Por: Gonzalo Peltzer, gpeltzer@elterritorio.com.ar
No me gusta poner adjetivos a los periodistas ni a los periodismos. Ni siquiera me gusta la distinción entre competencias dentro de la profesión: la política, el deporte, los crímenes o los espectáculos son diferentes ámbitos de la misma realidad que describe el periodismo. Es un fuego sagrado que los periodistas alimentan cuando respiran, cuando duermen, cuando comen y también cuando cubren un acontecimiento. Bueno, el verbo cubrir es a todas luces desacertado para esta actividad, además de ambiguo (y no sigo por el horario de protección a los menores). El periodismo es una actividad genética que descubre lo que está oculto a la mayoría de los mortales, porque los periodistas tienen esa capacidad, casi siempre innata, de ver lo que la mayoría no ve. Y la especialización es apenas una circunstancia que puede tocar a lo largo de la carrera profesional.
Pero si hay adjetivos que no me gustan para el periodismo son los que los califican de militantes, independientes, oficialistas, chupamedias, fanáticos o partidarios o lo que sea. Tampoco me gusta la expresión periodismo de investigación, que supone que hay uno de segunda clase, que no investiga. El periodismo siempre supone la investigación, la confirmación de los hechos, el valor agregado y la averiguación de datos que la gente no conoce. Si no es eso no es periodismo.
Resulta que, a pesar de mis gustos, en la Argentina se ha impuesto últimamente el periodismo militante como si fuera una virtud. Lanzó la idea el jacobino secretario de Medios del gobierno nacional, que a partir del 10 de diciembre será vicegobernador de Buenos Aires. Gabriel Mariotto repite el participio militante cada diez palabras que usa y no concibe otra forma de vida que no sea la trinchera política y la artillería mediática. Lo secundó Martín García, director de la agencia oficial TelAm, que llegó a comparar al periodismo con la prostitución: los periodistas alquilan su pluma para placer de los que pagan por ella. Para estos señores la esencia del periodismo no es la curiosidad insaciable sino la militancia y la billetera: entienden el periodismo como un servicio a la política o al dinero.
Hace unos días, Ernesto Tenenbaum, uno de los periodistas más lúcidos de la Argentina, comentó ante una pregunta de una redactora de La Nación de Buenos Aires que mientras los militantes solo alaban al poder político, el periodismo independiente descubre los abusos de los poderosos: “La mejor cobertura sobre el Grupo Clarín fue la de Perfil y la de Graciela Mochkofsky en el libro Pecado original y las grandes investigaciones y denuncias sobre el Grupo Clarín fueron hechas por la prensa privada: Julio Ramos, Jorge Fontevecchia, Jorge Asís en una novela y Jorge Lanata, que mandó un fotógrafo a sacarle una foto a Magnetto” (Héctor Magnetto es el director ejecutivo y propietario del Grupo Clarín, enemigo número uno del gobierno).
Denunciar los abusos del poder es misión de la prensa. Pero de todo el poder, no solo del poder político. Y lo tiene que hacer publicando la verdad: lo que sucede, ni más ni menos, y con valentía. Todos dependen de los anuncios de los que tienen poder y todos los que tienen poder han aprendido a usar la publicidad para inclinar la balanza de los medios y de algunos periodistas a su favor. Y también hay que decir que muchos medios y muchos periodistas –por desgracia muchos más de los que parece– han sido cómplices de la misma situación que denuncian.
Fernando Ruiz, un gran profesor de periodismo, acaba de aportar lo suyo al debate caliente entre periodistas independientes y militantes: “Así como hay medios oficialistas que tienen una mirada sesgada y militante, sin matices, hay medios opositores que hicieron lo mismo desde el lado inverso. Los contendientes se terminan pareciendo. Es la estrategia menos inteligente de los medios de comunicación independientes, porque se meten de lleno en el terreno de la política. Es cierto que los medios siempre han sido actores políticos, pero hay una dimensión profesional que respetar, y hoy muchos columnistas no hacen periodismo, sino política”.
“La polarización es una técnica de acumulación de voluntades que da frutos políticos, por eso se mantiene. Salir de este enfrentamiento no es una decisión del periodismo. Otro problema es que el periodismo construido con fondos oficiales depende de la continuación de la guerra. Y solo tendrán fondos si la guerra continúa”.
Al final el periodismo militante sirve a la construcción de poder y es un negocio magnífico para los proveedores de prensa del gobierno, que lucran con el conflicto que ellos mismos alientan como los vendedores de armas con las guerras. Será por eso que ya nos hemos dado cuenta de que esos periodistas que bajaron a la trinchera política más que militantes del poder son obedientes del dinero, o prostitutas, como dice Martín García.
Fuente: Diario El Universo