitaciones y para equilibrar la desproporción que existía entre ciertas ideas brillantes y el escaso dinero que disponía para alcanzarlas.

Ese fue el germen de un estilo rústico y a la vez refinado que desarrollaría luego en “El romance del Aniceto y la Francisca” y “El dependiente”, filmes con los que completó una trilogía en la que el blanco y negro, el origen humilde de sus personajes y el ascetismo de los espacios que transitan, en lo que desplegó siempre un alto grado de lirismo, emoción y espontaneidad.

La pérdida de la inocencia y la proscripción de la pureza son temas que el cineasta volvería a explorar -con otros personajes y en otros momentos y circunstancias- en sus películas posteriores.
“El romance del Aniceto y la Francisca”, “El dependiente”, “Juan Moreira”, “Nazareno Cruz y el lobo”, “Soñar soñar”, “Gatica, el Mono”, “Perón, sinfonía de un sentimiento”: en cada uno de esos filmes Favio advierte acerca de la persecución impiadosa a la que la sociedad somete a aquellos que se animan a luchar por conservarse puros e inocentes, ajenos a toda imposición interna o externa.

Un niño huérfano de afectos y esperanza. Un hombre que lo pierde todo -su novia, su gallo de riña, su vida- al entregarse como un ciego a una pasión fugaz. Un gaucho que lucha a sangre y fuego por ser libre y mantenerse digno. Un hombre lobo enamorado y perseguido por desviarse de las reglas sociales y obedecer únicamente a su corazón. O un boxeador que alcanza lo más alto de la popularidad para trastabillar y resbalar hacia lo más profundo de la ignominia.

Todos sus personajes son seres frágiles, inocentes y apasionados, que se animan a soñar e intentan cambiar o superar su condición social, aunque la mayoría de las veces de manera infructuosa.

También lo es el hombre angustiado que encarna Hernán Piquín en “Aniceto”, su última película, un ballet cinematográfico que se erige como una versión musical de su propio filme de 1966 "Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más", basado en el cuento "El cenizo", de su hermano Jorge Zuhair Jury.

Atorrante de atorrantes -tal como él mismo se definió alguna vez-, alumno aplicado de lúmpenes, pícaros y marginales, Favio desplegó un cine hecho a corazón abierto, respetuoso de los excluidos y de seres que habitan las calles como prostitutas, estafadores, “manyagatos” y ladrones de poca monta.

Intuitivo y curioso, de personalidad empírica y autodidacta, su obra priorizó siempre la emoción, la humanidad de sus personajes, la belleza, la poesía y todo aquello que le surgía desde adentro, de lo más hondo de su ser, sin filtros, estrategias o especulaciones. Para él, ser cineasta era “un trabajo que se parece al que hacía cuando era pibe: soñar”.
Fabio cantante y compositor
Leonardo Favio sorprendió al lanzarse como cantante y compositor a fines de la década de 1960, cuando ya llevaba varios años de fama y respeto como actor y cineasta.

Sus temas impactaron por su cotidianeidad marcada por un fuerte sentimiento romántico, que muchos contemporáneos tomaron como referencias personales e hicieron suyos, al punto de hacerlos funcionar como música de fondo de sus propios amores.
A la altura de "Fuiste mía un verano" y "Ella ya me olvidó" las discográficas incluían esas canciones en los viejos vinilos al tiempo que también se editaban en formato simple, unos recordados discos de 17 centímetros de diámetro con un solo tema por lado.

Sus álbumes fueron "Fuiste mía un verano" (1968), "Leonardo Favio" (1969), "No juegues más" y "Vamos a Puerto Rico" (1971), "Favio 73" y "Hola che" (1973), "Era... cómo podría explicar" (1974), "Este es Leonardo Favio" y "Nuestro Leonardo Favio" (1977).

La lista sigue con "Hablemos de amor" (1978), "Aquí está Leonardo Favio" (1983), "Yo soy" (1985), "Te dejaré" (1990), "Antología musical" y "Un estilo" (1992), "20 de colección (1994), "Idolos de siempre" (1996), "Me miró" (1997), "Tesoros de colección I y II" y "De amor nadie muere" (2000), "Idolos de siempre" (2001) y "30 grandes éxitos I y II" (2010).
Imagen Costhanzo
Fuentes: El Espectador, TelAm, Clarín

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