Por: Gonzalo Peltzer, Director El Territorio
A veces entretenidos y otras bastante aburridos asistimos, capítulo por capítulo, a la pelea entre el Gobierno nacional y el Grupo Clarín. Al intento de ir por todo se opone la defensa denodada del grupo de medios, dispuesto a que no vayan por ellos. A causa de las posiciones terminantes y definitivas de unos y de otros, quien pierde seguro es la verdad, que es la materia esencial del periodismo.
La novedad de estos días ha sido un proyecto de ley llamado Argentina Digital que establece que internet es un servicio público y que permitirá el triple play: internet, teléfono y televisión en un solo cable y provisto por distintas empresas que se sirven del conducto ya instalado por un tercero o por ellos mismos. Hoy la mayoría de los hogares de la Argentina ven televisión y acceden a internet por un cable provisto por una sola empresa que también es propietaria de gran parte de los contenidos que van por ese cable.
No pretendo resolver ahora si eso es un monopolio o una posición dominante en el mercado. Esta claro que el triple play limitará cualquier posible posición dominante, pero también está claro que el proyecto de ley tiene el propósito casi exclusivo de limar el negocio del Grupo Clarín. Lo que no consiguieron con la Ley de Medios lo intentan con Argentina Digital y no les importa que una ley contradiga a la otra, entre otras cosas porque ese es precisamente el mecanismo de las leyes.
Lo que me interesa explicar es que el triple play es tan anacrónico como la Ley de Medios de hace cinco años, que ni mencionaba a internet cuando ya todo el mundo tenía acceso a la red de redes. Hoy internet, telefonía y televisión son la misma realidad: accedemos a ellos a través de pantallas de distintos tamaños en las que redactamos un informe, vemos televisión, oímos la radio, sacamos fotos, filmamos a los nietos, buscamos una receta, pasamos música, leemos las noticias, vemos películas, mandamos mensajes y a veces hablamos por teléfono. El 3G con suficientes antenas se convierte en un wifi como el de nuestra casa o el del bar, pero para toda una ciudad. Todo esto sin hablar del 4G, que hoy existe en Chile o Uruguay y que no tardará en llegar a la Argentina. Muchos de nosotros elegimos hace rato hablar por Viber o Skype con costo cero y sólo nos importa la compañía telefónica porque necesitamos tener un smartphone habilitado que nos permita todas las prestaciones de esa maravillosa pantalla que va a todos lados con nosotros. El que opere esos milagros no será el propietario de ningún cable sino el de las antenas.
El periodismo es otra cosa. Usa esos medios y los que vengan en el futuro como usó los del pasado y tiene todo el derecho de buscar la verdad y de informarla. Y el Gobierno tiene también el derecho de cuestionarla si considera que esa no es la verdad. En las democracias republicanas la información se rebate con información y la opinión con opinión y los ciudadanos son los que le creen o adhieren a una y otra. Pero hoy no está ocurriendo eso.
No está ocurriendo porque hasta un día del primer semestre de 2008 los que hoy se quejan de la persecución del Gobierno almorzaban en la quinta de Olivos casi todas las semanas y conseguían privilegios increíbles, como la ley que les permitió convertirse en el monopolio que ahora quiere impedir el mismo Gobierno que lo permitió. Todo eso lo consiguieron a cambio de apoyar el régimen, primero de Néstor y luego de Cristina Kirchner. En aquellos años y gracias a su amistad con el Gobierno, conseguían todas las primicias del poder y lo hacía fregándose en el resto de los medios. Se acercaron tanto al poder que quedaron atrapados en su dialéctica y casi no pudieron escapar cuando las garras del oso lo abrazaron para quedarse con sus despojos. Las mismísimas personas que antes echaban risas en la mesa de los Kirchner son las que ahora intentan zafar a un costo inmenso. El periodismo debe convivir con el poder y no me refiero sólo al poder político. Esa convivencia no es la de los hermanos o parientes y mucho menos la de los compinches de pesca. Es imprescindible mantener la distancia y el respeto que se merecen las personas honorables o los buenos vecinos. Siempre entre el poder y el periodismo tiene que haber esa convivencia tensionada que ayuda a los dos: fortalece al poder porque le señala los abusos y fortalece al periodismo porque lo hace creíble. En cambio, cuando el periodismo se enrosca con el poder, siempre terminan contaminados, uno por el cinismo y el otro por el descrédito, que son pésimas señales para la democracia, la república y el periodismo, con triple play o sin triple play.
Fuente: Diario El Territorio