domingo, 13 de diciembre de 2009

Sylvina Walger sobre Posse: "Un nihilista de derecha"

La asunción de Abel Posse ha puesto en pie de guerra a todos los bienpensantes y malpensantes de la Ciudad. El nuevo ministro de educación pertenece a un mundo que fue y no volverá: el de los blancos y los negros, los buenos y los malos.
Por: Sylvina Walger
Si no fuera por las consecuencias que seguramente traerá su paso por Educación, el nombramiento de Abel Parentini Posse como ministro en la ciudad de Buenos Aires podría ser parte de una comedia de enredos. Que comenzó con el mercenario Ciro James, atravesó al parapsicólogo Leonardo hasta llegar a ese nihilista de “derechas” (diría José Antonio Primo de Rivera) que es Abel Posse y que ha puesto en pie de guerra a todos los bienpensantes (y malpensantes) de la ciudad. Si la especialidad de los Kirchner es el pasado inmediato (jamás el presente), la de Mauricio Macri es el pasado pasado. Recordemos que el primer aspirante a ministro de Cultura provenía de las entrañas del onganiato y en su currículum se destacaba su habilidad para hacer tortas sin tener que prender fuego.
Posse es alguien que un museo debería estar orgulloso de exhibir. Pertenece a un mundo que se fue y no volverá. El mundo de los blancos y los negros, los buenos y los malos. Aunque en la Argentina persistan de estos restos, tanto hacia la izquierda como hacia la derecha. Sabe que la guerra fría terminó, pero no se resigna. Para colmo sus buenos amigos ideológicos o han muerto o están presos, léase Pinochet y Fujimori. El “troskoleninismo” y Gramsci aún conviven en su alma y le advierten del peligro. De paso cabe felicitarlo por haber digerido a Gramsci que, como sabemos, no es un cuento de Poldy Bird. Eso es lo que lo convierte en uno de los dos demonios de la historia. Nada más parecido a los guerrilleros que desprecia que su propia, y enardecida, prosa.
Está convencido de que los K llegaron para demoler las instituciones, acabar con el Estado, los militares, la policía y todo lo que parezca orden. Siento tan poca simpatía por el matrimonio presidencial como por el ministro de Educación, pero me llama la atención que no se dé cuenta de que éste fue el estado de cosas que dejó Duhalde. Los piqueteros llegaron con Duhalde; la locura y la pérdida de identidad de la gente se la agradecemos al neoliberalismo menemista. ¿Cómo cree que queda un país al que le robaron todos los ahorros? El gatillo fácil existe en la Argentina desde la época de Onganía (el primer caso ocurrió en 1968, durante la época de Onganía, y hasta el ministro Borda fue al entierro del occiso).
Olvida también que Duhalde, su amigo y asesorado, apenas le cayó un muerto encima llamó a elecciones para sacarse la historia de encima. “Este país se deshace por la permisividad de los ladrones, los corruptos y los periodistas cobardes”, le gritó Posse a Ernesto Tenenbaum antes de colgarle el teléfono. Yo le contesto que este país fue siempre así y que en materia de latrocinios (sin mencionar las torturas) los militares van primeros en la lista.
Diplomático de carrera, en los años 80 recaló en París como agregado cultural. Supongo que habrá padecido el mamarracho de Malvinas y a lo mejor hasta fue de la hinchada. No fue mi caso. Al poco tiempo escribía crónicas en el diario El País de Madrid y firmaba como Abel Parentini.
Como agregado cultural hizo muchos méritos entre la intelectualidad del exilio argentino. Debe haber sido el único momento en todos esos años en que un exiliado pisó la embajada. De él no se decía ni que era un extremista ni que era un derechista; simplemente que era escritor y muy agradable. Creo que entonces nunca se hubiera animado a decir que “se busca mantener ilegítimamente encarcelados a los militares que cumplieron el mandato del gobierno peronista logrando el cometido de aniquilar la guerrilla en sólo diez meses”.
De su mujer (su hijo aún no había muerto), en cambio, se expresaban como “esa pobre Sabine”. Debe ser el caso de un misógino mujeriego, la peor de las mezclas.
A Posse le cuesta convencerse de que los tirabombas de antaño son hoy tan sólo reformistas, no sólo porque mataron a los jefes sino porque el mundo fue cambiando. ¿O acaso no piensa saludar nunca al presidente Mujica, que estuvo siete años encerrado en un pozo?.
La democracia argentina no está mal porque llegaron los K; en todo caso ellos aprovecharon y la pusieron peor. Aprovecharon la tragedia de los derechos humanos para manipular a la gente. Yo nunca sentí que vivía en un país. Y nunca sentí que vivía en un país de gente de bien. Un país que todavía no conoce una verdadera democracia.
La policía que usted defiende con tanto ahínco, Posse, es tan peligrosa como esos pibes chorros a los que usted llama delincuentes. Si a esto le suma el desastre que ha hecho Scioli en materia de seguridad, habrá que prepararse para más inseguridad. Todavía no tengo muy claro qué espera usted de las marchas contra la inseguridad. Dijo usted de su alborotador artículo que simplemente se había referido a “lo que piensa la mayoría de los argentinos y de todos los que padecen inseguridad”.
¿Pero qué es lo que desean? ¿Que los aviones bombardeen las villas? ¿Que cada ciudadano tenga un patrullero en la puerta, corriendo el riesgo de que sean los del patrullero los que te degüellen? ¿Que fusilen menores porque nadie va a hacer más cárceles?.
Usted va a ser ahora el ministro de Educación de una juventud que no es fácil, con maestros mal pagos por cuya jerarquización se han hecho pocos esfuerzos. Esto me recuerda a Giovanni Gentile, filósofo, ministro de Educación de Mussolini y gran amigo de Benedetto Croce, que era considerado el “pensador oficial” del régimen. En 1944 los partisanos lo enviaron al otro mundo.
Gentile, a través de revistas culturales, furiosamente antisemitas, supo atraer a jóvenes y prometedores escritores. ¿Cuáles? Vasco Pratolini, Cesare Pavese, Guttuso, Sergio Einaudi. Hasta que les llegó el tiempo de dar explicaciones sobre sus colaboraciones. Incluso Alberto Moravia, un antifascista de pura cepa, tenía que escribirles cartas a los censores para que le dejaran publicar sus obras. Y estas cartas contenían todos los halagos que podía imaginar un censor.
Abel Posse tiene razón cuando dice que no necesita saber sobre educación para desempeñar su tarea. Tal vez el contacto con la realidad amaine su furia y le demuestre que además de látigo a veces hace falta un poco más de sensibilidad. Total, de ideología no va a cambiar.

Foto: Diario La Nación
Fuente: Crítica de la Argentina
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