Por: Gustavo Noriega
La historia del siglo XX muestra que hay pocas cosas más feas que la propaganda oficial.
Eventualmente, el tiempo y los vaivenes políticos tiñen las imágenes de melancolía y les insuflan un encanto kitsch. El Museo de la Alemania Oriental, en Berlín, funciona con ese hechizo: en sus instalaciones se pueden apreciar desde videos de discursos de Erich Honecker ante el Comité Central hasta un ejemplar del Trabant, el pequeño auto popular con que se desplazaban los alemanes bajo el régimen comunista. Todo lo que ayer era símbolo de la opresión, hoy parece añorable: hasta los carteles que dicen "Aprender de la Unión Soviética significa aprender a ganar" nos provocan una sonrisa tierna. En el último Bafici una de las películas más impactantes fue Autobiografía de Nicolae Ceausescu, de Andrei Ujica, estructurada casi íntegramente por material propagandístico generado por el dictador rumano.
En tiempo presente, las imágenes con las que un gobierno se celebra a sí mismo suelen presentarse, en cambio, en toda la desnudez de su mediocridad. La sucesión de obreros felices, enfermeras vacunando, albañiles alineando ladrillos como si fuera lo que siempre soñaron hacer se entrelaza con caminos nuevos, pavimentaciones, fábricas que se abren y desechos industriales que, ¡por fin!, se entuban y dejan a salvo a la población que, con la misma sonrisa, vuelve a vacunarse, apilar ladrillos o asistir a clases. La propaganda oficial comparte con la publicidad comercial, motor del capitalismo, la misma necesidad de mostrar un mundo tajante, sin ambigüedades, en donde las cosas son transparentes, sencillas de decodificar. La propaganda política sufre la restricción de que sus productos tienen menos magia que un desodorante que atrae a las mujeres o un detergente que convierte en blancos y brillantes los platos grasosos. La propaganda oficial está necesariamente más atada al mundo real y eso la hace más falsa aún. El Fútbol para Todos (FPT), la fabulosa movida política que puso el campeonato argentino en los canales de aire, se convirtió en un formidable medio de propaganda para el Gobierno . Un entretiempo cualquiera, de uno de los diez partidos que se juegan en cada fecha, elegido al azar, mostrará, casi con seguridad, lo mismo que los otros nueve. El combo de los quince minutos (ahora rigurosos) puede incluir algún servicio de información para la sociedad, algún candombe autocelebratorio, un corto que muestra con un grado de idealización notable a los clubes de la AFA, la canción de otro club interpretada por algún famoso y eventualmente un breve noticiero.
Varios de estos segmentos podrán repetirse antes o después de los partidos. En uno, dos y hasta tres de ellos se mostrarán imágenes de la presidenta Cristina Fernández. La Argentina que aparece en ese efímero cuarto de hora -habitualmente destinado a que el futbolero cumplimente sus necesidades más inmediatas, como prestarle atención a su familia- es un paraíso en donde la gente es feliz y canta y los clubes son instituciones sociales modelos. Con el pitido del árbitro comienza el segundo tiempo y la carroza vuelve a transformarse en zapallo. Y es sabido que el zapallo del fútbol es especialmente insalubre, habida cuenta de que la extraordinaria inyección de dinero por parte del Estado no ha sacado a los clubes de sus quebrantos ni provisto de nuevos dirigentes ni limpiado a los barrabravas ni democratizado la AFA.
Además de su evidente problema estético, ¿qué tiene de malo que la televisión pública emita propaganda oficial? Según una elemental lógica democrática y republicana, los avisos que emite el Gobierno deberían limitarse a información útil para el ciudadano: campañas de vacunación, explicación de la mecánica de los actos eleccionarios, capacitación para recibir encuestadores y censistas oficiales, recordatorio de vencimientos impositivos... Lo que el Gobierno no puede hacer con la plata del Estado es felicitarse a sí mismo por haber hecho obras. Nada le impide al partido gobernante vanagloriarse de sus logros a través de avisos, siempre que estén financiados con sus propios recursos. El uso de fondos públicos para celebrar políticas de gobierno sitúa en desigualdad a los partidos políticos y pone en el tapete el tema central de la democratización de la política: su financiamiento.
Para tomar un solo ejemplo revisemos la instancia "Salud para todos", de la serie de clips musicalizados con el candombe "Nunca menos", creado originalmente para homenajear a Néstor Kirchner. El segmento abre y cierra con la imagen de Cristina Fernández, muestra una serie de personas siendo atendidas por diversos profesionales de la salud (¡hasta el niño que va a ser vacunado con una aguja hipodérmica está contento!) intercalados con carteles sobre un fondo celeste y blanco con datos que invocan una primera persona del plural que queda claro a quién corresponde ("Aumentamos a 16 vacunas el calendario de vacunaciones", por ejemplo, entre otros logros). La sucesión de imágenes incluye a un niño haciendo con los dedos la V peronista. La utilización de menores es todo un capítulo que merecería tratarse aparte y que, desde luego, no excluye a otras fuerzas políticas (recordemos la conferencia de prensa de Macri en su lanzamiento a la candidatura de jefe de gobierno en 2007, en un basural de Lugano, acompañado por una pequeña y desconcertada niña).
La semana siguiente a la fecha en que se emitió "Salud para todos", el candombe sirvió para musicalizar una celebración de la política exterior del Gobierno. Nuevamente la misma melodía, las leyendas negras como grafitis sobre los colores patrios ("Se evita el golpe de Estado en Ecuador") y la imagen de la Presidenta abriendo y cerrando el segmento, como obedeciendo a una programación sistemática. Así, siguiendo un esquema que se va hilvanando fecha a fecha, cada semana un aspecto de la política gubernamental es festejado por la televisión pública: educación, Asignación Universal, jubilaciones...
Por otra parte, la manía nominativa del oficialismo lleva las cosas a un nivel de redundancia poco común. En la transmisión del torneo denominado "Néstor Kirchner", durante el partido, luego de que se haya visto el video "Nunca menos" con la imagen de Néstor Kirchner, pueden aparecer zócalos en donde se anuncia la construcción de un viaducto (o canal aliviador o escuela o cualquier otra obra pública) que recibe el nombre de "Néstor Kirchner". La presencia de Néstor y Cristina Kirchner en las transmisiones de fútbol es abrumadora, como nunca antes se dio en la historia de nuestro deporte más popular.
Para evaluar la ventaja que el oficialismo saca respecto de cualquier partido de la oposición con esta disponibilidad de fondos públicos basta evaluar el costo que implica poner en el aire en la televisión pública estos spots con semejante nivel de repetición. Según datos de la Jefatura de Gabinete, el candombe dedicado al ex presidente, emitido en la primera fecha quince veces a lo largo de ocho partidos, le implicó al Estado un gasto superior a los diez millones de pesos. Ningún partido político que respete las formas legales de financiar la actividad política podría hacer semejante inversión semanal.
Las democracias avanzadas ponen en claro en su legislación que el gobierno no puede utilizar la publicidad oficial para hacer proselitismo y, más aún, prohíbe este tipo de expresiones unos meses antes de un acto eleccionario.
Más allá de que sea resultado de un Estado totalitario o como desviación de la democracia, la propaganda oficial se parece siempre a sí misma, pintando un mundo feliz, sin asperezas ni contradicciones: el alegre albañil bonaerense nos recuerda inevitablemente a la camarada tractorista soviética.
Fuente: Diario La Nación