Ni el más imaginativo autor de novelas de terror hubiera concebido un final tan macabro como el que le tocó al diario Primera Línea: nacer y morir en el mismo día. El matutino nació un 25 de noviembre y murió un mismo día, 13 años después
El propio titular del Directorio de la empresa que edita Primera Línea, Marcelo Santa Lucía, eligió ese día para comunicar que la patronal estaba en condiciones de cumplir con sus obligaciones salariales solamente hasta noviembre. Una manera elegante, pero no por ello menos traumática, de decretar el cierre.
No hubo opciones, ni soluciones posibles, sólo la desvergonzada comunicación verbal a cinco días de terminar el mes. Como siempre, dejando de lado las cuestiones humanitarias, tan simple como apretar un “off”.
A fuerza de ser sinceros era un final anunciado, lo que nunca pensamos era que estaba tan cercano. Confundimos el desmantelamiento que estaba sufriendo la empresa con la desidia empresarial que era la marca registrada de esta gestión.
Quisimos ver en las despidos forzados y los retiros voluntarios una intención genuina de bajar costos para mejorar las finanzas; ahora nos dimos cuenta que solamente formaba parte del plan de ajuste que desembocaba en la desaparición.
Quizás fuimos ingenuos, el amor por el producto que hacemos a diario nos impedía exponerlo como un foco de conflicto para evitarle la pérdida de credibilidad.
No nos percatamos que haciendo público los problemas, solamente exponíamos a los únicos responsables de la mala administración, a los dueños de la empresa.
Ahora todos son lamentos, pero este hecho debe servir para alertar. Nadie puede mirar al costado, ni nosotros, ni los empresarios, ni los gobernantes de turno, ni la sociedad.
Nosotros debemos condenarlos y no olvidar, los empresarios deben saber que los empleados no estamos dispuestos a callar, los gobernantes de turno deben ser responsables a la hora de financiar un proyecto destinado a enriquecer a unos pocos -o a testaferros- de sus propias entrañas, y la sociedad debe saber quiénes juegan a ser dueños de emprendimientos, amparados en las mieles de las arcas estatales.
Trabajadores de Primera Línea