Relato de un periodista que ve cómo se desmorona su país y navega por las causas de esta tragedia
Por: José Vales
“Hubo un tiempo que fue hermoso…”, dice una de las grandes canciones de Charly García, una de esas letras que desafía al tiempo. El tema no perece porque, en tanto himno popular como muchas de las composiciones del ex Sui Generis, Argentina supo convertirse, con el correr de las décadas, en un país de futuro, como si hubiera renunciado a ser alguna vez un país de presente.
El reciente surgimiento de un narcotráfico vernáculo, la devaluación de la moneda acompañada por un estancamiento económico, el crecimiento del delito, la crisis energética y las fallas institucionales que llevan a que ciudadanos busquen la justicia por su propia mano, como se vio en las últimas semanas, son algunas de las demostraciones de que aquí, en el país más austral del universo, hubo un tiempo mejor.
Del pleno empleo y una deuda externa que no sobrepasaba los 18.000 millones de dólares con la que los militares asaltaron el poder en el año 76, Argentina terminó enterrada en todos los pantanos que la historia contemporánea le tenía reservados. En la primera dolarización de la economía y una guerra sin escrúpulos ni justificativos sólidos durante los años de la dictadura (1976-1983) y en la hiperinflación de la segunda mitad de los años 80, ya con el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). De la sustitución de la producción nacional y la segunda dolarización en los 90 a una crisis terminal al comenzar el siglo, cuyo resultado de la misma, en materia de poder, no fue otro que el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner.
Desde los 70 se abrió un abismo
De aquel tiempo, el de la canción de Charly, a este país parece haber un abismo. Hasta la segunda mitad de los 70, con sus altos y bajos, Argentina solía ser reconocida en el mundo cuando no por su sólida clase media y los resultados de la escuela pública, por sus varios premios nóbeles en ciencia, por la erudición de Jorge Luis Borges o la maestría musical de Astor Piazzolla. Desde los 90, a la Argentina comenzó a detectársela por los desbarajustes cocainómanos de su máximo “héroe”, Diego Armando Maradona, y por los dislates intelectuales del entonces presidente, Carlos Menem (1989-1999), quien en 1997 decidió regalarle al mundo esta perla: “Como dijo nuestro gran poeta Atahualpa Yupanqui, Caminante no hay caminos, se hace camino al andar…”. Sin que los herederos de Antonio Machado, le iniciaran querella por plagio al hijo de Yupanqui. Ya entonces, la Argentina había cambiado. Ya no era esa promesa de país próspero de principios del siglo XX cuando era la sexta economía mundial ni la “potencia” que el general Juan Perón anhelaba a su regreso al país en 1973.
“Argentina se caracteriza por disparar una crisis en cada final de época política. Con el alfonsinismo fueron los saqueos, la era de la convertibilidad menemista (un peso un dólar) terminó en el 2001 con la defenestración de un gobierno y el final del kirchnerismo se viene manifestando con una descomposición social que aún no sabemos a dónde nos conducirá”, explica Julián Hermida, de la Universidad de Lomas de Zamora.
Para Hermida como para otros analistas, como el caso de Sergio Berensztein, director de la consultora Poliarquía, el kirchnerismo comenzó a agotar su etapa histórica que concluye en el 2015, pero “los problemas del país son estructurales y vienen de mucho más atrás”, acota.
Para el sociólogo Juan José Sebrelli, los problemas de la Argentina “arrancan con el populismo en la década del 40 y con políticas que se fueron extendiendo en el tiempo hasta la actualidad. El golpe militar determinó un antes y un después. Y en ese después, se aceleran los síntomas de una decadencia que hoy cuesta negar”.
Tras la crisis del 2001, primero en el interinato de Eduardo Duhalde (2001-2003) y después en el kirchnerismo, se dedicaron a reconstruir el tejido social y las estructuras políticas y luego las económicas.
Los ayudó la fiebre de las commodities en el mundo, para que el país creciera el 6 por ciento promedio entre el 2002 y el 2010. Después, la desaceleración y el crecimiento imparable del gasto público derivaron en un estancamiento de los últimos años y en la devaluación monetaria de diciembre pasado.
“Durante estos años, el kirchnerismo tuvo un relato épico de su gobierno, pero la realidad fue por otro lado. Ellos hablan del país de la integración social, pero la tasa de delitos aumenta, hablan de la reestructuración de un país productivo y lo único que creció fue la producción de drogas sintéticas. Los resultados están a la vista, la realidad se deglutió al relato”, explica la socióloga y diputada Alcira Argumedo.
La visión de Argumedo puede traducirse en hechos acaecidos desde diciembre, cuando –en medio de la devaluación– los saqueos de supermercados comenzaron a reventar en el gran Buenos Aires y en algunas provincias como Córdoba y Santa Fe, mientras los cuerpos policiales se acuartelaban en protesta por reclamos salariales. Ya hacía meses que pequeños grupos de narcotraficantes se confabulaban con policías, amenazaban periodistas como en la provincia de Mendoza, donde ‘La banda de la Yaqui’ recreó una versión de pésima calidad de ‘La reina del Golfo’, la mujer que lideraba el cartel de Golfo en México.
“El narcotráfico y su desarrollo en el país tiene múltiples culpables. Desde los políticos que sólo piensan en el corto plazo, los bolsones gigantes de pobreza, sectores sociales cada vez más propensos al consumo, la complicidad de las fuerzas de seguridad y el carácter de nuestras fronteras carentes de controles”, enumera Berensztein.
Fue en el pasado mes de enero cuando un grupo de narcos en Rosario atacó a balazos la casa del gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, lo que demostró que “el Estado está en problemas para enfrentar ese flagelo”, subraya el exdirector de Poliarquía.
Un Estado que no sólo suele estar ausente para cada vez más amplios sectores sociales, sino que cada vez más se muestra permeado por la corrupción, sin capacidad de cumplir con la educación y la salud pública y un sistema penitenciario acorde a los tiempos que corren y no a la Edad Media, Argentina lejos está de ser el país más violento de América Latina. Se ubica después de Chile y de Cuba como el menos violento, pero la tasa delitos creció a tal punto en la última década que las encuestas demuestran que la inseguridad es el principal problema a resolver para un 52 por ciento de los consultados.
“Falla la justicia y falla la política, porque la policía no actúa o actúa mal y la gente se siente desprotegida”, sostiene el diputado del centroderechista PRO, Federico Pinedo.
De allí el fenómeno de los linchamientos, en ascenso en las últimas semanas, que no solo alteraron a los analistas y a la clase política sino también a la opinión pública, en un debate que tiene por un lado a los “garantistas” y por el otro a los cruzados por hacer de Fuenteovejuna, de Lope de Vega, una pieza del realismo trágico argentino en vez de una pieza del barroco español.
Debate por linchamientos
De la cadena de linchamientos un joven murió en Rosario, y hasta el papa Francisco reconoció recibir “patadas en el alma”. El Gobierno admitió el problema en la voz del secretario de Seguridad, Sergio Berni, para quien “el hartazgo es con la justicia de puertas giratorias, por donde entran y salen los delincuentes”.
El sociólogo Eduardo Fidanza sostuvo que ese debate “sacó a relucir lo mejor y lo peor de la sociedad argentina. La conciencia democrática y la pulsión fascista. La hipocresía ideológica o el compromiso con los valores y puso sobre la mesa lo fundamental, cuando la autoridad falla, sobresale la desorganización y la anomia”.
Para Fidanza, el ejemplo está en las sociedades que supieron resolver el problema y que no por casualidad cumplen con tres requisitos fundamentales: “Poseen tradición de consenso político, registran bajos índices de desigualdad social y poseen altos estándares en calidad educativa”. Ninguna de esas tres condiciones es característica en la actualidad de Argentina.
La violencia como expresión cultural o como discurso político también aparece en las explicaciones del por qué pasa lo que pasa. La cultura del barra brava, tan encarnada en la sociedad y reproducida en los medios, o la virulencia con la que desde el poder se dirigen a los opositores, “sumado al cansancio por la ausencia de justicia, redundan en hechos repudiables y lamentables como los linchamientos”, sostiene el filósofo Samuel Cabanchik, para quien muchos de estos hechos nos llevan a cuestionar qué se ha hecho en 30 años de democracia.
Tres décadas en que la violencia fue cambiando de cariz mientras el país avanza a la deriva entre sus viejos y nuevos errores, en una actualidad que si bien tiene su origen en otros tramos de la historia hace que la canción de Charly García siga siendo tan actual y escuchada y, sin importar mucho que se titule 'Canción para mi muerte'.
Foto: AFP
Fuente: Diario El Tiempo