Repensar el periodismo televisivo
Por: Emanuel Respighi
La desaparición y el posterior asesinato de Candela Rodríguez volvieron a poner en debate el rol de los medios de comunicación. Nuevamente, la televisión mostró su voracidad para correr más de la cuenta detrás de la noticia, que durante los últimos diez días ocupó buena parte de los noticieros y de las señales informativas. La “necesidad” de mantener el tema en pantalla a toda costa, aun cuando no había ningún tipo de información nueva que aportar, derivó en que en la última semana infinidad de versiones nunca confirmadas se lanzaran al ruedo mediático, con más liviandad que responsabilidad. El afán por la primicia, la búsqueda de audiencia, nunca son buenos consejeros para el periodismo televisivo, que ante cada caso policial de resonancia social suele resignar prudencia para ingresar en aguas peligrosas. La espectacularización televisiva, entonces, termina confundiendo el foco: la búsqueda de la verdad periodística es reemplazada por el menester comercial del rating.
Sin ponderar la real incidencia que las coberturas mediáticas pueden tener en la resolución de un caso policial de repercusión social, ya que se trata de una tarea imposible de cuantificar en términos objetivos, nadie puede soslayar el rol que la televisión tiene a la hora de difundir/ reflejar/construir (tache lo que no corresponda) la realidad. En ese contexto de mediatización audiovisual, una noticia amplificada en continuado bajo los parámetros del show televisivo condiciona la opinión pública. Y también funciona como una olla de presión, desvencijada, cuyo caldo formado de osadas opiniones vertidas e imágenes oportunas, no siempre colabora con la investigación policial y judicial. Incluso, en ocasiones, la puede interferir seriamente.
Más allá de las particularidades de cada caso, y de cada noticiero y canal, la mecánica televisiva se suele reeditar ante nuevos hechos policiales que toman estado público. Y el debate sobre el papel que jugaron (juegan) los medios apenas se esboza, tímida y periféricamente. No deja de sorprender que en tiempos en los que el periodismo político atraviesa una de sus crisis más importantes y reveladoras de su historia, el periodismo televisivo policial sigue indemne repitiendo viejos vicios. En la TV, parece, nadie se hace cargo de recoger el guante.
Esa falta de responsabilidad y premura profesional que, en general, se observa en la cobertura de casos como el de Candela, debería llamar a la reflexión de periodistas, gerentes de noticias y propietarios de medios. La reiteración de prácticas que afectan, o pueden hacerlo, el desarrollo de una investigación exige a esta altura la elaboración de un protocolo de acción que fije al periodismo televisivo ciertas pautas generales a la hora de cubrir un hecho no finalizado, que transcurre en el tiempo. Ese estatuto periodístico para casos excepcionales, como secuestros o desapariciones, debería para su cumplimiento ser redactado y consensuado entre todos los gerentes de noticias de cada canal de TV abierta y TV por cable. Un manual universal en el que se acuerde aquello sobre lo que se puede y lo que no se debe mostrar. Incluso, ese protocolo podía fijarse con el asesoramiento de las fuerzas de seguridad y/o de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA).
La elaboración de esa suerte de estatuto periodístico podría, en caso de concretarse, poner a los medios al servicio de la comunidad, bajo un paraguas de interés común y real por la rigurosidad periodística. Yendo un poco más lejos, e incluso como complemento de lo anterior, tal vez ha llegado el momento en que los noticieros y las señales informativas sean exceptuadas de las mediciones de audiencia. O, en todo caso, dado el interés comercial que los propietarios de los medios tienen, otra buena opción sería que se evalúe el rating de señales informativas y noticieros, pero que las cifras sean confidenciales. Es decir: que la AFSCA o el organismo al que le corresponda legisle la prohibición de que el rating de los servicios informativos no se puedan difundir públicamente.
La puesta en marcha de un estatuto de acción consensuado por la industria televisiva ante casos que continúan con el correr de los días, sumada a la idea de que el rating deje de ser un (perverso) condicionante periodístico, ayudarían a que noticieros y cadenas de noticias quiten la competencia de foco, para centrarse únicamente en la búsqueda de la verdad y la rigurosidad informativa. Sólo así, en este estado de cosas, la información podrá volver a constituirse en un bien social al servicio de la comunidad.
Entre el crimen y el show mediático
La exposición mediática desmedida puede perjudicar y entorpecer la investigación, advierten especialistas. Y critican que se tome el hecho como un caso de inseguridad. El análisis de Eva Giberti, Nora Schulman y el fiscal Andrés Devoto
Por: Mariana Carbajal
¿Cuál fue el papel de los medios en el caso Candela? ¿La alta exposición mediática favoreció la búsqueda de la niña o pudo haber entorpecido la investigación judicial? ¿Por qué concitó la atención de las cámaras y de un amplio sector de la población más que otros casos en los que familiares buscan chicas, chicos o adolescentes que han desaparecido de su hogar? La horrible muerte de Candela abrió una serie de interrogantes más allá de las dudas en torno de la autoría del crimen. PáginaI12 consultó a distintos especialistas, entre ellas a Eva Giberti, Nora Schulman y dos investigadores judiciales, que sumaron sus miradas al debate. En principio, Giberti y Schulman coincidieron en reclamar que no se confunda este dramático caso con un hecho de inseguridad y condenaron un aprovechamiento de sectores políticos de la tragedia. “No cualquier chica o chico puede ser Candela”, observó Giberti, al aludir a las particularidades de las circunstancias en las que habría sido secuestrada y que al parecer estarían relacionadas con un pase de factura a su familia. “Es un caso policial y nada más. No es un tema de seguridad”, enfatizó Schulman. Tanto Giberti como Schulman condenaron “el show mediático” montado en torno del caso.
Para Giberti, coordinadora del programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, se conjugaron dos situaciones que contribuyeron a que el caso tuviera tanta repercusión: “Es un momento político y social en el que todas las sensibilidades están muy expuestas y la figura de una niña, de 11 años, es la de la víctima propiciatoria, y que inmediatamente convoca la imagen de la trata, que es un tema que está en la superficie. Afortunadamente ya se instaló en el imaginario social la existencia de la trata de mujeres, pero en este caso la imaginación derrapó porque no se trataba de un secuestro de redes que explotan mujeres. Hay una sensibilización reactiva de la comunidad ante estímulos espantosos como éste. Como si Candela hubiera sintetizado las cosas horribles que pensamos que nos pasan, que en realidad no le pasan a todos”, observó Giberti.
“Hubo un circo mediático. Los chicos que se pierden o extravían no se encuentran por la fotito en diarios y la exposición en la televisión. La información en estos casos debe tomarse con prudencia”, opinó Nora Schulman, coordinadora del Comité de Seguimiento de la Convención Internacional de los Derechos del Niño. En un sentido similar se pronunció la coordinadora del Registro Nacional de Información de Personas Menores Extraviadas, Cristina Fernández: “Hubo un papel vergonzoso de los medios. No se puede difundir una foto de los chicos porque hay derechos que deben ser cuidados”, explicó la titular del organismo que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.
¿Sirve difundir la foto de la niña, niño o adolescente que de- saparece de su hogar? Consultado por PáginaI12, el fiscal general adjunto de Avellaneda, Andrés Devoto, consideró que en un primer momento puede ayudar a encontrarla. Pero si a las 48 horas no apareció, la presión mediática puede entorpecer la investigación. Desde que se denunció la desaparición de Candela, las cámaras de televisión registraron casi cada paso que se daba en la búsqueda policial, al punto que un día la gente del barrio de Hurlin-gham sabía que iba a haber un rastrillaje en la zona y ponía a su disposición las casas para que los efectivos policiales ingresaran y la busquen allí. Las cámaras estuvieron presentes incluso en el momento en que la mamá de Candela, Carola Labrador, hizo el miércoles el reconocimiento del cuerpo de su hija, dentro de una bolsa de plástico negra. “No es bueno que quien secuestra sepa la actividad investigativa de la Justicia y la policía. Que la gente supiera cada movimiento fue un sinsentido. Si la idea era comunicar todo para darle transparencia a la investigación es un error. En ese momento lo primero, segundo y tercero es salvar la vida, no mostrar supuesta eficiencia y sobreactividad”, opinó otro investigador judicial con experiencia en casos de secuestro y trata. “En algunos casos de secuestros extorsivos largos y que el secuestrador dejó de comunicarse por una semana o más tiempo, algunos fiscales federales usaron los medios de comunicación para difundir alguna noticia falsa acerca de un pago de rescate, para motivar a los captores a que restablezcan el diálogo. Pero nunca las pistas del caso y la investigación se develan hacia afuera hasta que el caso se concluye”, resumió.
Fuente: PáginaI12