El virus del miedo
Por Mónica Müller*
El virus A H1N1 nos ha trasladado desde el siglo XXI, con su cándida confianza en una ciencia todopoderosa, a la Edad Media, cuando la humanidad se sabía inerme frente al misterio de las enfermedades.
Las epidemias tienen efectos tan contagiosos y dramáticos sobre la mente como sobre el cuerpo. El temor arcaico que producen hace reaccionar a las personas y a las sociedades como chicos asustados. El pensamiento mágico reemplaza a la razón y todos confiamos en el milagro que llegará por vía de los mayores, de los médicos, de los dioses o de las autoridades, que simbolizan lo mismo. Cuando la enfermedad se disemina y la muerte golpea, aparece primero la incredulidad y enseguida el reclamo iracundo a los que creíamos nuestros protectores omnipotentes.
Frente a la calamidad, simplificar y generalizar siempre es tranquilizante: concentra lo malo en un solo objeto para que todo lo restante pase a formar parte del universo de lo bueno. Por eso, las sociedades infantilizadas por el miedo tienen la urgencia de señalar a un culpable. Y el culpable siempre es el que piensa distinto, el diferente, el extranjero o el adversario.
Cuando en agosto de 1918 un nuevo virus de gripe comenzó a diseminarse por los Estados Unidos matando en pocos días a un enorme número de jóvenes sanos, la sociedad norteamericana señaló enseguida a los culpables. Muchas personas dijeron haber visto una nube de humo negro y viscoso cargado de microbios saliendo por la chimenea de un barco de bandera alemana amarrado en el puerto de Boston. Otros vieron emerger de la torreta de un submarino alemán varios hombres con tubos de ensayo en la mano, que amparados en la oscuridad esparcieron el germen en lugares públicos de la ciudad. Pero los periodistas mejor informados hacían recaer la sospecha sobre la firma alemana Bayer. Afirmaban -y la gente lo creía- que el laboratorio había contaminado con el germen las tabletas de aspirina para eliminar a toda la población de los Estados Unidos. Recién en 1997 se pudo identificar al verdadero responsable: un virus A (H1N1), de estructura molecular, composición y comportamiento hasta ahora idéntico al de la pandemia actual. En 1918 la manipulación genética era un tópico que no aparecía ni en la ficción científica de Julio Verne. Aquel virus fue resultado de la recombinación azarosa de uno aviar, uno porcino y uno humano, accidente biológico que se repite cíclicamente a causa del método tradicional de cría de aves y chanchos que se aplica en muchos lugares del mundo. No hay indicios de que el origen del virus actual sea diferente.
Hipótesis conspirativas de cabotaje que abarrotaron las casillas de entrada del correo electrónico desde el principio de esta epidemia aseguraban primero que el tal virus no existía y que el divulgador de la alarmante noticia era Donald Rumsfeld, accionista principal del laboratorio que elabora el fármaco oseltamivir (Tamiflu), de relativa efectividad si se lo toma al inicio de la infección. Durante las primeras semanas, respetados especialistas argentinos minimizaron la gravedad potencial de la epidemia señalando que el virus no era más mortal que el de la gripe común. Ese dato todavía es incierto pero, en todo caso, una enfermedad capaz de contagiar a un tercio de la humanidad puede llevar a la tumba a varios millones de personas en pocas semanas aunque su mortalidad sea baja. En paralelo con la curva ascendente de casos y muertes confirmados en México, la versión conspirativa cambió por “la creación de un nuevo virus en laboratorio, como fue la del VIH, con el objetivo de devastar a la población mundial”. Un correo reciente da detalles más precisos sobre los diseñadores del virus y sus designios: “Un grupo que opera en los EE.UU. bajo la dirección de los banqueros internacionales que controlan la Reserva Federal, así como la OMS, la ONU y la OTAN” con el objetivo de “exterminar a la población de los Estados Unidos mediante la vacuna contra el mismo virus”. En términos económicos parece una estrategia indigna de personajes tan inteligentes e inclinados al mal: no hace falta ser banquero para saber que si no hay personas se acaban los negocios.
Por cierto que la industria farmacéutica es capaz de poner en riesgo a toda la humanidad en su carrera frenética por la competencia y los beneficios económicos y que los gobiernos de Estados Unidos han recurrido más de una vez a armas biológicas para dirimir cuestiones políticas, pero hasta ahora los virus han demostrado ser más elusivos, inteligentes y malignos que la Big Pharma, los alemanes en 1918 y hasta que los funcionarios del gobierno de Bush.
Pese a la dinámica cíclica que desde hace por lo menos cinco años hacía previsible la pandemia actual, los medios nacionales despliegan hipótesis persecutorias tan disparatadas que si no fuera por el contexto en que se publican deberían merecer la atención de especialistas en psicosis paranoides. Hemos oído decir que el gobierno nacional debería haber hecho algo más para evitar la rápida diseminación del virus y, al mismo tiempo, que exagera la gravedad de la epidemia con fines políticos. Hemos leído que por esos mismos intereses se hace todo lo contrario: que se difunden cifras de casos y de muertes menores a las reales y que la verdadera magnitud de la situación se oculta por alguna razón de conveniencia política. Sin embargo, un mínimo esfuerzo por informarse con objetividad permite saber que las autoridades sanitarias argentinas siguieron desde el principio las directivas de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a control, detección de casos y mitigación de la epidemia. La única medida tomada en contra de las indicaciones de la OMS fue la cancelación de los vuelos a México en el intento de retrasar el inicio de la epidemia en el país, lo cual no fue una omisión sino un exceso de cuidado. Los registros estadísticos nacionales surgen de las normas internacionales que contabilizan como positivos sólo los casos confirmados por laboratorio. Por eso no sólo acá sino en todo el mundo las cifras oficiales son inferiores o están retrasadas con respecto a las verdaderas.
Otra regla epidemiológica internacional indica que los hisopados para detectar el virus sólo se hacen de rutina a la primera o dos primeras centenas de enfermos. Después, se reservan para aquellos enfermos que presentan una presunta complicación por el virus. También responde a un consejo de la OMS la venta controlada de antivirales por parte del Estado. Todas estas disposiciones responden a razones indiscutibles y claras de orden médico y en la Argentina se las ha respetado hasta hoy rigurosamente. Sin embargo, con absoluta indiferencia por la verdad, los medios han presentado cada una de esas medidas como maniobras eleccionarias, como hechos delictivos o como torpezas en el mejor de los casos. No es extraño que los políticos y los periodistas, que sobre microbiología lo desconocen todo, aventuren cualquier origen y cualquier desenlace para esta epidemia y traten de capitalizarla para confirmar sus intereses o sus ideas. Tampoco es raro que la gente asustada espere de las autoridades el milagro de aislar al país de la pandemia, de detener el aumento de casos o disminuir la mortalidad del virus. Pero los médicos, una vez aprobada la materia Microbiología, deberíamos conocer la lógica viral, que se caracteriza por eludir casi toda estrategia terapéutica conocida. Y en los momentos en que la sociedad nos necesita con urgencia tenemos la responsabilidad de desactivar nuestros propios dogmas y nuestra propia imaginación para poder razonar con objetividad y calma.
La deuda de las autoridades en materia de salud, alimentación, educación y vivienda, que afecta a muchos millones de argentinos, son responsabilidades históricas bastante graves sin necesidad de sumarles cargos falsos creados por el oportunismo o por el miedo.
Frente a esta amenaza que recién está empezando a mostrar su capacidad destructiva, es más útil volver la mirada al microscopio que buscar un culpable de fantasía. Los médicos tenemos derecho a tener miedo, pero también tenemos la obligación de tratar de entender cuál es el verdadero enemigo que tenemos enfrente.
*Médica clínica.
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Gripe A: de jóvenes, medios y miedos
Florencia Saintout reflexiona sobre jóvenes, medios y miedos.
Por: Florencia Saintout*
Escucho en los noticieros: “¡Atención para el que minimice la enfermedad: además de las cifras oficiales se está hablando del doble o el triple de víctimas!” El periodista no esclarece quiénes son los que están hablando, ni dónde, ni nada: aquí ni la lección mínima de las “cinco W” clásicas del periodismo (qué, quién, como, cuándo, dónde).
Se sabe tan poco de todo (o se sabe tanto que no se sabe qué, o sabemos nosotros pobres mortales tan poco y suponemos que algunos otros sabrán) que es muy difícil decir qué es lo que sucede efectivamente, objetivamente, con este tema de la gripe A, la porcina.
Lo que sí sabemos es que en un orden social que ha sido desde décadas gestionado desde el miedo tanto a nivel global como local, éste brota desde los escombros y las superficies, desde todos lados, para fijarnos en la alerta “científica”, “aséptica”, de que mejor nos cuidemos de la respiración del otro, de la saliva en el mate que no debe tomarse compartido (¡¿es posible el mate no compartido?!), en el cuidado del alcohol ante la presencia de los fluidos de los cuerpos cercanos que no deberían estar cerca. Que ronda el virus hasta en los lugares más inesperados. Que no hay que juntarse ni tocarse: ¡No hay que besarse!
En este contexto de gestión mediática del pánico colectivo tal vez algunos han aprendido la imposibilidad de la vida sin la presencia de los otros. Pareciera que aun sin saberlo, los jóvenes -que, se dice, son los más vulnerables- desafían el miedo disciplinario impugnando la veda al encuentro. En estos días, he escuchado a muchos jóvenes reírse de la idea sostenida por padres y médicos de que no hay que juntarse y respirar junto a los demás. A riesgo del riesgo.
En momentos donde todos sospechan de todo (se dice: virus creados por laboratorios, malos gobiernos, qué hay detrás...) y todos temen de todos, los jóvenes escamotean la muerte acordando por Internet dónde se besarán y encontrarán de maneras nada virtuales sólo en un rato.
*Doctora en Comunicación, “Observatorio de Comunicación, juventud y medios”, FPyCS/UNLP.
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El discurso periodístico sobre la gripe A. Los medios y la pandemia
Los autores analizan la cobertura periodística en torno de la gripe A desde tres dimensiones: la económica, la epidemiológica y la social. Y muestran cómo el discurso de los medios es funcional a la medicalización y la biopolítica.
Por Hugo Spinelli, Marcio Alazraqui y Anahí Sy*
Los medios, en general, presentan los temas del Proceso Salud-Enfermedad-Atención en términos negativos y de catástrofe. Las buenas noticias no son noticias. Lo que los medios problematizan son los escándalos, las tragedias, los actos violentos y algunas pandemias reales o potenciales. ¿Recuerdan cuando nos íbamos a enfermar de cólera o tener el síndrome de la vaca loca o la más reciente gripe aviar, para la cual el Ministerio de Salud hasta compró medicamentos en su momento? Todo ello vende más que otros hechos que no reciben tanta espectacularidad, por ejemplo la tarea de los trabajadores de la salud en esta -ahora sí- real pandemia.
Al analizar las noticias sobre la pandemia en función de tres dimensiones (económicas, epidemiológicas y sociales), podemos -de manera esquemática- describir su evolución en siete fases (que no tienen una linealidad mecánica, sino que se superponen y conviven).
La primera fase se vincula con el origen de la gripe porcina. Desde la dimensión económica, es necesario recuperar el rol de los negocios de alimentos de la empresa Smithfield Foods Inc, la productora de carne porcina más importante del mundo que, con más de un millón de cerdos en el poblado de La Gloria en México, es denunciada por ser el lugar donde se inicia la epidemia. Es la tercera compañía en EE.UU. en producción de alimentos, con una facturación anual de más de 12.000 millones de dólares, ubicada por Fortune en el puesto 222º entre las 500 empresas más importantes del mundo. Desde la dimensión epidemiológica es necesario recuperar el artículo de la revista Science del año 2003 que alertaba sobre la mutación del virus de la gripe porcina y su relación con las formas de producción porcina. En enero de 2009, la misma revista señaló el paso del virus de los porcinos a los humanos. Desde la dimensión social, para los argentinos era un problema de otros, les pasaba a otros y para ello nada mejor que demostrar nuestra capacidad de discriminar. Así se cerraron los vuelos con México, generando no pocas críticas en América latina por dicha actitud.
La segunda fase se instaló como catástrofe. Desde lo económico, la gran presión del lobby de productores de carne porcina logró cambiar el nombre de la gripe que tomó así una denominación más científica: gripe A (H1N1). Desde la dimensión epidemiológica, esa nueva denominación permitía darle al proceso una causalidad simple, ligada a un virus, quitando toda relación con un proceso social y productivo como era el que le daba la anterior denominación. Desde lo social, la pandemia se instala como alarma y catástrofe, los medios empiezan a reproducir las mismas noticias y los mismos contenidos. La Argentina comienza a mirarse a la luz de la experiencia mexicana; un México, primero, superpoblado de barbijos, luego, desierto. Las crónicas periodísticas invitan a los argentinos residentes, y de paso por México, a enviar el relato de su experiencia y de la situación; donde ahora todos son potencialmente “letales”. México fue el espejo que nos devuelve la imagen de lo que sería nuestro país. ¿Quién es el culpable? Eliminado el nombre “gripe porcina”, la gripe A H1N1 remite al primer niño que padeció la enfermedad, a la mujer que fue donde el “virus mutó”, ahora responsables por una “inminente pandemia”. La situación mexicana asimismo nos lleva en el túnel del tiempo que remite a la historia de las “pestes” y sus consecuencias históricas, como si un siglo de desarrollo en medicina no tuviera incidencia sobre las causas y consecuencias potenciales de la enfermedad.
La tercera fase está marcada por la de-sinformación. Desde lo económico pudo observarse el posicionamiento de algunos especialistas de la infectología (crónicos representantes de intereses comerciales) que en transmisión por TV llamaban a la calma mientras tenían un barbijo puesto. ¡Patético! Otros, en tanto, nos preparaban para vendernos la próxima vacuna. Desde lo asistencial existía una saturación de los servicios ambulatorios y de internación. Las consultas se generaban en parte por el pánico y la desinformación, donde los medios también jugaban su juego. El desabastecimiento en farmacias, de alcohol en gel, barbijos, pueblan las noticias, al mismo tiempo que se refería a la inocuidad del uso de barbijo. Los muertos van marcando quiénes son los grupos en riesgo, así, de los tradicionales extremos de la vida niños y ancianos, como los más vulnerables, se pasa a jóvenes fuertes y sanos, embarazadas, hasta abarcar a todos. En la dimensión social se instaló el miedo al otro, al que se tenía al lado, a quien se acerca mucho. Bocas cerradas que se esconden tras bufandas, que inhiben bostezos bajo la forma de una mueca, miradas desconfiadas y llenas de miedo son ahora la fotografía del espacio urbano. En los transportes públicos, los movimientos son mínimos y milimétricamente calculados, las miradas se cruzan en un alerta incansable por no encontrarse cerca del otro; aquel que atisbe a fruncir la nariz para estornudar, sacar un pañuelo o carraspear para clarear la voz provoca una confluencia de miradas reprobatorias que se avalan mutuamente, así la culpa inhibe la acción, llama a la autocontención, las miradas censuran actos, otrora cotidianos, haciendo evidente la discriminación social que sufren no pocos a diario por otras circunstancias.
La cuarta fase (que se superpone a la anterior) trajo el autocuidado y la referencia a los estilos de vida. En la dimensión de los negocios apareció la universalización del barbijo, del uso de alcohol y hasta aparecieron los pañuelitos Dr. Ginés. Varios laboratorios privados salieron a ofrecer el diagnóstico a precios no menores de 250 pesos. Desde la dimensión epidemiológica ya se reconocía que la pandemia no tenía la mortalidad sospechada. Desde la dimensión social volvía a aparecer una vieja y cómoda explicación: la de la responsabilidad individual que culpabiliza a la víctima. Además había que conseguir “el aislamiento social”, expresión que refuerza en el imaginario la fragmentación de los conjuntos sociales y la discriminación. Más tarde, hacíamos un descubrimiento sensacional: el agua y el jabón eran muy útiles. Pero, ¿qué hacíamos con los pañuelitos y el alcohol que habíamos acumulado esperando el Apocalipsis?
La quinta fase está marcada por la automedicación. Desde la dimensión económica es necesario recuperar la figura de Donald Rumsfeld (ex secretario de Defensa de G. W. Bush). Uno de los principales accionistas y ex presidente del laboratorio Gilead Sciencies, que vende los derechos de fabricación y comercialización del Tamiflu a la empresa Roche. Desde lo epidemiológico se suma el problema de cuándo y qué medicar. Por otra parte se potencia en el imaginario social que el medicamento cura y no que es un inhibidor de la reproducción viral. En la dimensión social, autocuidado, prevención y automedicación se confunden en la búsqueda por abastecerse en el hogar de un bien preciado y escaso. La compra de antibióticos, antigripales y la búsqueda desenfrenada de Tamiflu, aun en países vecinos, es la delicia de los que lucran con la venta libre de medicamentos y la desinformación de la gente.
En la sexta fase encontramos el tema del tiempo libre como consecuencia del aislamiento social. Los medios se dedican al deporte de contar los muertos como si se tratara de un partido entre la vida y la muerte. Esperando no se sabe bien qué resultado, de qué campeonato. ¿O será que más muertos favorecen a alguien? Algunos epidemiólogos apelando a proyecciones numéricas consiguen traer más confusión y alarma. Desde lo social se pone en evidencia un nuevo pánico, ¿qué hacer con los niños en casa? Cuando hemos modelado y regulado nuestras vidas alrededor de instituciones que proveen un alivio esencial, garantizar el uso “productivo” del tiempo a los padres, y cuando uso del tiempo libre se asocia a la ilusión de estar ocupados conociendo nuevos lugares, participando de eventos especialmente diseñados para la ocasión -cines, espectáculos, shoppings, etc.- se evidencia el temor de hallarnos a la intemperie de grandes espacios que proveen alivio ante la exposición a la que nos enfrenta mirarnos a la cara entre quienes compartimos el mismo techo, poniendo en evidencia la evasión y alienación cotidianos.
Imaginamos la séptima fase como el fin de la pandemia y la salida del tema de la agenda de los medios. Desde lo epidemiológico seguirán en silencio las otras epidemias existentes en la Argentina, algunas de las cuales matan más que la gripe porc... perdón A (H1N1). Nos referimos a la tuberculosis, el Chagas, la lehismaniasis, los accidentes viales y los accidentes de trabajo, los homicidios y las adicciones. Muchas de las anteriores parecen cumplir el rol de seleccionadores sociales, completando así la selección biológica que cumplió la mortalidad infantil en esos mismos grupos sociales. Desde la dimensión social uno se interroga cuáles serán las consecuencias de tanto mensaje que reforzó la idea de alejarse del otro y que instaló la idea del aislamiento social como forma de salvarse. Tal vez poco importa, la medicalización y la biopolítica continuarán su trabajo.
*Maestría en Epidemiología, Gestión y Políticas de Salud y Especialización en Epidemiología. Universidad Nacional de Lanús.
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El espectador de gripe a ante el apocalipsis mediatico. Pánico y locura en pantalla
Junto con el nuevo modelo de placa roja de Crónica TV, la obsesión pedagógica de C5N y el estatuto extraordinario que cobran los sucesos cotidianos cambia el sensacionalismo. ¿Cómo es el relato de la fatalidad actual?
Por: Julián Gorodischer
“Se suspende todo el movimiento teatral.” La placa roja fija durante cuatro minutos, un texto en la pantalla de Crónica TV. Empieza la carrera informativa rumbo a la confusión general. Se instiga a la acción: “Quedan pocos barbijos en la Capital”. En el tiempo que se tarda en regresar de la farmacia con las manos vacías ya está colocada la placa siguiente: “No hay más barbijos en la Capital”. La próxima leyenda, unos minutos más tarde, especifica: “En las farmacias no hay más barbijos ni alcohol en gel”. El estilo sensacionalista pierde potencia dramática por la acumulación de texto en cada placa (“En farmacia de Corrientes y Callao ciudadanos indignados reclaman por la reposición de alcohol en gel”), lo que exige lectura prolongada de bajo impacto visual.
Hay demasiadas letras blancas sobre fondo rojo y el mismo texto permanece en pantalla por más tiempo que en la placa fundadora: ya no cumple función de separador o llamado a ampliar con enviado in situ; la placa se convierte en el clímax: empieza y termina de manera autónoma deviniendo unidad estructural del relato; no da paso a un informe desde la calle, farmacia, o guardia clínica...; la continuidad del texto convierte al canal en una cartelera audiovisual.
“Cerraron casi todo desde la hora 0”
Además: “Se suspendió el acto de la Federal por los policías caídos”. Y poco después: “Se suspenden las clases en todo el país”.
El acontecimiento se diluye como entidad acotada, dimensión específica, cuando el que se fataliza es el marco; el canal queda inhabilitado para dar énfasis al hecho puntual. En el derrumbe, hay que atinar a salir corriendo sin objetivo precisado. Con el paso de las horas, se irá dando lugar al acontecimiento de interés comunal, ya apaciguada la alarma general del comienzo. “En Santa Fe suspendieron la carrera de TC 2000”. Luego: “En Córdoba cancelaron varios shows musicales”. Las placas aceleran su curso en la medida en que se acumulan detalles sin narrar, por la simultaneidad de los hechos catastróficos que realzaron sucesos con incidencia en grupos numerosos.
“En Capital no cerrarán los cines y los teatros.” Y una hora y media después: “Los empresarios teatrales levantan las funciones”. No se requiere constancia ni coherencia en la sucesión informativa. La contradicción es útil para aportar al núcleo de la confusión. Se vuelve a la imagen estereotipada de estos días: el niño con barbijo y ojos llorosos. C5N innova en el género de “presentador de noticias”: aquí una mujer con puntero frente a una pizarra digital señala uno y otro cuadro sinóptico sobre carátulas de un Power Point muy básico.
Se da inicio a la “Fase 2” (punteo, desglose) luego de un apocalipsis inicial abocado al plano emotivo. Abundan los consejos: para identificar a la gripe A, sumar intensidad al cuadro estacional. En una columna del esquema de C5N: “Dolores musculares moderados”. En la otra: “Dolores musculares intensos”. La arenga no reclama chequear evidencia numérica sino percepciones intuitivas. Donde decía menos intenso, afiebrado, irritado, ahora dirá simplemente “más intenso, afiebrado...”. Crónica TV, de pronto, modifica la tradición de la pantalla compacta e introduce la versión fragmentada que es marca identitaria de su competencia, C5N: “Ya son 55 los muertos” convive con “Suspenden espectáculos públicos”. La imagen fija de esta hora es un vagón de subterráneo con pasajeros amuchados y muchos de ellos con barbijos. El plano detalle: un restregarse de las manos con gel etílico.
¿La nota de color? En la góndola de cremas hidratantes, una damnificada trata de enmendar su mano reseca. En cualquier parte hay noticiabilidad.
“No descartan una final de la Libertadores sin público”
Un mismo tema invade todos los géneros: la política, la sociedad, el deporte, el espectáculo. El statu quo televisivo no da lugar a las voces críticas que relativizan o atribuyen el origen del virus a la conspiración: pondrían en duda o en debate a una pandemia que necesita un marco homogéneo, discurso monolítico, para recrear el espectáculo de la fatalidad como garantía de relato masivo. Las fisuras críticas sólo se permiten en Internet, donde se denuncia el posible origen intencional para el lucro del laboratorio.
La información de color también se reserva una página: aquí, la limpieza del despacho de Horacio Rodríguez Larreta, por primera vez en Crónica y multiplicada por mil en Internet. “Encapuchados y en cueros limpian la oficina de Larreta” dice la voz del locutor capaz de iluminar, entre la marea de aguafuertes para el olvido, una que queda. La transmisión televisiva, durante ese lapso de imagen grotesco-tétrica, podría adquirir estatuto de performance estética si se la exhibiera en ArteBA. “De una manera poco convencional se lo ve trabajando prácticamente desnudo: limpia ventanas, pisos y balcones de la oficina del jefe de Gabinete de la ciudad de Buenos Aires”. Detrás, el sosías de un luchador de catch parece salido del surrealismo urbano del mexicano Carlos Reygadas. Se incluye el editorial de rigor: “No lo vemos con una protección adecuada -sigue la voz seria del locutor-, está prácticamente desnudo”.
“Ustedes no tienen tos”, “Yo no tengo tos”
En C5N un médico enseña cómo hablar sin barbijo y sin riesgos (cara semitapada por el antebrazo, la mirada al piso). Una pequeña manifestación en la puerta del Rectorado de la UBA reclama por el cierre de las sedes, que más tarde se anuncia como hecho consumado. Nace el mensaje optimista que jerarquiza una cobertura informativa; el 9 titula: “Nuevas costumbres” a un bloque de noticias “positivas” ilustradas por siluetas infantiles sobre un juego del subibaja en fondo de parque. El segmento incluye sugerencias para el aprovechamiento productivo del ocio.
El uso de espacios verdes se convierte en testimonio de ejemplariedad civil. La referencia al público debe respetar el carácter de masa tanto para víctimas como para resistentes. Se pone en marcha el proceso de automitificación. “Yo me emociono -dice Mirtha Legrand- cuando veo a mi gente en la Costanera.” Unos capítulos atrás se jactaba, la Chiqui, de ser la primera conductora local que limitó los besos (“...hace ya más de un mes, cuando nadie lo hacía”).
“La Junta Electoral suspende el escrutinio definitivo”
El in crescendo dramático atribuye a la influenza condición de peligro/ daño más allá de los límites del individuo. Lo que empieza a estar en riesgo desde las placas es la integridad de la República. Pero cada tanto hay que volver al cartelito “No hay más alcohol” en la puerta de una farmacia barrial porque, en definitiva, los manuales clásicos de agenda setting exigen cualidad de cercanía y tangibilidad para definir un acontecimiento de interés masivo. Como si ya se estuviera anunciando la segunda temporada de una ficción fantástica, hay lugar para anunciar la inminente llegada de un dengue primaveral, según pronostica un opinólogo, que “esta vez va a matar en la Capital”.
Luego los canales de noticias trasladan la acción a la conferencia de Mauricio Macri. Se suceden argumentos vagos y consignas optimistas.
La coherencia informativa/ persuasiva del discurso PRO (hilvanada por los publicistas Jaime Durán Barba y Ernesto Savaglio) prevé conceptos generales sin bajada informativa (durante la campaña electoral no canalizaba en propuestas concretas sino en deseos y propósitos). “Hoy se verifica una situación dinámica que vamos a evaluar día a día -dice Macri-. Las cosas están siguiendo un curso favorable; estamos asesorados por los mejores epidemiólogos de Sudamérica.”
El remate -recomendado por expertos comunicacionales- deriva a felicitar a un cuerpo colectivo homogéneo, de unidades indiferenciadas, nombrado en tercera persona del singular y cohesionado en términos de individuo desmovilizado: es el ciudadano. “Queremos felicitar al ciudadano -celebra el jefe de Gobierno, derivando el acto cívico al toilette- que se ha lavado las manos con jabón, como se lo recomendamos, ya que es tan válido como el alcohol en gel.”
La experiencia Mexicana
Moreno rescata el rol de la ciudadanía y el uso de Internet para informarse
Por Hugo Moreno*
La contingencia sanitaria por la que transitó México en abril pasado, reflejó las fortalezas y las debilidades de la sociedad, la industria, las instituciones, los periodistas y medios de comunicación, y de la comunicación social gubernamental ante los escenarios informativos del siglo XXI.
Y es que el periodismo en muchos casos se ha convertido en un oficio rutinario y ausente de investigación, ya sea por la falta de formación académica y vocación sólida de los colegas o por los vicios prevalecientes en el manejo de las fuentes de información y los medios, pero, por fortuna, también subsisten periodistas que en medio de esta situación, afloran su vocación y cumplen con su responsabilidad de informar debidamente a la sociedad.
Ante el ocultamiento de información que pretendieron hacer algunas autoridades mexicanas en abril pasado, periodistas que cubrían la fuente de salud, fueron más allá de la tradicional toma de declaración en la que han tratado de convertir algunos reporteros al periodismo, e investigaron situaciones anómalas que estaban ocurriendo en hospitales de la Ciudad de México y de ahí comenzaron a alertar a la población, a través de sus notas, de que existía una nueva enfermedad altamente contagiosa.
La difusión persistente de información en los diarios sobre el tema, condujo a las autoridades a reconocer el problema de salud pública que representaba la influenza, sin embargo, los gobiernos, ya sea por los intereses políticos que protegían o por la carencia de una política de comunicación social adecuada, fueron rebasados por los medios y los cuestionamientos acorralaron a las autoridades que finalmente optaron por ceder a una alarma que se les salió de control y causó graves daños al país en lo económico, político, social y cultural.
Ante la novedad de la epidemia, las primeras informaciones que se publicaron en los medios de comunicación reflejaron una gran confusión, protagonizada y generada sobre todo por los gobiernos y los actores políticos, además de la ausencia de opiniones de especialistas y científicos que inicialmente fueron marginados del escenario informativo.
El mosaico de líneas editoriales que existe en los medios de comunicación mexicanos, se puso de manifiesto desde los primeros momentos y hasta el fin de la pandemia. En México, cuatro periódicos de presencia nacional se disputan la noticia y generan la agenda pública nacional: Excélsior, Reforma, El Financiero y El Universal; éstos reflejaron durante la contingencia, la información más seria y completa sobre el tema, pero otra decena de periódicos marcaron una línea editorial extremadamente alarmista, que sumada al perfil de la información que decidieron transmitir la mayoría de las estaciones de radio y televisión, crearon el caos y causaron una angustia en los ciudadanos sin precedentes en la historia reciente de México.
Los primeros cinco días de la contingencia sanitaria, la información publicada en medios de comunicación, como se señaló predominantemente amarillistas, trascendió a diversas latitudes del planeta, generando fuertes efectos negativos en todos los ámbitos para el país, como fueron actitudes discriminatorias que sufrieron, dentro y fuera de la nación, muchos mexicanos por el sólo hecho de residir en el centro del país. Paralelamente, los gobiernos no atinaron a establecer una política informativa responsable y la danza de datos y especulaciones fueron interminables.
En medio del caos, la naturaleza de la confusión, las sensaciones colectivas de angustia y miedo y la necesidad de sobrevivencia despertada abruptamente por la epidemia y la desinformación, condujeron a la sociedad mexicana a buscar información complementaria y acelerar la adopción de un modelo de comunicación que ayudó a librar la batalla contra el miedo en medio de la confusión, el cual funciona en países desarrollados: el Media Virus 3.0, el cual tiene como característica principal el que los medios son complementarios, unos a otros se enriquecen y crean atmósferas de información y comunicación colectiva que poco a poco construyen y orientan en la medida que los contenidos nuevos sobre situaciones o temas dados, se van incorporando al circuito informativo.
Ante la alarma, la confusión y luego el pánico, la sociedad incrementó significativamente la demanda de información y buscó en todos los rincones datos que ayudaran a mitigar la angustia. Esos datos se encontraron primero en los periódicos, luego en la Internet y de allí, los demás medios se alimentaron y comenzaron a construir sus líneas editoriales.
Poco a poco, la información fluyó por todas las vías y aunque la autoridad tardó casi un mes en corregir su política informativa, los medios abrieron betas informativas incorporando las voces de científicos e instituciones reconocidas en el país, como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), experiencias de otros países y opiniones de especialistas europeos.
La apertura de los medios de comunicación fue obligada por las tendencias informativas del Media Virus 3.0 (prensa, radio, televisión, internet, el boca a boca o cara a cara) donde al ciudadano escapa a las intenciones de control informativo que en el pasado tuvieron éxito en regímenes autoritarios. Los ciudadanos adoptaron y ayudaron a crear y conseguir la información que hizo falta y, luego de que fluyeron los datos, comenzaron, por supuesto, los reclamos por el mal manejo de la crisis sanitaria que paralizó prácticamente al país y sorprendió al mundo.
Así como los medios obligaron a las autoridades a reaccionar ante la contingencia sanitaria y ofrecer respuestas a los ciudadanos, también fueron el catalizador para corregir evidentes fallas que llevaron a México, ya de por sí inmerso en una crisis económica, a padecer graves problemas internos de financiamiento de la industria del turismo, por ejemplo, y evidenciaron carencias, vicios y malos manejos en el sistema y las políticas de salud pública del país.
Finalmente los aprendizajes fueron aflorando poco a poco en la sociedad mexicana, que cada día más exigente en medio de la pandemia, cuestionó la actuación magnificada y los juegos políticos implícitos en la contingencia sanitaria: un dato, en México mueren al año 60 mil personas de diabetes; de influenza AH1N1 hay 119 muertes confirmadas en lo que va del año.
Se habla de miles de contagios (más de 10 mil 500 a la fecha), pero en México existen grandes suspicacias sobre el fin de las medidas emergentes que se tomaron las autoridades como la paralización de tantos días de clases, el cierre de la industria turística, de empresas de todos los ramos y muchas otras. Y es que en México comenzaron las campañas electorales para renovar la Cámara de Diputados, 6 gubernaturas y cientos de presidencias municipales y diputaciones locales, a principios de mayo, justo cuando se prolongaron las medidas de la contingencia sanitaria del AH1N1. El domingo 5 de julio se realizó la jornada electoral y días antes se llevó a cabo en territorio mexicano la Cumbre Mundial sobre Influenza, donde se advirtió que habrá una segunda oleada del virus en otoño e invierno en América del Norte (octubre, noviembre y diciembre).
Hoy, México ha cambiado, en parte gracias a los medios que también se tuvieron que transformar rápidamente para responder a la demanda informativa; hay una mayor conciencia y una cultura de los hábitos de higiene, de la vulnerabilidad de los sistemas de salud, de la importancia de la ciencia, la tecnología y la educación, una revaloración aún en gestación del nuevo periodismo, del uso de los medios y la internet, la consolidación de una actitud solidaria con países que sufren problemas de salud, entre otras cosas.
Los medios, por supuesto, han jugado un papel central en todo ello, pero todavía falta corregir las fallas en la formación de los nuevos periodistas, en el funcionamiento de los medios y combatir los vicios propios del quehacer periodístico.
Una mirada desde México a los diarios La Nación, El Clarín, Página 12, La Razón y La Prensa, recuerda mucho a los primeros cinco días de la contingencia sanitaria que ocurrió en tierra azteca; la evolución de la información, la madurez de los medios, el acotamiento de los actores políticos, la apertura a voces de científicos y especialistas y, sobre todo, la capacidad de la sociedad argentina para sobreponerse al miedo, la angustia que causa la ignorancia y el mal desempeño de las autoridades responsables de la salud y la comunicación social gubernamental, sin duda son la clave para que los argentinos vuelvan a la tranquilidad y superen con serenidad la contingencia sanitaria por la que transitan en su etapa de emergencia, pero que sin duda, esta pandemia tendremos que compartirla como seres humanos que vivimos en este planeta por lo menos los siguientes 10 años. Un saludo fraternal y nuestra solidaridad desde México.
*Catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México. Consultor en Comunicación, 365 Consulting.
hugo.moreno@unam.mx