“Me siento un mensajero de la escuela que llevaron adelante Olga y Leticia Cossettini”…Nacido en Nueva York, el 23 de septiembre de 1956, vive en la ciudad de Rosario, Argentina, desde los diez meses de edad. Tenía 21 años cuando completó su cortometraje "Sueño para un oficinista" (1978), el que fue exhibido en los recitales del grupo de rock Irreal, que ejecutaba "en vivo" la banda sonora del film.
Sus filmes "Papá gringo" (1983), "La Escuela de la Señorita Olga" (1991) y "Cachilo, el poeta de los muros" (1999/2000) han tenido considerable difusión y reconocimiento en festivales y medios culturales, sin llegar ninguno a ser exhibido en salas del circuito comercial.
Fue director de los Concursos Municipales de Cine (1987 y 1988) y Presidente del Jurado del Festival Latinoamericano de Video de Rosario en sus cinco primeras ediciones, de 1993 a 1998.
Trabajó para la Escuela Provincial de Cine y TV de Rosario, desde su fundación, en 1984, hasta fines de 2016. Ha conducido el Taller de Producción Documental 2001 del Centro Audiovisual Rosario, dependiente de la Secretaría Municipal de Cultura, y en 2003 fue docente invitado de la Carrera Documental de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, Cuba.
Le han dedicado sendas muestras retrospectivas los festivales de Cine Súper 8 de Bruselas y de Barcelona (1984), la Escuela Municipal de Artes Plásticas "Manuel Musto" (1996), la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA (1999), el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (2001), el 8º Festival Latinoamericano de Video de Rosario (2001) y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba, 2007), la Universidad Abierta Interamericana sede Rosario (2010), el Departamento de Culturas Ibérica y Latinoamericana de la Universidad de Stanford (2015) y la sección de cine Super 8 del Festival de Cine de Mar del Plata (2016).
"Efectivamente, yo creo que hay una analogía entre las formas de un cineasta en sus películas y su forma de expresión verbal. Me gustaría ser más prolífico y también más locuaz. Pero a la vez no quiero resignar una cierta profundidad en los filmes que haga. Y eso demanda tiempo", Mario PiazzaFue declarado Cineasta Distinguido de la Ciudad por el H. Concejo Municipal de Rosario, el 6 de octubre de 2004.
En diciembre de 2010 fue designado Presidente de la recién creada Asociación Rosarina de Documentalistas, ARDoc.
Entre 2001 y 2016 ha sido editor del boletín independiente Cineastas Rosarinos, que, distribuido por correo electrónico, estaba dirigido a los realizadores y estudiantes de medios audiovisuales de la ciudad de Rosario. Como una continuidad de ese boletín lleva adelante hasta el presente una página de Facebook con el mismo nombre y propósito.
Todas las crónicas mencionan tu nacimiento en Nueva York y tu llegada definitiva a Rosario a los diez meses de edad. ¿Por qué naciste ahí, y por qué terminaste en Rosario?A mi padre le salió en 1955, recién recibido como médico, una oportunidad de trabajo y desarrollo profesional en un hospital de Nueva York. Todavía no estaba casado con mi madre. De modo que se casaron medio "de apuro" y se fueron para esa ciudad. Allí fui concebido y parido, como un rosarino exiliado desde el inicio. Y una cierta sensación de "extranjeridad" me ha acompañado casi todo el tiempo, en casi todos lados.En 1973 ganaste un premio nacional en las Olimpíadas matemáticas. Siendo que fue tu primer amor, ¿por qué la cambiaste por el cine? ¿Y cómo influyó la matemática en tus películas?Estudié en Ciencias Exactas (en la Universidad Nacional de Rosario) pero no completé la carrera. Al principio tenía facilidad para las matemáticas y lo de la Olimpíada fue como un juego, los desafíos que planteaban los problemas de la competencia eran ésos. Pero la carrera no lo era, y en la medida en que avanzaba en los estudios cada vez me costaba más y cada vez menos entendía para qué quería aprender lo que estaba tratando de aprender. Ya había hecho mis primeros cortos y descubría mi vocación por el lado del cine, aunque en ese momento no le llamase vocación. Todavía no había escuelas de cine en Rosario ni en la provincia: la de Santa Fe acababa de cerrar. Estábamos bajo dictadura y el clima era bastante cerrado. Cuando cambiaron el plan de la carrera de Ingeniería y le agregaron un año, abandoné los estudios para dedicarme al cine por la propia, lo que significó poco menos que un salto al vacío.Hoy ya ni me acuerdo cómo se resuelven una derivada o una integral, cosas que en su momento sí las supe. Pero pienso que acaso haber ejercitado la mente como para entender aquellas abstracciones puede haberme ayudado para pensar las cosas de otra manera y acaso esto pueda haberme servido en la realización de mis filmes.
Fernando G. Varea, responsable de espaciocine.wordpress.com, escribió: "Me vienen a la memoria varias anécdotas y recuerdos con Mario Piazza pero prefiero compartir esta nota publicada en 2017 en la que habló conmigo de toda su obra, desde sus primeros cortos hasta Acha Acha Cucaracha. En los últimos tiempos había comenzado a trabajar en un documental sobre Araldo Acosta, obrero de la construcción rosarino que llegó a dirigir dos largometrajes en super 8. Gran tristeza su partida"
Mario Piazza se apresta a estrenar un nuevo documental, Acha Acha Cucaracha, sobre Cucaño, el grupo rosarino de arte experimental. Un recorrido por la trayectoria y la mirada de un realizador audiovisual que está siempre atento a descubrir tesoros ocultos en la ciudad.
Un difusor de hechos semiolvidados por la historia oficial. Un descubridor de pequeños-grandes tesoros que guarda la memoria de la ciudad. Un cineasta que ha sabido expresar sus inquietudes alternando la vivacidad de la experimentación y el rigor del documental. Todo eso es Mario Piazza, quien acaba de terminar su nuevo trabajo, Acha Acha Cucaracha: buen pretexto para recorrer con él su valiosa obra.
Filmando por un sueño
Los comienzos de su vocación como realizador audiovisual se unen a sus estudios de ingeniería electrónica. "Tenía facilidad para las matemáticas —recuerda— y había un mandato familiar por el cual había que tener una profesión «seria». Mi padre era cirujano y mi abuelo ingeniero, así que empecé a estudiar ingeniería hasta que se me llenó el bocho de ecuaciones que no sabía para qué usaría". Consecuencia de aquello son hoy "cierto ejercicio del orden" y una afición por los sudokus.
Pronto llegaron los cortos en súper 8 El hombre de acero (1976) y Sueño para un oficinista (1978), con trazos de libertad y ensoñación inusuales en el cine argentino de la época. El primero, sobre un Superman sin suerte, "fue como un juego —comenta—, realizado en la Semana Santa del 76, a una semana de iniciada la dictadura". Filmaban con los actores disfrazados en la calle, despertando en una oportunidad la curiosidad de policías que bajaron de un patrullero para luego (por fortuna) continuar su camino.
El otro, Sueño para un oficinista, era una fábula urbana que planteaba la necesidad de zafar de una vida gris (algo que podría decirse que caracteriza a las personas retratadas en sus documentales). Sin colorímetro y con un par de escenas sobreexpuestas, el filme capitalizó errores a favor del clima onírico, ganándose el interés de un público impensado, ya que solía ser exhibido en recitales del grupo Irreal.
De esos primeros años son también dos trabajos que realizó junto al artista plástico Daniel Scheimberg: Historia de un pintor (1980) y Hacia un cubismo cinematográfico (1978). Para este último intentó reunir, con espejos y dos filmadoras, dos puntos de vista diferentes en un mismo encuadre, "algo que ahora —confiesa— puede hacerse fácilmente con una computadora".
Hacia el documental
Indagando en los motivos por los que jóvenes e intelectuales solían reunirse en el tradicional bar, Savoy (1980) surgió de un trabajo práctico para un taller, aunque influyó en los intereses de Piazza. "Cambié ficción por documental", reconoce.
Hoy esa suerte de encuesta puede valorarse como testimonio de la época: uno de los concurrentes, por ejemplo, pone en evidencia la falta de democracia con algo tan simple como su actitud sorprendida porque le están pidiendo su opinión sobre algo.
Después vino Papá Gringo (1983), surgido de un contratiempo: una demora imprevista para viajar a Brasil estimuló a Piazza a aprovechar la estadía forzosa en Bogotá para documentar la labor de un ciudadano estadounidense (a quien había conocido en un festival), que ayudaba a chicos librados a su suerte en las calles. Recuerda que, cartas mediante, prolongó su amistad con él, y que poco después Héctor Molina y Gustavo Postiglione harían Cabecita negra (1984), "de similar temática pero ya en Rosario y sin ningún «gringo» salvador".
Hoy muchos saben quiénes fueron las hermanas Olga y Leticia Cossettini, pero a mediados de los 80 la experiencia de estas educadoras en una escuela del barrio Alberdi no había tenido difusión suficiente. El aporte de La escuela de la señorita Olga (1991), que reunía testimonios de sus ex alumnos y de las propias educadoras, fue decisivo.
"Esa historia se me cruzó en el camino —rememora—. Beatriz Vettori, que tenía un taller de arte para chicos y jóvenes, debía asistir a un encuentro internacional en Brasil y quería llevar un documento del ejemplo de la escuela de las Cossettini. Al principio había pensado en llevarlas a ellas, pero estaban muy ancianas. Entonces me pidió filmar testimonios que pudieran ser proyectados. Y lo hice en súper 8, que era lo que yo conocía. Cuando Tristán Bauer vio el material decidió apoyarme para hacer el documental en 16 mm".
El formato ayudó a la forma: los luminosos recuerdos parecían plasmarse de manera impar en el filme. "No sería lo que es sino fuera por esa imagen, esa textura", dice Piazza. Y piensa que, a la vez que hacía un documental, estaba retratando la escuela a la que le hubiera gustado asistir, o a la que le hubiera gustado que asistiera su hija.
En debates en escuelas, los estudiantes suelen asombrarse ante los recuerdos de los ex alumnos, así como por las tomas en colores de décadas atrás (registradas por iniciativa de Hilarión Hernández Larguía). Una de ellas consigna el momento en el que Olga Cossettini cuenta que cuando aquellos niños, ya hombres, armaron una cooperativa, les preguntaron dónde lo habían aprendido y respondieron: "En la escuela de la señorita Olga".
Mario recuerda también a Leticia: "Preciosa", dice, revelando que Bauer había quedado enamorado de ella y que, cuando la mujer asistió al estreno, cumplió el pedido de no hablar hasta después de la proyección, para no deslucir la película con su luz propia. No hace mucho, Mario Piazza descubrió fascinado en la web que La escuela... forma parte de una videoteca anarquista en Suiza.
Tras las huellas de Cachilo
Cachilo, el poeta de los muros (1999, documental sobre Higinio Maltaneres Cachilo, poeta marginal que escribía grafitis en paredes del centro rosarino, fallecido en 1991) fue su primer trabajo en video. El interés por el personaje partió de algunos rasgos en común: "No el arrojo de vivir en la calle —aclara—, sí la mezcla de ermitaño y persona necesitada de comunicación".
El primer paso fue salir con la cámara a registrar los escritos de Cachilo; luego recogió testimonios de quienes lo conocieron, incluyendo recordados referentes de la cultura rosarina como Norberto Campos y Gary Vila Ortiz.
Piazza había barajado la idea de hacer un documental tradicional, pero el filme fue ganado por las declaraciones en plena calle y las ocurrencias del barbado antihéroe. "En la edición fui podando las partes serias", se acuerda.
Cachilo, el poeta de los muros tuvo un concurrido estreno en el Centro Cultural Parque de España y, de algún modo, anticipó el estado de desamparo y desmoralización que asaltó a los argentinos meses después.
Echando a rodar la propia historia
Madres con ruedas (2006) fue, sin dudas, su proyecto más personal. Realizado junto a su mujer Mónica Chirife, abordó el desafío de la maternidad en mujeres con discapacidad motriz, incluyendo la experiencia de la propia pareja. "Con esta película me nació el concepto de reciclado —explica—. Mi vida junto a Mónica me limitaba para salir a la aventura así nomás. Entonces, asumir el tema de mi propia vida junto a ella era una forma de cumplir la vocación, convirtiendo lo que se tiene a mano en otra cosa".
Como en todos sus documentales, el afán informativo se cruza con la sensibilidad y el afecto que terminan ganando al espectador. Durante su exhibición en el cine Monumental, Mónica se presentaba al terminar cada función para escuchar los comentarios de la gente. "Me gustó que buscara ese feedback", evoca Mario.
Cuando viajaron a presentar la película a Brasilia, apenas llegados al cine se toparon con una espectadora que, al grito de "¡Mónica!", se mostraba encantada de descubrir a quien la había conmovido dentro de la sala. Algo similar ocurrió cuando Mundo Alas (2008) se presentó en Rosario y León Gieco (quien, evidentemente, había visto el filme) se acercó a saludarla como si la conociera.
A pesar de estas cálidas devoluciones, Piazza confiesa que la película no cumplió con algunas de sus expectativas: "Pensaba que iba a tener presencia en los festivales más importantes, o, como les ocurría a algunos colegas conciudadanos, que empezarían a convocarme de la TV estatal. Sirvió para tomar conciencia del propio lugar. Era como obligarme a algo que no era lo mío".
Piazza ataca de nuevo
Resulta más que apropiado que su nuevo documental tenga un título extraño: Acha Acha Cucaracha era el grito de guerra de Cucaño, juvenil grupo de arte experimental rosarino que provocaba con canciones y performances en lugares inesperados (como el bar VIP y la iglesia Nuestra Señora del Carmen en nuestra ciudad o la Plaza de la República en San Pablo), entre 1979 y 1982. Sin voz en off, con mínimos textos impresos para situar al espectador en el tema, agrupa testimonios de integrantes de aquella pandilla cuyas intervenciones fusionaban el desparpajo de los espectáculos de Tortonese y Urdapilleta con la modalidad de los escraches callejeros.
Piazza echó mano a sus pilas de papeles con anotaciones ("no tengo buena memoria y pienso que improbablemente vayan a servir alguna vez") y a algunos ensayos que se habían escrito sobre el tema. "Una de las primeras personas que entrevisté, Patricia Espinoza, Tero Gordo en el grupo Cucaño, sugirió que me hiciera una cuenta en Facebook. Y tenía razón: sirvió para la investigación y al poco tiempo me contactó Adriana Briff contándome un hecho cucaño que había presenciado".
Alguien sugiere en el filme que la declamación ideológica no basta si no se es revolucionario en términos de producción artística, reflexión que Piazza comparte, recordando lo dicho por Glauber Rocha: "Sería como envasar jugo de coco en botellas de Coca Cola". Admite que "algunos los acusaban de cierta frivolidad, pero el momento era bastante grave como para agregarle gravedad. A mí Cucaño me parece la respuesta más cabal al agobio de la dictadura. Ese modo irrespetuoso e irreverente era opuesto a la onda que querían imponer desde el poder".
En el filme no se ve ahora a los cucaños abatidos o arrepentidos: Carlos Ghioldi, Pepitito Esquizo, por ejemplo, aparece participando con entusiasmo de reivindicaciones sociales en la actualidad, y Marinero Turco (quien prefirió reservarse su nombre de pila) da su testimonio sonriente en medio de bártulos acumulados en el cuarto de una pensión. "Una de las ideas de la película era tender un puente entre los jovencitos que eran en aquella época, algunos con militancia en el PST, y los adultos que son ahora. En general, reivindican ese pasado", celebra Mario.
El rodaje le deparó sorpresas, como cuando Beatriz Vignoli se puso a cantar espontáneamente una canción que, dice el realizador, "me sonaba conocida pero no había tenido forma de encontrarla en internet". O el encuentro en Italia con Guillermo Giampietro, "uno de los cucaños fundamentales, autor del mágico nombre del grupo". O la posibilidad de sumar un único registro fílmico en súper 8, obra de colegas porteños. "Hubo un rollito perdido que tal vez aparezca más adelante, de una intervención de Cucaño. Aunque no sé si será verdad —se ríe—, ya que me lo comentó uno de los cucaños más mitómanos". Y resguarda el valor del mito, a partir de que en su filme alguien dice no estar seguro si un hecho sucedió realmente: "La creatividad de la gente, que dice recordar eventos que no ocurrieron, es como una extensión de la obra de Cucaño", comenta.
La época era oscura y la memoria tiende a la nostalgia, sin embargo Acha Acha Cucaracha —subtitulada Cucaño ataca de nuevo— tiene momentos risueños: "Siempre es bueno pasarla un poco mejor, dentro de lo posible. Una adustez demasiado acendrada es medio fascista, contraria al sentido de lo que uno está retratando", dice Piazza.
Más allá de la importancia de haber contado con el sostén de Espacio Santafesino ("un privilegio"), flotan la inquietud del apoyo estatal a expresiones libertarias o contestatarias ("En el museo español Reina Sofía se presentó una investigación que incluía a Cucaño, lo cual es planteado en la película como paradójico") y la pregunta: ¿en qué expresiones culturales podría decirse que subsiste hoy el espíritu de Cucaño? "No sé —duda—. Habrá que ver qué pasa cuando la vean los jóvenes ahora".
Mario Piazza es director, cineasta, documentalista, realizador audiovisual, aunque él prefiere definir su oficio como un juego, que disfruta tanto como cuando resolvía problemas matemáticos en la secundaria
Por: Marcela Isaías
Mario Piazza es director, cineasta, documentalista, realizador audiovisual, aunque él prefiere definir su oficio como un juego, que disfruta tanto como cuando resolvía problemas matemáticos en la secundaria. Las maestras y los maestros lo conocen más por ser el autor de La escuela de la señorita Olga, un documental que hace memoria sobre la tarea pedagógica de las hermanas Cossettini. Y por estos días por el estreno de la película sobre Cucaño (Acha Acha Cucaracha), la historia de arte experimental que protagonizaron jóvenes rosarinos en plena dictadura. "La mirada la he posado sobre gente que intenta una alternativa, que lleva adelante su propio modo de hacer las cosas", dice cuando habla de las personas o hechos a los que sale al encuentro con su cámara.
Mario Piazza nació en 1956 en Nueva York y desde 1998 tiene también la nacionalidad argentina. "La historia contada de forma graciosa es que mis padres se casaron de apuro, pero el apuro no era que mi madre estaba embarazada sino que a mi padre le salió una oportunidad de ir a trabajar a un hospital de EEUU. Vivieron dos años en Nueva York, justo para encargarme y parirme allá. Volví con 10 meses. Mi hermana Silvana ya estaba encargada, nació en Rosario, ella es mixta", se divierte contando esa historia.
Una sola vez volvió a su lugar de nacimiento. Fue hace 33 años, pasó frente a la casa donde estuvo de bebé con su familia y se sacó una foto para el recuerdo.
La escuela primaria la cursó en el Colegio San Bartolomé, más conocido como Colegio Inglés, y el secundario en el Politécnico, donde disfrutaba resolviendo problemas, tanto que hasta fue campeón de una de las olimpíadas de matemática. Más tarde se anotó en la carrera de ingeniería electrónica, que cursó por tres años. A esa altura ya había descubierto que lo suyo pasaba por tener una cámara en mano. La práctica y una particular sensibilidad para relacionarse con el mundo y su humanidad completaron su perfil de realizador audiovisual.
No es la primera vez que lo cuenta, pero no deja pasar la oportunidad cada vez que puede para repetir que haber filmado La escuela de la señorita Olga le permitió de alguna manera participar de una escuela que le hubiese gustado tener.
¿Cómo pasaste de la matemática al cine?
Había una cosa en común entre una y otro, porque aquello de la olimpíada de matemática y la resolución de esos problemas eran como un juego, y eso es algo común con el hacer cine. No es que yo fuera un devoto de la matemática... Me resultaba fácil la resolución de problemas, eran para mí como las páginas de entretenimiento de un diario.
Y cursaste tres años de ingeniería...
Fue como una continuidad porque la Facultad de Ingeniería forma parte del mismo edificio que el Politécnico. Hice hasta 5º año en la secundaria, había una opción de hacer dos años más para recibirse de técnico, pero yo quise pasar a la facultad, a ingeniería electrónica. Me fue fácil porque tenía cierta facilidad. Pero esa facilidad se me fue acabando, a la vez que surgía que la vocación mía venía por otro lado. Para 1978 ya había hecho una pequeña peliculita, Dolor de cabeza; luego El hombre de acero y después Sueño para un oficinista, que tuvo más trascendencia. El estreno de esa película lo pensé como mi despedida de la facultad. Fue cuando dejé la facultad para dedicarme exclusivamente al cine. Había una ambivalencia de parte de mis viejos. A mi padre, fundamentalmente, no lo convencía que no siguiera una carrera de las "serias" ("se usaba ese término", aclara y se ríe) y además no existía la carrera de cine. Cuando se abrió la Escuela de Cine, aquí en Rosario, entré en el plantel docente ¡Con lo que me hubiera hecho falta unos seis años antes tener una escuela de cine a la que ir como alumno!
Con la práctica. El súper 8 para mí fue una escuela. Filmaba y filmaba muchas operaciones, algo que tenía que ver con la profesión de mi viejo, que era cirujano. Filmaba muchas operaciones que les servían a los médicos y a mi viejo para mostrarles a los colegas en los congresos. Eso me dio práctica de la cámara. Pero antes que eso creo que fue importante la familiaridad que tenía con la cámara desde chiquito, porque mi viejo tenía una filmadora de 8 mm, tenía la cercanía de una cámara y alguna vez la usé. Hay una foto que tengo, que guardo como tesoro en mi estudio que con 8 o 10 años, no sé exactamente, estoy empuñando una cámara, mirando por el visor. Creo que en ese momento no había osado a tocar el botón, era cara la película. No es como ahora que no pasa nada si grabás, antes, con el fílmico, era un pequeño presupuesto.
¿Te acordás lo que viste esa primera vez?
Ni me acuerdo de esa situación, salvo a través de la foto. Estábamos junto al río, en una parte de arena, estoy sentado en el Bergantín, en el auto que teníamos, en el asiento de atrás, que se podía retirar y poner como sofá en cualquier momento y lugar, en este caso en la arena.
Además de la práctica, del oficio, ¿qué más buscabas para formarte?
Leí libros y estaba abonado a una revista específica sobre súper 8. Para nosotros era casi como una fe, una mística con el súper 8. Pensábamos que íbamos a hacer como una especie de revolución. Ahora, visto a la distancia, era tan limitado en comparación con el digital, pero en ese momento era lo que nos ponía el cine a nuestro alcance. Para hacer cine de 35 mm había que estar dentro de la industria y atenerse a las reglas de la producción del sistema. El mismo 16 mm era muy caro. El súper 8 era una manera de democratizar el cine. Como dijo Jean Cocteau "el cine será un arte cuando sus elementos sean tan baratos como lápiz y papel".
Ahora los chicos filman, juegan, experimentan con el celular...
Me hace acordar a la frase de una entrevista para la película de Cucaño (Acha Acha Cucaracha) que no entró. Es con el científico Marcelo Roma, que es bioquímico. Asociando su profesión con su experiencia en Cucaño coincidió en este concepto: "La verdad surge de la libertad". Fue precioso pero no le encontré lugar para meterla. Es material para los extras de un dvd o una segunda parte. Filmamos 48 horas de película, para una hora y 15 final. Eso nos lo permite la tecnología, porque el súper 8 no, ni qué hablar otros formatos cinematográficos 16, 35... prohibitivos.
¿Cómo fue tu experiencia como profesor?
Nunca di clases. Salvo unos pequeños cursos, tallerista, de cine documental. Y una vez que conté a los alumnos mi experiencia de la visita a la Escuela de Cine en Cuba, pero nunca tuve una materia, una cátedra a mi cargo. No sé cómo se hacía, tal vez por el temperamento pero también el hecho de que no había aprendido cine en una escuela. Había profesores que aprendieron a dar clases sin haber ido a una escuela (de cine), pero yo no sabía cómo enseñar cine. Quizás hay una especie de desconfianza a que se pueda enseñar cine. Hay algunos cineastas que opinan... ¡Ah pero si fue nada menos que Manuel Antin, que es director de una Escuela de Cine, que dice que el cine no se aprende en un aula sino en los pasillos de la escuela.
Hay todavía alguna resistencia a llevar el cine a las escuelas, salvo para ver ciertas películas y documentales. ¿Por qué crees que ocurre eso?
Y cuando se ven documentales son los didácticos. De repente me acuerdo de una frase de Leticia (Cossettini) que esta al final de la película (La escuela de la señorita Olga): "Resulta siempre peligroso abrir los ojos a alguien para que se encuentre con la verdad". Puede ser que venga por ese lado. Si fuera por mí llevo más cine a la escuela, pero no soy ministro... A propósito de ministros, ¿cómo le pusieron tantos votos? Si el tipo ha dicho como un logro de la gestión de él "que cada día hay un nuevo pibe preso".
¿Qué te provocan esos dichos de Esteban Bullrich?
Horror, espanto.
La escuela de la señorita Olga; Madre con ruedas; Cachilo, el poeta de los muros y Acha Acha Cucaracha (Cucaño) ¿Qué tienen en común y qué las distingue a cada una?
Tienen en común que las hice yo y que algo de uno se expresa a través de los documentales. Uno retrata una realidad, pero desde un propio punto de vista. Un documental registra el encuentro de una persona, el realizador, con otra persona, una realidad o un hecho. Lo que tienen en común las distintas películas que hice es el realizador; y un punto de vista, la mirada. La coincidencia puede ser esa: que la mirada la he posado sobre gente que intenta una alternativa, que lleva adelante su propio modo de hacer las cosas. Ya sea las maestras Cossettini con esa forma de enseñar distinta al común de las escuelas de la época. La querida amada Mónica que sobrellevó su adversidad para ser mamá nada menos y para amar a uno que está aquí presente. Y Cachilo, el poeta de los muros, tan jugado y admirado por muchos actores de la cultura rosarina por su osadía. Que podría ser que deviniera de la locura, pero en todo caso admirado por su actitud extrema de abandonar todo para dedicarse a su arte. Y los Cucaños! Nueva película, reciente estrenada. Me fascina el hecho de que se trataba de muchachos de 17 años, muy jóvenes, que actuaron por el impulso interior, como reacción también al clima asfixiante en el que se estaba viviendo. Ellos salían a la vida, como yo también lo estaba haciendo, en medio de un clima muy opresivo en que se estaba viviendo y pese a todo hicieron la suya, y atacaron las bases culturales de una sociedad que le había dado pie a la dictadura.
El hombre de la Cámara
Publicó la Escuela Provincial de Cine y Televisión "Leonardo Favio":
Con profundo pesar, comunicamos la noticia del fallecimiento de nuestro amigo y ex compañero Mario Piazza.Mario fue uno de los fundadores de nuestra Escuela.Asimismo, un pionero autodidacta del cine rosarino. Generoso como pocos, no dudaba en compartir sus conocimientos y sus equipos con aquellos que lo requiriesen.Incansable realizador, desde los tiempos de “Sueño de un oficinista”, pasando por “Cachilo, el poeta de los muros”, la laureada “La Escuela de la Señorita Olga” hasta llegar a “Acha Acha Cucaracha”.Acompañó al grupo Irreal en aquél épico viaje en tren a Buenos Aires, buscando la consagración de la que luego sería la Trova Rosarina.Fundador del Festival de Cine Rosarino a fines de los años ‘80, fue también un destacado profesional del cine médico, medio al que accedió de la mano de su padre, un eminente médico cirujano. En los tiempos en que los celulares con cámara eran inimaginables, Mario con su Súper 8 se sumergía en los campos operatorios, siendo sus filmaciones reconocidas internacionalmente en un sinfín de congresos de medicina.Por su parte, su abuelo, el ingeniero Ernesto Daumas, fue precursor de la televisión mecánica en Rosario, además de asociado fundador de Televisión Litoral S.A.Televisión Litoral S.A. Vale decir, que Mario tenía ya sus influencias audiovisuales heredadas de su abuelo.Mario enviudó a temprana edad. De su primer matrimonio resultó padre de su única hija.En la Escuela Provincial de Cine y Televisión fue un docente dedicado, durante muchos años a cargo de la preservación del patrimonio audiovisual. De hecho, lo desvelaba el afán por la conservación del acervo del cine.Ya jubilado, su salud se fue deteriorando progresivamente hasta el triste desenlace de la fecha, paradójicamente en el Día del Cine Argentino.No exageramos si decimos que con Mario Piazza se va un auténtico pionero, al que mucho le debe la cultura de ciudad.Desde la EPCTV acompañamos a la familia y sus allegados, a la vez que comunicamos que su despedida tendrá lugar mañana viernes 24 en Caramuto, calle Córdoba al 2.900.¡Hasta siempre, Mario! QEPD.
Cuando se conoció su fallecimiento, colegas y amigos en sus redes lo despidieron:
Héctor "Nene" Molina: "A las nueva y viejas generaciones del cine. He aquí uno de los imprescindibles. Hasta siempre Mario querido".
Tamara Smerling: "En Rosario, a los veinte años, además de periodista, quería ser documentalista. Por eso peregrinaba hasta la casa de Mario Piazza, que ahí se ve, repleta de cosas, muchas fotografías, muchas cámaras de cine, posters, libros, Super8, que se abrían con su dulzura y su mirada única y sensible. Entre otras obras conmovedoras y maravillosas hizo "La escuela de la señorita Olga", "Acha acha cucaracha" (sobre el grupo Cucaño), "Cachilo, el poeta de los muros" y "Madres sobre ruedas", sobre su amada Mónica (y que tanto me enseñó muchos años después sobre mi Lucía). Hasta siempre, querido Mario, de Vertov al CineOjo creo que todos estarán prontos para recibirte en este Día del Cine Nacional tan especial: cuánto para aprender y todavía por luchar"
Néstor Zapata: Siempre nos hizo falta Mario. Su humildad, su honestidad, su talento. Nosotros y el Cine lo vamos extrañar. Un irremplazable.
Emilio Cartoy Diaz: El querido Mario Piazza. Que tanto trabajo para el cine, la educación, la formación, nuestro querido Festival Latinoamericano de Video y luego Festival de Cine de Rosario desde el 93. Por el CAR (Centro Audiovisual Rosario). Y tantas iniciativas, tutorias, docencias... HLVS
Gustavo Caro: "La escuela de la señorita Olga y Madres con ruedas son dos de los mejores documentales argentinos que vi. Mario Piazza tenía una mirada única, propia de quien habita con firmeza su lugar en el mundo. Sin dudas el suyo fue Rosario, ciudad desde dónde supo inventarse un espacio para dar cuenta de que el cine no tiene ciudadanía, nacionalidad ni domicilio fijo. Como el rock, el cine es una cuestión de actitud nos demuestran sus películas. Parte ineliduble del cine rosarino -una de esas invenciones provincianas que este país suele ignorar por inercia-, Mario fue un realizador lúcido, luchador y con una independencia creativa que pocos cineastas alcanzan en el mundo. Su enorme compromiso con el cine lo llevó a ser docente y desde ahí alimentar la posibilidad cierta de que el lenguaje cinematográfico encuentre en Rosario un lugar para descubrir y desarrollar una nueva mirada, libre y autónoma de toda influencia hegemónica. De esas cosas hablamos mientras comíamos milanesas en "El Palacio de la papa frita" en Buenos Aires, allá por fines de los noventa. Único encuentro personal que tuve con él gracias a la invitación de nuestro común amigo Maximiliano Gonzalez y que atesoro profundamente en mi memoria. Bastó y sobró para recoger el aprendizaje. Hasta siempre, maestro".
Daniel Calvo: "Con mucho pesar acabo de enterarme del fallecimiento de Mario. Uno de los primeros en documentar en imágenes el incipiente movimiento cultural rosarino de los últimos años de los 70 y primeros de la década de los 80. "Sueño de un oficinista" con música de Irreal fue la primera película rosarina que tuvo música hecha especialmente por una banda de la aldea. Incansable buscador y creador de proyectos, peregrino habitué de oficinas y despachos buscando apoyos y proponiendo realizaciones. Eterno apasionado del cine. Descansa en paz Mario Piazza".
Centro Cultural de La Toma: "Desde La Toma, despedimos a un gran compañero, un artista del pueblo, solidario con las luchas de los trabajadores, una persona de una sensibilidad extraordinaria. En el día del Cine Argentino falleció nuestro querido Mario Piazza. Sus películas quedan como testimonio de un artista que el paso del tiempo hará más gigante su figura. Muchos años motorizó los encuentros de la agrupación de documentalistas y periódicamente se reunía en el establecimiento en manos obreras. Ha sido un orgullo compartir y ser testigos directos de su creatividad y poder humildemente, colaborar en alguna de sus realizaciones. Compañero Mario, Presente. Ahora y Siempre"
Patricia Dibert, locutora: "Me da mucha pena despedir a gente valiosa que tiene más para dar.... Tenía 67 años muchos dedicados al documental. Hoy partió #mariopiazza, siempre con ganas de producir, hurgar, investigar, enseñar, registrar la memoria audiovisual de esta ciudad. Cito "Madres con ruedas", "La escuela de la Señorita Olga", "Acha Acha Cucaracha" sobre Cucaño, pero "El poeta de los muros" es mi preferida por su sensibilidad, su empatía, xq mira por una hendija. En el Día del Cine Nacional, y a 40 años de la escuela de cine, se va uno de sus cradores fundacionales. Mario Piazza, inmenso documentalista rosarino. Qué pena Rosario".
Claudio Perrín: "Un grande del cine Rosarino y Santafesino se nos fué! Abrazos Mario Piazza! Te vamos a extrañar mucho... el cine no es igual sin vos dando vueltas...".
Eduardo Montes-Bradley: "¡Se fue el Sordo! Lamento infinitamente su piante, y voy a extrañar nuestras charlas y el compartido afecto por las ironías. Gracias por la compañía de todos estos años".
Foto de portada: Silvina Salinas
Fuente: Archivo Señales, La Capital