Es consenso entre los periodistas “progres” que Jorge Lanata “se dio vuelta”, “se vendió”, etcétera, Basta con revisar sus columnas desde el inicio de su carrera hasta hoy para darse cuenta de que los cambios en sus ideas son los lógicos de cualquier persona a lo largo de poco menos de treinta años. Fue él quien estuvo al lado de Hebe de Bonafini cuando la titular de Madres de Plaza de Mayo rechazó las indemnizaciones que el gobierno de Carlos Saúl Menem propuso y finalmente dispuso para las familias de los desaparecidos (una de las grandes causas de disgusto entre Hebe y Carlotto, por ejemplo). Lanata sigue pensando igual, y su enfrentamiento con Bonafini proviene simplemente de lo mismo de lo que la acusa Osvaldo Bayer -alguien a quien difícilmente se puede colocar en el lugar de “vendido”: de haber hecho de una causa justa y nacional la bandera de una corriente interna de un partido político. Hebe con Boudou, Hebe con Moreno, Hebe con Miceli son imágenes que contradicen aquella lucha. De todos modos, son cosas que pasan en el devenir político: lo que es cierto es que Lanata, respecto de los principios y las causas, no cambió de opinión.
En los primeros tiempos del diario Crítica, e incluso antes, era menester que aquellos llamados a la magna tarea -incluso algún ganapán a quien Martín Caparrós, equivocadamente, endulzó el oído diciéndole que era “el mejor periodista de la Argentina”, algo que no es porque, además, la categoría no existe- dijeran “me convocó Lanata” o, más familiarmente, “me convocó Jorge”. Hay algo de divorcio mal digerido, de ego atravesado en el “odio a Lanata” de muchos de quienes formaron parte de esa redacción. Sin embargo, estas también son debilidades humanas. El primer punto que quiero aclarar aquí es por qué “Jorge” no tiene nada que ver con el cierre del diario.
Es cierto, como dijo varias veces, que se equivocó en el plan de negocios. Pero es mucho más cierto que los primeros en desertar del barco y vender sus acciones a Mata fueron los abogados encabezados por Gabriel Cavallo, quien además dedicó un emotivo mail a la redacción explicando su partida. A partir de allí, los únicos sostenes económicos del diario eran Lanata, el farmacéutico amigo del poder Marcelo Figueiras (que hizo una enorme fortuna por vender Tamiflú al Estado Nacional y a China en plena crisis de Gripe A; de su responsabilidad en el cierre hablaremos luego) y Mata. Se dependía de la publicidad más que de la venta en quioscos.
Poco a poco, en la medida en que la pauta oficial raleaba, o bien enviaban avisos que no se pagaban, los inversores fueron volcando dinero al diario. Es cierto que Lanata vendió perdió en el diario una propiedad valuada en u$ 600.000, y es cierto también que, para sostenerlo, fue vendiendo sus acciones en el diario a Mata poco a poco, hasta que quedó en minoría.
El interés de Mata era tener un diario para atacar a Ricardo Jaime y sacarle finalmente la licencia para que la línea aérea Air Pampas pudiese operar en el país. Es cierto también que el diario atacó con ferocidad -y pruebas, esto también es cierto- a Jaime. Mata calculó mal y jamás tuvo la licencia, pero eso es otra historia. Lo que sí es importante es que cuando Lanata se vio sin poder en el diario, decidió dejar la dirección periodística. Para entonces, el diario prácticamente no le pertenecía. Permaneció unas pocas semanas como editorialista, hasta que nuevos roces con Mata y los suyos lo obligaron a irse definitivamente.
El día en que cayó la noticia, un año antes del cierre del diario, hubo una asamblea improvisada donde muchos querían parar el diario. Fue la primera vez que se amenazó con dejar de salir, aunque primó la cordura: que el director periodístico de una publicación dejara su cargo no era razón para dejar de trabajar. El diario salió a la calle.
Para poner en blanco sobre negro: cuando Crítica cerró definitivamente, Lanata no tenía la menor acción en el diario. No tenía la responsabilidad en el pago de los salarios, y de hecho el diario continuó un año entero más. Hubo idas y vueltas, el segundo de Jorge, Guillermo Alfieri, quedó interinamente a cargo hasta que más presiones sobre la línea editorial lo obligaron a su vez a renunciar.
La dirección final recayó nominalmente en Daniel Capalbo, hasta entonces responsable de la web. Pero convocó antes a los prosecretarios de redacción y a los editores para pedir que la auténtica dirección fuera responsabilidad de un comité, que se constituyó con un voto de confianza hacia Capalbo. Lo que sucedió entonces fue que, para muchos, la salida de Lanta mejoró el diario. De hecho, después del lógico sacudón por la salida de quien había puesto su nombre, apellido y estilo en cada ejemplar, la circulación se recuperó y Crítica vendía la misma cantidad de ejemplares que en su primer año. Ocasionalmente, un poco más. Nunca suficiente, también es necesario decirlo.
Cuando algunos periodistas hoy purísimos defensores del proyecto nacional y popular culpan a Lanata por “haber dejado familias en la calle”, mienten a sabiendas. Es cierto que Lanata no expresó luego solidaridad alguna cuando el diario dejó de salir y se estableció un plan de lucha. Pero mal podría haberlo hecho cuando en gran medida eso correspondió a una jugada del Gobierno para que dejase de salir. No debería culpárselo por estar enojado al menos con una parte de la redacción, especialmente con la Comisión Interna.
Las deudas a colaboradores, los pagos parciales de salario, la extensión de las negociaciones por recomposición salarial comenzaron con Mata, no con Lanata. La primera Comisión Interna se formó unos meses después de comenzar a salir el diario, y la primera negociación por aumento salarial se resolvió, con Lanata, en una semana. Sí había problemas, tensiones, salidas y entradas de periodistas, como en cualquier medio y mucho más cuando se trata de un proyecto tan grande y ambicioso. No vienen al caso y no fueron en ningún modo causa de nada: la Comisión Interna sabe que la primera negociación y la única que se llevó adelante con Lanata fue rápida, razonable y exitosa.
La segunda Comisión Interna solo tuvo, respecto de la primera, el cambio de un integrante. Básicamente, los trabajadores le dieron un voto de confianza a quienes ya habían pasado un año representándolos; de hecho, no hubo lista opositora. El arranque de esa Comisión llevó a una negociación más difícil, trabada, compleja, con constantes idas y vueltas al Ministerio de Trabajo. En esto, seamos justos, la responsabilidad de los representantes de los trabajadores fue ínfima: simplemente la empresa (Mata) no quería saber nada con recomponer un salario afectado ya por la “inexistente” inflación que el propio diario se encargaba de difundir y que estaba por encima del número feérico que disponía -y dispone- mes a mes el Indec intervenido.
Respecto de Figueiras, el farmacéutico quiso en algún momento, cuando ya el diario había dejado de salir, quedarse con el diario en lo que en los EE.UU. se llama un “hostile takeover”, en criollo comprándole a Mata lo que había por chaucha y palito. Pero además quería que el diario cambiase su línea editorial para volverlo amigo del Gobierno. Se decía y se repetía en asambleas que, de darse esa condición, el diario cobraría no solo la pauta adeudada (aún en parte al cobro mientras continúa el proceso de quiebra de Papel 2.0) sino que se aseguraba más ingreso gracias a la amistad de Figueiras con el Gobierno del FPV, a cuyas campañas siempre ha aportado dinero.
La responsabilidad de la Comisión Interna en el cierre del diario no es en absoluto menor, pero hay aún muchos puntos oscuros que -nobleza obliga- solo se intuyen y son improbables más allá de los recuerdos de quienes formaron parte de las asambleas y oyeron. Para resumir algo, digamos que negociaron constantemente con el Gobierno que apareciera algún “inversor” para hacerse cargo del Titanic antes de que terminase de hundirse. El primero en aparecer, incluso antes de que estallara el conflicto, fue Sergio Szpolsky, quien quería tener el diario para darle al Gobierno un medio todos los días. No lo logró aunque hubo muchas conversaciones bajo cuerda. Finalmente, Szpolsky logró sacar el propio diario, Tiempo Argentino, tomando como base a muchos redactores de Crítica, curiosamente -o no- varios que estaban muy de acuerdo con el Gobierno.
Más tarde aparecieron los hermanos Olmos, abogados mendocinos relacionados con la UOCRA y dueños del diario Crónica. La idea era que los Olmos compraran Crítica, la sacaran y morigeraran apenas la línea editorial contra el Gobierno, algo que de todos modos no iba a ser así. En las asambleas se hablaba de cuánta gente estaban dispuestos a tomar, con cuánta pauta oficial el Gobierno iba a “premiarlos” si se hacían cargo de lo que ya se transformaba en un lastre político, etcétera. “Casi” estaba todo cerrado, hasta que Aníbal Fernández en persona -así se narró en asamblea- dijo que la propia presidente estaba en contra de que siguiera saliendo ese diario con ese nombre. Todo para atrás, cierre definitivo, pesar absoluto. Sin embargo, los Olmos compraron -presión del Gobierno Nacional mediante- BAE, languideciente objeto del grupo Szpolsky, y contrataron a algunos periodistas tanto para ese diario como para Crónica. Lo curioso es que en BAE entró media comisión interna.
Pasaron muchísimas más cosas en el medio. Y es cierto que lo que la Comisión Interna quiso fue mantener la fuente de trabajo o, al menos, conseguir un destino laboral, sea de parte de quien fuese, para la mayoría de los trabajadores. Pero también que se enredó en un juego político (punto oscuro: a sabiendas o no) donde la muerte de Crítica era un triunfo no solo para el kirchnerismo, sino para todos aquellos a quienes el diario incomodaba. Los deudores de pauta no eran sólo el Gobierno Nacional, el de la Provincia de Buenos Aires y el de Santa Cruz, sino también el Gobierno de la CABA, de Santa Fe, de Rosario y un largo etcétera. Si bien es cierto que Mata no tenía derecho a suspender el pago de los salarios, como hizo en abril de 2010, porque no entraba esa pauta (su cálculo fue que el escándalo llevase al o los gobiernos a pagar, cálculo imbécil de un almacenero con suerte) también es cierto que la deuda generada, que podría haber sostenido la publicación al menos un año (a Crítica el papel se lo vendieron siempre mucho más caro y solía importarlo de Chile) respondió a una estrategia conjunta de gobiernos aparentemente enfrentados en la superficie para que el diario dejase de existir.
Es decir: en todo este proceso, el que menos culpa tiene y ha tenido siempre, más allá de su evidente fastidio cuando, al cierre del diario, le preguntaban por qué no ayudaba a los trabajadores (como si fueran niños tontos que no sabían de los riesgos de ir a un proyecto como Crítica de la Argentina), es Jorge Lanata. Y todos en el medio lo saben, incluso aquellos colaboradores como Reynaldo Sietecase que, cuando comenzó la toma preventiva del local para evitar un vaciamiento, dejó de aparecer y solo se preocupó por ver cómo cobrar lo que le debían. Lo menciono porque su actuación en aquellos malos tiempos borra con el codo cualquier reclamo principista que hoy pueda hacer con un Martín Fierro en la mano.
Imagino que habrá más, pero el esquema, el andamio, es este. Espero que les interese. Todo esto es verdad.
Imágen: Platinum
Fuente: Agitprop (@Agitprop2)