Por: Jorge Fontevecchia*
Hay una faceta en la historia de Bob sobre la que deseo poner énfasis ya que mi condición de periodista y el haber comenzado mi carrera en la época en que Cox se tuvo que ir del país, me permiten un análisis con conocimiento de causa. Estamos viviendo hoy una era donde el periodismo es cada vez más acusado –a mi juicio muy erróneamente– de ser una mera herramienta de la política, donde al criterio de objetividad se lo considera una fantasía y la realidad es pensada como un relato construido por los medios (se prefiere decir medios en lugar de periodistas porque todavía queda algún respeto por la palabra periodista pero somos los periodistas quienes, también, hacemos los medios).
Desde esta óptica el periodismo no es un fin en sí mismo sino un medio para otros fines como, por ejemplo, la política. Y es Bob el mejor ejemplo del periodismo como fin en sí mismo, de rigor técnico que sólo puede practicar quien ama su profesión por sobre cualquier otra, como debería hacer cualquier persona con la profesión que haya elegido para luego ser buen ciudadano siendo primero buen plomero, buen artista, buen médico, buen policía, buen abogado o buen carpintero.
Bob iba con la clásica libretita de anotaciones de un periodista a preguntarle a la gente que estaba pasando la noche frente a la Casa Rosada a la espera de que le asignaran uno de los solamente diez números que entregaba por día el Ministerio del Interior para aquellos que iban a buscar información sobre familiares desaparecidos. Así tomó conocimiento de las historias que luego dieron origen a las Madres de Plaza de Mayo cuando aún ni siquiera Hebe de Bonafini la integraba.
Bajo la premisa de que todo es subjetivo, al periodismo se le pretende quitar su carácter veridiccional, de verificación de lo que sucede, o sea de la verdad. En el caso de Cox y lo que estaba sucediendo con las Madres de Plaza de Mayo, se prueba más aún la capacidad de distancia crítica que es posible en el periodismo en su búsqueda de objetividad porque el diario Buenos Aires Herald no tenía simpatía por Montoneros o el ERP a quienes llamaba literalmente terroristas, ni tampoco una severa antipatía por la política económica que originalmente había anunciado Martínez de Hoz, la que luego se transformó en otra cosa. Por tanto Bob no estaba a favor o en contra de los sujetos noticiosos, él era periodista y publicaba informaciones verificables y relevantes sin importar si beneficiaban a unos o a otros. Eso es puro periodismo.
Personalmente le debo la vida a Robert Cox, porque el 6 de enero de 1979 cuando fui secuestrado y alojado en el centro de detención clandestino El Olimpo, fue el Buenos Aires Herald quien primero publicó la noticia sobre mi desaparición haciendo posible que las agencias internacionales tuvieran esa fuente para esparcir la información por todo el mundo y teniendo ya la dictadura que liberar a Jacobo Timerman por la enorme presión internacional que soportaban, no quisieron sumar la muerte de un periodista más, bastante poco importante y que recién comenzaba su profesión, y al poco tiempo me liberaron, suerte que no tuvieron los muchos periodistas asesinados en 1976, 1977 y todavía en 1978 porque aún no existía ese nivel de presión internacional. Cuando en el año 2005 esta misma Legislatura distinguió a Bob por su valor durante la dictadura, él recibió el premio “en nombre de todos los periodistas desaparecidos”.
Cox estará de acuerdo conmigo en reconocer también la valentía y el compromiso profesional con el periodismo de los dos directores del Buenos Aires Herald que lo sucedieron: James Neilson y Andrew Grahan-Yoll quienes también enfrentaron enormes peligros.
El periodismo tan vapuleado, tiene hoy en esta distinción que recibe Cox, también su propio homenaje. Periodistas como Bob muestran a las nuevas generaciones que es posible practicar un grado de objetividad que permita a nuestra profesión seguir cumpliendo el papel social que ocupa desde que Gutemberg inventó la imprenta hace ya quinientos años.
*Fundador del Diario Perfil
Fuente: Perfil.com