sábado, 24 de julio de 2021

Asesinos por encargo: una aproximación al mundo de los sicarios

Por: Federica Pérez

En Uruguay, en seis historias, el sociólogo Gustavo Leal indaga sobre los motivos que llevaron a estas personas a matar y sobre sus vidas, a menudo signadas por la necesidad y el desapego.

Su paso por el Ministerio del Interior como director de Convivencia fue lo que motivó al sociólogo Gustavo Leal a acercarse al mundo de los sicarios, compuesto de muchos actores, motivos y complicidades.

No son más de cinco las preguntas que disparan al autor a comenzar el libro y que luego son contestadas en su transcurso por los propios protagonistas, que accedieron a contar los motivos que los llevaron a estar, en casi todos los casos, más de la mitad de sus vidas en prisión. Desde niños y por falta de educación, ausencias o conflictos familiares, obsesión, ajustes de cuentas, meros encargos o necesidad, son algunas de las razones que unen seis relatos, vidas y, sobre todo, muchas muertes.

“El término ‘sicario’ es una palabra que la Real Academia Española (RAE) reconoce como un asesino asalariado”, explica el libro en el comienzo. Sin embargo, en las historias reales que luego relata deja en evidencia un abanico de presentaciones que sobrepasan la definición: sicarios son hijos, hermanos, padres, cuñados y hasta patriotas que matan por su bandera sin recibir ni un solo peso a cambio.

“El crimen más sangriento de la ciudad de Rivera” es como Leal define el plan de una profesora de Biología que, tras muchos años de mala relación con su cuñado, el hermano de su esposo, decidió ponerle fin a la vida de él, su esposa y su hijo de apenas dos años, que iba a cumplir tres al día siguiente de ser asesinado. El objetivo era claro: quedarse con todos los bienes que desde hacía años eran el gran motivo de la disputa familiar.

Paola Fraga participó en el homicidio, de hecho asesinó a una de las víctimas, pero no lo hizo sola: contrató a Fernando Portillo, un sicario de 19 años. “Estuve sentado en la plaza Artigas, frente a la Jefatura, pensando en entregarme, pero no me animé. A mí no me daba la cara para decirle a mi madre lo que había hecho”, le relata al autor del libro, años después de lo sucedido. Aquel trabajo le costó 25 años de prisión, saldrá de la cárcel en 2028, con más de 40 años de edad. Portillo abandonó la escuela en cuarto año, sin saber leer ni escribir, y desde entonces comenzó a trabajar para contribuir en la alimentación de sus hermanos y pasó de arreglar el jardín de Fraga a matar e involucrarse en el final de una familia entera. En la entrevista con el autor declara que de su infancia no recuerda nada: para el sicario son años que se borraron de su memoria como si nunca hubieran existido.

Su madre fue quien lo motivó a aprender a escribir cuando estaba en la cárcel; lo hizo para poder escribirle una carta. Tiene dos hijas que nunca conoció. Con una se comunica por teléfono; con la otra, ni siquiera eso. Cuando Fraga lo contrató lo primero que le dijo fue: “Fernando, quisiera hablar con vos, necesito que me hagas un servicio”, cuenta. Agrega que él no quería matar al niño y que de esa muerte se enteró tiempo después, pero aquel día le dijo a la profesora: “Vos matás al niño y yo te parto al medio y te dejo tirada acá como un perro”. Reconoce aquel encargo como “el momento más triste” de su vida y se arrepiente de haberlo hecho; “no soy sicario de alma”, dice.

Al igual que Portillo, Rubén, alias “el Fofón”, tenía 19 años cuando se convirtió en sicario casi por casualidad. Un día de marzo, cuando fue a acompañar a una amiga que llevaba a un familiar a la escuela de Casavalle, el integrante de una de las bandas que en ese momento se enfrentaban le puso un arma en la mano y le encargó dispararle a una mujer de otro bando, que se encontraba a pocos metros de él. Lo hizo, pero la bala no impactó en ella sino que entró en el corazón de un niño de 12 años que había ido a acompañar a su primo a la escuela.

Rubén abandonó la educación en los primeros años y a causa de eso es analfabeto, al igual que su madre. Cuando se convirtió en sicario su hijo tenía un año y medio de edad. “Disparé porque me vino un flash” y “me hicieron una macumba” son las razones que para él justifican el hecho. En la segunda entrevista con Leal reconoce haber estado drogado en el momento del hecho; “cuando caí en cuenta ya estaba en cana”, dice desde la prisión en la que cuenta los días para salir. Lo hará en la primavera de este mismo año.

Leonardo, de casi 30 años, no estaba muy convencido de realizar el encargo, pero luego de seis meses de conversaciones y encuentros con Miguel, el hermano de su víctima, y de haber recibido varios pagos por adelantado, en enero de 2019 recibió una llamada en la que se le dijo: “Tiene que ser hoy”. Miguel nunca le confesó a la Justicia que quería matar a su hermano, engañó a la Policía al igual que a Leonardo, a quien tampoco le dijo que Javier era su hermano. “Me dijo que era para matar a un violador de un niño de tres años que había quedado libre por artilugio” y “acepté también porque tengo un hijo que en ese momento tenía esa edad”, le cuenta al autor de Sicarios.

Ese mismo año y en el mismo barrio, Erwin, alias “el Coco”, le pidió a una persona de su confianza que le encargara a un sicario matar a un hincha de Nacional. Esa persona terminó siendo Gaby Costa. Junto a su novia, quien antes de acompañarlo le contó que le daría un hijo, emprendió viaje hacia la avenida 8 de Octubre, donde en la esquina de la calle Presidente Berro efectuó seis disparos en cuatro segundos. Uno de ellos provocó la muerte de Emanuel, un hincha de Nacional que festejaba en el lugar acompañado de su novia, que también fue lastimada a causa de otro de los disparos. Un año después, fue condenado y saldrá de la cárcel cuando tenga 51 años. Con 27 años es la cuarta vez que cae preso y confiesa que “no era para matarlo, pero pasó y ta”.

Nadie visita a Gaby en la cárcel. Repitió la escuela en varias oportunidades hasta que la abandonó. Consume drogas desde los 13 o 14 años, asegura que luego del episodio que lo llevó a en la cárcel quiere “colgar los guantes”.

Vínculos con el narcotráfico
Los apodos son comunes en los jefes que contratan, muchas veces por llamadas telefónicas y desde la cárcel, pero también en los mismos sicarios. Marcio Portes, el “Muito Loco”, es un sicario que ha matado a muchas personas. “Me mandaron a cobrar, ellos no pagaron 35 kilos de pasta base y yo vine a matarlos y a cobrarles”, asegura. Se presenta como un soldado del Primer Comando de la Capital (PCC) –una de las organizaciones criminales más grandes de Brasil– y en 2018 llegó a Uruguay desde Brasil a prestar servicio al jefe de un grupo de narcotraficantes de Rio Grande do Sul que controla la ruta del tráfico de armas entre Rivera y Brasil. No recuerda cuántas personas mató, y en enero de 2018, luego de estar más de 11 años en la prisión y al comenzar con salidas transitorias, se arrancó la tobillera electrónica que portaba por obligación y pasó a ser un miembro clandestino del PCC, con una nueva identidad y un nuevo rol en la organización, y se trasladó a Uruguay.

Con el nombre de Valden Padinha llegó al país y entre abril y mayo de 2019 mató a tres personas. Por cábala, lo hizo el mismo día y a la misma hora, con una semana de diferencia. En uno de sus encargos falló: la víctima, al sospechar del hecho, se colocó un chaleco antibalas. Aun así, Muito Loco fue condenado por dos delitos de homicidio muy especialmente agravado y uno en grado de tentativa, también por uso de documentación falsa, sumando una condena de 27 años de prisión.

Nació en Porto Alegre y es casi analfabeto. A sus 39 años carga con casi una decena de homicidios, pero nunca pierde la sonrisa. En una entrevista con Leal, en el módulo 8 de Santiago Vázquez (ex Comcar), confiesa que “un combatiente nunca está triste, no llora por nadie” y asegura que una vez recuperada su libertad, nunca más volverá a Uruguay. Mató a su padre, vendió droga en la calle desde los seis años. Cuenta que mató por el PCC, que no le pagaron por ninguna de las tres muertes.

Algo en común
Al igual que Portillo, Gaby Costa también abandonó la escuela. Ninguno de los dos recuerda nada de su infancia, esa etapa se borró de sus memorias. El papá de Costa lo maltrataba, al igual que a Leonardo el suyo. Cuando Ruben se convirtió en sicario su hijo tenía la misma edad que una de las víctimas de Rivera, del episodio que convirtió en sicario a Portillo. La madre de Gaby Costa nunca fue a prisión a verlo, pero el tatuaje de “mamá te amo” que el delincuente tiene en su piel es la esperanza de que algún día eso suceda. Las madres de sus hijos son un motivo para pensar en el afuera o las que los iniciaron en la delincuencia. Ser padres puede ser el motivo que los lleva a no incluir niños dentro de sus víctimas; en otros casos, por el contrario, sus víctimas no significan nada, directamente son “bolsas de basura” para algunos de ellos.

Culpan a la necesidad, las macumbas y la mala racha por sus actos, o simplemente confiesan haber elegido ese camino a pesar de tener otras opciones. Por comer, querer vestirse mejor o no conocer otra manera de transitar la vida, porque alguien puso un arma en sus manos en cuestión de segundos, y, sobre todo, por grandes cantidades de dinero.

"La maldad que el Coco me encargó"
Resumen del capítulo 4, en el que cuenta el trato que hizo el sicario que asesinó a Lucas Langhain, a la salida de un clásico por encargo de Edwin "Coco" Parentini, el autor material del asesinato del hincha de Nacional
El domingo 15 de diciembre de 2019, el estadio Centenario fue el anfitrión de un nuevo clásico del fútbol uruguayo. En esa oportunidad, Nacional derrotó a Peñarol 1 a 0 y se consagró campeón del Campeonato Uruguayo 2019. Un amplio despliegue de seguridad fue coordinado desde muchos días antes entre la Comisión de Seguridad de la AUF, los clubes involucrados y el Ministerio del Interior.

El día anterior, el Coco Parentini se puso en contacto con Matías, una persona de su confianza en Cerro Norte, y a través del celular hizo un pedido: “Hermano, escuchame, hermano. Fijate si rescatás un pibe. En una moto, ¿sacás?; o cualquiera en un auto que lo deje a la vuelta [del Parque Central] que le voy a dar la pistola al ñery, ahí cuando vayan saliendo todos del Parque, ñery. Haceme el dos Gordo, jugamos callados y lo hacemos entre nosotros. Esto es por lo que pasó, por lo que perdimos, porque son ellos, porque somos distintos a los demás”.

El “pibe” que rescató el amigo del Coco era Gaby Esteban Costa Díaz, alias el Gucci. Ambos se conocían porque en algunas ocasiones habían realizado “un par de trabajos juntos, pero ninguna maldad así como esta. Ninguna y nunca”, asegura el sicario.

Él afirma que cuando le dijeron que Parentini estaba del otro lado del teléfono “ya sentí cosas de maldad que él me iba a decir. No sentí que me iba a decir cosas buenas como antes que me decía: ‘Hola, ¿cómo andás?, ¿Todo bien?’. No fue así. Él me llamó y ya empezó que pum y que pan, que tengo una movida para hacer, que tengo esto y lo otro”.

Luego del mediodía del domingo el Coco Parentini recibió un audio en su teléfono. Era una mujer que le decía: “Te mandé las 15 balas, el ‘chupete’. Las 15 balas te mandé, ¿ta?” El Chupete era una pistola Taurus 9 milímetros.

Un rato más tarde, Matías le informa a Parentini que Gaby Costa “ya tiene el chupete”. A su vez, le solicita información: “¿Cuánto le vas a dar al pibe? El pibe dice cuánto le vas a dar”, insiste.

Según Gaby Costa, él quería saber de antemano cuál era el arreglo, ya que al principio no quedaba claro. Rápidamente Parentini le envía un nuevo mensaje a Matías: “Al pibe ahora cuando venga ñery, que venga la madre de la Sole, le doy la plata y le doy la ‘porquería’, ñery. Eso decíle. Ponémelo en el teléfono ahí”.

Y efectivamente eso sucedió. Gaby Costa escuchó directamente de Parentini por el teléfono la oferta: serían diez mil pesos y tres pilas de pasta base, unos 30 gramos de droga porque cada pila tiene aproximadamente 10 gramos.

Gaby Costa estaba consumiendo pasta base cuando lo contactaron: “Estaba drogado”, recuerda. “Él me ofreció la plata y me agarró fisurado en un momento. Me insistió hasta que le dije que sí. Fue por plata, fue por plata. Me agarró drogado y me agarró emparrillado de pasta y ta. Y uno emparrillado de pasta y fisurado, ¿viste cómo es?

Eran alrededor de las 15 horas cuando el acuerdo se cerró: “Él me llamó antes de empezar el partido y me ofreció si quería ir antes que empiece el partido o después. Él me dijo: ‘¿podés ir 181 ahora?’ Y yo le dije no, no. Yo ahora no voy. Y entonces me dijo: ‘vas después a la salida entonces’”.

Gaby Costa aceptó y le quedó claro lo que tenía que hacer. “Él me dijo ‘andá a disparar a la barra’”. Dice que no quiso ir antes de empezar el partido para disparar en la entrada de la tribuna Colombes porque con el despliegue de seguridad que había, seguramente no podría salir sin que lo identificaran. Por eso dijo que lo haría a la salida del estadio.

Por sugerencia de Coco Parentini, Gaby Costa fue con su pareja para pasar más desapercibido.

–Yo la fui a buscar a Sole para ver si podía ir conmigo. “Mirá, esto es pim, pum pam…”, recuerda haberle explicado.

–¿Y le dijo lo que iba a hacer?

–Claro, le expliqué. Es que el Coco me dice: “Rescatá a una gurisa”.

–¿Pero para qué?

–Para que me acompañara a 18 de Julio y así no iba solo y no mataba mucha onda. Viste que la Policía si te ve que sos terrible plancha y si estás solo, te paran. Y yo tenía un fierro.

–¿O sea que la idea era que parecieran una pareja?

–Claro, así caminando normal.

–¿Y eso se le ocurrió a él o a usted?

–Al Coco.

–¿O sea que armaron una pareja para despistar?

–Sí, ya éramos pareja igual. Ella es mi novia.

–¿Pero ella sabía a qué iba?

–Sí, yo le expliqué y le iba a dar la mitad de la plata y la mitad de la droga. Ella fuma pipa, fuma pasta conmigo. En esa conversación me dijo que estaba embarazada, así que seré papá otra vez.

De esa forma, María Soledad Álvez Mesa, de 21 años, se enroló como sicaria.

Gaby Costa pasó a retirar por la casa de una mujer un morral con el arma y la plata. A su vez ella le da un teléfono, a través del cual Coco Parentini lo estaría llamando por video- llamada de WhatsApp. Para tener las manos libres y estar más cómodo (...)

Gustavo Leal
Sociólogo (Udelar, 1993). Postgrado de Especialización en Altos Estudios de Comunicación Social en la Maestría en Comunicación Social (Ucudal, 1997). Diplomado en Políticas Sociales en la Maestría en Políticas Sociales (Claeh, 2004).Se ha desempeñado como consultor de organismos internacionales (PNUD, Unicef, Unesco, BID, OEAIIN) y de organizaciones de la sociedad civil.Ha trabajado en proyectos de intervención social y evaluación de políticas públicas en Uruguay y en diversos países de la región, entre los que se destacan: Panamá, Nicaragua, México, República Dominicana y Colombia. Fue docente de Sociología Urbana de la Facultad de Arquitectura y de Comunicación Social en la Udelar. Ex director del Observatorio Montevideo de Inclusión Social (IMM).Entre 2012 y 2020 fue asesor del Ministerio del Interior en Uruguay y luego director de Convivencia y Seguridad Ciudadana.
Historias de sicarios en Uruguay. Gustavo Leal. Penguin Random House. Edición Debate, 2021. 328 páginas.
Fuentes: La Diaria, Debate, Señales

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