domingo, 25 de febrero de 2018

Neil Sheehan, el verdadero héroe de los Papeles del Pentágono

Uno de los más grandes corresponsales de guerra de Vietnam, sufrió el espionaje y la persecución ordenada por el presidente Richard Nixon en represalia por haber destapado “la madre de todas las mentiras” sobre la intervención militar estadounidense
Por: Ángel Páez
La primera condecoración que el reportero Neil Sheehan recibió por destapar los Papeles del Pentágono, incluso antes de ganar el premio Pulitzer por la extraordinaria primicia, se la dio el presidente Richard Nixon. “Ese Neil Sheehan del (diario The New York) Times es un bastardo. Lo ha sido todos estos años respecto a Vietnam”, dijo Nixon el 14 de junio de 1971, al día siguiente de la publicación de la “madre de todas las mentiras” sobre la guerra, según la grabación de la reunión que sostuvo con su principal consejero, Bob Haldeman. Mientras Nixon afirmaba a los estadounidenses sobre la victoria inminente de sus tropas en alianza con los militares survietnamitas en contra de los comunistas de Vietnam del Norte, los documentos secretos expuestos por Sheehan demostraban que no era verdad y que la derrota era muy probable. En lugar de una medalla, el periodista recibió un insulto. Y no sería el único.

Nixon estaba obsesionado por identificar a la fuente de Sheehan. Creía que se trataba de una “conspiración comunista”. Pronto sus hombres señalarían al analista de inteligencia militar Daniel Ellsberg como el filtrador de los Papeles del Pentágono. El presidente quería castigo ejemplar para que a otro periodista no se le ocurriera hacer lo mismo: poner en evidencia las mentiras del gobierno. En una grabación del 15 de junio de 1971, que registra el diálogo entre Nixon y su consejero de seguridad, Henry Kissinger, Sheehan es maltratado:

-Nixon: En mi opinión, (la publicación) es parte de una conspiración.

-Kissinger: Oh, sí.

-Nixon: De lo contrario, no me importaría. Alguien le entregó (los Papeles del Pentágono). Henry, se trata de una conspiración. ¿Entiendes?

-Kissinger: Ahora lo creo. Antes no lo creía, pero ahora sí lo creo.

-Nixon: (...) El tipo que ha filtrado los documentos, sea (Leslie H.) Gelb (de Brookings Institution), o el tipo de RAND Corporation (Daniel Ellsberg), es parte de una conspiración (Brookings y RAND participaron en la elaboración de los Papeles del Pentágono). Neil Sheehan es un bastardo. Lo conozco desde hace años.

-Kissinger: ¡Oh,sí!

-Nixon: Es un terrible hijo de puta... 

Neil Sheehan no esperaba menos de Nixon, un enemigo de la libertad de prensa que usaba fondos públicos para neutralizar a los reporteros de investigación que estaban detrás de sus actos de corrupción y de traición. Maquinó en secreto contra el periodista, como lo confirma el audio del primero de julio de 1971. Es una conversación entre el director del FBI, J. Edgar Hoover, este le confirma que quien suministró los documentos a Sheehan fue Daniel Ellsberg, y que este estaba relacionado con Sheehan:

-Hoover: Creo que debemos ser muy cuidados con lo que hacemos respecto al caso de este tipo (Daniel) Ellsberg.

-Nixon: Mmm…

-Hoover: Porque una vez más, van a pretender convertirlo en un mártir.

-Nixon: Mmm...

-Hoover: (...) Después del pronunciamiento del Tribunal Supremo (que falló a favor de la continuación de la publicación de los Papeles del Pentágono), dudo que seamos capaces de conseguir que lo condenen. (...)

-Nixon: Bueno, me gustaría revisar a las personas a su alrededor. Creo que aquí tenemos un caso de conspiración.

-Hoover: Exactamente. Por supuesto. Tenemos a Neil Sheehan, del New York Times. (...).

-Nixon: [Riéndose entre dientes] ¿También en esto?

-Hoover: Oh sí, también lo está. 


Sheehan alcanzó relevancia como corresponsal de guerra porque prefería usar fuentes propias, a diferencia de la mayoría de medios que recurrió a los voceros oficiales, y sus despachos solían ser críticos sobre la estrategia militar porque consideraba que el alto número de víctimas civiles era un precio demasiado alto que no aseguraba la victoria. Cuando Ellsberg lo llamó el 2 de marzo de 1971 para que revisara los Papeles del Pentágono, confirmó lo que había visto en los campos de batalla del sudeste asiático: la guerra era un fiasco y mucha gente moría por un objetivo perdido. Con la misma pasión, ímpetu y resolución con que reportaba desde la azotada, bombardeada y arrasada Vietnam, Sheehan publicó el primer capítulo sobre los documentos secretos en la primera plana del Times, el domingo 13 de junio de 1971. Esto es lo que desató la furia de Nixon:

Archivos de Vietnam: Estudio del Pentágono registra 3 décadas de la intervención de los Estados Unidos

Un amplio estudio dispuesto por el Pentágono hace tres años sobre la participación de Estados Unidos en la guerra en Indochina, prueba que cuatro administraciones (de la Casa Blanca) paulatinamente se comprometió con el Vietnam no comunista y se involucró en una lucha contra (Vietnam del) Norte para proteger el (Vietnam del) Sur, con un frustrante resultado en este propósito mucho más grande que lo que se ha reconocido en recientes declaraciones oficiales.

El análisis de 3.000 páginas, que tiene como anexo otras 4.000 páginas de documentos oficiales, fue encargado por el secretario de Defensa, Robert McNamara, y estudia desde la participación estadounidense en el sudeste asiático desde la Segunda Guerra Mundial hasta marzo de 1968; y continúa con el inicio de las conversaciones de paz en París, luego que el presidente Lyndon Johnson puso un límite a nuevos compromisos militares y reveló su intención de retirarse (del conflicto). Buena parte del estudio, y varios de los documentos adjuntos, fueron obtenidos por The New York Times y a partir de hoy serán presentados y descritos en una serie de artículos.

Aunque no es precisamente una historia completa, no obstante que contiene 2.5 millones de palabras, el estudio representa un extraordinario archivo sobre el proceso de toma de decisiones del gobierno sobre Indochina en las últimas tres décadas. El estudio condujo a los analistas e investigadores a establecer entre 30 y 40 conclusiones amplias y hallazgos precisos, entre los que incluyen:
  • Que la decisión del gobierno de Truman de entregar ayuda militar a Francia en su guerra colonial contra los comunistas dirigidos por el Vietminh (Frente por la Independencia de Vietnam) "involucró directamente" a los Estados Unidos en el conflicto de Vietnam y "definió" el curso de la política norteamericana en Indochina.
  • Que la decisión del gobierno de Eisenhower de rescatar a Vietnam del Sur de la amenaza comunista y de intentar socavar al nuevo régimen comunista del Vietnam del Norte, le dio a la administración estadounidense “un papel directo en la ruptura definitiva del Acuerdo de Ginebra” suscrito para Indochina en 1954.
  • Que el gobierno de Kennedy, si bien se libró de las órdenes de escalada militar debido a la muerte del presidente, transformó una política de “riesgo limitado” que había heredado, en otra de “amplio compromiso”, lo que dejó a Johnson con la opción de elegir entre más guerra o la retirada. 
Incluso varias días después de la publicación, Nixon persistió en dar caza a Sheehan. Según una grabación del 2 de julio de 1971, tres semanas después de la primicia de los Papeles del Pentágono, Nixon instruyó a sus consejeros Bob Haldeman y Charles Colson que Sheehan recibiera castigo por haber ventilado los secretos sobre la guerra de Vietnam. Recomendó que tuvieran mucho cuidado que no se viera la mano del jefe de Estado:

Necesito que (J. Edgar) Hoover (director del FBI) se meta en esto. Quiero decir, tratar con Hoover acerca de este asunto conspirativo (la publicación de los papeles del Pentágono). El Presidente no debería ser relacionado directamente en esto. ¿Entiendes mi posición? Así que habla con (John) Mitchell (fiscal general, amigo íntimo de Nixon). Dile que pienso que debemos involucrar a Hoover y que le diga que trate esto como una conspiración. Creo que además debemos salir en busca de otras personas más. Y respecto a Sheehan, no es necesario tenerlo fuera del New York Times, especialmente ahora que estoy hablando del asunto. Sin ninguna duda, él es definitivamente culpable. Pero si persigues a un periodista, estarás en una situación muy complicada. (...) Quiero atrapar a uno de esos tipos (Sheehan y Ellsberg). ¡Tenemos que hacerlo!

Haldeman y Colson son los mismos tipos que después aparecieron implicados en el caso Watergate, en 1972, y por su lealtad con el corrupto Nixon terminaron en la cárcel. En cambio, el presidente renunció para librarse de la sombra. La lealtad de Neil Sheehan era con la verdad.

Halcones y palomas
Los Papeles del Pentágono demostraban que los presidentes Dwight Eisenhower, John Kennedy y Lyndon Johnson ocultaron a los ciudadanos el fracaso militar en el sudeste asiático, y que incluso manipularon el conflicto con fines electorales. Nixon actuaba igual. Lo que hizo Neil Sheehan fue revelar un secreto de Estado que escondía una brutal mentira. Trabajo periodístico puro y duro.

Sheehan estaba muy lejos de ser un “comunista” o “traidor” o “vendido al enemigos”, como lo llamaba Nixon. El truhán de la Casa Blanca sabía perfectamente que el reportero estaba a favor de la guerra en Vietnam para impedir la expansión del comunismo. Sheehan no tuvo que leer los Papeles del Pentágono para enterarse de que la estrategia estadounidense era completamente inútil ante una población que se identificaba con los Vietcong. Había sido corresponsal de guerra en Vietnam para la agencia United Press International (UPI), entre 1962 y 1964, y del diario The New York Times, entre 1964 y 1966. De regreso fue asignado como periodista de investigación en el Pentágono y en la Casa Blanca, puesto que desempeñaba cuando destapó los Papeles del Pentágono. Así que insinuar que Sheehan era un comunista, un radical o un extremista, carecía de cualquier sustento.

Al concluir las largas temporadas en el infernal terreno de conflicto -cuatro años antes de la aparición de los Papeles del Pentágono- Sheehan escribió un amplio reportaje titulado “No una paloma, pero no más un halcón”, en el que profetizó la derrota estadounidense si la Casa Blanca no cambiaba la errónea estrategia que se sustentaba en el arrasamiento de la población que apoyaba el alzamiento comunista, algo que también mencionaban los documentos secretos:

Recuerdo claramente la emoción al subir a bordo de un helicóptero del Ejército de los Estados Unidos en una fresca mañana, despegar y atravesar los arrozales con un batallón de Vietnam del Sur que se dirigía a combatir las guerrillas del Vietcong. Había esperanza de que los vietnamitas no comunistas ganaran la guerra. Estaba orgulloso de los jóvenes pilotos estadounidenses sentados en la cabina y agradecí la oportunidad de presenciar esta aventura y reportarla a los lectores. Entonces pensaba: estamos luchando y algún día triunfaremos para que este sea un mejor país.

Surgieron muchas decepciones en los primeros dos años, pero cuando dejé Vietnam en 1964, todavía me sentía un halcón, para usar el lenguaje de esos días. En 1965, regresé a Saigón (capital de Vietnam del Sur) en 1965 por un año más y noté que muchas cosas habían cambiado. Al momento de mi primera partida de Vietnam, había 17,000 soldados estadounidenses y ahora son 317,000; lo que me hace sentir que si bien no soy una paloma, ya no soy un halcón.

Cuando publicó el reportaje citado, Sheehan desconocía que el 17 de junio de 1967, durante el gobierno de Johnson, el entonces secretario de Defensa, Robert McNamara, formó un equipo para que estudiara la historia de la participación estadounidense en la guerra de Vietnam. El grupo sería integrado por Daniel Ellsberg, quien combatió a los Vietcong y conoció a Sheehan durante la guerra. Luego de pasar al retiro, Ellsberg se hizo analista militar y se convertiría en la fuente que en 1971 filtró a Sheehan los Papeles del Pentágono. “Los Papeles del Pentágono llegaron a manos de Neil Sheehan porque era Neil Sheehan”, escribió con certeza William Prochnau, corresponsal de guerra que hizo amistad con el reportero del Times en Vietnam. Sheehan quería el triunfo de su país, y Ellsberg estaba en contra de la guerra, sin embargo confió en el criterio del reportero del Times, quien, efectivamente, no traicionó la confianza de su fuente.

Mientras tanto, Nixon buscaba atrapar a Sheehan.


Enemigo del periodismo
Al día siguiente de la publicación, el lunes 14 de junio de 1971, el presidente Nixon y su amigo, socio y fiscal general, John Michell -quien también iría a la cárcel por su implicación en el caso Watergate-, elaboraron una comunicación dirigida al Times en la que se indicaba que el periódico había violado la Ley de Espionaje, perpetró “una gravísima injuria a la seguridad nacional” y exigió la devolución de los Papeles del Pentágono al Departamento de Defensa. Inmediatamente, el martes 15 de junio, el Departamento de Justicia logró que por primera vez en la historia de los Estados Unidos se silenciara al diario para que no ventile más secretos de Estado.

Es entonces que se inició la otra historia en la que el periódico The Washington Post asumió una actuación protagónica. El director Ben Bradlee entendió perfectamente la situación y con sus editores y periodistas buscó una copia de los Papeles del Pentágono. La dueña de la empresa, Katharine Graham, tuvo en principio temor por las represalias de Nixon, que incluían una amenaza de hundir a la compañía periodística, pero al final prevaleció el interés público.  Daniel Ellsberg, la fuente de Neil Sheehan, ante la censura recaída sobre el Times, aceptó entregar otra copia al Post. Y, cuando otra resolución judicial promovida por Nixon también silenció a este diario, Ellsberg decidió repartir más copias a otros periódicos que también lo divulgaron.

Finalmente, el 30 de junio de 1971 la Corte Suprema falló a favor del Times, y junto con el Post reanudó la exhibición de los documentos secretos. En la película de Steven Spielberg, The Post, el relato gira alrededor de la reacción del periódico de Washington luego que Neil Sheehan destapara la exclusiva sobre los Papeles del Pentágono. Quizás la parte más relevante es cuando el alto mando del Post se enteró que el periodista que estaba a cargo del caso era Sheehan. Sabían que era el mejor de todos. Y tenían razón, porque el equipo del Times, y no del Post, ganó el premio Pulitzer por exponer “la madre de todas las mentiras” sobre la guerra de Vietnam.

El mejor de todos
Hijo de padres inmigrantes de Irlanda, Cornelius Mahoney “Neil” Sheehan nació el 27 de octubre de 1936 en la pequeña localidad de Holyoke, en Massachusetts. En 1958 se graduó con distinciones como historiador por la Universidad de Harvard, donde dirigió la revista literaria Harvard Advocate. Entre 1959 y 1962 combatió como oficial del ejército durante la guerra con Corea, en la 7° División de Infantería, cuyo periódico también dirigió. Luego fue enviado al cuartel de Tokio, donde editó la revista Bayoneta. Ahí comenzó su carrera como corresponsal de la agencia de noticias United Press International (UPI), que le encargó la misión de cumplir servicio en Vietnam. En 1964, por su extraordinario trabajo, el Times lo reclutó para que estuviera una temporada más en los principales teatros de operaciones de la guerra en Indochina.

Con David Halberstam y Malcolm Browne, Neil Sheehan formó parte del trío de corresponsales de guerra en Vietnam más eminentes y respetados. Los tres solían informar sobre el curso del conflicto de un modo diferente a los comunicados oficiales que reproducía la prensa que respondía a los dictados de Nixon. Browne, que trabajaba para la agencia Associated Press (AP), recordó los primeros días de Sheehan en Vietnam:

Como yo, Sheehan -mi competidor como corresponsal de la agencia UPI a principios de la década de los 60, era un ex soldado acostumbrado a las tradiciones militares y a seguir órdenes. Neil y yo también habíamos recibido el adoctrinamiento de las agencias de noticias que invariablemente exige suprimir introducir la opinión personal en las noticias. La acusación de algunos de nuestros críticos de que acordábamos difundir noticias similares era una tontería. Fuimos colegas amistosos con el mismo espíritu que un fiscal y un abogado defensor alcanza después de horas de trabajo, lo suficiente como para tomar una cerveza juntos. Los periodistas que compiten entre sí no pueden discutir cómo presentar las noticias, de la misma manera que los oficiales de dos ejércitos opuestos tampoco debaten sus estrategias. Neil me regaló varias noches de insomnio con sus primicias de UPI que muchos jefes de la agencia AP esperaban que igualara lo más rápido posible. Espero haberle dado la vuelta a Neil algunas veces. La juventud es el aliado de reportajes. Una de las razones es que los jóvenes son inseguros y tienden a ser más educados y modestos que los periodistas más veteranos. La modestia y la desconfianza son cualidades distintivas en los mendigos, como los reporteros que se ganan la vida rogando información, comisiones periodísticas, visados, asientos en los aviones y todo lo demás.

Otro de los grandes corresponsales en Vietnam, David Halberstam, recordó así a su colega Sheehan:

Cuando Neil Sheehan viajó con el general William Westmoreland (jefe de operaciones en Vietnam entre 1964 y 1968) en su avión en el verano de 1966, le preguntó si no estaba preocupado por la enorme cantidad de bajas civiles que causaba los bombardeos. "Sí", dijo Westmoreland: "Pero eso priva al enemigo de la población”. El alto mando estadounidense estaba enterado de lo que estaba haciendo Westmoreland y lo sancionó. Pero el comando norteamericano sabía que era la única forma de separar al Vietcong de su base estratégica: los pobladores. El alto mando lo sabía. Miraba hacia otro lado, pero sabía lo que estaba ocurriendo.

Cada reportaje que publicaba Sheehan en el New York Times hacía la diferencia porque estaba despojado de triunfalismo, sobrevaloración y patrioterismo característicos de los demás medios. Era descarnadamente agudo:

Simplemente no puedo evitar preocuparme que en el proceso de librar esta guerra, nos estamos corrompiendo a nosotros mismos. Cuando veo las aldeas bombardeadas, los huérfanos que mendigan y roban en las calles de Saigón, y las mujeres y niños con quemaduras de napalm en el cuerpo y que yacen en las cunas, me pregunto si Estados Unidos o cualquier nación tiene el derecho de infligir este sufrimiento y degradación a otra gente para alcanzar sus objetivos. Espero que no lo hagamos en nombre de una cruzada anticomunista.

Neil Sheehan sabía a lo que se enfrentaba, pero la amenaza de Nixon no logró su cometido de reducirlo al humillante silencio. Dio la pelea, como todo buen periodista sabe que es la mejor respuesta, en lugar de largarse, desaparecer o ocultarse bajo la cama. Sheehan fue perseguido por haber cumplido con su trabajo y estuvo a un paso de ingresar en la prisión, como relató su colega William Prochnau, corresponsal en Vietnam del diario The Seattle Times:

Y aquí tenemos a Sheehan, el muchacho que hurgaba en la antigua historia de Vietnam -cuando lo único que quería su periódico era que informara de lo sucedido en las últimas 11 horas- y terminó revelando la historia secreta del gobierno sobre la guerra: una serie de episodios plagada de mentiras y decepción. (...) La honestidad y el patriotismo de Sheehan fueron cuestionados. El gobierno (de Nixon) lo acusó de robo. Un gran jurado federal lo procesó y persiguió por violar la Ley de Espionaje. Oficiales federales registraron sus cuentas bancarias, las de sus amigos y de sus vecinos. Enfrentó la pena de cárcel, pero pudo evitarla. En el poderoso mundo del periodismo, los ataques son medallas, generadores de leyendas. Pero eso no era un estímulo para Sheehan.

En efecto, esa época el ambiente estaba enrarecido por las represalias de Nixon contra los periodistas que publicaban información que supuestamente “favorecía” a los combatientes Vietcong que resistían la presencia estadounidense. Cuando el 12 de noviembre de 1969, el reportero Seymour Hersh descubrió que una patrulla norteamericana masacró a 400 campesinos -en su mayoría mujeres, ancianos y niños desarmados- en la comunidad vietnamita de My Lai, la Casa Blanca virtualmente lo acusó de traidor a la patria porque su información “dañaba la moral de nuestras tropas” y además “favorecía al enemigo”.

Reportear, investigar, publicar son quizás las actividades más peligrosas del mundo si el presidente elegido democráticamente coloca el cañón de un arma en la espalda del periodista. Phillip Knightley, autor de uno de los mejores libros sobre la historia de los corresponsales de guerra, destacó el valor de Neil Sheehan en persistir en la publicación de los Papeles del Pentágono cuando lo más fácil y cómodo era quedarse callado. Knightley primero señaló que Sheehan no era un traidor:

Sheehan dijo que llegó a Vietnam convencido de que lo que Estados Unidos estaba haciendo era correcto: apoyar a los vietnamitas no comunistas a "construir un estado nacional viable e independiente y derrotar a una insurgencia comunista que los sometería a una severa tiranía". Cuando se fue en 1966, (...) aún esperaba que, si inclusive los Estados Unidos no podían alcanzar una clara victoria como en 1945, "aún así podemos prevalecer". Es cierto que Sheehan se preguntaba si una nación tenía el derecho de infligir sufrimiento a otra para sus propios objetivos, y esperaba que no fuera necesario volver a repetirlo, pero después de tres años en Vietnam -como la mayoría de los corresponsales- fundamentalmente siguió siendo partidario de la causa estadounidense.

Apoyar la guerra de Vietnam, no mermó su implacable cobertura sobre la estrategia estadounidense de arrasar las comunidades sospechosas de apoyar a los Vietcong, como describió Knightley:

Neil Sheehan defendió la actitud de los corresponsales de su periódico en 1971. "Nunca había leído las leyes que rigen la conducción de la guerra, aunque había visto la guerra durante tres años en Vietnam y había escrito sobre ella durante otros cinco... El Manual de Campo del Ejército dice que es ilegal atacar hospitales. Sin embargo, rutinariamente los bombardeamos una y otra vez. (...) Recordando ese tiempo, uno se da cuenta de que el tema de los crímenes de guerra siempre estuvo presente". Sheehan describió la devastación de cinco aldeas de pescadores en la costa de Quang Ngai por parte de destructores y bombarderos estadounidenses, lo que produjo la muerte, según estimó, de por lo menos 600 civiles vietnamitas. "Hacer que los campesinos pagaran tan caro la presencia de guerrilleros en sus aldeas, sin importar si simpatizaban con el Vietcong, me pareció innecesariamente brutal y políticamente contraproducente”, escribió.

Con un gobierno cuyo presidente era intolerante con la prensa, no fue fácil para el dueño del Times, Arthur Ochs “Punch” Sulzberger, dar su visto bueno al proyecto de exponer al mundo la “madre de todas las mentiras” sobre la intervención estadounidense en Vietnam. Los periodistas liderados por el director Abe Rosenthal porfiaron para convencerlo sobre la oportunidad histórica de exponer los documentos secretos. Susan E. Tifft y Alex S. Jones, autores de una documentada historia sobre la familia propietaria del diario neoyorkino, narraron el momento en que “Punch”, pese a las advertencias, resolvió que los ciudadanos tenían el derecho a conocer la verdad sobre una guerra que hasta 1970 le había costado la vida a 55 mil militares norteamericanos:

El 20 de abril de 1971, después de verificar la autenticidad los documentos, Sheehan explicó en una reunión a los editores que el informe (entregado por Ellsberg) demostraba que uno tras otro los gobiernos habían engañado sistemáticamente a los ciudadanos estadounidenses sobre Vietnam. Los documentos secretos proporcionaron evidencia prima facie de la doble cara del gobierno. Todos acordaron que la historia secreta era de gran impacto y que debería publicarse. Después de escuchar el debate, Punch le dijo al editor principal Abe Rosenthal que continuara preparando el material, pero aún no había decidido si lo publicaba. Aunque Sulzberger casi nunca interfirió en los juicios de sus editores, en este caso, le dijo a Rosenthal que los dos tomarían decisión final. (...) Sulzberger se tomó varias semanas. Los abogados del periódico le alertaron que el New York Times podía ser enjuiciado y que eso lo llevaría a la ruina financiera y que probablemente él terminaría en la cárcel. De acuerdo con su criterio, lo más preocupante era que los lectores tomara al periódico como traidor. Sulzberger evaluó cuidadosamente todos los factores, pero una vez que al final adoptó una decisión, esta fue inamovible.

En 1972, al año siguiente del destape de los Papeles del Pentágono, los reporteros del Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, se encargaron del caso Watergate sobre un intento de robo en las oficinas del Partido Demócrata que derivaría en el descubrimiento de la existencia de un equipo de inteligencia informal e ilegal que los consejeros de Nixon con anuencia de este se dedicaba a de espiar a los enemigos del gobierno. Entre sus objetivos estaban, por supuesto, Neil Sheehan y su compañero de trabajo, Hedrick Smith, que también publicó artículos sobre los documentos secretos de la guerra en Vietnam. Woodward y Bernstein lograron que el alto mando del FBI, Mark Felt, la fuente conocida como “Garganta Profunda”, confirmara que los teléfonos de Sheehan y Smith habían sido “pinchados” por orden del consejero presidencial Bob Haldeman, con autorización de Nixon. Sin embargo, la historia no se publicó porque los reporteros no pudieron documentar la versión. Al final, se comprobó que era cierto. Woodward y Bernstein lo recordaron en Todos los hombres del presidente:

A principios de mayo (de 1973), Bernstein y Woodward decidieron publicar un reportaje en el que se decía que los teléfonos de dos de los reporteros del New York Times habían estado controlados como parte de la investigación realizada para descubrir de dónde provenía la “filtración que llevó a la publicación de los Papeles del Pentágono”. Meses antes, “Garganta Profunda” había dado sus nombres -Neil Sheehan y Hedrick- pero ni siquiera ahora los dos reporteros del Post pudieron encontrar una nueva fuente que confirmara la historia, así que no se citaron los nombres.

(...) El 14 de mayo, el nuevo jefe del FBI, William D. Ruckelshaus, anunció que como parte de la búsqueda por la administración de las filtraciones e indiscreciones, se habían ordenado, entre 1969 y 1971 -en el gobierno de Nixon- unos 17 controles de teléfonos. Las anotaciones perdidas se habían hallado: se encontraban en la caja fuerte (del consejero de Nixon) John Ehrlichman, en la Casa Blanca. Pero Ruckelshaus no daba los nombres de los 13 funcionarios del Gobierno y de los cuatro periodistas cuyos teléfonos habían quedado sometidos a escucha. La pregunta que interesaba era: ¿quién lo había autorizado?

Woodward hizo una llamada directa a un alto funcionario del FBI. El oficial fue claro: muchas de las autorizaciones para el control y grabación de las llamadas telefónicas vinieron directamente, bien oralmente o por carta, de Henry Kissinger (consejero de Seguridad de Nixon).

(...) La centralita de la Casa Blanca pasó la llamada de Woodward, directamente, a la oficina de Kissinger.

-¡Hola!-, respondió la voz familiar con su marcado acento alemán.

Woodward le explicó que tenían informes de dos fuentes procedentes del FBI de que Kissinger había autorizado la grabación clandestina de las conversaciones de algunos de sus propios colaboradores.

Kissinger hizo una pausa antes de responder.

-Es posible que fuera (Bob) Haldeman quien autorizara las grabaciones-, respondió Kissinger.

Bob Haldeman era el mismo consejero con el que se reunió Nixon al día siguiente de la publicación de los Papeles del Pentágono y llamó a Neil Sheehan “bastardo desde hace muchos años”. Kissinger virtualmente lo delató, pero no es un héroe por eso, porque aceptó que Nixon espiaba a los periodistas y lo apañó.

El 9 de junio de 1972, el teniente coronel del Ejército en situación de retiro John Paul Vann, una de las principales fuentes de Neil Sheehan en Vietnam, murió en un accidente de helicóptero cuando cumplía funciones como asesor del Comando del Ejército del Vietnam del Sur, que contaba con el apoyo de los Estados Unidos. En 1962, Vann, en servicio activo, actuó como consejero del jefe del Ejército de Vietnam del Sur, coronel Huynh Van Cao. En enero de 1963, durante la batalla de Ap Bac, Van se dio cuenta que los vietnamitas del sur no estaban preparados para la victoria. Los comunistas infligieron una vergonzosa derrota a los survietnamitas. Sheehan publicó sobre ese incidente que sería un adelanto del fracaso de la intervención norteamericana en Vietnam:

Saigón, 6 de enero (UPI). Enojados asesores militares de los Estados Unidos atribuyeron hoy a la infantería vietnamita haber rechazado órdenes directas de avanzar el miércoles durante la batalla de Ap Bac y señalaron que un capitán del Ejército norteamericano ubicado fuera de la escena cayó muerto cuando les reclamaba que atacaran.

Los comandantes vietnamitas de una unidad acorazada también desestimaron por más de una hora ir al rescate de 11 tripulantes estadounidenses de un helicóptero derribado y de una compañía de infantería inmovilizada por el fuego de las armas cortas de los comunistas, informaron.

"Fue una actuación malditamente miserable", fue la forma en la que un militar estadounidense resumió la humillante y costosa derrota sufrida por el Ejército survietnamita a manos de las guerrillas comunistas en la lucha por una aldea emplazada en la selva, a solo 48 kilómetros al sur de Saigón (capital de Vietnam del Sur).

Fue quizás la crítica más fuerte de un asesor militar estadounidense, pero hubo otros que dijeron que era injusto calificar así lo que sucedió. 

John Paul Vann también era amigo de Daniel Ellsberg, puesto que se conocieron en la guerra de Vietnam. Cuando se enteró que Ellsberg sería enjuiciado por haber filtrado los Papeles del Pentágono a Neil Sheehan, se ofreció para atestiguar a su favor. A Sheehan impactó la muerte de Vann, lo que explicaría por qué tardó casi veinte años en terminar el libro Una brillante y luminosa mentira: John Paul Vann y los Estados Unidos en Vietnam, publicado en 1988 y que le valió un premio Pulitzer. El libro es una dura crítica a la bochornosa intervención norteamericana en Vietnam, que culminó con una denigrante derrota del ejército más poderoso mundo propinada por comunistas de Vietnam del Norte.

El 16 de junio de 1972, Sheehan y Ellsberg asistieron a la ceremonia fúnebre de su amigo Vann en el cementerio de Arlington. Richard Nixon prefirió no presentarse y mandó a un representante que leyó un discurso. Probablemente intuyó que en un camposanto dedicado a los héroes, no había cabida para un cobarde.
Fuente: Diario La República

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