Por: Tressie McMillan Cottom
Lo llames como lo llames, Elon Musk se ha apoderado del mecanismo interno del gobierno estadounidense en nombre del presidente Trump. Se dice que sus agentes se infiltraron en la Administración de Servicios Generales, accedieron al sistema nacional de emisión de pagos, como las devoluciones de impuestos, bloquearon el acceso de los trabajadores a los sistemas informáticos de la Oficina de Gestión de Personal y presionaron a la USAID para que detuviera las labores humanitarias en todo el mundo. Han prometido recortar drásticamente los presupuestos de investigación esenciales y tienen en la mira a la Oficina para la Protección Financiera del Consumidor (CFPB).
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Los votantes republicanos se apuntaron a El show de Trump: Edición Política. Musk está produciendo y distribuyendo ese espectáculo, un caótico fragmento tras otro.
En respuesta a una semana brutal para la democracia, los líderes demócratas en el Congreso realizaron una rueda de prensa. Chuck Schumer dirigió a los reunidos en un cántico: “Ganaremos”, decía, con las manos en alto junto a Maxine Waters. Elizabeth Warren hizo un buen trabajo explicando lo que significan los pagos para la gente común y corriente. Plantearon la toma del control del sistema de pagos del Departamento del Tesoro como un abuso de poder sin precedentes.
Pero el partido minoritario no puede limitarse a corear consignas. Tiene que actuar sobre lo que no es debatible: Trump ha dado poder a un actor extragubernamental de legalidad dudosa. Su misión no es solo desmantelar el gobierno federal; es desmoralizarlo.
Hasta ahora, la banda del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Musk ha superado a los demócratas y ha producido un melodrama gubernamental que confunde a algunos estadounidenses, pero que les da a sus seguidores lo que quieren. Asaltar cubículos anodinos como si fueran Waterloo genera caos y también satisface el deseo de los fans de asaltar, de manera vicaria, la sede del poder mundial. En Musk, Trump ha encontrado algo importante para su enfoque estilístico del autoritarismo. Él necesita a alguien sensacionalista que pueda generar contenido para nuestro entorno mediático.
No pude evitar sentir que la respuesta de los demócratas, montada para los medios de comunicación del siglo XX con un atril, micrófonos y de pie al aire libre en el frío, no podía competir con el poder emocional del contenido. Y eso podría tener consecuencias desastrosas. El DOGE es una máquina para destruir la democracia. Su objetivo es la estructura fundamental del gobierno, la infraestructura que hace que el Estado sea fiable y legítimo para millones de estadounidenses.
El DOGE es también una máquina de propaganda. Hace poco, un amigo me preguntó por qué un presidente que controla ambas cámaras legislativas necesitaría imponer la presencia de su gobierno en oficinas burocráticas relativamente pequeñas, aunque importantes. ¿A qué se debían, se preguntaba, todas esas tácticas mafiosas de dudosa legalidad?
La respuesta fácil es que ese simplemente es el estilo de Trump, y que Musk es impredecible. Eso es cierto, pero no evalúa claramente la eficacia estratégica de utilizar maniobras teatrales de saqueo y destrucción.
Las peripecias de Musk son poses políticas escenificadas como la misión secundaria de un videojuego. La estrategia del DOGE consiste en poner en la mira a una oficina que la mayoría de los estadounidenses solo conozcan vagamente. Acto seguido, los agentes de Musk tachan a la oficina de villana en exagerados términos cómicos: “una organización criminal”, como Musk llamó a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Luego el poder ejecutivo utiliza al DOGE para iniciar una pelea que sabe que puede ganar.
A los fans de Musk les encanta su narración del poder como una experiencia vicaria de dominio similar a un juego. A estos fans no les parecen caóticas ni confusas las peripecias del DOGE. En todo caso, el bombástico desprecio de las normas y leyes hace que el mundo les parezca más sensato. Lo que no entienden es el gobierno y la vida cívica. Musk les aclara un mundo aterrador, poniéndolo en términos que entienden. Malo. Bueno. Malvado. Villano. Matar. Ganar.
Esto es propaganda, pero también es una hábil manipulación de contenidos en una cultura saturada de contenidos. Cada vez es más difícil escapar del cerrado mundo de la performatividad en dosis pequeñas que se siente como el mundo real. Todas nuestras emociones alimentan a las máquinas de contenido a las que no les importa lo que sentimos, solo que lo hacemos.
La estrategia de Musk nos hace sentir, con todo el dramatismo de un cuaderno de chismes de secundaria. Su compra de Twitter se produjo con un dramatismo similar. Hizo una oferta e intentó echarse atrás, mientras sus seguidores en internet pintaban a la empresa de redes sociales como marxista y censora. Tras completar su compra, Musk entró en la sede de Twitter cargando un fregadero. Fue algo que los aficionados a los cómics reconocieron como un huevo de Pascua: un mensaje semiótico que parece absurdo o caótico para los de fuera, pero que tiene perfecto sentido para los iniciados que conocen la historia de Musk.
Y eso es lo que Elon Musk hace bien. Convierte las artimañas corporativas despiadadas comunes —compras de acciones y acuerdos financieros que normalmente no saldrían de la prensa especializada— en contenido para sus seguidores. Cuando lo hizo para Twitter, Tesla o SpaceX, hizo que un multimillonario poco carismático pareciera un Tony Stark de la vida real.
Ahora está haciendo el mismo tipo de “caos como contenido” en el gobierno federal. Pero en este caso lo que está en juego es mucho más importante, y todo el alarde que hace Musk en redes sociales oculta lo que realmente está ocurriendo. Eso es lo que el contenido hace muy bien. Parece transparente ver a una influente hornear pan en su chic cocina retro de abuela o ver a un multimillonario tomar por asalto la sede de una empresa para mandar a sus enemigos al desempleo. Pero el contenido no revela la maquinaria de la influencia: los acuerdos firmados, los acuerdos de confidencialidad emitidos, las métricas usadas para medir el valor en dólares de la respuesta emocional del público. En la política, el contenido puede ocultar el dinero y el poder que están en juego.
El contenido se parece mucho a la vieja escuela de la propaganda política, pero a diferencia de esta, puede ser completamente capturado, su amplificación manipulada y la respuesta monetizada. Puede parecer información aunque transmite poco significado real. Pero el problema del contenido no es que sea intrínsecamente vacío o falso, sino que genera emociones reales. Pero cuando se trata de la vida cívica, hace todo lo que está a su alcance para evitar que emprendas cualquier acción que vaya más allá de sus intereses económicos.
Cada vez está más claro que este caos impulsado por el contenido va a ser el modus operandi de Trump 2.0. Trump puede haber aprendido en su primer mandato que hay un precio político por no dar suficiente contenido a tus leales. La gobernanza interfirió con la máquina de contenidos que construyó en campaña. Desde entonces, ha tenido cuatro años para perfeccionar su estrategia. El caos es fundamental en su despliegue de poder ejecutivo sin restricciones. Pero el caos debe cuidarse, como un fuego. Necesita la cantidad adecuada de oxígeno constante para seguir ardiendo.
Esa es la utilidad de Musk para Trump. Está dispuesto a suplirlo produciendo de manera constante las tomas burocráticas de DOGE como contenido.
Si te sientes confundido cuando ves a Musk narrar un asunto cívico serio como si fuera una misión secundaria en un videojuego, comprende que tú no eres el público al que va dirigido. Lo que a ti te parece un caos es en realidad un contenido clarificador para otra persona. Quienes entendieron el gesto de Musk con el fregadero pensaron que un mundo caótico tenía un poco más de sentido. Los demás se preguntaron qué hacía un multimillonario cargando con una pieza de porcelana.
Así pues, ahí donde el contenido parezca increíble, inescrutable o caótico, lo mejor es no apartar la vista, sino mirar a su alrededor, en busca de acciones o efectos mucho más ominosos. Musk, a pesar de todas sus payasadas, ahora ocupa un cargo que se alinea con su experiencia tecnológica, sus contactos, sus rencores y sus intereses financieros. Su contenido puede ser acerca de la USAID una semana y de la CFPB la siguiente. Pero si miramos detrás de la caótica fachada del contenido, descubriremos una toma de control estratégica de los intereses nacionales que demolerá la funcionalidad del Estado de un modo que beneficiará a aquellos que blanden el martillo.
Lo que tenemos es un presidente que hizo su carrera como promotor inmobiliario y un secuaz empoderado que dirige el gobierno federal para actuar con rapidez y romper cosas. Es una política de socialismo para mí y escasez para ti: buscar contratos gubernamentales mientras, al mismo tiempo, se socava la capacidad del gobierno para pagar sus cuentas.
El caos busca apagar el pensamiento y el sentimiento atrapándonos en el estado emocional que elija. Los insultos, la grosería, el infantilismo y la mezquindad ponen a la defensiva a quienes no queremos ser la audiencia de Twitch del contenido de Trump y Musk. Mirar hacia otro lado nos ayudaría a conservar la cordura. Pero la política secreta del contenido es que quiere que desviemos la mirada mientras trabaja sobre aquellos que no lo hacen. Entonces ¿qué hacemos al respecto?
Se reconoce que el caos es humo, pero el asalto es el fuego. No mires hacia otro lado. Mira a través del humo para ver qué está siendo tomado, redefinido y reasignado. Deja de señalar la hipocresía. A la otra parte no le importa. Su contenido hace que se sientan poderosos, pero la acción es el único poder real.
El sector de izquierda del Partido Demócrata finalmente ha convencido al otrora reticente Chuck Schumer de que la oposición es acción. Es la mejor herramienta que tiene un partido minoritario. Y lo que es más importante: amplía nuestro terreno de juego más allá de la zona que ahora controlan Trump y Musk. Si no te incitas a ti mismo o a otros a actuar, tu retórica política no eclipsará el caos de Trump.
Tressie McMillan Cottom (@tressiemcphd) es columnista de The New York Times desde 2022. Es profesora adjunta en la Facultad de Información y Biblioteconomía de la Universidad de Carolina del Norte, autora de Thick: And Other Essays y obtuvo la beca MacArthur en 2020.
Fuente: The New York Times