Abrasha Rotenberg nació en Ucrania y llegó a la Argentina a los ocho años. Fue amigo de Jacobo Timerman desde la adolescencia y junto a él estuvo en la creación del diario. El economista cuenta cómo se hizo, cuál fue el secreto del éxito, habla de la mística de aquella redacción. La primavera camporista y el exilio en España
Por: Gustavo Cirelli
Abrasha Rotenberg celebró sus 85 años el pasado 4 de mayo, el mismo día en que el diario La Opinión hubiese cumplido 40 años. De profesión economista, este hombre lúcido y jovial, que nació en Ucrania, desembarcó en la Argentina a los ocho años y marchó, empujado por la dictadura militar, a un prolongado exilio español en agosto de 1976 junto a Dina, su mujer cantante, Ariel, su hijo músico, y Cecilia, su hija actriz fue amigo de Jacobo Timerman desde la adolescencia.
Con los años se convirtió en su asesor económico, y más tarde, en socio. Así, juntos, los encontró La Opinión, aquel magnífico proyecto profesional que Timerman debió demorar durante años porque no había imprentas en Buenos Aires, sólo los grandes diarios tenían rotativas cualquier similitud con las dificultades del presente, por lo visto, no es pura coincidencia, hasta que el Buenos Aires Herald montó su propia máquina impresora, y a fines de 1970, los bocetos de un periódico distinto, el diario “para una inmensa minoría” comenzaba a plasmarse. Meses después, el martes 4 de mayo de 1971 llegaba a los kioscos. Su tirada inicial fue de 16 mil ejemplares, un par de años más tarde superaría los 100 mil. Pasaron cuatro décadas. Hoy Rotenberg repasa aquellos tiempos violentos, convulsionados, apasionantes. Acepta dialogar con Tiempo Argentino, el diario que publica los facsímiles de La Opinión, en una reedición histórica, una relectura imprescindible de los 49 días en que Héctor Cámpora fue presidente de los argentinos; siete semanas de “primavera camporista” que se reflejaron con excelencia en las páginas de aquel matutino: análisis y opinión en las plumas más destacadas de una época. Rotenberg se abre a un diálogo de más de dos horas, locuaz, ácido, cuestionador, siempre amable, y con una memoria prodigiosa sobre la experiencia de aquella aventura editorial y de un contexto político afiebrado del que fue crítico entonces y lo sigue siendo hoy, más aun; memoria que supo reflejar en su libro Historia confidencial: La Opinión y otros olvidos, que publicó Sudamericana en 1999 y que reeditó en España Mario Muchnick Editorial, con el título La Opinión amordazada. De estos últimos se consiguen, aún, algunos ejemplares en librerías porteñas de la Avenida Corrientes.
Rotenberg, durante la entrevista destacará la figura de Timerman, un periodista deslumbrante y audaz, del que se distanció tiempo después de partir al exilio: “El verdadero protagonista fue Jacobo, yo sólo lo acompañé. Siempre me mantuve en un plano muy discreto. La figura real, el gran creador fue él. Tenía un enorme olfato para la noticia. Creó La Opinión, que era una revista diaria de información de la realidad. Un espacio de enorme libertad. Entonces, la vida vibraba en las calles, vibraba la tragedia.” Y ahí estaba La Opinión para contarlo.
De las palabras de Rotenberg se desprende su antiperonismo, su visión crítica de la izquierda revolucionaria de los ’70, sus cuestionamientos al gobierno camporista. Pero también define, sin dudarlo, que aquellos fueron “los mejores años de mi vida”. A continuación, un extracto del extenso diálogo con el hombre que fue testigo y protagonista a pesar de que él no se considere así de una época políticamente desmesurada; protagonista de una experiencia periodística única.
La Opinión fue un diario emblemático que marcó la historia del periodismo argentino. Para usted, ¿cuáles fueron las claves de ese fenómeno editorial?
Creo que una de las claves fue que modificó posiblemente el estilo de escribir. Hubo varias razones. En primer lugar, un escenario de coincidencia histórica irrepetible: un grupo de periodistas, escritores, poetas, gente que podía opinar, que no necesariamente tenía que pertenecer a la profesión, que se juntaron en un momento mágico en La Opinión. Porque tenía una idea de un periódico con características totalmente diferentes de las que había en otros diarios. Después de 40 años, miro hacia atrás, porque tuve el privilegio de vivir todo el proceso desde que nació la idea hasta que se plasmó, hasta que nos eliminaron, y hoy veo una idea genial de la cual no teníamos ni conciencia. Timerman inventó esto: una revista que salía todos los días al precio de un periódico. La Opinión era una revista. ¿Qué es una revista? Es algo que no refleja los hechos inmediatos, sino que los interpreta, los analiza. ¿Qué significa? A veces un hecho intrascendente cambia la historia de la humanidad, y un hecho que parece trascendente, en realidad es colateral y no significa nada. A veces la tapa de los diarios, todos los días, van a lo impactante, pero las historias no siempre se manejan por lo impactante. La verdad a veces va por subterfugios, va por canales subterráneos que uno no los distingue. La Opinión hizo esto. Una revista que se podía leer a diario, con material abundantísimo y con una interpretación de la realidad dentro de una ideología de independencia, que representaba la misma consigna de decir la verdad e interpretarla por diferentes bocas. No era lo mismo lo que decía Horacio Verbitsky de la realidad, con lo que decía Juan Gelman, aunque coincidían ideológicamente. Por otro lado, La Opinión nació en un momento de una enorme efervescencia ideológica en el país. Los Montoneros, la izquierda revolucionaria creían que se habían dado las condiciones en Latinoamérica para cambiar la realidad. Creo que estaban equivocados, y sobre todo, estaban equivocados en los métodos que usaban para cambiarla: la fuerza, los atentados, buscar al enemigo donde estuviera, lo que luego se superó con elecciones donde ganó la gente que pertenecía a esa corriente. Ganó Cámpora.
¿Cómo fue el origen de La Opinión? ¿Fue una idea exclusiva de Timerman?
Sí, una idea que él tuvo durante años. Era una vida de enorme efervescencia, en la que la clase media había logrado un nivel de cultura, aprendizaje y de necesidad de entender lo que ocurría, porque los argentinos, en los ’70, sabían todo. En esa época, los argentinos sabían lo que ocurría en el mundo, y sin Internet, porque ahora es muy fácil. Sabíamos todo, pero yo dudaba de que entendiéramos algo. Y esa es la diferencia importante. La Opinión quiso hacer el esfuerzo para que el lector entendiera, desde el punto de vista de una izquierda liberal, lo que ocurría en el país.
¿Se considera un empresario de izquierda liberal?
Yo no soy un empresario. Fui empresario de casualidad. Soy un profesional. Fui y seré un economista, un hombre que tiene grandes posibilidades de estar siempre equivocado. Y era el asesor económico de Timerman. Primero, éramos amigos de la adolescencia, aunque él era un poco mayor que yo. De allí, Timerman siguió con su actividad como periodista, empezó muy de abajo, haciendo texto para cómics, pero luego fue creciendo, como periodista era muy brillante. Para decirlo brevemente: en mi vida conocí a mucha gente muy inteligente, tuve mucha suerte en ese sentido, y una de las personas más brillantes que conocí fue Jacobo. Era absolutamente claro, inteligente, con una capacidad de análisis muy profunda, y un hombre que no abunda en la Argentina podíamos calificar como un empresario periodístico nato. Hay muchos periodistas. Él era un gran creador. Un gran inventor.
¿Su primera experiencia editorial es con Timerman en La Opinión?
No. Primero empezamos, cuando lo asesoré en la revista Primera Plana. Ahí, revolucionó la cultura. Era, para que alguien tuviese prestigio, era un prestigio axilar: bajo la axila, Primera Plana. Eso te catalogaba de una clase social determinada. En un determinado momento, Jacobo lo dejó porque además psicológicamente era un hombre incapaz de soportar sus propios éxitos. Hay gente incapaz de soportar sus fracasos. Él no soportaba sus éxitos y se desprendió de Primera Plana cuando estaba en un momento extraordinario. Luego, el bichito le renació e hizo la revista Confirmado. Fue, no sé si un éxito muy mediocre, o un fracaso leve, pero por ahí andaba. Luego, para definir la Argentina de los ’70, no se podía hacer un periódico porque no había imprentas, no había rotativas. Los diarios grandes sí tenían. No había posibilidad de hacer un periódico y esa era su fantasía. Hasta que tiene la oportunidad, porque el Buenos Aires Herald se compró rotativas propias y estaban disponibles. Y ahí decidió hacer La Opinión, en noviembre o diciembre de 1970 y en mayo de 1971 salió, donde tres personas coordinaron el grupo de gente que iba a estar ahí: Juan Carlos Argañaraz y su hermano mellizo Julio ahora corresponsales de Clarín, en Roma y Madrid y el otro, Verbitsky, que escribió el propósito de lo que sería La Opinión en un artículo memorable del primer número. Ahí define la ideología de lo que iba a ser el diario. Entre ese momento, entre esos hermanos y él, toda persona brillante que tuviera algo de chispa, que no estaba amodorrado por la profesión, entró a trabajar en el diario.
¿Participó junto a Timerman del armado del diario?
Fue Jacobo, él convocó, él era el profesional. Mi papel era insignificante. Yo hice los cálculos. Y le dije: “Jacobo, debo estar equivocado en mis cálculos.” Porque había que calcular cuánto dinero hacía falta y hacer una proyección a un año. Le dije: “No puede ser, porque con 21 mil ejemplares y tres páginas de publicidad, y además por razones psicológicas este periódico debe costar más caro que los otros.” Y armamos el diario de “la inmensa minoría”. Arrancamos vendiendo 16 mil ejemplares y terminó con 128 mil cuando se enfrentó a López Rega, porque había que tener coraje para hacerlo. En todo caso, La Opinión sufrió altibajos, pero jamás bajó de 16 mil. Luego, hasta mediados de 1972, más o menos, fue un periódico creciente, luego en ese año llega a un acuerdo con el gobierno de Lanusse y ahí se presenta la primera de las crisis: hay gente que por razones ideológicas se van del diario: Verbitsky, Bonasso, se fueron varios que pertenecían a Montoneros y otros, porque dentro de La Opinión estaban todas las corrientes. Yo no los conocía, pero estaban. Gente que vivía en la realidad con una ideología absolutamente imposible de concretar: la revolución social argentina, en esa época y en esta, era una fantasía irrealizable.
Desde sus páginas, La Opinión contó a su manera esa tensión de época, la conflictividad social que imperaba entonces. ¿Cómo recuerda aquellos tiempos?
La Opinión vivió varias etapas. La primera, era cuando estaba ideológicamente muy acentuada cierta simpatía hecha por los periodistas, de denuncia contra el gobierno militar, en relación a los atropellos, falta de libertades. Por otro lado, se mataban militares. Fue un proceso donde la izquierda combativa creó un estado de tensión social, ideológicamente justificado porque cuanto peor, mejor: si la sociedad está caotizada, vendrá el dominio del proletariado, de los movimientos populares, y va a haber un gobierno justo y distribuidor. Esa fantasía, con la situación continental dominada por los EE UU, en esa época más reaccionario que nunca, no permitió que ese proceso prosperara.
¿Así pensaba usted entonces?
Absolutamente. Por eso estaba en contra de la violencia, muy buena excusa para la reacción y para la ultraderecha.
Pero esa violencia insurgente de la izquierda no justifica la violencia genocida, el terrorismo de Estado.
Ni hablar. Ni hablar. Te habla alguien que tiene alrededor muchos muertos, y 34 años de exilio. Pero independientemente de eso, un factor determinante de los militares en ese momento fue consecuencia también del delirio ideológico que dominaba a gran parte de la sociedad argentina.
Le propongo volver a La Opinión. ¿Cómo fue dirigir una redacción con tantos “notables”?
Muy difícil. Es difícil vivir entre estrellas. Después de lo que diré ahora, te diré algo personal. Yo viví ocho años bajo el comunismo, el gran sueño que iba a cambiar al hombre. Viví bajo el peronismo, que acá fue el sueño de mucha gente real. Estudié en Israel, en la época de los sueños de que sea un Estado maravilloso para los judíos. Viví entre sueños. Viví una de las experiencias más apasionantes, agradecido estoy de haber vivido eso, que fue participar en la transformación de la España franquista a la España democrática. Eso fue una experiencia única, profunda, maravillosa. Y muchas cosas más, pero si tengo que elegir un momento en mi vida en que viví la pasión absoluta, fueron esos años en La Opinión. Años maravillosos. No me arrepiento de nada, ni siquiera de que tuvimos que irnos como nos fuimos. Pero convivir con estrellas no era fácil porque aunque ideológicamente afines, egolátricamente eran desafinados. Cada uno tenía lo suyo. Había bastantes conflictos. Tuve el placer y el privilegio de quedarme de noche hasta el cierre y me encantaba, y eran horas en que estando todo hecho, me quedaba hablando con Tomás Eloy Martínez, Gelman, Paco Urondo, con Capurro, Bonasso peronista fanático que se volvió después muy camporista, enojado con Perón, Pasquini Durán, más bien pertenecía al Partido Comunista, con Verbitsky un poco menos, fui muy amigo de su padre y le estuve muy agradecido, que escribía su padre una revista en la Hebraica y me auspició para que escribiera un poco allí, y recuerdo cuando cobré mi primer cheque, por un artículo, de 117,50 pesos.
Usted llegó a dirigir el diario.
Sí. A fines de 1972 y hasta marzo de 1973. Un día Jacobo sufrió un atentando, una bomba al lado de su casa y decidió irse a Israel. No era broma. Recuerdo que se me sentó adelante y me dijo: “Me voy.” Y me tiró una llave arriba del escritorio, y me dijo: “Tomá, desde ahora sos el director.” “Jacobo, yo no tengo ni idea de lo que es ser director de un diario”, contesté. “Te las vas a arreglar”, respondió. Y me las arreglé. Aprendí mucho.
El regreso de Jacobo. Timerman volvió al país y a su diario en marzo de 1973, días antes de las elecciones que consagraron a la fórmula CámporaSolano Lima. Lo hizo sin avisar. Jacobo apareció de repente en la oficina de Rotenberg, la del director y ahí se quedó, nuevamente. Por esos días, la tensión dentro de la redacción se hacía cada vez más evidente. Los periodistas alineados con la Tendencia y Montoneros estaban dispuestos a dar la discusión con la empresa sobre la propiedad del diario. Y así lo hicieron.
Carlos “Quito” Burgos, uno de los delegados de los trabajadores, se lo planteó a Rotenberg. Reclamaban el 50% de las acciones. Recuerda Rotenberg: “Ese proceso se fue acentuando previo a las elecciones de marzo cuando ya se sabía que ganaba Cámpora. Los más izquierdistas de la redacción se reunían en El Pulpo, el restorán de la esquina del diario, en la calle Reconquista, entiendo que con Verbitsky, que ya se había ido del diario, y con Rodolfo Walsh. Tenían esa fantasía loca, para ellos estaba por triunfar la revolución socialista, fue Burgos, un gran tipo, el que me lo comunicó y que yo le contesté en broma que lo iba a hablar con los accionistas. La propuesta combinaba ingenuidad, propósito político y ternura. Había germinado durante la ausencia de Jacobo, y su regreso fue un shock para la redacción, pero el proceso se acentuó y terminó con una huelga de los trabajadores por la que el diario no salió durante unos diez días.”
Fue entre el 1 y el 11 de junio de 1973. La Opinión volvió a la calle, Cámpora seguiría en el gobierno unas semanas más, y las acciones del diario en manos de Timerman y sus socios.
¿Cómo recuerda aquellos 49 días del gobierno de Cámpora que comienzan el 25 de mayo de 1973?
Te imaginarás que no tengo un buen recuerdo. Un caos. El día que asume Cámpora, toda la gente de la izquierda va hasta las cárceles para liberar a los presos políticos, y eso a Perón le produce pánico. Porque Perón en el fondo era muy organizado. Tenía una gran habilidad como político, un gran carisma, algo de estadista y sobre todo una gran habilidad para manejar a distintas ideologías, haciéndolos ingresar a un Movimiento donde la contradicción puede convivir sin ninguna molestia emocional. Cuando llega Perón, eso estalla. Lo que ocurrió en Ezeiza es en realidad el eterno conflicto de lo que el peronismo significa, que en el fondo, al ser tan abarcativo, en realidad expresa una suma cuando está en armonía, pero un conflicto cuando la armonía se rompe.
Pero tras casi 18 años de exilio, de proscripción, el regreso de Perón al país, ¿no reafirmaba esa armonía de la que usted habla?
Sí, debería haber ocurrido, pero Perón muere al poco tiempo.
¿Qué autocrítica hace de La Opinión?
Sin dudas, el acuerdo con Lanusse en 1972. Ese apoyo fue un error. Después el apoyo a Perón. Pero cuando muere Perón, ya no se podía apoyar a López Rega, que después nos terminó cerrando.
Cuando señala que en La Opinión había libertad, ¿a qué se refiere?
La gente no tenía horario, tenía ganas de trabajar. Lo que hizo Timerman, en la primera etapa, fue crear una mística. La gente no iba a laburar, iba a inventarse una vida y a describir una realidad llena de muertes, asesinatos, desapariciones, sorpresas. Simone de Beauvoir lo describió claramente: “Lo peor de la tragedia es que uno se habitúa a ella.” Cuando mataron a Rucci, el país temblaba y la muerte de Perón fue uno de los acontecimientos más dolorosos, incluso para los antiperonistas como yo. Se terminó una época.
¿Cuándo terminó La Opinión para usted?
En enero de 1977, que fue la última vez que vine acá. En febrero iba a volver otra vez, pero después descubrimos que el chofer que teníamos era un delator. Sabían todo. No me quisieron matar. Le avisó a Jacobo que volvía, y me dijo que no. Que él viajaba a España. Quiso retenerme afuera. Y me salvó la vida.
Por último, si piensa en La Opinión, ¿cuál es la primera palabra que le viene a la mente?
Talento. Muchos talentos simultáneos que se multiplicaban recíprocamente. En el Talmud, hay una definición de inteligencia que dice: uno es como una cazuela que le metés agua y ahí está, no pierde ni una gota. Y otros son como un manantial que va renovando sus aguas continuamente. Y así fue La Opinión.
Fuente: Tiempo Argentino