Entre árboles centenarios, cursos de agua y memoria urbana, el Bosque de los Constituyentes representa uno de los espacios verdes más importantes de Rosario. Sin embargo, propuestas como la construcción de una cancha de golf revelan intereses inmobiliarios que amenazan su integridad ambiental. René Marconi, quien dedicó años de trabajo y conocimiento al cuidado del bosque, repasa su historia y expone con claridad la trama de tensiones que lo rodea
Un legado ambiental y urbano en peligro
El Bosque de los Constituyentes es un espacio verde de conservación natural, diseñado para proteger la flora y la fauna autóctonas. Ofrece a sus visitantes un lugar de esparcimiento, recreación y descanso, pero además cumple un rol ambiental clave: actúa como pulmón verde, mejorando la calidad del aire y contribuyendo a la salud y el bienestar de toda la ciudad.
El Bosque de los Constituyentes es un espacio verde de conservación natural, diseñado para proteger la flora y la fauna autóctonas. Ofrece a sus visitantes un lugar de esparcimiento, recreación y descanso, pero además cumple un rol ambiental clave: actúa como pulmón verde, mejorando la calidad del aire y contribuyendo a la salud y el bienestar de toda la ciudad.
Su existencia ayuda a mitigar los efectos de la degradación ambiental y lo convierte en una herramienta indispensable dentro de cualquier plan de desarrollo urbano con visión sostenible. El Bosque armoniza urbanización, desarrollo y respeto por el entorno natural, favoreciendo el contacto con la vegetación y los cursos de agua que lo atraviesan.
El Bosque de los Constituyentes es, sin duda, uno de los pulmones verdes más importantes de Rosario. Quien lo conoce como pocos —porque lo ha recorrido y cuidado durante años de trabajo— es René Marconi, extrabajador del Bosque hoy jubilado, que dialogó con Señales para compartir su mirada sobre la historia, el presente y los desafíos que enfrenta este espacio vital para la ciudad.
La ordenanza que crea el parque en 1939 tenía como objetivo incorporar al proyecto de Ángel Francisco Guido —arquitecto, ingeniero, urbanista e historiador argentino, coautor del Monumento Nacional a la Bandera y del Plan Regulador de 1935— las tierras que estaban involucradas en un conflicto entre el Estado nacional y los herederos del grupo de Otto Bemberg, entonces propietarios de la cervecería Quilmes. Este grupo poseía grandes extensiones de tierra en todo el país y nunca había pagado impuestos por ellas, lo que generó un prolongado litigio judicial a nivel nacional que comenzó hacia 1910-1911.
Con el fallo judicial inminente, que finalmente se emitió en 1935, se proyectó la creación de un bosque en esa zona, que originalmente abarcaba unas 800 hectáreas, hoy ocupadas en gran parte por el noroeste de la ciudad. El plan incluía también una universidad y una escuela especializadas en forestación, dado que la madera era considerada un material estratégico en el contexto previo a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, la disputa continuó hasta que en 1955 se dictó el fallo definitivo que ordenaba la liquidación de esos terrenos y su traspaso a la Nación. Pero apenas un mes después ocurrió el golpe de Estado de la Revolución Libertadora y el proceso quedó truncado. Para ese entonces, ya se habían conformado numerosas empresas fantasmas y realizado ventas ficticias, dificultando la recuperación de las tierras.
Finalmente, solo se logró preservar la zona más crítica desde el punto de vista ambiental, correspondiente a la mancha de inundación. Aun así, la superficie original fue reducida en función de los límites previstos en caso de que se concretara la represa retardadora del arroyo Ludueña. Por su parte, los terrenos aguas abajo de la avenida Circunvalación, pertenecientes a las herencias de las familias Echesortu y Casas —que tampoco habían pagado impuestos—, fueron canjeados durante el gobierno militar. Se aceptaron a cambio de la cancelación de sus deudas con el municipio, lo que permitió el loteo y urbanización de amplias zonas al norte y oeste de Nuevo Alberdi.
En la última sesión del Concejo antes del golpe de Estado de 1976, realizada el 10 de diciembre de 1975, se dio vida formal al Bosque de los Constituyentes.
Bosque de los Constituyentes ¿Por qué se llama así?
Si uno observa el mapa de Rosario, verá que hay tres grandes parques, todos diseñados por Ángel Francisco Guido en el marco del primer Plan Director de la ciudad. Aunque Guido no era masón, formaba parte de instituciones y círculos afines a la masonería y a los ideales de la independencia latinoamericana. A partir de esa influencia, diseñó los parques formando el llamado “triángulo masónico”, con tres puntos simbólicos. A cada uno le asignó un nombre en línea con los pilares que la masonería considera fundamentales para una sociedad: la independencia, los símbolos patrios y la constitución. De allí provienen los nombres de los tres parques.
Durante la gestión del intendente Natale, estos terrenos fueron loteados con la intención de entregarle una porción a cada federación deportiva de la provincia. Sin embargo, el proyecto fracasó: no se pudo hacer nada con esos lotes, y finalmente se devolvieron, permitiendo que el área volviera a unificarse. Fue recién en 1991, durante la intendencia del doctor Héctor Cavallero, cuando se puso en marcha nuevamente el desarrollo del bosque. Se buscaba, por un lado, presentar una propuesta ambiental ante la Cumbre de la Tierra del año siguiente, y por otro, frenar la expansión de la villa conocida como La Bombacha, que amenazaba con extenderse sobre 300 hectáreas del noroeste rosarino, lo que la habría convertido en una de las villas más grandes del mundo.
Así nació el proyecto actual del Bosque de los Constituyentes. Es importante aclarar que el "Parque de los Constituyentes" incluye tanto al bosque como al Autódromo Municipal. Por eso algunas personas usan uno u otro nombre indistintamente, aunque técnicamente se refieren a espacios distintos.
En cuanto al arbolado, durante los primeros cinco años del proyecto se plantaban aproximadamente 26.000 árboles por año. En 1995 se realizó un censo que contabilizó 92.760 ejemplares plantados y verificados uno por uno. Posteriormente se sumaron entre 30.000 y 40.000 árboles más. Por eso resulta llamativo que en informes recientes de la municipalidad se mencione que el bosque tiene solo 40.000 árboles, una cifra muy inferior a la real, lo que demuestra desconocimiento o falta de actualización de datos.
Además, hay una situación preocupante: existen ocupaciones irregulares dentro del bosque, con fines comerciales. Un ejemplo es el Club Olimpia, que originalmente recibió una tenencia precaria para instalar una cancha. Hoy ocupa un área siete u ocho veces mayor, con varias canchas adicionales y predios donde se organizan torneos pagos, especialmente en esta época del año.
Del otro lado del Bosque de los Constituyentes hay una empresa dedicada al reciclado de tarimas que opera de forma ilegal. La justicia ya falló ordenando su desalojo, pero la municipalidad nunca ejecutó esa decisión. Peor aún, la empresa no solo no se retiró, sino que ha seguido expandiéndose sobre terrenos que originalmente no ocupaba.
Detrás del golf: negocios, loteos y urbanización encubierta
Este es solo uno de los problemas actuales del bosque. En estos días, se ha propuesto la creación de una cancha de golf dentro del Bosque de los Constituyentes, específicamente en una zona de aproximadamente 16 hectáreas. Esta propuesta me genera enormes dudas. ¿Por qué? Porque todo indica que detrás de esta iniciativa puede haber un negocio inmobiliario en preparación, en el cual el bosque funcionaría como elemento de valorización para terrenos linderos, multiplicando así las ganancias de quienes los poseen.
Para entender esto, hay que retroceder al desarrollo del proyecto "Aldea". En ese momento, una empresa se hizo cargo del desarrollo inmobiliario y terminó quedándose con un predio conocido con distintos nombres según la dependencia municipal: Plan Habitacional Newbery, Ludueña Norte, Newbery y Wilde, o simplemente Wilde. Se trata del sector delimitado por Schweitzer, Newbery, el bosque y Wilde. Ese terreno estuvo mucho tiempo en abandono, pero luego de la crisis de la empresa Aldea, los mismos actores crearon una nueva empresa que asumió el control del predio. Desde entonces, el dominio del lugar ha cambiado varias veces en los últimos 20 años.
En 2013 se autorizó el loteo del predio, pese a un problema grave: según el Código Urbano, allí no se puede construir porque se trata de una zona de alto riesgo de inundación. Sin embargo, la normativa fue modificándose con el tiempo: se eliminaron restricciones, se permitió mayor altura en las construcciones y desapareció la obligación de incluir viviendas sociales, aunque esa zona está comprometida con la reubicación de la villa que se encuentra justo enfrente.
La ordenanza que habilita el loteo exige la pavimentación de varias cuadras aledañas y la provisión de servicios básicos como agua y energía eléctrica. Casualmente, si se construye la cancha de golf, esos servicios deberán llevarse hasta allí, pasando por la vereda del emprendimiento inmobiliario, lo cual beneficiaría directamente a la empresa, ya que podría conectarse sin asumir esos costos. Esa inversión en infraestructura sería cubierta por el Estado o justificada por la obra del golf, liberando así a los desarrolladores de un gasto considerable.
Esto es lo que me hace sospechar que detrás del proyecto están los mismos actores de siempre. No es casualidad que el grupo impulsor de la cancha de golf esté compuesto por 24 personas en su consejo directivo, de las cuales 8 son desarrolladores inmobiliarios de alto perfil —vinculados a zonas como Aldea y Puerto Norte—, 2 pertenecen a la Bolsa de Comercio y al menos 6 están relacionados con inversiones y desarrollos. Todos, además, son jugadores de golf.
Pero más allá del trasfondo económico, hay serias limitaciones ambientales para desarrollar una cancha de golf en ese lugar. El bosque ha crecido de forma natural durante décadas, con una densidad de arbolado muy alta, lo que hace prácticamente inviable adaptar el terreno sin una intervención masiva. Las canchas de golf requieren corredores abiertos entre líneas de árboles, mientras que aquí la vegetación creció de forma desordenada.
Además, la calidad del suelo y del agua subterránea es muy deficiente. Las napas son salitrosas y no permiten el crecimiento adecuado del césped que una cancha de golf necesita. De hecho, nunca se usaron para riego ni siquiera de los árboles. Por eso, si el proyecto avanza, será necesario instalar un sistema de riego, lo que implica también llevar agua y energía eléctrica.
Otro obstáculo importante es la presencia de casuarinas, que dominan gran parte del bosque. Este tipo de árbol, aunque útil para zonas con napas superficiales y salitrosas, es totalmente inadecuado para una cancha de golf: consume grandes cantidades de agua y reseca el suelo. Fueron plantadas precisamente por eso, para absorber el exceso de humedad. De hecho, en zonas como el Hostal del Sol, se pudo construir solo después de que la napa bajara gracias a la forestación. Al principio, las casas se hacían sobre plateas porque los cimientos se inundaban.
Todos estos factores —ambientales, legales, económicos y sociales— refuerzan la sospecha de que el proyecto de la cancha de golf es apenas la punta del iceberg de un negocio inmobiliario mucho más amplio, donde el bosque no se valora como reserva ambiental sino como excusa para urbanizar y revalorizar.
A la ya preocupante situación del Bosque de los Constituyentes se suma otro problema: las condiciones del suelo. Además de la presencia dominante de casuarinas, que resecan el terreno y no son compatibles con canchas de golf, el suelo es duro y salitroso, lo que impide el crecimiento del césped necesario para esa actividad. Lo único que crece naturalmente es el llamado "pasto duro", completamente inadecuado para el golf.
Para hacer viable una cancha en esa zona —estamos hablando de unas 18 hectáreas— sería necesario traer tierra apta para cultivo de césped, lo que implicaría transportar aproximadamente mil camiones de tierra. El costo de esta operación es altísimo. Con esa inversión, no solo podrían mejorar una cancha barrial para los chicos de la zona de barrio Para, sino también realizar obras de infraestructura en el barrio mismo para mejorar sus condiciones de vida.
Pero hay un problema aún más grave: modificar el terreno en esa escala alteraría las cotas del suelo, es decir, los niveles de altura que determinan cómo escurre el agua. Esto puede cambiar por completo la mancha de inundación. Zonas que hoy están protegidas, como La Bombacha, Emaús y parte de Aldea, podrían volver a quedar expuestas. Aunque ya se permitió, de manera cuestionable, lotear parte de Aldea en una zona crítica, esto agravaría la situación. Con fenómenos climáticos cada vez más intensos y lluvias de mayor volumen, los problemas de desagüe se amplifican. Esas áreas, originalmente semi-bañados entre el arroyo y el aeropuerto, se encuentran en cotas bajas y su urbanización ha ido en contra de la lógica ambiental.
El actual ensanche de la avenida Newbery hasta el aeropuerto, con nuevos desagües, acelera el escurrimiento del agua hacia el arroyo. Antes, el flujo era más lento y el arroyo tenía tiempo de desagotar. Ahora, todo ese caudal llegará de golpe en los momentos más críticos, aumentando las posibilidades de desborde. De hecho, ya se han registrado anegamientos en amplias zonas del bosque por desbordes menores del arroyo, que muchas veces llegan hasta el borde de la cortina de casuarinas. Si a eso se le suma un mayor volumen de agua, ¿qué pasará con barrios como Hostal del Sol? No es una afirmación, pero sí una preocupación legítima.
Se ha dicho que la cancha de golf serviría para que los chicos de los barrios practiquen el deporte y se integren a la sociedad. Pero eso también genera dudas. El golf es un deporte costoso, tradicionalmente practicado por sectores de alto poder adquisitivo. En realidad, los chicos de estos barrios suelen iniciarse como caddies, no como jugadores. De hecho, ya practican golf en un playón que se encuentra entre La Bombacha y el Club de Golf, dentro de terrenos que también forman parte del bosque, pero que no están forestados. Ahí entrenan actualmente, en un espacio con un área libre y un playón deportivo. Además, históricamente, los clubes de golf abren sus canchas los lunes para que puedan practicar los caddies, por lo que no hay una necesidad real insatisfecha.
Y si la intención es fomentar el deporte o la integración social, a menos de 500 metros del lugar existen ya un polideportivo, una pileta pública y el playón que mencioné. El golf, además, no es precisamente un deporte que promueva valores de equipo o convivencia social: es individualista por naturaleza. Esa es una discusión más filosófica, claro. El problema técnico es el impacto que tendría esta obra en los barrios vecinos y el sistema hídrico general.
La Municipalidad presentó un plan de protección ecológica del bosque. Si realmente hay tanto consenso sobre su valor ambiental, ¿por qué no figura allí una cláusula que prohíba explícitamente levantar o modificar el terreno? ¿Por qué no se presenta una ordenanza que establezca claramente que no se puede alterar la altura del suelo, incorporar tierras nuevas ni afectar el escurrimiento natural del agua? Si hay tanto acuerdo, ¿por qué no lo votan sobre tablas en la próxima sesión? La respuesta es clara: porque no hay tal acuerdo. Nadie quiere firmar algo tan sensible. Hay muchos concejales que no están de acuerdo, aunque lo digan en voz baja. Pero cuando uno empieza a mostrarles la información concreta, muchos se dan cuenta de que algo tienen que hacer.
Y hay un último punto que no se suele mencionar: el agua. Para regar el césped que una cancha de golf necesita, solo se puede usar agua de red. Pero en la zona —La Bombacha, Emaús, Fisherton— los vecinos se quejan constantemente de la baja presión de agua. ¿Por qué? Porque clubes como el Golf Club Rosario, el Jockey Club y sus canchas de fútbol, hockey, rugby y la pileta, utilizan el agua de red para mantener el césped. Eso implica cientos de miles de litros diarios. Si se agrega otra cancha más, habrá que hacer una carrera pública con eso.
Uno de los argumentos más utilizados por quienes defienden el proyecto de la cancha de golf en el Bosque de los Constituyentes es que beneficiará a los vecinos, especialmente a los chicos del barrio. Sin embargo, hasta el momento, no hemos escuchado públicamente a ningún vecino o vecina que se haya manifestado a favor de esta iniciativa. Nadie ha salido a decir que necesita o desea una cancha de golf en esa zona.
Y más allá de eso, hay que ser claros: hoy en día, entre esos vecinos, son muy pocos los que practican golf. ¿Por qué? Porque la mayoría de los chicos se vinculan a este deporte desde otro lugar: el de caddies. Es una changa para ganarse unos pesos, ayudando en el Golf Club o en el Jockey. Si ahora se fomenta masivamente la práctica del golf en la zona, lo que va a pasar es que habrá una sobreoferta de caddies. Y cuando hay más oferta que demanda, los ingresos bajan. Si antes ganaban algo razonable, ahora tal vez no alcancen ni para el colectivo, porque otro chico estará dispuesto a hacer lo mismo por menos. Así se precariza aún más una actividad que ya es inestable.
Además, hay un segundo punto clave que no se suele mencionar, y que sí genera muchas dudas: el loteo. Hoy, los terrenos linderos al bosque tienen un valor limitado. ¿Por qué? Porque están al lado de una villa, y porque el desarrollo implica altos costos: llevar pavimento, luz, agua, servicios básicos. Pero si, de pronto, colocamos una cancha de golf frente a esos terrenos, desplazamos la villa y consolidamos un nuevo paisaje urbano, ese valor se dispara. Lo que hoy vale uno, mañana vale diez o cien veces más. ¿Y quién pone la inversión para hacer eso posible? El Estado. Así, con fondos públicos se multiplica la rentabilidad privada. Esa es la verdadera lógica detrás del proyecto. Y eso es lo que hace ruido.
Quiero dejar algo claro: no me molesta que los chicos practiquen golf. De hecho, cuando trabajé en el ordenamiento del bosque, una de mis funciones era regular la ocupación indebida. Pero jamás se molestó a los chicos que practicaban golf en alguno de los descampados. Sabíamos que eran vecinos, que estaban contenidos por esa actividad, y que no estaban generando daño. Incluso hoy siguen practicando en otro espacio abierto más cercano, donde pueden seguir haciéndolo sin problemas.
El proyecto de la cancha de golf no es una propuesta deportiva ni social: es un negocio inmobiliario encubierto. Se presenta como una oportunidad para la integración y el desarrollo barrial, pero en realidad funciona como una intervención de alta plusvalía para revalorizar terrenos privados aledaños. El Estado invierte en infraestructura y mejora el entorno, mientras los desarrolladores multiplican sus ganancias. Es una operación indirecta, disfrazada de inclusión, pero diseñada para beneficiar a unos pocos.
Y esto me lleva a otra reflexión final: el bosque ya ofrece hoy un espacio cuidado y accesible para la comunidad. Hay unas 10 hectáreas completamente parquizadas, con instalaciones sanitarias, custodia policial y de guardaparques los fines de semana y feriados, de 10 a 18 h. Tiene estacionamiento, normas claras —no se permite música a alto volumen ni consumo de alcohol— y cientos de personas de la zona lo disfrutan cada semana, de manera gratuita. Es uno de los pocos espacios libres y públicos que quedan para el disfrute de todos, sin exclusiones.
Por eso invito a la gente a que lo conozca, que se acerque, que vea con sus propios ojos la importancia de este pulmón verde. El bosque tiene 320 hectáreas, en una ciudad que cuenta con 1.000 hectáreas de espacios verdes. Es decir, un tercio del total está concentrado en este lugar. Rosario tiene unos 350.000 árboles en alineación urbana y parques, pero solo el bosque concentra más de 120.000 árboles. ¿Vale la pena poner todo eso en riesgo por un proyecto de interés privado?
Hoy, más que nunca, el Bosque de los Constituyentes está en peligro. Es el pulmón más grande de Rosario, y es responsabilidad de todos defenderlo, cuidarlo y preservarlo. No podemos permitir que, por acuerdos silenciosos entre unos pocos, se pierda, metro a metro, un patrimonio que le pertenece a toda la ciudad.
La biodiversidad del Bosque: un refugio vital amenazado
Es importante destacar que el Bosque de los Constituyentes alberga una variedad de ambientes acuáticos, incluyendo lagunas artificiales —permanentes, semipermanentes y temporales— con su correspondiente flora hidrófita. A esto se suman extensas plantaciones de casuarina, ciprés, álamo, fresno, araucaria, acacia, plátano, ceibo, sauce, roble, ombú, liquidámbar, morera, pecan, yatay, paraíso, palo borracho, eucalipto, aguaribay, olmo, jacarandá, aromo y distintas especies de palmeras (butiá, washingtonia, fénix, pindó), entre muchas otras. Si bien las casuarinas y las washingtonias son dominantes, las especies autóctonas también están presentes y cumplen un rol fundamental en el ecosistema del bosque.Asimismo, se encuentran pequeños pastizales naturales con pasto colorado, matas de espartillo y carquejilla. Aunque la mayoría de los árboles son de origen exótico, conviven con especies nativas de árboles y herbáceas, lo que permite que el Bosque actúe como un valioso refugio para la fauna local. Este espacio cumple funciones clave como área de anidación, alimentación, reproducción y resguardo para una gran diversidad de especies, entre ellas más de 200 tipos de aves, ranitas criollas, tortugas de laguna, tortugas pintadas, lagartos overos, coipos, cuises, comadrejas y numerosas especies de insectos, lo que representa el 25% de las aves que habitan en la provincia de Santa Fe..
René Marconi: Memoria, historia y defensa ciudadana
Estudió Historia y Química, y se desempeñó como docente universitario, dictando cursos en ámbitos tanto públicos como privados.
Fue responsable de la Cooperativa de Educación Ambiental Mainumbí y de la publicación de la revista Mainumbí, una de las primeras revistas especializadas en educación ambiental del país. También publicó materiales educativos en formato digital, entre ellos "Los árboles del paisaje urbano" y "La basura, un problema de todos”, además de artículos en medios como RosarioI12, la revista de la Asociación Empresaria de Rosario y Caminos del Oeste.
Entre sus participaciones institucionales, fue miembro del Consejo Provincial Pesquero (2004–2006), en representación de las ONG de la provincia de Santa Fe. En 2011, coordinó el proyecto "Turismo y Naturaleza", promovido por el Ente de Turismo de la Ciudad de Rosario.
También fue responsable de un proyecto de cooperación internacional entre la CONAF (Chile) y la ONG Casazul, participando en campañas de trabajo solidario en los Parques Nacionales Fray Jorge, Palmar de Ocoa y Cajón Grande (1995–1997).
A lo largo de su carrera, participó como expositor en numerosos congresos nacionales e internacionales vinculados al ambiente, la educación y el desarrollo sostenible.
Su labor ha sido reconocida con diversas distinciones, entre ellas:
- Premio Rosario Ecológico, otorgado por el Concejo Municipal de Rosario por su trabajo "Los árboles del Parque de los Constituyentes".
- Premio AdEPA, a la mejor revista de educación ambiental, concedido de forma colectiva a la revista Mainumbí, de la cual fue responsable técnico.
- Premio Conservadores del Futuro, otorgado por la Administración de Parques Nacionales, también a Mainumbí, por su contribución a la concientización ambiental.
René Marconi trabajó durante años en el Bosque de los Constituyentes, como integrante de la Dirección de Parques y Paseos de la Municipalidad de Rosario, donde combinó su experiencia técnica, educativa y ambiental con un profundo conocimiento del territorio.